sábado, 16 de marzo de 2024

“Ver a Jesús” es entrar totalmente en su modo de pensar



Domingo 5 (B) de Cuaresma

Hoy escuchamos un pasaje evangélico cuyas palabras —de la mano del discípulo amado— debieron transmitir un fuerte coraje en el camino de la fe durante las persecuciones que sufrieron los primeros cristianos. En aquellos días de las fiestas judías, algunos griegos acudieron a Jerusalén para rendir culto y quisieron ver a Jesús. Pidieron ayuda a los discípulos.


“Ver a Jesús” no significa simplemente mirarle, cosa que probablemente pretendían aquellos griegos. “Ver a Jesús” es entrar totalmente en su modo de pensar; significa entender por qué Él tenía que sufrir y morir para resucitar. Como el grano de trigo, Jesucristo tiene que dejarlo todo, incluso su propia vida, para poder traer vida para Él y para muchos otros.


Si no captamos esto como el núcleo de la vida de Cristo, entonces no le hemos visto realmente. En palabras de san Atanasio, sólo podemos ver a Jesús a través de la muerte mediante la Cruz con la cual Él trae muchos frutos para todos los siglos. “Ver a Jesús” quiere decir rendirse ante una inmerecida muerte que trae los dones de la fe y de la salvación para la humanidad (cf. Jn 12,25-26). Mahatma Gandhi refleja la misma idea diciendo que «el mejor camino para encontrarse con uno mismo es perderse en el servicio a los demás».


Las palabras de Jesús recuerdan a sus discípulos que deben seguir sus pasos, incluso hasta la muerte. El grano, por supuesto, realmente no muere sino que se transforma en algo completamente nuevo: raíces, hojas y frutos (la Pascua). De manera similar, la oruga deja de ser oruga para transformarse en algo distinto —y a la vez— frecuentemente mucho más bonito (una mariposa).


Y, si nosotros queremos “ver a Jesús”, tenemos que andar su camino. «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26). Esto supone recorrer con Jesucristo y con María todo el camino del Calvario, dondequiera que se encuentre cada uno de nosotros. Jesús, que dejó todas las cosas por nosotros, nos llama a estar con Él todo el recorrido, imitando su entrega y procurando que se cumpla la voluntad de su Padre.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Se desdeñaron de creer en Cristo, precisamente porque su impiedad lo despreció muerto, se rio de él, asesinado, mas esa misma muerte era la del grano que había de multiplicarse, y la elevación de quien arrastra tras de sí todo» (San Agustín)


«Él mismo es el grano de trigo venido de Dios, que se deja caer en tierra, que se deja romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo» (Benedicto XVI)


«(…) Sobre todo, Él realizará la venida de su Reino por medio de (…) su muerte en la Cruz y su Resurrección. ‘Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí’ (Jn 12,32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 542)


Otros comentarios

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto»


Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell

(Agullana, Girona, España)

Hoy, la Iglesia, en el último tramo de la Cuaresma, nos propone este Evangelio para ayudarnos a llegar al Domingo de Ramos bien preparados en vista a vivir estos misterios tan centrales en la vida cristiana. El Via Crucis es para el cristiano un "via lucis", el morir es un volver a nacer, y, más aun, es necesario morir para vivir de verdad.


En la primera parte del Evangelio, Jesús dice a los Apóstoles: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). San Agustín comenta al respecto: «Jesús se dice a Sí mismo "grano", que había de ser mortificado, para después multiplicarse; que tenía que ser mortificado por la infidelidad de los judíos y ser multiplicado para la fe de todos los pueblos». El pan de la Eucaristía, hecho de grano de trigo, se multiplica y se parte para ser alimento de todos los cristianos. La muerte del martirio es siempre fecunda; por esto, «quienes aman la vida», paradójicamente, la «pierden». Cristo muere para dar, con su sangre, fruto: nosotros le hemos de imitar para resucitar con Él y dar fruto con Él. ¿Cuántos dan en silencio su vida por el bien de los hermanos? Desde el silencio y la humildad hemos de aprender a ser grano que muere para volver a la Vida.


