miércoles, 15 de marzo de 2017

La cruz de los divorciados y vueltos a casar / Ronald Rivera

La cruz de los divorciados y vueltos a casar

            La realidad que vivimos en la Iglesia con nuestros hermanos bautizados que son divorciados y vueltos a casar, en nupcias civiles, debe estar enmarcada en todo momento y bajo cualquier circunstancia con caridad plena y sincera.

            Una de las objeciones clásicas contra la idea de acoger penitencialmente a los divorciados que se han vuelto a casar la fórmula del siguiente modo el cardenal Höffner: “Si los divorciados que se han vuelto a casar fueran admitidos a la comunión, serían reconocidos por la Iglesia como personas que viven en la gracias y el amor de Dios”. Este tipo de afirmaciones es sumamente inquietante, porque sugiere que, según que la Iglesia acepte o rechace en el fuero externo el acceso a los sacramentos, está diciendo acerca de la presencia o la ausencia de la gracia de Dios en cada individuo. Y este intento nos deja como Iglesia al borde de un vacío peligroso de apropiación absoluta de la misericordia de Dios.

            Lo que puedo decirles a los hermanos bautizados que llevan esta cruz que la penitencia, el arrepentimiento y el hambre espiritual, va más allá de nuestras propias infidelidades, la inalterable fidelidad de Dios. Sin dejar de resaltar que la realidad del adulterio sigue presente, y siempre la penitencia más loable es la de vivir como hermanos.

            Son muchos los divorciados y casados de nuevo que comprenden que el sacramento del matrimonio, celebrado con ocasión de su primera unión y con intención de perdurabilidad, no puede ser borrado y repetido en beneficio de una segunda unión. Ello significaría, efectivamente, vaciarlo de su simbolismo y de toda su fuerza sacramental. En cambio, les resulta más difícil percibir que a quienes han fracasado en su compromiso conyugal se les prohíba alimentar penitencialmente y eucarísticamente su vida bautismal. En su condición de creyentes, anhelan que se les reconozca el derecho a participar en los sacramentos más fundamentales de la vida creyente y que estén directamente vinculados a la iniciación cristiana. Sin duda una tarea ardua, donde la santificación a través de la obediencia y adoración Eucarística es el mejor camino para caminar en esta dolorosa situación.


            Lo importante es dejar claro que no hay bautizados de primera y otros de segunda o de tercera. La riqueza de esta Nueva Alianza es talque necesita la diversidad de los grandes momentos de la vida humana para explicitar sus llamamientos. Como ocurre con una sinfonía, donde la totalidad de la armonía proviene de la complementariedad nacida de todas las voces y de todos los instrumentos empleados. El ojo no es la mano, ni el oído es el olfato; y, sin embargo, todos los miembros y sentidos no forman más que un solo cuerpo, decía Pablo en una alegoría perfectamente ideada y cuya significación sacramental resulta evidente (1 Cor 12).



La cruz de los divorciados no casados de nuevo / Ronald Rivera

La cruz de los divorciados no casados de nuevo

            Una realidad cada vez más tangible son aquellas parejas que por distintos motivos se separan y divorcian. En esta realidad hablaremos del cónyuge que ha padecido el divorcio sin contraer nuevas nupcias civiles.

            La invitación de la Iglesia, como madre,  al divorciado que ha padecido del divorcio, que se mantenga en la fidelidad conyugal. Aún cuando es un proceso doloroso, a medida que se va comprendiendo esta nueva realidad, las fuerzas van llegando, algunas del mismo amor de Dios, otras a través del acompañamiento que la Iglesia como madre debe brindar, y otras fuerzas que se van adquiriendo por la propia voluntad. Estas fuerzas deben enfocarse en comprender que una separación no rompe el vínculo conyugal, y menos la responsabilidad adquirida en la educación cristiana de los hijos y diversas responsabilidades de la vida cristiana. Estos hermanos que pasan por la difícil cruz de la separación merecen plena estima y deben poder contar con la sincera solidaridad de los hermanos en la fe.

            El hecho de que, habiendo quedado forzosamente solo, no se deja implicar en un nuevo matrimonio civil, puede convertirse en un precioso testimonio del amor absolutamente fiel a Dios, dado por la gracia del sacramento del matrimonio: su vida serena y fuerte puede sostener y ayudar a los hermanos en la fe tentados a faltar gravemente a su vínculo matrimonial.

            No existen problemas particulares para la admisión a los sacramentos: el haber sencillamente sufrido el divorcio no constituye culpa, significa haber recibido una violencia y una humillación, que hacen más necesario, por parte de la Iglesia, el testimonio de su amor y ayuda hacia estos hijos.

