martes, 24 de enero de 2017

La hora de la Familia: El Concilio Vaticano II / Por Ronald Rivera



La hora de la Familia: El Concilio Vaticano II

            Cuando hablamos de la atención que tomó el Concilio Vaticano II al tema de la familia, vale recordar el papel importante que realizó el obispo Pietro Fiordelli, Italia, quien en los debates de la constitución dogmática sobre la Iglesia, promovió intensamente retomar la concepción de familia enseñada por los Santos Padres.

            El obispo Fiordelli sostenía que la Iglesia universal está formada por un enorme número de Iglesias particulares o diócesis, pero que la diócesis no es la última subdivisión de la misma. Las familias cristianas, decía, deben concebirse como "Iglesias en miniatura". En prueba de la antiguedad de esta enseñanza, citaba los textos de San Juan Crisóstomo y San Agustín que ya conocemos. Y concluía: "Por tanto, siguiendo el ejemplo de los Padres, podemos llamar a la familia cristiana una Iglesia minúscula que expresa el misterio de la unidad de Cristo con la Iglesia" (cf. Ef 5, 32).

            Es interesante señalar que el mismo obispo Fiordelli posteriormente prefirió la expresión pequeña Iglesia más que la de Iglesia doméstica; alegaba: "La idea es buena, pero la expresión, aparentemente paulina, aunque no se cita en Pablo, tenía su peculiar contexto histórico que es completamente diferente del tratamiento del matrimonio que se discute aquí. Por tanto, en lugar de Iglesia doméstica deberíamos decir pequeña Iglesia, como hacen los Padres". Esta preferencia del obispo Fiordelli por el término pequeña Iglesia se basaba también en San Juan Crisóstomo, quien en varios lugares asocia la casa familiar (oikia) con la pequeña Iglesia (ekklesia mikra). Sin embargo, el Concilio acabó decidiéndose por Iglesia doméstica.

            El Concilio Vaticano II hace tal apreciación tras haber estudiado la familia en íntima vinculación con el matrimonio "que es imagen y participción de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia" (Ef 5, 32). Y recordando que la familia cristiana "manifiesta a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros". Como conclusión de todo el número dedicado a la santidad de la familia y el matrimonio, la Constitución Gaudium et Spes (GS) presenta a la familia como "testimonio viviente de Cristo y de la Iglesia, el amor de Cristo hacia los hombres y de la verdadera naturaleza de la Iglesia, que es comunidad de caridad de todos los hijos de Dios".

            La idea de que la familia es una Iglesia doméstica es afirmada por el Concilio también en el decreto sobre el laicado: "La familia ha recibido directamente de Dios la misión de ser célula primera y vital de la sociedad. Cumplirá esta misión si,`por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios, se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia". La palabra "santuario" connota aquí un lugar dedicado a la oración y el amor. Está claro que el Concilio se inspira en el magisterio ordinario de papas recientes (para el momento del Concilio), especialmente en la Casti Connubii (CC) y en numerosas alocuciones de Pío XII y en la encíclica Mater et Magistra,  de San Juan XXIII.

            Esta eclesialidad da a la familia una naturaleza llena de esperanza. La esperanza aunque corresponde a la familia como algo intrínsico ontológico, al mismo tiempo que dinámico y existencial, debe entenderse en un sentido análogo respecto a la Iglesia universal y local, que a su vez junto a todos los bautizados, forman el cuerpo Místico de Jesucristo.

            Profundizando en el contenido de las afirmaciones del Génesis acerca de la creación del hombre, la constitución Gaudium et Spes llega a nuevas conclusiones sobre lo que significa la familia dentro del designio creador de Dios. El Concilio deduce del hecho de la creación del hombre la paternidad divina, extendida a todos los hombres considerados como una gran familia, la familia de Dios. Consiguientemente, la estructura familiar es esencial en la sociedad y se encuentra en ella desde los orígenes. La fraternidad de todos los hombres, como miembros de una sola y verdadera familia, no es una consideración utópica sino una realidad fundamental del ser humano. Toda familia humana posee siempre un carácter prototípico, ejemplar, que le confiere su grandeza y dignidad. Se podría decir que las familias humanas, concretas y singulares, son como un "sacramento natural" a través del cual Dios sigue revelando y realizando su designio creador.