El Evangelio de este domingo acaba con una exhortación a caminar a la luz del Hijo exaltado en lo alto de la tierra: «Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Tenemos que pedir al buen Dios que en nosotros sólo haya luz y que Él nos ayude a disipar toda sombra. Ahora es el momento de Dios, ¡no lo dejemos perder! «¿Dormís?, ¡el tiempo que se os ha concedido pasa!» (San Ambrosio de Milán). No podemos dejar de ser luz en nuestro mundo. Como la luna recibe su luz del sol, en nosotros han de ver la luz de Dios.

jueves, 14 de marzo de 2024

Curso sobre la teología del sacramento del Orden




Les invito acceder al siguiente contenido en el siguiente orden:


I. ¿Qué es el sacramento del Orden?: Enlace 1

II. Fundamentos bíblicos del sacramento del Orden: Enlace 2

III. Desarrollo histórico del sacramento del Orden: Enlace 3

IV. Naturaleza del sacramento del Orden: Enlace 4

V.  El único Sacramento del Orden y sus tres grados: Enlace 5

VI. Estructura y dinamismo sacramental del Orden: Enlace 6


Bibliografía:


 CICat nn. 1536-1600.

 CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática “Lumen gentium”, nn. 10,18-29; Decreto “Presbyterorum ordinis”; Decreto “Christus Dominus”.

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• BENEDICTO XVI, Catequesis del Año Sacerdotal (2009-2010).

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• FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, P., Sacramento del orden. Estudio teológico. Vida y santidad del sacerdote ordenado, San Esteban, Salamanca-Madrid 2007.

• FONTBONA, J., Ministerio de comunión, CPL, Barcelona 1999.

• GALOT, J., Sacerdote en nombre de Cristo, Grafite, Toledo 1990.

• GRESHAKE, G., Ser sacerdote. Teología, praxis pastoral y espiritualidad, Sígueme, Salamanca 1995.

• JUAN PABLO II, Catequesis sobre el sacerdocio (1993).

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• OÑATIBIA, I., «Ministerios eclesiales: Orden», en La celebración en la Iglesia II, Salamanca 1988.

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2001 (= Teología del Ministerio Sacerdotal. Llamados a servir, BAC, Madrid 2016).

• RATZINGER, J., Obras completas XII. Predicadores de la palabra y servidores de vuestra alegría.
Teología y espiritualidad del sacramento del Orden, Madrid 2014.

• SÁNCHEZ CHAMOSO, R., Ministros de la Nueva Alianza, CELAM, Bogotá 1993.

Investigación de Pbro. Dr. Julián Arturo López Amozurrutia.

VI- Estructura y dinamismo sacramental del Orden

 



Estructura y dinamismo sacramental del Orden

• El obispo es el ministro exclusivo del sacramento del Orden. CICat 1576: “Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a los obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, transmitir ‘el don espiritual’ (LG 21), ‘la semilla apostólica’ (LG 20). Los obispos válidamente ordenados, es decir, que están en la línea de la sucesión apostólica, confieren válidamente los tres grados del sacramento del Orden”. La consideración histórica de eventuales ordenaciones no realizadas por obispos se decanta por la definición de que, hoy por hoy, la conciencia eclesial identifica al obispo como ministro exclusivo del sacramento (soli episcopi).

• El varón bautizado es el sujeto de la ordenación (Cf. CIC, c. 1024). A esta validez se extiende la dinámica vocacional de ser llamado por la Iglesia y haber respondido libremente a dicho llamado, todo lo cual se hace patente en el mismo rito de ordenación.

Nadie tiene derecho a ser ordenado. El sacramento es siempre un don, cuyo destinatario último es la comunidad eclesial, en cuyo movimiento se incorpora el sentido de la existencia de quien lo recibe. Sobre la condición viril, antes de considerarse el momento negativo (no las mujeres), debe considerarse el momento positivo (es el varón quien lo recibe). Su fundamento se remite a la práctica de Cristo de haber elegido sólo varones para ser apóstoles (con lo cual no se sometía simplemente a las costumbres de su tiempo, pues precisamente respecto a las mujeres rompió con muchos usos), así como a la práctica constante de la Iglesia. Es congruente con la representación de Cristo precisamente como varón, y puede explicarse teológicamente desde la especificidad biológica, psicológica y espiritual del varón. No debe entenderse, por lo tanto, como acto de discriminación. Se trata de una enseñanza definitiva, en la que la Iglesia se reconoce atada a la voluntad de su Señor, no considera poder disponer arbitrariamente de los dones recibidos ni puede someterse a presiones culturales. Sobre la condición bautismal, corresponde a la prioridad del discipulado sobre el apostolado. Sobre el sentido teologal del llamado, históricamente se han dado diversas modalidades, pero se integra necesariamente el discernimiento de la Iglesia y el discernimiento personal. El discernimiento eclesial incluye la rectitud de intención, la idoneidad y la buena fama. El personal la aceptación de la invitación y el compromiso con una configuración que haga al candidato idóneo.