            El cónyuge que ha pedido y obtenido el divorcio sin casarse de nuevo posteriormente, podría recibir de la Iglesia, su madre, la ayuda necesaria, siempre abierto a la posibilidad de una eventual reanudación de la convivencia conyugal, como la superación de distintas tentaciones o lejanía de la comunidad de bautizados.

            La situación de quien ha solicitado el divorcio, aun cuando no se haya casado de nuevo, de por sí hace imposible la recepción de los sacramentos, a no ser que se arrepienta sinceramente y concretamente repare el mal realizado.

            De no poderse reparar la convivencia conyugal, el divorciado debe poner en conocimiento del sacerdote que él, a pesar de haber obtenido el divorcio civil, se considera verdaderamente unido ante Dios por el vínculo matrimonial y que vive separado por motivos moralmente válidos, en especial por la inoportunidad o imposibilidad de una reanudación de la convivencia conyugal.



Convivir con mi hermano, un reto en Familia / Ronald Rivera



Entre hermanos. Conflictos de intereses (Gn 13, 2-18)

            Menos mal que tensiones tan graves como las de Caín y Abel son raras. Sí suelen darse por motivos de raza o de pueblos enfrentados, cuando la envidia y el sentido de inferioridad o de superioridad desencadenan guerras fratricidas.

            Pero nosotros nos movemos ahora en el ámbito de la familia y queremos detenernos en lo que tal vez el caso más frecuente de litigio o de ruptura de la fraternidad y la amistad: los conflictos de intereses. Dos personas están de acuerdo, de se quieren, disfrutan cuando se hablan, van juntas por ahí. De pronto llega la frialdad, el silencio y la desconfianza que terminan en diferencia, litigio y separación. ¿Qué ha sucedido? Vamos a leer una historia bíblica que nos presenta a un tío y un sobrino: Abraham y Lot.

            Abraham es un hombre con suerte. Tenía poco y ahora dispone de rebaños. Se ha convertido en un hombre estimado y respetado. Su sobrino Lot, que era huérfano, le siguió cuando emigró del lejano Oriente hacia Palestina y participó siempre en su trabajo y su suerte. Un día decidió tener rebaños propios y disponer de hombres. Poco a poco, intereses que eran comunes se van haciendo cada vez más divergentes. La Biblia da a entender que la culpa no es fundamentalmente de Abraham, hombre recto y pacífico, ni probablemente de Lot, que respeta mucho a su tío, sino de sus trabajadores, que se pelean mucho. Ya se sabe que los litigios entre pastores suelen ser crueles y dramáticos por un pozo, por un lugar de pasto, por un sendero o por un robo a la manada, imaginario o cierto. El caso es que Abraham y Lot, que habían vivido en magnífica armonía y en prefecta sociedad de intereses, comienzan a distanciarse.

            ¿Qué hará Abraham? Podría insistir en sus derechos, reivindicar su prioridad, hacer que todo se incline bajo el cayado de su mando. En cambio como hombre sabio y comprensivo. Comprende que a un cierto punto no vale la pena defender ciertos derechos con minuciosidad. Hay familias que por haberlo hecho así se han envenenado la sangre por años y años, han gastado grandes sumas de litigios y mientras tanto, los bienes por los que contendían, no han producido fruto alguno. Antes de embarcarse en pleitos por intereses conviene preguntarse: ¿Merecerá la pena? Y algo más importante: ¿Qué hace un cristiano cuando ve que por una parte están unos pocos derechos, no siempre seguros, y por otro la seguridad de perder la paz, el amor, la armonía, el buen humor y la salud? ¿Y qué decir del daño causado al alma y a la fe cuando no conseguimos vivir en paz?

            Abraham dice a Lot: “Evitemos las discordias entre nosotros y entre nuestros pastores, porque somos hermanos. Tienes delante toda la tierra; sepárate de mí; si tú hacia la derecha, yo iré a la izquierda; si tú vas a la izquierda yo iré a la derecha” (Gn 13, 8-9). Abraham deja que Lot elija los mejores pastos. Abraham aceptó renunciar a algunos derechos suyos, pero de hecho sus pastos fueron más duraderos.

