jueves, 9 de junio de 2011

Invocación (Pentecostés): José Antonio Pagola


Según San Juan, el Espíritu hace presente a Jesús en la comunidad cristiana, recordándonos su mensaje, haciéndonos caminar en su verdad, interiorizando en nosotros su mandato del amor. A ese Espíritu invocamos en esta fiesta de Pentecostés.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e hijas.

Ven Espíritu Santo y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu aliento, olvidaremos una y otra vez su Proyecto del reino de Dios. Viviremos sin pasión y sin esperanza. No sabremos por qué le seguimos ni para qué. No sabremos por qué vivir y por qué sufrir. Y el Reino seguirá esperando colaboradores.

Ven Espíritu Santo y enséñanos a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que no echemos cargas pesadas sobre nadie. Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen ni condenemos a quienes necesitan sobre todo acogida y comprensión. Que nunca quebremos la caña cascada ni apaguemos la mecha vacilante.

Ven Espíritu Santo e infunde en nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Que no nos perdamos en trivialidades mientras descuidamos la justicia, la misericordia y la fe. Que nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor. Que ninguna doctrina, práctica o devoción nos aleje de su Evangelio.

Ven Espíritu Santo y aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida, no de tradiciones humanas ni palabras vacías, sino del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.

Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. Si cada uno de nosotros no cambia, nada cambiará en su Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada nuevo y bueno nacerá entre sus seguidores. Si no nos dejamos arrastrar por su creatividad, su movimiento quedará bloqueado.

Ven Espíritu Santo y defiéndenos del riesgo de olvidar a Jesús. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar su voz ni sentir su aliento. Despierta nuestra adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el nerviosismo y la inseguridad.

José Antonio Pagola

12 de junio de 2011
Pentecostés (A)
Juan 20,19-23

miércoles, 8 de junio de 2011

Crisis de conciencia

Juan Manuel de Prada

Desde Zagreb, Benedicto XVI pone el dedo en la llaga del mal que corroe Occidente, que en sus expresiones más aparatosas se reviste de crisis económica, política o social, pero que en su origen es crisis de conciencia. Para el pensamiento moderno, «conciencia» es sinónimo de autonomía absoluta de la voluntad individual; recluida en la dimensión subjetiva del individuo (donde el pensamiento moderno relega la religión y la moral), la conciencia queda aislada de la realidad objetiva y se convierte en un elemento extraño a la vida pública. Por el contrario, para Benedicto XVI, como para el Beato Newman, la conciencia es la voz divina que habla en nosotros, la capacidad humana para reconocer la verdad en ámbitos decisivos de la existencia; y esta capacidad impone al hombre el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y someterse a ella allí donde la encuentre. De este modo, la conciencia deja de ser un elemento extraño a la vida pública, para erigirse en una realidad objetiva que explica nuestro ser y nuestros actos, convirtiéndose en «lugar de escucha de la verdad y el bien, de la responsabilidad ante Dios y ante nuestros hermanos los hombres».

Suele afirmarse (con fatigosa propensión al lugar común) que detrás de la crisis económica, política y social que corroe Occidente subyace una «crisis de valores». Pero si la conciencia —como pretende el pensamiento moderno— es tan sólo un reenvío a mí mismo, a mi autonomía individual, es inevitable que haya tantos «valores» como individuos; por lo que más correcto sería afirmar que detrás de la crisis subyace una plétora de valores, producto de una conciencia degradada que ha renunciado a escuchar la verdad y el bien, para adherirse a aquello que subjetivamente le conviene o beneficia (a esto el pensamiento moderno, muy cínicamente, lo llama «libertad de conciencia»). Esta plétora de valores es, en realidad, lo que hace impotentes al esfuerzo vital a las sociedades occidentales, que tras renunciar a su capacidad para encaminarse hacia la verdad y someterse a ella, acaban abrazándose al error.

Esta crisis de la conciencia discurre paralela a un fenómeno descrito, hace ya más de siglo y medio, por Donoso Cortés, quien observara que «al principio de descenso en el termómetro religioso corresponde un principio de subida en el termómetro político». Toda la crisis de Occidente se resume en este paralelismo, que alcanza su expresión terminal cuando el termómetro religioso se sitúa por debajo de cero; es decir, cuando la conciencia queda aislada de la realidad objetiva, hostigada por el despotismo político, y se resigna a un ámbito de «autonomía subjetiva». Así, con la conciencia enclaustrada, los pueblos languidecen y se paralizan; y todos sus esfuerzos por salir del marasmo mediante soluciones «políticas» son tan estériles como arar en el mar. «Una sola cosa puede evitar la catástrofe —anunciaba el profético Donoso Cortés—; una y nada más: eso no se evita con dar más libertad, más garantías, nuevas constituciones; eso se evita procurando todos, hasta donde nuestras fuerzas alcancen, provocar una solución saludable, religiosa. Ahora bien, señores: ¿es posible esta reacción? Posible lo es; pero, ¿es probable? Señores, aquí hablo con la más profunda tristeza; no la creo probable. Y he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, señores, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido». Yo tampoco, Donoso, yo tampoco.

La labor «mejor » pagada del mundo

Carmina García-Valdés

Hay muchas formas de recibir una recompensa, una gratificación por un trabajo realizado, pero no todas tienen el mismo valor. Algunos trabajos no están suficientemente remunerados, si hablamos en términos económicos, claro está. Pero hay una labor que no tiene precio, ni sueldo, ni remuneración material alguna, y es la del colaborador o voluntario en una entidad sin ánimo de lucro.

Ser voluntario significa dar parte de tu tiempo, de tus energías, de tu entusiasmo, por ayudar en una misión solidaria. Es el elemento más valioso para cualquier entidad, y el más necesario también. Sin voluntarios, ninguna fundación o asociación podría realmente llegar a cumplir sus objetivos de atención, asistencia, educación, formación, alimentación, etc. a una población determinada. Los voluntarios son los que, en la medida de sus posibilidades, su capacidad y su disponibilidad, conforman la verdadera trama humana necesaria para llegar a personas y lugares imposibles muchas veces.
En la Fundación REDMADRE contamos con esa valiosa aportación que es el voluntariado.

Nuestros voluntarios vienen de distintos ámbitos sociales, tienen distintas edades, desde los 18 hasta los 89 años, algunos están jubilados, otros estudian, otros trabajan. Pero todos tienen algo en común: quieren compartir su tiempo con nosotros para llegar a ayudar a muchas más embarazadas y madres en dificultades, ofreciéndoles de forma desinteresada su cariño, su atención, su ayuda.
Las tareas concretas de los voluntarios son todas igual de importantes, igual de necesarias, y van desde la atención directa a las embarazadas con dificultades, hasta el trabajo en la oficina atendiendo el teléfono, ordenando el almacén de enseres, o llevando en su coche a una embarazada al médico o recogiendo enseres donados para entregarlos a las madres que los necesitan, o acompañando durante el embarazo y hasta el parto a una mujer que nos ha pedido ayuda.
Aquí todos tienen algo que hacer, incluso desde el puesto de trabajo o el hogar.

Hay voluntarios que nos resuelven dudas legales, o nos confeccionan un logotipo, o nos buscan en Internet documentos sobre la maternidad y las leyes… Por supuesto, también son voluntarios muy valiosos los médicos que nos atienden, con todo el cariño del mundo, a una embarazada en apuros, haciéndole una ecografía de urgencia incluso en festivo o fuera de su horario laboral.

Es impagable toda esta ayuda, no hay dinero en el mundo capaz de compensar esta maravillosa labor que, por pequeña que parezca, supone colaborar en el nacimiento y crianza de un nuevo ser… y eso no tiene precio, o tiene el mayor precio del mundo.
Ellos, nuestros voluntarios, nos dicen que la mejor recompensa a su labor consiste en poder tomar en sus brazos al bebé recién nacido de una madre a la que han acompañado o ayudado; o simplemente ver sonreír a una mujer cuando, tras conversar con ella, ha visto claro que la mejor decisión para ella es seguir adelante con su embarazo.

La expresión, “recibo más que doy”, es lo que más escuchamos de nuestros magníficos voluntarios. Quizás ésta sea la labor “mejor” pagada del mundo, porque no se trata de dinero lo que reciben los voluntarios, sino más amor y más afecto del que podrían soñar. Desde estas líneas quiero, en nombre de toda REDMADRE en España, dar las gracias a los cientos de voluntarios que cada día nos ayudan a ayudar a las embarazadas y madres en dificultades. Sin ellos no sería posible haber llegado a atender a más de 9.600 mujeres que solicitaron nuestra ayuda en su embarazo y maternidad en estos primeros cuatro años de trabajo.