La Iglesia ha conocido ministerios femeninos. Entre ellos se reconoce el de las diaconisas. Ha existido, con certeza histórica, pero ha sido irreductible al diaconado masculino. Más allá de servicios específicos femeninos de la época apostólica, parece concentrarse en el apoyo para el bautismo de mujeres adultas.

Esto no excluye que la Iglesia pueda abrir nuevas prácticas ministeriales, esencialmente distintas al sacramento del Orden.

• Sobre el signo sacramental, han de considerarse no sólo los elementos esenciales. La naturaleza del sacramento se expresa en su contexto eclesial, con toda la dinámica presente en la celebración. La materia del sacramento es la imposición de las manos (retomando la decisión de Pío XII, lo que no cuestiona la validez de las ordenaciones en que se consideró como material la entrega de las insignias, correspondiente a la perspectiva teológica con que se ejecutaba). La forma del sacramento es la oración consecratoria (estrictamente, las palabras centrales).

• Sobre la eficacia sacramental, ha de indicarse tanto el carácter como las gracias específicas. Fruto de la ordenación es la gracia sacramental general, que fortalece la gracia bautismal, y otorga la gracia propia para el ejercicio del ministerio (a lo que se pueden añadir gracias de estado, como gracias actuales). Se han de especificar notas peculiares respecto a los grados del Orden, conforme a los grados estudiados. Sobre el carácter sacramental, se debe recordar que su concepto se desarrolló para garantizar el ex opere operato más allá de la indignidad del ministro, lo cual no vuelve inútil su disponibilidad. Como verdadero carácter, es una huella indeleble, estable, que lo capacita para ser ministro; por lo mismo, no es reiterable. Conforme a la diferencia de grados, puede darse una explicación teológica que hable de un solo carácter, con grados diferenciables, distinto del carácter bautismal y crismal. Este carácter es sacerdotal en los grados del episcopado y el presbiterado; es ministerial, no sacerdotal, en el diaconado. Se trata de un tema susceptible de profundización y desarrollo.

• La naturaleza del ministerio ordenado se expresa adecuadamente en el concepto de caridad pastoral: “El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen” (PDV, n. 23).

V- El único Sacramento del Orden y sus tres grados

 


El único Sacramento del Orden y sus tres grados

• El Orden ministerial es un solo sacramento con tres grados, configurando un organismo sacramental. Dos de los grados se identifican como sacerdotales (episcopado y presbiterado), el otro como ministerial.

• La plenitud del sacramento del Orden se realiza en el episcopado (cf. LG 21). Para explicar tal plenitud podemos hablar de capitalidad (por antonomasia promueve y significa la unidad de la iglesia en su unidad menor, la iglesia particular, donde es autoridad que hace las veces de Cristo cabeza, participando además en la suprema autoridad de la Iglesia como miembro del colegio episcopal) y fontalidad (de él brotan y dependen las funciones en la iglesia particular, a él lo representan y constituye el último referente de las funciones delegables). Operativamente esto se ejecuta como jurisdicción y litúrgicamente al ser ministro ordinario de la Confirmación, exclusivo de la Ordenación y referente permanente de todos los sacramentos, por lo que adquiere una significatividad particular la Eucaristía presidida por el obispo con su presbiterio.

• El presbiterado, en el ejercicio eucarístico (confeccionar la presencia y actualizar el sacrificio), lleva a cabo lo mismo que el obispo. Su especificidad la podemos identificar en el ámbito de la cooperación subordinada. Es auténtico sacerdote, pero no referente último. Su identidad, siendo sacerdotal, se realiza como colaboración (cf. LG 28).

