domingo, 25 de febrero de 2024

«Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3)


Domingo 2 (B) de Cuaresma


Hoy contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor» (San Juan Pablo II): «Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3). Por lo que a nosotros respecta, podemos entresacar un mensaje: «Destruyó la muerte e irradió la vida incorruptible con el Evangelio» (2Tim 1, 10), asegura san Pablo a su discípulo Timoteo. Es lo que contemplamos llenos de estupor, como entonces los tres Apóstoles predilectos, en este episodio propio del segundo domingo de Cuaresma: la Transfiguración.


Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal acojamos este estallido de sol y de luz en el rostro y en los vestidos de Jesús. Son un maravilloso icono de la humanidad redimida, que ya no se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno siente cuando se deja invadir por la gracia divina.


El Espíritu Santo transfigura también los sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para nosotros, avezados como estamos al grisáceo de la mediocridad. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en Dios, y en los hombres divinizados por Aquel que resucitó entre los muertos.


«La espiritualidad cristiana -escribió san Juan Pablo II- tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro», de tal manera que -a través de una asiduidad que podríamos llamar "amistosa"- lleguemos hasta el punto de «respirar sus sentimientos». Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "trans-figuración" en su Hijo Jesucristo.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«En aquel milagro hubo también otra lección. Pues aparecieron, en conversación con el Señor, Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas. Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí. Como dice san Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (San León Magno)


«Tenemos necesidad de apartarnos en un espacio de silencio —de subir a la montaña— para reencontrarnos con nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. ¡Pero no podemos quedarnos ahí! El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a bajar de la montaña y volver a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual» (Francisco)


«A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro ‘comenzó a mostrar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén, y sufrir y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día’ (Mt 16,21). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por Él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le ‘hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén’ (Lc 9,31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: ‘Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle’ (Lc 9,35)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 554)

domingo, 18 de febrero de 2024

Historia de la devoción del Vía Crucis



El Vía crucis es una devoción centrada en los Misterios dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más notables de la Pasión.


La difusión del ejercicio del Vía crucis ha estado muy vinculada a la Orden franciscana. Pero no fue San Francisco quien lo instituyó tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario, que culminaron en su experiencia mística en la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco compuso un Oficio de la Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un «vía crucis franciscano», y que rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen. En todo caso, fue la Orden francisana la que, fiel al espíritu de su fundador, propagó esta devoción, tarea en la que destacó especialmente San Leonardo de Porto Maurizio.


El Vía crucis consta de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del Señor. A veces se añade una decimoquinta, dedicada a la resurrección de Cristo. En la práctica de este ejercicio piadoso, las estaciones tienen un núcleo central, expresado en un pasaje del Evangelio o tomado de la devota tradición cristiana, que propone a la meditación y contemplación uno de los momentos importantes de la Pasión de Jesús. Puede seguirle la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el mismo, así como la meditación silenciosa. Ese núcleo central suele ir precedido y seguido de diversas preces y oraciones, según las costumbres y tradiciones de las diferentes regiones o comunidades eclesiales. En la práctica comunitaria del Vía crucis, al principio y al final, y mientas se va de una estación a otra, suelen introducirse cantos adecuados.

Ejercicio del Via Crucis






EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS


Por la señal de la Santa Cruz... Señor mío Jesucristo...


O en su lugar:


En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿Qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).


Pausa de silencio


Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]


Primera Estación

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.


San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.


Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Segunda Estación

JESÚS CARGA CON LA CRUZ


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.


El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Tercera Estación

JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.


Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Cuarta Estación

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.


Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Quinta Estación

JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.


El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Sexta Estación

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.


Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Séptima Estación

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.


Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Octava Estación

JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.


Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Novena Estación

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.


Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Décima Estación

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.


Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Undécima Estación

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.


El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Duodécima Estación

JESÚS MUERE EN LA CRUZ


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.


A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Decimotercera Estación

JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.


Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Decimocuarta Estación

JESÚS ES SEPULTADO


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.


Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Decimoquinta Estación

JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]


Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.


En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.


Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.


Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

El demonio: «Es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44).