            Podemos sintetizar la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la familia en estos puntos:

  1. El fundamento eclesial de la familia son los sacramentos del bautismo y del matrimonio;
  2. La familia entera es sacramental, en cuanto se convierte en signo y participación manifestativos del amor de Cristo a su Iglesia, y de las notas propias de este amor: unidad, fidelidad, fecundidad, esperanza...;
  3. La Iglesia doméstica es porción fundamental y "sacramento" de la Iglesia universal, en cuanto participa de su misterio y su misión;
  4. Esta eclesialidad de la familia se manifiesta privilegiadamente en la oración familiar (santuario doméstico), la caridad, la hospitalidad, la fecundidad, la educación cristiana de los hijos, el ser portadora de esperanza y el apostolado.
            El mismo año (1962) en que el obispo Fiordelli hablaba por primera vez de la familia como Iglesia doméstica, el teólogo ortodoxo, establecido en París, Paul Evdokimov contiene referencias patrísticas adicionales y se concentra en la relación entre marido y mujer más concretamente en la familia y en la interacción de los padre con sus hijos. Las dos aportaciones se complementan mutuamente de forma eficaz y muestran una feliz simbiosis de la teología oriental y occidental.


            Después el Concilio, la expresión Iglesia doméstica continúa usándose con frecuencia en fidelidad a la enseñanza conciliar. Cabe subrayar aquí la exhortación apostólica post-sinodal Familiaris Consortio (FC), del Papa San Juan Pablo II, que recoge el trabajo del Sínodo de 1980 sobre la vida familiar y se inspira en lo dicho por el Concilio Vaticano II.

miércoles, 18 de enero de 2017

"Convierte tu hogar en una Iglesia", Apuntes desde la enseñanza patrística / Por Ronald Rivera



"Convierte tu hogar en una Iglesia",
 Apuntes desde la enseñanza patrística

            "Convierte tu hogar en una Iglesia", les pedía San Juan Crisóstomo a los padres de familia, en sus homilías y comentarios al Evangelio, ¿Cómo? En primer lugar, mediante la oración, la lectura, la explicación y la aplicación de la Palabra de Dios, relacionada ésta con el Banquete Eucarístico; los invitaba también a orar en torno a la mesa familiar. La participación de los fieles en las catequesis de su pastor debía ser mucho más espontánea en aquellos tiempos, puesto que oímos a San Juan Crisóstomo dirigiéndose a los fieles en estos términos: "Cuando ayer os dije: Que cada uno de ustedes convierta su casa en una Iglesia, aclaman a grandes voces y dan signos del placer con que aquellas palabras les inundaron".

            Fue así como surgió el concepto de Iglesia doméstica, a raíz del recuerdo de la primitiva experiencia cristiana que San Juan Crisóstomo recogió en sus enseñanzas, que invitaban constantemente a la vida de oración.

            Pero no bastaba la oración. San Juan Crisóstomo hace referencia también al buen ejemplo, al buen gobierno de la propia casa ("si administramos así nuestras casas, nos hacemos capaces de dirigir la Iglesia, porque en el hogar es una pequeña Iglesia"), y sobre todo a la caridad con los pobres, como señal privilegiada de eclesialidad: "de este modo, nuestra casa que antes parecía un teatro se convertirá en una Iglesia". Y, en coherencia con su constante enseñanza sobre la relevancia del servicio a los pobres y su vinculación con la eucaristía, insistía en que la Iglesia doméstica debía hacer gala de esa caridad.

            Relacionaba estrechamente a la familia con la Iglesia local, poniendo de relieve que aquella es expresión de ésta, por la oración, la Palabra, la Eucaristía, los servicios o ministerios y las relaciones comunitarias fraternas. En otras palabras, estos aspectos, que como manifestaciones esenciales del ser del Reino, constituyen la misión y la esencia de la "Iglesia grande", al ser vivenciados en el hogar lo convierten en Iglesia doméstica.

            En la misma línea iba el pensamiento de San Agustín: "Te imploro, por Aquél de quien has recibido este don, que tú y tu Iglesia doméstica se acuerden de incluirme también en sus oraciones". Pero llegaba aun más lejos al comparar el ministerio de los padres de familia y el ministerio de los obispos, aspecto de enorme riqueza teológica y catequética: San Agustín invita a los padres a hacer en el hogar las veces del obispo, que se llama así (obispo) precisamente por ejercer en su Iglesia el mismo cuidado de supervisión que los padres deben ejercer en sus casas".

            Tan arraigada estaba en los Padres de la Iglesia primitiva la concepción de la familia como una pequeña Iglesia doméstica, que no dudaron en atribuir a los esposos una especie de "profesión" en la Iglesia, un "oficio" o un "grado", expresiones todas que suelen reservarse a los ministerios sagrados. Para mayor asombro nuestro convendría recordar que San Gregorio Magno llegó a distinguir entre los "órdenes" de la Iglesia a los pastores o predicadores, a los continentes y a los casados.