• El diácono recibe la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino al ministerio. Está marcado, por lo tanto, con el carácter, pero no sacerdotal (cf. LG 29). 

Teológicamente puede expresarse como representación de Cristo servidor, en la visibilización y estabilidad de una forma sacramental. Se ha discutido recientemente si puede llamarse “presidente” de la comunidad, orientándose la enseñanza oficial por una respuesta negativa.

IV- Naturaleza del sacramento del Orden

 


Naturaleza del Sacramento del Orden

• Los rasgos esenciales del Orden como sacramento se identifican desde su fundamentación cristológica, su finalidad eclesiológica y su estructura sacramental.

• CICat 874: “El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad”.

• CICat 1548: “En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que elsacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa in persona Christi Capitis (cf. LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6)”.

• Cristo es el origen del sacramento tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista de la gracia o Históricamente se trata del problema de la institución. A la pregunta de cuándo confirió Cristo el sacramento a los apóstoles, no cabe hablar de una acción puntual aislada, sino un conjunto de momentos que sólo al final adquieren plena formalidad. Inicial: Dentro del llamado de los discípulos, se distingue la “institución” (creación) de los Doce. Ya en ella la doble referencia de estar con ély enviarlos. Formativa: Con ellos lleva a cabo un peculiar trabajo de explicación de lo que predica (y determinadas experiencias). Misionera: Dentro del período del ministerio público de Jesús, los envía ya con poder, aunque no es aún el poder del Resucitado. Eucarística: Del mismo modo que la Última Cena constituye la institución (profética) de un Sacramento cuyo sentido, sin embargo, sólo cobraba plena eficacia a partir de lo que habría de suceder en su muerte y resurrección, también en ese episodio encontramos una peculiar encomienda vinculada con ese signo particular. Podemos reconocer aquí la “institución”, pero a modo profético, que sólo adquiriría su plenitud tras la Resurrección. (Hagan esto en memoria mía).

Pascual: El período de las apariciones implica una confirmación de cuanto habían vivido, pero bajo la garantía de una eficacia decisiva, dependiente siempre del misterio pascual de Cristo. Así lo presentan reiteradamente los textos pascuales.

Pneumatológica: La consagración última, siempre vinculada a la Pascua, depende de la efusión plena del Espíritu Santo (Pentecostés), como don pascual que asegura la configuración cristológica de la misión eclesial. o Desde el punto de vista de la gracia, se reconoce en Cristo la base de la eficacia de toda acción ministerial. Él es el principio del que brota el don de la gracia que el ministro ordenado recibe y transmite. Hay una dependencia permanente de Él, y una garantía en cuanto Cristo mismo comprometió su eficacia con ese instrumento concreto.

• Cristo, además, dota de sentido y de contenido el sacramento del Orden. Su finalidad es hacerlo presente a Él, ministerialmente. Reproduce la solicitud del que se hizo servidor

de todos (cf. CICat 1551).

• El sentido del sacramento es eclesiológico. Es decir, mira a la conformación y misión de la Iglesia. El lugar eclesiológico del ministerio se entiende como un servicio a la constitución misma del Cuerpo total de Cristo, al servicio de la comunión y de la misión (como cabeza). Ello incluye el dinamismo soteriológico centrípeto (de atraer a la unidad de Cristo) y centrífugo (de salir a cumplir la misión de Cristo). Sus horizontes son universales, como los de la misma Iglesia, a nivel sincrónico (comunión actual) y a nivel diacrónico (sucesión apostólica, misión). El sacerdocio ministerial actúa en nombre de toda la Iglesia, sobre todo al presentar a Dios la oración de la Iglesia y al ofrecer el Sacrificio eucarístico, lo cual es realizado también en nombre de Cristo (cf. CICat 1552- 1553). En la originalidad de su ser y marcado por el carácter del sacramento, él le pertenece a la Iglesia, no la Iglesia a él.

• Las formas de la ministerialidad pueden englobarse en el esquema del triple munus, que corresponde bautismalmente a la condición profética, sacerdotal y real, y se expresa como munus docendi, munus sanctificandi y munus regendi. Sin agotarse en el servicio eucarístico, y extendiéndose a la realidad personal del ministro, cabe, sin embargo, reconocer su ejercicio supremo en la celebración eucarística, como realización plena de la misma Iglesia.