Domingo 1 (B) de Cuaresma

Hoy, la Iglesia celebra la liturgia del Primer Domingo de Cuaresma. El Evangelio presenta a Jesús preparándose para la vida pública. Va al desierto donde pasa cuarenta días haciendo oración y penitencia. Allá es tentado por Satanás.

Nosotros nos hemos de preparar para la Pascua. Satanás es nuestro gran enemigo. Hay personas que no creen en él, dicen que es un producto de nuestra fantasía, o que es el mal en abstracto, diluido en las personas y en el mundo. ¡No!

La Sagrada Escritura habla de él muchas veces como de un ser espiritual y concreto. Es un ángel caído. Jesús lo define diciendo: «Es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). San Pedro lo compara con un león rugiente: «Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8). Y San Pablo VI enseña: «Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía».

¿Cómo? Mintiendo, engañando. Donde hay mentira o engaño, allí hay acción diabólica. «La más grande victoria del Demonio es hacer creer que no existe» (Baudelaire). Y, ¿Cómo miente? Nos presenta acciones perversas como si fuesen buenas; nos estimula a hacer obras malas; y, en tercer lugar, nos sugiere razones para justificar los pecados. Después de engañarnos, nos llena de inquietud y de tristeza. ¿No tienes experiencia de eso?

¿Nuestra actitud ante la tentación? Antes: vigilar, rezar y evitar las ocasiones. Durante: resistencia directa o indirecta. Después: si has vencido, dar gracias a Dios. Si no has vencido, pedir perdón y adquirir experiencia. ¿Cuál ha sido tu actitud hasta ahora?

La Virgen María aplastó la cabeza de la serpiente infernal. Que Ella nos dé fortaleza para superar las tentaciones de cada día.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones» (San Agustín)


«La tentación, ¿de dónde viene? ¿Cómo actúa dentro de nosotros? El Apóstol nos dice que no viene de Dios, sino de nuestras pasiones, de nuestras debilidades interiores, de las heridas que ha dejado en nosotros el pecado original. ¡Y curioso!, la tentación tiene tres características: crece, contagia y se justifica» (Francisco)


«Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: ‘Impulsado por el Espíritu’ al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1,12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 538)

sábado, 17 de febrero de 2024

Oraciones de Alabanza al Señor




ORACIÓN DE ALABANZA AL SEÑOR


“De Ti, Señor, nuestra vida nació

Que mi boca cante tu alabanza

Tú eres mi apoyo y refugio, Señor

Que mi boca cante tu alabanza

En Ti se alegra y canta mi ser

Que mi boca cante tu alabanza

Mi confianza está en tu bondad

Que mi boca cante tu alabanza

Te alabamos hoy, por tu poder

Te alabamos por tu bondad

Gloria a Ti, Señor, Tú, vencedor

Que me inunde tu gran amor

Que mi boca cante tu alabanza.” Amén



Oración para alabar y dar gracias a Dios

“Espíritu divino, ven a mi alma. Poséela y elévala en alabanza al Padre. Ora en mí y alábalo en mí.

Dios mío, creador mío, redentor mío, te alabo, te bendigo, te doy gracias. Solo tú eres Santo, solo tú eres digno de toda alabanza. Te doy gracias por mi vida, por mis alegrías, por mis tristezas. Todo te lo debo a ti, y todo es para ti. Te alabo con mis manos, con mi voz y con mi vida. Solo a ti quiero adorarte, bendecirte, alabarte.

Que mi vida sea una alabanza agradable en tu presencia. Que el perfume de mi alabanza llene tu Iglesia y la embellezca.

Esto es lo más grande que te puedo dar. Acéptalo Señor

Amén.”


Te Deum

“A ti, oh Dios, te alabamos,

a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,

te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos

y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines

te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios de los ejércitos.

Los cielos y la tierra

están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,

la multitud admirable de los profetas,

el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,

extendida por toda la tierra, te aclama:

Padre de inmensa majestad,

Hijo único y verdadero, digno de adoración,

Espíritu Santo, defensor,

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,

aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,

abriste a los creyentes el Reino de los Cielos.

Tú sentado a la derecha de Dios

en la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir como juez.

Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,

a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna

nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,

y bendice tu heredad.