            Lamentablemente, tan rica reflexión no fue más allá de la era patrística. Después de ella notamos un relativo vacío en el pensamiento y en la pastoral de la familia comprendida como Iglesia doméstica. Habría que esperar al concilio Vaticano II para que se pusiera de nuevo en actualidad.

Ronald Rivera

La Familia, "Comunidad de Esperanza" Desde la doctrina bíblica / Por Ronald Rivera




La Familia, "Comunidad de Esperanza"
Desde la doctrina bíblica

            En nuestros días, vemos el resultado de grandes cambios desde la gran familia patriarcal a la familia en la que los esposos son compañeros. Un resultado donde se han ido fortaleciendo el carácter personal sobre las funciones culturales del pasado. Este cambio sociológico nos enseña que no es lícito desarrollar una imagen bíblica de la familia sin salvar las diferencias culturales y de época de la misma. A esto se añade que la Escritura habla más bien de clan, tribu y matrimonio que de familia. La teología de la familia como comunidad de esperanza habrá de partir de la doctrina bíblica sobre el matrimonio y la comunidad.

            La familia sana fomenta las categorías originarias del amor: en el amor entre los padres; en el amor de los padres al hijo, ese inclinarse creador, protector, desinteresado, comprensivo; en el amor de los hijos a los padres, esa confianza que lo espera todo y que sin preguntar nada se sabe dependiente y segura; en el amor entre hermanos, la solidaridad originaria y abandonada del convivir, que conserva la personalidad de cada uno de los integrantes (cfr. Holzherr, Myterium Salutis, tomo II, pág 597).

            La familia, sin lugar a dudas, estaba presente el proyecto original, cuando Dios creó el cielo y la tierra. Dios deseaba que el hombre viviera en un jardín, un edén o paraíso (Gn 2, 5-9). Y durante siglos fue preparando la tierra, para entregarla al cuidado y en provecho del hombre (Gn 2, 15). Y cuando Él lo dispuso mostró todo su arte en la pareja humana. Para el hombre y la mujer eran todas las cosas. Por eso el día en que tomó barro entre sus dedos para modelar la figura humana, Dios dejó fluir todo su amor y todas sus emociones. La pareja humana es la obra de arte más hermosa del Padre Dios (cfr. Gn 2, 18-25).

            En la pareja humana Dios fundó la familia como comunidad de esperanza para toda su creación… 

En una familia estaba ya establecido, en la libertad de Dios, que nacería la salvación para todo lo creado. Nacería el niño Jesús, el niño Dios.

Podemos señalar a lo largo del Antiguo Testamento cinco características de esta Comunidad de Esperanza:

Belleza. La belleza es una cualidad de Dios presente en la familia. Se presenta en el Cantar de los Cantares 8, 11: “Salomón tenía una viña en Baal hamón”. La viña podemos tomarla como imagen de la familia en su unión esponsal, que desde su dimensión escatológica se traduce en el amor de la Iglesia con su creador. Una familia cuya belleza deja enamorado al Creador… La viña no existía: La ha plantado Él en terreno propicio. Ésta es una constante del género: cuando en vez de viña se diga ciudad, se dirá la “ha construido Él”. A la vez autor y enamorado.

            En el Cantar de los Cantares la amada es una viña o huerto, y Él es invitado a comer de sus frutos exquisitos (Ct 4, 16). Es huerto protegido por una tapia y cerrado; su riego está asegurado por un pozo central… La belleza de la familia parte del amor humano entre un hombre y una mujer, que desean unir sus fuerzas para formar una Iglesia doméstica. La belleza es para la contemplación… una contemplación como búsqueda y disfrute de la revelación del amor.

            Unidad. La unicidad en la diversidad es otro aspecto que encontramos en Dios y está presente en la familia. A pesar que nuestra familia está integrada por varias personas distintas todos juntos conformamos una sola identidad que hace que mis padres, hermanos, esposa o esposo e hijos, levantemos un sólo árbol genealógico, que se mantiene vivo por lazos muy fuertes de amor. Así podemos leerlo en Lv 18, donde la legislación del pueblo escogido tiene presente esa “gran familia”. Como unidad social, la familia cuenta en el censo y puede ser responsable en bloque (Nm 16; Jos 7). La familia en unidad es receptora del lote o heredad (para las Sagradas Escritura este lote está representado en la tierra ocupada). Es la unidad familiar la que garantiza la transmisión del nombre (identidad del grupo) y a veces el oficio. La familia es la unidad cúltica de la fiesta de Pascua.