• La diferencia esencial y no de grado del sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial puede explicarse como el servicio de la capitalidad del segundo para que cada miembro ejerza el primero. Conforme a la expresión de san Agustín: “Soy obispo para ustedes, soy cristiano con ustedes. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación” (Sermo 340,1). El ministro está llamado, por lo tanto, a propiciar que todos los miembros de la Iglesia realicen su propia vocación a la santidad, en la comunión de sus carismas específicos.

• El dinamismo constitutivo del Orden es sacramental personal. Es decir, su modo de funcionar corresponde a la persona que lo recibe, de manera que ella misma queda consagrada como un signo. El carácter que lo marca trasciende los momentos celebrativos u operativos, consagrando al sujeto. Esto implica la significatividad del ser personal, en su identidad (llamado a que su santidad se realice en su propio ministerio) y en su capacidad de relación (el ser personal es capaz de estar abierto en dependencia a Cristo y en servicio a la Iglesia y al mundo). Por ello mismo, aunque las condiciones subjetivas del ministro no afectan la realización de sus tareas garantizadas ex opere operato, él tiene el grave deber de propiciar su idoneidad y congruencia ex opere operantis (cf. CICat 1550). 

III- Desarrollo histórico del sacramento del Orden

 


Edad patrística: tradiciones prenicena y postnicena

• Padres apostólicos. La Didajé conoce ministerios itinerantes y ministerios estables, y en contexto celebrativo la Eucaristía es llamada sacrificio. Clemente de Roma, esbozando un esquema de constitución eclesial, afirma la sucesión apostólica. En Ignacio de Antioquía encontramos ya articulado el episcopado monárquico.

• A partir de los padres apologistas se va dando una maduración doctrinal. Justino describe al que preside a los hermanos como perteneciente a la raza archisacerdotal. Ireneo presenta un obispo monárquico al frente de cada comunidad, indicando listas de sucesión apostólica y aportando una perspectiva pneumatológica del ministerio. Es el primero, además, en relacionar a los Siete con el diaconado. Los alejandrinos delinean un tinte místico a la comprensión del ministerio, hablando de una doble jerarquía: la exterior, oficial y visible, y la interior, que depende de la santidad.

• Tertuliano juega un papel importante en la gestación del vocabulario que se volverá clásico en el mundo latino (ordo, clerus). Preocupado por la unidad eclesial, Cipriano lleva el episcopado monárquico a su punto culminante.

• La Tradición Apostólica da testimonio del rito de la consagración de obispos, presbíteros y diáconos, conteniendo una rica perspectiva tipológica y teológica.

• El Concilio de Nicea presenta normas precisas para la ordenación episcopal, y discute

sobre la readmisión de los herejes.

• Jerónimo, en la línea del Ambrosiaster y ante una situación polémica por el creciente poder de los diáconos, subraya la unidad sacerdotal entre obispos y presbíteros, dando pie a que se abandonara la explicación del ministerio desde el obispo, para centrarlo en la capacidad de consagrar en la Eucaristía, aunque se mantiene la distinción entre ambos.

• Ante el problema de las reordenaciones, Agustín distingue entre la gracia, que puede perderse, y el carácter, de efecto imperecedero, indicando que el orden, al igual que el bautismo, no pueden reiterarse.

• El Concilio de Calcedonia, contra el peligro de clérigos vagos, establece la prohibición

de ordenaciones sin adscripción eclesiástica.

• Entre los tratados sobre el ministerio destacan la Fuga de Gregorio Nacianceno, los escritos sobre el sacerdocio de Juan Crisóstomo y la Regla Pastoral de Gregorio Magno.

• Avanzada la patrística, se va acentuando de manera creciente la perspectiva de poder dignidad en el obispo, también asumiendo roles civiles.

• En su búsqueda por fundamentar en lo divino el proceso divinizador del hombre, el Pseudodionisio insiste en la jerarquía eclesial vinculada con la celeste. A partir de ahí, explica la estructura jerárquica eclesial en lenguaje místico. El ministerio se entiende en función del proceso perfectivo en la Iglesia, incluyendo lo que terminará por llamarse “órdenes menores”.