            Abraham nos invita a no renunciar a priori a nuestros derechos en caso de pleito pero:


  1. No hay que exagerar las causas de los altercados por motivos de interés.
  2. Hay que saber ser de corazón generoso y buscar de buen grado el arreglo amistoso y no el litigio, tal vez con la ayuda de alguna persona sabia y amiga de las dos partes.
  3. Hay que evitar que una diferencia de intereses sea motivo de rencor, amargura u hostilidad.
  4. Hay que saber ceder, seguros de que Dios no dejará de recompensar a quien tiene corazón generoso.

domingo, 12 de marzo de 2017

A qué viene el Año Jubilar Centenario de la Virgen de Fátima / Ronald Rivera



Tenemos una buena noticia para todas los que amamos a la Santísima Virgen María, como nuestra Madre y Abogada. La Buena Nueva fue dada ya hace algunos meses atrás cuando Mons. Antonio Marto, Obispo de Leiría-Fátima, el 27 de noviembre de 2016, proclama el año jubilar Centenario de la Virgen de Fátima. Uniéndose  a la iniciativa el papa Francisco ha concedido la indulgencia durante todo ese año jubilar  que terminará el 26 de noviembre de 2017.

Para participar activamente en la iniciativa del Papa Francisco es necesario repasar las condiciones habituales para obtener la indulgencia:

1.       Confesarse, comulgar, y rezar el Padrenuestro y el Credo, por las intenciones del Papa.

2.       Tener una oración en particular, para encomendarse, a la Virgen María.

3.       Peregrinar al Santuario de la Virgen en Fátima, en cualquier tiempo del año.

4.       Pero en lugar de ir a Portugal, se puede visitar el 13 de  cada mes, desde mayo, día de las apariciones, hasta octubre, un templo, oratorio o lugar adecuado, en cualquier parte del mundo, donde se exponga una imagen de Nuestra Señora de Fátima.

5.       Para las personas enfermas, ancianos o impedidos de movilizarse, basta rezar ante una imagen de la Virgen de Fátima, en los días 13 de cada mes, entre mayo y octubre, ofreciendo sus oraciones y dolores o los sacrificios de su propia vida a Dios misericordioso, a través de María.

Mons. Antonio Marto, Obispo de Fátima, explica que la Virgen se apareció para confirmar la esperanza firme de paz: “Por eso debemos convertirnos, cambiar de actitud y revestirnos con armas de la luz, como el rearme moral y espiritual de la conciencia de vivir la paz de Dios, la paz del corazón, la paz con los demás”.

Además que subraya que “el milagro más importante de Fátima no  es propiamente la danza del sol, sino la conversión del corazón y de vida, de tantas personas que sucede aquí, sin que se vea, y que también podemos llamar la “danza de conversión”, al ritmo de la música de Dios que resuena en el Magnificat de la Virgen  y llena de alegría. Debemos vivir este año como un tiempo favorable de acción de gracias por el don de la visita y del mensaje de la Virgen y por las gracias recibidas”.

Por ello invita a realizar “la experiencia de la ternura y de la misericordia de Dios, de la devoción tierna al Inmaculado Corazón de María, de conversión y de compromiso con Dios y a favor de los otros y de la paz del mundo a ejemplo de los tres pastorcitos”. El Prelado repite el llamado de la Virgen de Fátima a la “oración y a la lucha por la paz y la defensa de la dignidad  de los oprimidos y de los inocentes, víctimas de guerras o genocidios sin precedentes en la historia”. El Obispo se refiere a las apariciones de la Virgen de Fátima a los tres pastorcitos: Lucía, Francisco y Jacinta, en 191,7, en los que la Virgen, para evitar la primera guerra mundial, pidió la conversión de Rusia, que lamentablemente no se dio.

Algo de Historia

La advocación mariana de Fátima se remonta al tiempo de la reconquista de la Península Ibérica hacia finales del siglo IX cuando las tropas cristianas expulsaron a las musulmanas hasta el río Duero. El último jefe musulmán en esa región tenía una hermosa hija llamada Fátima. Un distinguido joven católico portugués se enamoró y se casó con ella, quién abrazó la fe católica. El joven esposo puso a la localidad en la que vivían el nombre de su esposa Fátima. Y en ese lugar ocurrieron las apariciones en 1917.

Pero, ¿qué son las indulgencias? La etimología latina de la palabra puede ayudarnos a situarnos en una pista correcta. El verbo “indulgeo” significa “ser indulgente” y también “conceder”. La indulgencia es, pues, algo que se nos concede, benignamente, en nuestro favor.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona, con palabras de Pablo VI, una definición más precisa: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo, 1471).

La definición, exacta y densa, relaciona tres realidades: la remisión o el perdón, el pecado, y la Iglesia. La indulgencia consiste en una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia.