            Maestría. Es propio de la familia el papel de “maestra”. Especialmente en relación con la educación de los hijos, como lo podemos leer en Proverbio 1, 8: “Hijo mío, escucha la corrección de tu padre, no rechaces las instrucciones de tu madre”. La corrección que recibimos en la familia es faro que nos guiará siempre en momentos de oscuridad: “Hijo mío, guarda los consejos de tu padre, no rechaces las instrucciones de tu madre. Llévalos siempre atados en el corazón y cuélgatelos al cuello: cuando camines, te guiarán, cuando descanses, te guardarán; cuando despiertes, te hablarán” (Prov 6, 20-23).

            Fidelidad.  Es la voluntad del amor de Dios que su familia le sea fiel. La familia de Dios está representada en Jerusalén, su pueblo amado. Pero la historia de salvación está llena de infidelidades y manchas producto del pecado… Pero la fidelidad siempre se manifiesta en el amor de Dios, que sale a la búsqueda de su pueblo para extender su mano misericordiosa… Dios que es amor nos pide que como familia oremos juntos para no caer en la idolatría o prostitución con falsos dioses, y mantenernos siempre en Él. Recordemos el texto de Oseas 2, 16-18: “Por tanto, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón… Allí me responderá como en su juventud, como cuando salió de Egipto. Aquel día me llamarás esposo mío, ya no me llamarás ídolo mío.”

            Fecundidad. Dios nos ha llamado a ser fecundos y no estériles. La familia debe ser sinónimo de vida y esta debe ser abundante y de calidad. Nuestra familia es “Comunidad de Esperanza” en cuanto sea capaz de brindar vida en los espacios en que se promueve la muerte, como por ejemplo el aborto o las guerras. Para el Antiguo Testamento  la felicidad en la familia se amplía por la mayor cantidad posible de hijos (Gen 24, 60; Sal 127). El prestigio de la madre crece con el número de sus hijos. Tener fecundidad para el antiguo Israel es tener la bendición de Dios.

            Dios por tanto bendice el engendrar y dar a luz como actos, la maternidad y paternidad como estado. Dios bendice el nacimiento de cada niño. El tema de la maternidad domina la escena del Antiguo Testamento. A pesar de la primacía de los textos al varón, es llamativo que el papel de las figuras femeninas destaquen tan imperiosamente, como el grito triunfal de Eva, las hijas de Lot, Sara, Rebeca, Lía y Raquel, Tamar, Ana, Noemí y Rut, la hija de Jefté.

            La madre, de ordinario, de ordinario representada por Jerusalén, cobra más relieve. Hay que escuchar el gozo de la maternidad sobre el fondo de la tragedia, que puede ser esterilidad o dar a luz en vano o perder los hijos: Jr 31; Is 49; Bar 4. Se pueden añadir “las preñadas y paridas” de Jr 31, el parto anunciado en Miq 5, el parto prodigioso de la tierra madre en Is 26, de Jerusalén en Is 66.

            La expresión de la familia como “Comunidad de Esperanza”, en el Nuevo Testamento, tiene su máxima representación en la propia familia de Jesús, en el hogar santo de Nazaret.

Jesús y la familia

            La familia judía tenía una importancia decisiva en la vida religiosa del pueblo y constituía el lugar de verificación de su propia identidad. A ella estaban unidos la alianza, el sacrificio, la circuncisión, las bendiciones divinas, y sobre todo la pascua. En tiempos de Jesús, la familia seguía siendo el lugar de las principales manifestaciones del culto judío: la pascua se celebraba en el templo y en Jerusalén, pero también en familia, como memoria de la liberación de la esclavitud de Egipto; las comidas sobre todo las del sábado, mantenían su carácter religioso y sagrado, de agradecimiento a Dios creador por sus dones, y de fraternidad; la misma oración de la mañana y de la tarde era un elemento esencial del culto familiar que así confesaba su fe en Dios y pedía perdón de sus pecados; también los diversos ritos domésticos, como el encendido de la lámpara de la tarde, o la celebración de los momentos claves de la vida (esponsales, matrimonio) y las costumbres familiares que acompañaban a las grandes fiestas (tabernáculos, año nuevo, expiación…). En esa rica tradición familiar se nutrió Jesús, quien, lejos de rechazar esos ritos familiares judíos, los asumió y los purificó de formalismos y convencionalismos circunstanciales, abriéndoles a un horizonte mayor.