• Isidoro consagra la identificación sacerdotal de obispos y presbíteros, y muestra que la Eucaristía se ha asentado como el punto de partida para hablar del ministerio.

• Los Rituales de Ordenaciones asumen también el vocabulario de la dignidad y del poder, manteniendo la imposición de manos, pero añadiendo la entrega de instrumentos y los hábitos litúrgicos propios de cada grado.


Escolástica

• Entre el siglo VII y el XI se sigue la síntesis de Isidoro, con un acento disciplinar y ascético. La figura sacerdotal se concentra en su actividad litúrgico ritual. En el siglo VIII se añade al rito la unción.

• Con el surgimiento de la escolástica, se encuentra inconsistencia respecto al número de las órdenes sagradas (nuevo o siete). Surge la distinción entre potestas ordinis y potestas iurisdictionis, señalando a la primera en referencia al Corpus Christi verum (Eucaristía),

y la segunda al mysticum (Iglesia), lo que sirve para especificar la naturaleza del episcopado.

• El Maestro de las Sentencias ubica al orden como sacramento, en razón de ser signoinstituido por Cristo y de la causalidad, y discute la vinculación entre la Eucaristía y el Orden y la doble función de presidir y santificar en la Iglesia. Llama sacramento a los siete órdenes sagrados, sin decir que cada uno sea un sacramento ni especificar cómo participa cada uno de la sacramentalidad.

• Tomás de Aquino mantiene el vínculo entre Orden y Eucaristía, reconociendo la superioridad del obispo respecto al presbítero al señalar que, cuando se ordena, se confiere la potestad de consagrar en nombre de Cristo. Profundiza el sentido sobre el actuar in persona Christi: el ministro está a disposición de Cristo, obra vicariamente en

su nombre y procede como instrumento permanente por el carácter.

• En la escolástica tardía se dan algunas orientaciones que anuncian la posterior recuperación de la centralidad del episcopado.


De la reforma tridentina al Concilio Vaticano II

• Ante la doctrina reformada, que sobrevalora el sacerdocio de los fieles y establece el ministerio en el servicio de la palabra, el Concilio de Trento afirma que por la ordenación se confiere el Espíritu Santo, enseña la relación entre sacrificio y sacerdocio, presenta el carácter sacramental como doctrina conocida y, reconociendo la jerarquía como institución divina, no resuelve la sacramentalidad del episcopado, aunque afirma su superioridad. Los autores postridentinos muestran la fundamentación positiva del sacramento del Orden, mostrando que se cumplen las tres notas del concepto sacramento aceptadas por los reformados (rito externo, promesa de gracia interior y mandato divino).

• Pío XII, a propósito de lo que se había impuesto de considerar la entrega de los instrumentos como materia del sacramento, establece que, sin menoscabo de lo celebrado anteriormente, se retome la más antigua tradición de reconocer como tal la imposición de manos.

• El Concilio Vaticano II (LG III, ChD, PO) incluye la teología del ministerio en su

perspectiva predominantemente eclesial, retomando el episcopado como punto de partida

para explicar el Orden y acercándose a una definición dogmática de su sacramentalidad,

y emplea para su configuración el recurso del triple munus. Profundiza la comprensión

de la comunión jerárquica. Indica la diferencia esencial entre el sacerdocio bautismal y el ministerial, diciendo que no se trata solo de una diferencia de “grado”. Restablece, además, el diaconado como ministerio permanente.

• En el período posconciliar destaca la promulgación del Nuevo Rito Romano de Ordenaciones y la Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II que considera definitiva la enseñanza de excluir de la ordenación a las mujeres. Así mismo, en el contexto de la formación, la PDV, el CICat (en una perspectiva teológica tradicional), los directorios para los presbíteros, los obispos y los diáconos permanentes, la Pastores gregis y la declaración interdicasterial sobre la colaboración de los laicos en el ministerio de los presbíteros. 