¿Qué es lo que se perdona con la indulgencia? No se perdonan los pecados, ya que el medio ordinario mediante el cual el fiel recibe de Dios el perdón de sus pecados es el sacramento de la penitencia (cf Catecismo, 1486). Pero, según la doctrina católica, el pecado entraña una doble consecuencia: lleva consigo una “pena eterna” y una “pena temporal”. ¿Qué es la pena eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Él para siempre.

Pero aunque el perdón del pecado por el sacramento de la Penitencia entraña la remisión de la pena eterna, subsiste aún la llamada “pena temporal”. La pena temporal es el sufrimiento que comporta la purificación del desorden introducido en el hombre por el pecado. Esta pena ha de purgarse en esta vida o en la otra (en el purgatorio), para que el fiel cristiano quede libre de los rastros que el pecado ha dejado en su vida.

Podemos poner una comparación. Imaginemos una intervención quirúrgica: un trasplante de corazón, por ejemplo. El nuevo corazón salva la vida del paciente. Se ve así liberado el enfermo de una muerte segura. Pero, cuando ya la operación ha concluido exitosamente, e incluso cuando está ya fuera de peligro, subsiste la necesidad de una total recuperación. Es preciso sanar las heridas que el mal funcionamiento del corazón anterior y la misma intervención han causado en el organismo. Pues de igual modo, el pecador que ha sido perdonado de sus culpas, aunque está salvado; es decir, liberado de la pena eterna merecida por sus pecados, tiene aún que reestablecerse por completo, sanando las consecuencias del pecado; es decir, purificando las penas temporales merecidas por él.

La indulgencia es como un indulto, un perdón gratuito, de estas penas temporales. Es como si, tras la intervención quirúrgica y el trasplante del nuevo corazón, se cerrasen de pronto todas las heridas y el paciente se recuperase de una manera rápida y sencilla, ayudado por el cariño de quienes lo cuidan, la atención esmerada que recibe y la eficacia curativa de las medicinas.

La Iglesia no es la autora, pero sí la mediadora del perdón. Del perdón de los pecados y del perdón de las penas temporales que entrañan los pecados. Por el sacramento de la Penitencia, la Iglesia sirve de mediadora a Cristo el Señor que dice al penitente: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Con la concesión de indulgencias, la Iglesia reparte entre los fieles la medicina eficaz de los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos por la humanidad. Y en ese tesoro precioso de los méritos de Cristo están incluidos también, porque el Señor los posibilita y hace suyos, las buenas obras de la Virgen Santísima y de los santos. Ellos, los santos, son los enfermeros que vuelcan sus cuidados en el hombre dañado por el pecado, para que pueda recuperarse pronto de las marcas dejadas por las heridas.

¿Tiene sentido hablar hoy de las indulgencias? Claro que sí, porque tiene sentido proclamar las maravillas del amor de Dios manifestado en Cristo que acoge a cada hombre, por el ministerio de la Iglesia, para decirle, como le dijo al paralítico: “Tus pecados están perdonados, coge tu camilla y echa a andar”. Él no sólo perdona nuestras culpas, sino que también, a través de su Iglesia, difunde sobre nuestras heridas el bálsamo curativo de sus méritos infinitos y la desbordante caridad de los santos.

Carácter Interreligioso de las apariciones

Recordemos que la hija más conocida del profeta Mahoma fue Fátima az-Zahra (en árabe “la luminosa”), transmisora  de la sucesión consanguínea de su padre. Se casó con Alí, el cuarto de los califas musulmanes y primer Imán de los musulmanes Chiitaas. En el Corán se la venera con gran devoción al igual que a la Virgen María. Esa coincidencia pasó desapercibida durante muchos siglos hasta que en 1917 tuvieron lugar en Fátima las apariciones de la Virgen María, conocida por esa advocación.  Por esa razón muchos musulmanes peregrinan allí movidos  por su fe.

El Arzobispo Fulton J. Sheen (1895-1979)

El Arzobispo Fulton Sheen, cuya causa de beatificación está avanzada, promovió mucho esa devoción para llegar a la reconciliación entre musulmanes y cristianos. Un hecho que ante la persecución de los cristianos, en países de mayoría musulmana, pudiese ser una herramienta divina para una pacificación religiosa.

La Reconciliación entre Cristianos y Musulmanes una tarea actual


Ante la magnitud del conflicto bélico en Siria y en otros países, el papa Francisco, teme la posibilidad de desencadenarse la Tercera Guerra Mundial de imprevisibles dimensiones mortíferas. Por ello promueve la urgencia de orar a la Virgen María de Fátima pidiéndole la reconciliación entre musulmanes y católicos para alcanzar la paz. Ya ha anunciado que peregrinará a Fátima el 12 y 13 de mayo de este Año Mariano Jubilar.