La familia en la experiencia personal de Jesús

            La experiencia personal de Jesús parte de los años vividos en el hogar de Nazaret, junto a sus padres, María y José. Allí experimentó personalmente lo que significa la familia humana, vivida intensamente como taller de hombres, como escuela de valores y como hogar. Esta experiencia vivencial se iría enriqueciendo desde la perspectiva de la misión y el servicio al Reino de Dios. Todo lo que Jesús enseña lo vive en persona. Su misión es “preocuparse de las cosas del Padre” (Lc 2, 49). En Caná reprocha a su propia Madre al plantearle un problema, aparentemente, al margen de los intereses del Reino (Jn 2). Enseña que su familia de carne y sangre ha sido superada por una familia mayor: “¿Quienes son mi padre y mi madre, mis hermanos?” (Mt 12, 46). A quien felicita a María por ser madre, “Bienaventurados los pechos que te alimentaron”, le responde: “No, bienaventurados más bien aquellos que escuchan la palabra y la practican” (Lc 11, 27-28). Advierte que muchas veces la fidelidad al Reino generará conflictos en el seno familiar: “Yo vine a separar al hijo del padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra”, lo que significa a veces, los enemigos del discípulo serán sus propios parientes (Mt 10, 35-36).

La familia en la acción ministerial de Jesús

            Jesús cumplía los ritos de purificación en familia. Subía al templo a celebrar la Pascua pero también celebraba en familia. Aceptaba invitaciones a comer en diversas viviendas familiares. Muchas de sus predicaciones, bendiciones y curaciones fueron realizadas en el marco de un hogar, de una familia. Por ejemplo el primer milagro en Caná, el llamado a la conversión de Zaqueo, la amistad con la familia de su amigo Lázaro, la predicación en casa de un fariseo cuando critica la exterioridad y anuncia el Reino y, finalmente, la cena de la nueva Pascua en víspera de su Pasión. En todas partes aparece, de una forma u otra, el contexto familiar.

La familia en la predicación de Jesús

            La enseñanza de Jesús sobre la familia se situaba casi siempre en la perspectiva del Reino.

            El Reino-Reinado de Dios tiene sus exigencias: lo acogen quienes reconocen a Dios como padre y quieren sentirse hermanos de todas las criaturas en la perspectiva de una gran familia. Es obvio que, en la perspectiva de ese reino, la familia tiene una tarea:  ya no vale el “me casé, déjame ir a…” (Lc 14, 20). La familia ha de entender que su vocación la supera y trasciende, que su realidad no puede encerrarse entre las cuatro paredes e una casa. Hay que dejar que los “muertos entierren a sus muertos” (Lc 9, 59), pues los valores e intereses del Reino priman muchas veces sobre los exclusivamente familiares. Hay que amar a Cristo más que al hermano, a la esposa, al esposo (Mt 10, 37-39). La pasión por el Reino desborda el amor familiar, que aunque válido e importante no es suficiente, pues debe trascenderse a sí mismo de cara al Reino que Cristo quiere instaurar.

            Si se vive el matrimonio como sacramento, la familia se convierte en un templo, y lo que pasa entre marido y mujer es obra también del Espíritu de Jesús.

            Jesús no desprecia la familia, al contrario, la valora mucho y la supone como base para la formación de una familia más grande. El reino que Él trae es un proyecto universal donde la familia está presente en esa misma dinámica salvadora.

Jesús ve en la familia una “Comunidad de Esperanza”

            Desde la perspectiva de la misión de Jesús, el proyecto de la familia cristiana, como el de toda la Iglesia, es construir la unidad, hacer la comunión, “reunir a los hijos dispersos”; pero la familia debe realizar esa misión desde su peculiaridad, básicamente, a través del amor recíproco que sacramentaliza una “Comunidad de Esperanza” dinamizada por el amor de Dios. Por eso cada familia en esta tierra tiene una belleza original. En cada familia habita el mismo Dios, como en el más hermoso templo. A cada familia Dios la ama intensamente. Él es el Padre de todos y de cada uno de los que formamos la humanidad, es decir, la familia de Dios.

            ¿La Esperanza qué  nos ofrece?

            Que vivamos en una tierra llena de colores y armonía. Que vivamos en el amor de unos con otros (Mc, 12, 31). Que experimentemos todos los días que Dios nos ama como a hijos, que nos cuida más que a los pájaros y que nos viste más hermosamente que a las flores; que nos conoce tanto que hasta los cabellos de la cabeza Él nos ha contado y que Él nos escucha hasta en el silencio de nuestra habitación sin necesidad de llenarle los oídos con palabras (Lc 12, 24-28). Dios nos creó para que llegáramos a ser como Él y amar como se ama la Santa Trinidad.