II- Fundamentos bíblicos del sacramento del Orden



 – Fundamentos bíblicos

Referentes veterotestamentarios

• La Carta a los Hebreos nos muestra que la figura sacerdotal del Antiguo Testamento llega su plenitud y es superada con la persona de Cristo. Los liderazgos característicos de Israel son también transformados en la Iglesia. En sentido directo, por lo tanto, no sirven como referencia para explicar la naturaleza del ministerio ordenado. Sin embargo, la lectura tipológica que realizan los Padres y la Liturgia consienten una cierta aproximación al Antiguo Testamento que permite bosquejar algunos aspectos de la naturaleza del sacramento del Orden. Así, las oraciones de consagración hacen referencia a la mediación sacerdotal a través de la figura de Aarón y sus colaboradores (cf. Ex 28,14; 29,1-9.44) y a la función mediadora de gobierno vinculada al profetismo a través de la figura de Moisés (cf. Nm 11,24-30). Desde la Carta a los Hebreos adquiere una relevancia particular la figura de Melquisedec, que vincula la condición real con la sacerdotal e insinúa la eternidad y definitividad del sacerdocio de Cristo. También se reconoce la figura del “pastor”, ante la denuncia profética contra los jefes de Israel (cf. Ez 34). El modelo ritual de la imposición de las manos proviene igualmente del Antiguo Testamento.


El ministerio en el Nuevo Testamento

• En el Nuevo Testamento se reconoce de parte de Jesús la institución apostólica, desvinculada de formas veterotestamentarias. La Iglesia asume esta institución, describiéndola con fórmulas propias y adaptándola a las condiciones de la primera comunidad.

• En la raíz del ministerio ordenado se encuentra la expresa voluntad de Cristo, es decir, su decisión personal de instituir un nuevo pueblo, que tendría como cabeza a un grupo de representantes suyos estructurados de una manera determinada, a los cuales enviaría como prolongación de su propia actividad, con su autoridad.

• El ministerio ordenado encuentra en la institución de Cristo una estructura estable y a la vez abierta a ulteriores determinaciones. La institucionalidad se reconoce por el mismo número doce, las instrucciones precisas a los discípulos enviados a predicar, los logia que establecen la legislación de los enviados, y la función petrina. Al interno de las primeras comunidades cristianas se reconoce una pluralidad de ministerios. Entre ellos, la función de quien encabeza y discierne la ministerialidad, con un margen de libertad para tomar decisiones sobre él. La actuación de los ministros ordenados se inserta en la participación de la exousía de Cristo, que incluye la autoridad de la palabra y los signos que la acompañan. El lugar de los ministros es, a la vez, dentro de ese pueblo nuevo (son discípulos), pero también como cabeza y columna del mismo (son apóstoles). El pueblo escatológico ha recibido el definitivo acercamiento de Dios, y tiene por una parte la misión de conservar la memoria de lo acontecido en Jesús y por otra parte la de expandirse a todos los hombres. La figura de los Doce apóstoles, en este sentido, está presente en la tradición más antigua como responsables de conservar la integridad del mensaje cristiano y transmitirlo a todos.

• La forma “apostólica” del ministerio se caracteriza por el envío de hacer presente, por una participación efectiva, la misma autoridad de Jesús. Si bien un rasgo común a todos los discípulos de Cristo es el servicio, en el apóstol encuentra la forma específica de entender el mismo envío: el servicio apostólico. Su sentido es ser presencia de Cristo, anunciando la buena nueva, edificando y encabezando la comunidad, y comunicando la salvación a través de los signos con los que Cristo dotó a su Iglesia. Un lugar peculiar lo ocupa el memorial de su sacrificio a través de la fracción del pan.

• La incorporación al grupo de los ministros incluye una configuración ritual específica, que implica un llamado/envío y un ser revestido con la fuerza del Kyrios, que se ha visualizado a través de la imposición de las manos.

• El sentido íntegro de la participación en el ministerio de Cristo se encuentra en el momento de la muerte inminente de Cristo: la última cena. Esto permite entender por qué las categorías sacerdotales, inexistentes en el primer momento, podrían asumirse como una síntesis exacta del sentido del ministerio.