Sé su pastor

y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos

y alabamos tu nombre para siempre,

por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día

guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,

ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,

no me veré defraudado para siempre.”


Salmo 150: ¡Aleluya, alaben a Dios!

“Alaben a Dios en su Santuario,

alábenlo en su poderoso firmamento;

alábenlo por su inmensa grandeza.

Alábenlo con toques de trompeta,

alábenlo con el arpa y la cítara;

alábenlo con tambores y danzas,

alábenlo con laudes y flautas.

Alábenlo con platillos sonoros,

alábenlo con platillos vibrantes,

¡Que todos los seres vivientes

alaben al Señor!

¡Aleluya!”


miércoles, 14 de febrero de 2024

¿Qué es el Miércoles de Cenizas?



El carnaval precede al tiempo de Cuaresma. El origen del carnaval es, por tanto, religioso, aunque sea como antesala; popularmente se trata de un acontecimiento marcado por dar rienda suelta a la fiesta, los disfraces, la buena comida y bebida y una explosión de alegría en la calle. Aragón lo vive al máximo en muchos puntos de su territorio, y Zaragoza no se queda atrás. En la Isla de Tenerife el carnaval es una de las principales fiestas del año. El inicio de la fiesta comienza con el Jueves Lardero (este 8 de febrero) y llega oficialmente a su fin con el Entierro de la Sardina, previo al Miércoles de Ceniza y el comienzo del recogimiento cuaresmal.


Origen del Miércoles de Ceniza

El Miércoles de ceniza es el día en que se toma la ceniza, que es el primero de la Cuaresma y el cuadragésimo sexto anterior al Domingo de Resurrección. El Miércoles de Ceniza da inicio a una tradición que se remonta al año 325, y que en su día era la fase de preparación para los bautizos. Dura 40 días como recordatorio del periodo que, según las sagradas escrituras, pasó Jesucristo en ayuno cuando recorrió el desierto después de ser bautizado. En este miércoles tan especial, los cristianos se arrepienten de sus pecados: la cruz de ceniza que marca la frente de los fieles representa la mortalidad y la penitencia por ellos. Al aplicarla, el sacerdote repite “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás". La ceniza viene de las hojas de palma quemadas durante los oficios del Domingo de Ramos del año anterior.

San Valentín no es santo desde 1965, pero sí muy comercial



La festividad de san Valentín estuvo durante muchos años incluida en el santoral oficial de la Iglesia católica. Concretamente desde que el Papa Gelasio I instauró la fiesta para erradicar las lupercales hasta que, durante el Concilio Vaticano II, se eliminó del calendario litúrgico.

Durante el papado de Gelasio I, entre los años 492 y 496, comenzó a celebrarse la festividad como símbolo del amor y sobre todo para eliminar la violencia de las lupercales: una fiesta pagana en la que se azotaban a las mujeres con pieles desolladas de perros y cabras para ayudar a su fertilidad. La estrategia funcionó y, con el paso de los años, las lupercales terminaron por desaparecer. Durante 1.000 años se celebró la vida del santo que casaba a los soldados desobedeciendo la prohibición del emperador romano Claudio II. Pero en 1965, con Pablo VI como sumo pontífice y durante el Concilio Vaticano II, eliminó a San Valentín del santoral en un intentó por dejar atrás aquellos santos cuya historia se apoyaba más en la leyenda que en la realidad.

A pesar de que san Valentín no figura en el calendario litúrgico es una fiesta que se celebra por todo el mundo, aunque con el tiempo ha perdido su sentido religioso y ha pasado a ser una fiesta más comercial. La Iglesia ortodoxa, la luterana y la anglicana también celebran san Valentín. En España, su celebración popular comenzó a mediados del siglo XX y se dice que fue introducida por los grandes almacenes Galerías Preciados.

En 2014, el Papa Francisco quiso celebrar por primera vez desde hacía años en el Vaticano la festividad de san Valentín con un curioso evento. Para ello, reunió a más de 20.000 parejas de novios procedentes de hasta 28 países del mundo. Aunque en un primer momento estaban previstos solamente 3.000 novios, la masiva inscripción terminó por desbordar los pronósticos del Vaticano.