            Poder decir “Padre” a Dios nos hace parte de su familia, es algo emocionante (Cfr. Mt 6, 9). Nos hace vivir de un modo nuevo nuestra relación con Él. Nos hace poner en Él nuestros sueños y proyectos, sin temores ni recelos. A nuestro Dios simplemente le entregamos la vida entera, cada día y cada hora. Somos sus hijos. Él es nuestro Padre. Y los hombres son nuestros hermanos. Todos juntos una misma familia, Comunidad de Esperanza.

Para la reflexión:


¿Cuáles son los signos de esperanza que tú percibes en el mundo?

Ronald Rivera

La familia como teología de esperanzas cotidianas / Por Ronald Rivera



La familia como teología de esperanzas cotidianas

La esperanza ¡qué palabra! inmediatamente se nos dibujan a la mente sueños y deseos, hermosos y profundos, del presente y del futuro. Y si la unimos a la palabra "familia" toma una dimensión más sensible y significativa, debido a la vinculación de dos términos profundamente antropológicos, es decir, propios de la persona humana.

La esperanza y la familia no sólo evocan deseos hermosos y profundos, también nos hacen recordar tristezas y amarguras que todos hemos padecido, porque el dolor también forma parte de nuestra humanidad, y toda ella, con sus tristezas y gozos, debe verse en una unidad que podemos identificar como: nuestra realidad vital.

La realidad vital es "teología", en cuanto asumimos una interpretación (hermenéutica) de nuestra cotidianidad (con sus luces y sombras) a la luz de Dios, a través de su Palabra, de los Santos Padres y la enseñanza de la Iglesia, para dar un sentido a nuestra existencia.

Para unos, la esperanza es lo máximo. Otros no logran entender por qué la esperanza es tan importante. Y hay quienes han perdido sus esperanzas y se sienten derrotados, como los discípulos de Jesús después que le crucificaron al Maestro.

Dos de ellos iban tristes y cabizbajos, camino de Emaús. De pronto se les unió un caminante. Él les preguntó qué les pasaba. Y ellos, extrañados, le contaron su dolor: hace tres días en Jerusalén habían crucificado a su Señor y con Él habían enterrado sus esperanzas. Al sentarse a la mesa, en el pueblo de Emaús, el caminante bendijo el pan. Entonces a los discípulos se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que era Jesús quien estaba con ellos. El Señor desapareció de su mirada y ellos reconocieron mutuamente que el "corazón les había ardido de gozo" mientras Él les explicaba las Escrituras por el camino (cfr. Lc 24, 29).

Así es la esperanza. Y así la vivimos dentro de nuestra familia, brota en los momentos más difíciles gracias a una presencia inesperada de Jesús que no siempre sabemos reconocer. Estos dos discípulos veían todo negro. Habían puesto su confianza en el Señor y Él había terminado en una cruz. ¿Qué podían esperar de la vida? Pero, de pronto, una presencia, un gesto, una palabra... y volvió a sonreír el corazón de estos cristianos desconsolados.

De hecho nuestra familia está llena de pequeñas y grandes esperanzas. A veces esperamos una noticia y estamos impacientes hasta que nos enteramos. Otras veces, esperamos a un hijo, a una hermana, y preparamos lentamente el corazón para el encuentro. La familia se comprende desde momentos de esperanzas. La fotografía de la madre encinta. Su sola silueta nos habla de esperanza y lo decimos tan sencillamente: "ella está esperando"... Y es verdad. Notamos la presencia del niño que va a nacer aunque no veamos su rostro (cfr. Lc 1, 30-33).

Podemos afirmar que nadie puede vivir sin esperanza. Basta recordar cuando niños queríamos ser bomberos, profesores, constructores, militares... O simplemente queríamos ser como el papá y la mamá. Luego a medida que vamos creciendo tenemos la esperanza de tener un amigo del alma, y de ser comprendido, querido, acariciado, estimulado... Enfrentamos el hecho de nuestra propia existencia: Uno desea ser un técnico calificado, el otro quiere entrar en la Universidad. Todos queremos tener trabajo, y que sea decente y digno para mantener una familia.

Los novios sueñan con casarse y tener la casa propia. Los matrimonios sueñan con prolongarse a través de sus hijos... Y de allí que las esperanzas se confunden con los anhelos, con los sueños, con los deseos más profundos... Pero cuando llega la cuota de dolor, entonces no comprendemos... ¿Qué pasó? Nos falta entonces agregar la esperanza más profunda, la de aprender a amar. Es realizarme en el servicio a Dios y a mis hermanos dándole un sentido a nuestro pesar. Dar lo mejor de mí esperando sólo en el amor de Dios... y empezar a mirar la vida con la mirada que brota de la Fe.