• Los Hechos de los apóstoles, sin pretensión orgánica, dan testimonio de estructuras jerárquicas primitivas, difíciles de precisar en sus funciones, que se detectan por el testimonio de la Iglesia de Jerusalén (los Doce, los Siete, los presbíteros) y de Antioquía (lenguaje amplio con funciones diversas). La misma misión de Pablo y de sus colaboradores permite bosquejar ciertas constantes. Parecen encontrarse dos tipos de ministerio: uno general (misionero e itinerante) de los Doce y secundado por los Siete, llamados apóstoles y profetas en el centro antioqueno, y otro local, en el que se reconoce un grupo de presbíteros escogidos o instituidos por los apóstoles, cuya responsabilidad se expresa por el título epíscopo y por la imagen del pastor.

• En las cartas paulinas se reconocen ulteriores matices del ministerio, tanto por la comprensión que el apóstol manifiesta de su propia misión como por la descripción que hace del estado de las comunidades a las que escribe. Destaca la tríada apóstoles-profetasdoctores, aunque existen otros ministerios y no se determinan con precisión sus funciones. Se habla también en general de los guías de la comunidad. El análisis de la diversidad de términos nos lleva a la conclusión de que hay diversos servidores, misioneros o estables, del cuerpo jerárquico, pero se admite la cabeza en Pablo.

• Se suele discutir sobre la situación peculiar de la Iglesia de Corinto, como si hubiera sido una comunidad carismática, no institucional. Lo cierto es que el reclamo que hace Pablo de su propia autoridad en ella no permite sacar tal conclusión.

• Los diversos testimonios nos llevan a identificar desde el principio un orden jerárquico, representado por el mismo apóstol, aunque la configuración concreta de los ministerios y sus funciones resultan escasamente descritos, lo que deja intuir la falta de una forma aún definitiva, no del todo necesaria mientras aún se contaba con la autoridad del apóstol. No aparece hasta aquí la forma actual del triple grado.

• Las cartas pastorales representan un eslabón entre el período directamente apostólico y el momento en el que la Iglesia enfrenta la paulatina desaparición de los apóstoles. Se percibe con más claridad que los colaboradores de Pablo deben asumir el rol de autoridad, a partir de una “intervención profética” acaecida por la imposición de las manos (del apóstol y del colegio de los presbíteros). Se percibe de manera más estable un doble orden de ministerio: el que cumplen los presbíteros y obispos en cada ciudad, y el que cumplen los diáconos, que resulta más difícil de determinar.


Perspectiva sacerdotal del ministerio en el Nuevo Testamento

• Una perspectiva sacerdotal se reconoce presente en textos neotestamentarios, sin ser dominante, en tres niveles: respecto a Cristo, respecto al nuevo pueblo de Dios y respecto al ministro. La lectura de Hb manifiesta claramente una teología sacerdotal aplicada a Cristo, la que se puede extender a ciertos rasgos sacerdotales de Cristo en Lc (tarea cristológica). La comunidad creyente es también descrita como pueblo sacerdotal, en dos traducciones distintas de Ex 19,6 (1P 2,5.9 y Ap 5,9-10; 20,6, tarea eclesiológica). El lenguaje sacerdotal del ministerio en el NT se encuentra como insinuaciones, señalando que, como los sacerdotes del templo, los ministros pueden vivir de su servicio (cf. 1Co 9,13-14) y se les llama colaboradores y servidores de la edificación del templo de Dios que son los fieles (cf. 1Co 3,5-11.16). En perspectiva martirial, Flp 2,17 habla de la ofrenda de la sangre o de la vida cotidiana, y particularmente Rm 15,16 describe la proclamación del evangelio en clave sacerdotal, con un vocabulario específico.

• Los apóstoles realizan gestos rituales, administrando el bautismo e imponiendo las manos. Se habla de una capacitación al ministerio (cf. 1Co 3 y 5). El anuncio y el pastoreo de la mediación apostólica culmina en el sacerdocio eucarístico (cf. 1Co 11,26; cf. Jn 17,17.19). Siendo Cristo el único mediador, sus ministros son instrumentos y representantes de su mediación por su existencia toda. Lo cual se acerca a la “santificación” de Jn 17, cercana al “envío”. El sufrimiento del enviado, además (particularmente san Pablo), se reconoce asociado a la pasión salvadora de Cristo.


• La ausencia de categorías sacerdotales como dominantes se explica por no querer confundir con prácticas paganas o con el mismo judaísmo, y para subrayar la originalidad del servicio cristiano.