El evento pasó de celebrarse en el aula Pablo VI – precisamente el Papa bajo el cual se eliminó la festividad del santoral– a la Plaza de San Pedro por petición expresa de Francisco I. Durante el evento, los novios congregados contaron sus historias y cantaron mientras esperaban al Sumo Pontífice. Cuando llegó, conversó con tres de las parejas reunidas sobre los temas fundamentales de la pastoral matrimonial. A su vez, el Papa recitó una oración escrita especialmente para la ocasión y bendijo a las parejas de cara a su futuro matrimonio.


¿San Valentín o Fiestas Lupercales de la Antigua Roma?

 


El día de San Valentín parece colocado en el calendario de manera estratégica, de manera de que nadie tenga excusa para dejar de comprar tras la Navidad, el día de Reyes y antes de los Carnavales y de Semana Santa. El 14 de febrero, también conocido como el Día de los Enamorados, es una jornada en la que millones de parejas de todo el mundo se regalan flores y se escriben frases jurándose amor eterno. Sin embargo, su origen no está muy claro.

A pesar de que es difícil conocer exactamente el origen de esta celebración –y de quién es realmente San Valentín y por qué es el patrón de los enamorados–, la historia se remonta a muchos siglos atrás, a unos tiempos ahora envueltos en la bruma del misterio. Algunos historiadores sitúan el origen de la fiesta de San Valentín en la antigua Roma, en la celebración de las lupercales, también llamadas lupercalia.

Estas se celebraban ante diem XV Kalendas Martias, lo que equivalía al 15 de febrero. Supuestamente la palabra deriva de lupus (lobo) un animal que representaba al dios Fauno, que tomó el sobrenombre de Luperco, y de hircus, por el macho cabrío, un animal impuro. Los acólitos se reunían en una cueva sagrada y, siguiendo la tradición, el sacerdote sacrificaba una cabra y, a continuación, los niños salían a la calle para azotar a las mujeres con la piel de los animales para incentivar su fertilidad.

Otra teoría remonta el origen de San Valentín a una fiesta romana llamada Juno Februata, en la cual era costumbre que los jóvenes varones escogieran el nombre de su pareja durante esos días extrayendo de una caja un papel con el nombre de la muchacha en cuestión. Estas uniones sexuales temporales a veces acababan en matrimonios duraderos.


VALENTÍN, UN SACERDOTE CONTRA EL PODER

Pero el origen de la historia del personaje de Valentín se sitúa en la Roma del siglo III, cuando el cristianismo comenzaba a extenderse. En esos momentos gobernaba el emperador Claudio II el Gótico, que promulgó una ley por la cual prohibía casarse a los jóvenes para que pudieran alistarse en el ejército.

Al no estar de acuerdo con dicha ley, un joven sacerdote llamado Valentín decidió desafiar la prohibición del emperador y empezó a celebrar matrimonios en secreto entre jóvenes enamorados, además de lograr que muchos se convirtieran al cristianismo y asistir a los presos antes de ser torturados y ejecutados.

Tras ser descubierto, Valentín fue arrestado y confinado en una mazmorra, donde el oficial encargado de su custodia le retó a devolverle la vista a su hija Julia que había nacido ciega. El joven sacerdote aceptó el reto y en nombre de Dios devolvió la vista a la joven, con lo cual logró que el oficial y toda su familia se convirtieran al cristianismo. A pesar del milagro, Valentín siguió preso, y el 14 de febrero del año 269 fue lapidado y decapitado.

La leyenda cuenta que Valentín, enamorado de Julia, envió una nota de despedida a la muchacha en la que firmaba: "De tu Valentín", de ahí la expresión anglosajona con la que se firman las cartas de amor: "From your Valentine". Julia, agradecida, plantó un almendro que dio hermosas flores rosadas junto a la tumba de su amado, de ahí el simbolismo de este árbol para expresar el amor y la amistad duraderos.

Siglos después Valentín fue elevado a los altares, y en el año 494 el papa Gelasio I declaró el 14 de febrero, el día de su martirio, como el día de San Valentín. Enterrado a las afueras de Roma, en la vía Flaminia –un lugar que sería más tarde conocido como Puerta de San Valentín–, su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje durante la Edad Media.


EL "TRIUNFO" DEL AMOR

Pero existen otras historias sobre el día de los enamorados. Una de ellas atribuye su origen al poeta del siglo XIV Geoffrey Chaucer. En su obra The Parlament of Foules (El Parlamento de las aves), el autor incluye una serie de versos que dicen lo siguiente: "Porque es el día de San Valentín, cuando cada pájaro viene a escoger a su pareja".

Ya en 1969, bajo el pontificado de Pablo VI y tras el Concilio Vaticano II, san Valentín fue eliminado del calendario católico ante las dudas que existían sobre el origen pagano de su historia.

Desde entonces, la Iglesia dedica el 14 de febrero a la advocación de los santos Cirilo y Metodio. Así, el 14 de febrero pasó a ser una fecha con santo, pero sin celebración, hasta que el consumismo del siglo XX lo eligió como el día ideal para incrementar las compras.

En 1948, el periodista César González-Ruano, escribió un artículo en el que proponía la idea de importar la celebración de San Valentín desde el mundo anglosajón a nuestro país y, como no podía ser de otra manera, la primera persona que apoyó esta iniciativa fue Pepín Fernández, dueño de las ya míticas Galerías Preciados. La iniciativa tuvo tanto éxito que, actualmente, cada vez son más los lugares que se unen a esta famosa celebración.

El empresario promovió la necesidad de hacer regalos a los seres más queridos. A principios del mes de febrero de ese mismo año, la prensa nacional ya publicaba anuncios en los que los grandes almacenes alentaban a la gente a celebrar el día de San Valentín.

Por lo que parece, no se puede luchar contra el amor (y menos aún contra las ganas de consumir). Al final, la leyenda unida al consumismo ha vencido al silencio con el que la Iglesia quiso postergar a San Valentín. Y al final, el imaginario y la tradición populares han unido sus fuerzas para convertir la celebración oficiosa de San Valentín el día de los Enamorados. 

domingo, 11 de febrero de 2024

Nuestra vida se parece a la del leproso



Domingo 6 (B) del tiempo ordinario


Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar la fe de este leproso. Sabemos que, en tiempos de Jesús, los leprosos estaban marginados socialmente y considerados impuros. La curación del leproso es, anticipadamente, una visión de la salvación propuesta por Jesús a todos, y una llamada a abrirle nuestro corazón para que Él lo transforme.


La sucesión de los hechos es clara. Primero, el leproso pide la curación y profesa su fe: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1,40). En segundo lugar, Jesús -que literalmente se rinde ante nuestra fe- lo cura («Quiero, queda limpio»), y le pide seguir lo que la ley prescribe, a la vez que le pide silencio. Pero, finalmente, el leproso se siente impulsado a «pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia» (Mc 1,45). En cierta manera desobedece a la última indicación de Jesús, pero el encuentro con el Salvador le provoca un sentimiento que la boca no puede callar.


Nuestra vida se parece a la del leproso. A veces vivimos, por el pecado, separados de Dios y de la comunidad. Pero este Evangelio nos anima ofreciéndonos un modelo: profesar nuestra fe íntegra en Jesús, abrirle totalmente nuestro corazón, y una vez curados por el Espíritu, ir a todas partes a proclamar que nos hemos encontrado con el Señor. Éste es el efecto del sacramento de la Reconciliación, el sacramento de la alegría.


Como bien afirma san Anselmo: «El alma debe olvidarse de ella misma y permanecer totalmente en Jesucristo, que ha muerto para hacernos morir al pecado, y ha resucitado para hacernos resucitar para las obras de justicia». Jesús quiere que recorramos el camino con Él, quiere curarnos. ¿Cómo respondemos? Hemos de ir a encontrarlo con la humildad del leproso y dejar que Él nos ayude a rechazar el pecado para vivir su Justicia.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«El amor de Cristo nos estimula y apremia a correr y volar con las alas del santo celo. Y, si uno no tiene celo, es señal cierta que tiene apagado en su corazón el fuego del amor, la caridad» (San Antonio Mª Claret)


«Jesús en su pasión llegó a ser como un ‘leproso’, hecho impuro por nuestros pecados, para obtenernos el perdón y la salvación» (Benedicto XVI)


«Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para orar. Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.602)


La Liturgia y la Catequesis: Unidas sin confundirse



La liturgia y la catequesis deben estar unidas sin confundirse

La liturgia y la catequesis deben estar unidas sin confundirse y distinguirse sin separarse porque se pertenecen mutuamente en el mismo acto de creer (Cfr. Directorio para la catequesis, N.º 95). La liturgia es una de las fuentes esenciales de la catequesis de la Iglesia, le ofrece contenidos, lenguajes, gestos y palabras de fe. La tradición de la Iglesia siempre ha mantenido el carácter celebrativo y unitivo de estas dos realidades, aunque cada una tiene sus propias características y especificidades. No se puede afirmar que una sea primero que la otra pero sí que cada una corresponde a la vida cristiana y eclesial, y que ambas están dirigidas a vivir la experiencia del amor de Dios. Podemos recordar las palabras del Papa Francisco el pasado 8 de febrero (2024) cuando dirigiéndose a los miembros de la Asamblea Plenaria del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, decía: "Sin reforma litúrgica no hay reforma de la Iglesia"... "Una Iglesia que no hace comprensible la liturgia, está enferma".


Diferencia entre la catequesis para preparar sacramentos y la celebración de la catequesis

Si vaciamos a la catequesis de su carácter celebrativo estamos convirtiéndola en una acción superflua y en una simple transmisión de conocimientos sin tomar en cuenta la experiencia de la fe. La fe entendida como el nexo de confianza entre la comunidad que cree y Dios que da el don para creer, es el núcleo de la catequesis, y la fe sólo se vive si se celebra en comunidad, en la Iglesia (Cfr. Directorio para la catequesis, N.º 96). El DC afirma que la liturgia es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios, haciendo referencia al Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1074. Y la liturgia en su propia naturaleza mistérica es celebración. No se puede pensar la catequesis solo como preparación para los sacramentos, sino que debe entenderse en relación con la experiencia litúrgica de la Iglesia, que desde las primeras comunidades ha existido y se ha mantenido hasta hoy. La catequesis se alimenta de los mismos sacramentos a los que se debe, en especial de la Eucaristía, que es fuente y fin de la vida cristiana y sólo es posible dentro de la liturgia.


La catequesis mistagógica

La diferencia entre una catequesis para preparar un sacramento de una celebración de la catequesis mistagógica es que la primera se reduce a transmitir un conocimiento y la segunda tiene su acento en el carácter experiencial, como lo atestigua la enseñanza de los santos padres, sin descuidar la inteligencia de la fe (Cfr. Directorio para la catequesis, N.º 97). La celebración de la catequesis mistagógica debe tener su fin en el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos que introduce en los misterios. Este encuentro tiene su fuente y su culminación en la celebración de la eucaristía y se profundiza en la catequesis.

Las características de la celebración de la catequesis mistagógica son: Interpreta los ritos a partir de la experiencia pascual de Jesús, sensibiliza a los fieles con los signos y símbolos presentes en el rito a la luz de la Palabra de Dios, coloca los ritos en relación al conjunto de la vida cristiana en actitud misionera, inserta a la vida cristiana a los catecúmenos incluso antes de la recepción de los sacramentos, alimentándolos con la liturgia dominical y en las fiestas del año litúrgico, preparándolos para una catequesis orgánica y estructurada (Cfr. Directorio para la catequesis, N.º 98). 


La liturgia y la catequesis ¿Qué aportan a la comprensión de la Palabra de Dios?

La liturgia y la catequesis entran en un espacio mistagógico que permiten tener una comprensión de la Palabra de Dios a través de la experiencia de vida que desarrolla cada bautizado. De esta manera se puede afirmar que la liturgia y la catequesis aportan a la comprensión de la Palabra de Dios el carácter mistagógico que puede evidenciarse en la misma comunidad creyente (Cfr. Directorio para la catequesis, N.º 96). 

En la experiencia mistagógica se evidencia tres momentos que aportan a la comprensión de la Palabra de Dios (Cfr. