jueves, 2 de diciembre de 2010

A un mes de ser Papá


Tener un hijo es ver como se transforma el mundo que anteriormente llevabas, un cambio de dimensión, o la entrada de un agujero negro existencial, pero lejos de sentirte abrumado te sensibiliza y te llena de un estado de “felicidad”. Es así como desde el pasado 29 de octubre, ya casi un mes, todas las noches me acuesto soñando con ese trocito de ADN que a medida que va creciendo me lo imagino despertándome los sábados saltándome en la barriga, convenciéndome que le regale un balón de fútbol, o con un rebelde sin causa que no se corte los rulos nunca y juegue todo el fútbol que yo no jugué y que se lea todos los libros que yo no me he podido leer y que haga toda las piruetas que yo no pude hacer en la patineta. Y viaje como un trotamundo por todos aquellos países que anhelo visitar.

De eso fue que me provocó escribir hoy, aún cuando tengo meses intentando resumir en letras las expectativas de ser “papá”. Escribo de lo fácil que un reyecito trasnochador me puede hacer sonreír. Para que clones cuando uno puede disfrutar de las mejoras sustanciales de su ADN (gracias a su mamá) y que encima, más por la evolución de toda una generación que por mi parte personal, sea mil veces más inteligente, rápido y crujiente que yo.

Sin duda que los niños del futuro, naturalmente, van a otra velocidad, a una velocidad insuperable, y creo que no puedo esconder las ganas de jugar cuanto antes con el mejor gadget del mundo. Por ello sigo imaginándolo con sus siete años cumplidos intentando tocar la canción más sencilla de Bob Dylan que pueda encontrar, de patear muchas pelotas y dejar a Tony Hawk en pañales.