Para la Reflexión:

¿Cuáles son tus esperanzas cotidianas?

Ronald Rivera

domingo, 1 de enero de 2017

¿Cómo construir un buen 2017 en Venezuela? Te lo cuento / Por Ronald Rivera



Venezuela, mujer y madre - Introducción 

Siempre he pensado en la figura de la "Patria" como análoga a la de una "madre". Venezuela es femenina y es como la madre que se mantiene firme para que sus hijos asuman sus responsabilidades y así crezcan.

Si Venezuela por un momento tomara forma humana sufriría al ver las penurias, el deterioro, los robos, la violencia, la inconsciencia que ocurre entre sus hijos. Siendo amorosa, nos consolaría. Siendo sabia, nos diría que somos nosotros los que tenemos que hacer nuestras tareas, para aprender, rectificar y resolver los problemas que nos hemos creado en forma colectiva.

Es de suma urgencia, como tarea de este nuevo año 2017, asumir la realidad, que nos sumerge en el día a día, para empezar a transformar nuestra ruta de vida. Para ello afirmo que debemos ser fieles a la Esperanza.

¿Porqué fieles a la Esperanza?

Porque como nos recuerda Santa Teresa de Ávila: "Todo pasa". Podemos ver el ejemplo de otras naciones que se han levantado de guerras y catástrofes de todo tipo; nosotros también lo haremos. Y estamos empujados, por la misma realidad, a esa transformación... aunque no lo veamos ahora.

Nos levantaremos. En cada desierto, selva, nieve, playa, montaña y ciudad de Venezuela habrá progreso y rectificación en todos los planos. Aunque nos pueda parecer eterno el proceso, confiemos en que el bien siempre triunfa... Pero antes debemos poner manos a la obra.

¿Qué hacer?

El primer paso es no ser indiferente de la necesidad de la persona que está a mi lado, mi vecino, mi compañero de trabajo o de estudio, entre otros miles... Duele que haya niños y ancianos sin comida y sin medicinas; duele tantas muertes y crisis. Precisamente por ese dolor no nos podemos quedar pasivos. No es fácil, pero la tarea no es mayor que la capacidad para quien mantiene la Fe.

Cuando estamos en contacto con tanto dolor y tanto miedo, tenemos que reforzar el cuidado de nuestra alma, aumentar nuestras fuerzas, aplicar y enseñar maneras de mantenernos fuertes emocional, mental y espiritualmente. Somos humanos y podemos decaer, pero esos desánimos son cortos cuando tenemos la convicción de que todo tiene un sentido y que el amor de Dios es nuestra fuerza.

El primer paso es crear tu entorno 

Lo primero que debe hacer una persona para crear su realidad es enfocarse de forma positiva, a pesar de las situaciones negativas del entorno: No hay que pensarlo mucho, porque el miedo te puede paralizar. Desde un aspecto teologal, la reflexión debe ir acompañada de la oración y una interpelación con el Evangelio (confrontar nuestra vida con los actos y palabras de Jesús)

Cuando se toma la decisión, en firme, de ser mejor ciudadano y de querer ayudar a los demás, comienzan a llegar las oportunidades... Estas deben programarse en hechos concretos durante el transcurso del día, y recomiendo plasmar la idea en un papel dejando a un lado la vergüenza y emprender mi nuevos propósitos (que son en sí nuevos actos).

Es muy importante la creatividad propia, es decir mi propia huella, eso hará que mis acciones y propósitos comulguen con mi forma de pensar y creer. Hay que atreverse a hacer lo que lo demás no hacen. Hay que saber observar mi entorno, juzgar cómo he venido viviendo en medio de él y decidir actuar de la forma más ingeniosa para hacerlo más humano, más caritativo y más vivible.
Es verdad que en Venezuela hay una situación económica complicada, y que en gran parte no podemos cambiar esa realidad "general", pero con mis pequeños actos ocasiono grietas para una nueva situación. Los problemas generan grandes oportunidades.
Un segundo paso dentro de este mismo aspecto es adquirir el conocimiento necesario para "emprender" en medio de un problema grave. En el país hay un cementerio de ideas de jóvenes que no están bien enfocadas por la falta de conocimiento, y todo conocimiento debe germinar en una salud espiritual. Es necesario creer para crear.
Al comenzar estos pasos, nuestra vida se proyecta como un "emprendimiento social" para lo humano. Pronto las personas se adaptan a la realidad, demuestran que no solamente es tener las ganas, sino tener mucha creatividad para ofrecer lo que las personas, y lo que el país,  necesitan.
Posibles cinco escenarios económicos-políticos en Venezuela 2017 


1) Negociación: una eventual aceptación del Gobierno a cambiar sus políticas económicas significaría evolucionar hacia un escenario de Negociación gobierno-empresa para rescatar la producción, el bienestar socioeconómico y la legitimidad de gestión del Ejecutivo. Pero esto no es, al menos todavía, lo que el Gobierno está haciendo, a pesar del deterioro de su nivel de aprobación de gestión, ni los sectores de oposición tienen la articulación y la fuerza suficiente como para imponérselo.
2) Deterioro Continuado: el Gobierno está manteniendo la esperanza de que suban los precios petroleros, conseguir préstamos o desarrollar rápidamente el Arco Minero como fuentes de renta y de allí recuperar la holgura para mantener las políticas económicas que generan la crisis. Este sería el Escenario de Deterioro Continuado en el que el país casi siempre se ha ubicado desde 1974 y en el que continuamos, aunque con visos de estar derivando hacia el siguiente escenario.
3) Deterioro Acelerado o Anarquía: el escenario de Deterioro Continuado se puede agravar si el Gobierno no negocia ni consigue fuentes de ingreso adicionales ni tampoco se topa con una oposición cohesionada capaz de removerlo del poder. Este escenario sería el de Deterioro Acelerado o Anarquía.
4) Escenario de Represión: si el deterioro continua o se acelera y surge una fuerte oposición que amenace la estabilidad del grupo de poder, este último puede recurrir al sector militar en búsqueda de apoyo por vía de la represión.

5) Escenario de Salida: si el sector militar no estuviese dispuesto a servir de punta de lanza y asumir las responsabilidades de la represión, se puede voltear la suerte del Gobierno en dos vías: los militares condicionan su apoyo al Gobierno a que este último negocie con los sectores empresariales las políticas económicas a aplicar para recuperar el abastecimiento y bajar la protesta —regreso al Escenario de Negociación— o los militares se pueden voltear contra el Gobierno y pedirle la renuncia para evitarse ellos tener que pagar el costo de los crímenes de lesa humanidad que significa reprimir para controlar al pueblo en la calle. Este sería el Escenario de Salida del equipo gobernante, muy parecido en su evolución a la renuncia del presidente Chávez en abril de 2002.

Como Católicos ¿Qué debemos exigir? 

Como Católicos exigimos:

1. Que las autoridades permitan a los venezolanos a ejercer su derecho al voto para resolver la crisis política actual.

2. Que se preste atención al mensaje (de fin de año) del Cardenal Urosa cuando dice que "Venezuela vive una situación real de dictadura debido al bloqueo que los poderes públicos, en particular el Gobierno y el TSJ, le han venido aplicando en este año (2016) a la Asamblea Nacional." Mensaje que será leído en los Templos el 1 enero 2017.

3. Que se haga justicia a los responsables de condenar a tantos venezolanos a comer restos de la basura. Debe aplicarse la justicia para condenar a los culpables del hambre en Venezuela.

4. Evitar la violencia social tras la fatigosa y exagerada publicidad ideológica del gobierno venezolano.

5. Solucionar el problema de Salud Pública y Asistencial. Debe aplicarse la justicia para condenar el mal trato del venezolano enfermo, especialmente a los más vulnerables (niños y ancianos).

6. Castigar a los criminales que tienen azotados a los venezolanos.

7. Condenar los abusos criminales por las fuerzas de seguridad del estado, en las llamadas OLP, como por ejemplo la masacre de Barlovento y en Cariaco.

Conclusión


La transformación del país comienza a medida que cambiemos nuestro entorno,  para ello debo conocer mi realidad y desde allí asumir nuevos actos enmarcados en el Evangelio.
La nación venezolana es muy superior a este desgobierno. La historia así lo ha demostrado muchas veces. Y entendemos que el 2017 será el año del rescate del voto, la expresión soberana y constitucional de la voz del ciudadano, que grupos en el poder se empeñará en negar, Pero será inútil, como han sido sus presiones sobre los medios profesionales e independientes para callarnos, como sus empeños en ocultar sus monumentales fracasos, su impericia e ineptitud.
Venezuela como “pueblo que puede”.
Entonces, ¡Bienvenido el 2017!

Ronald Rivera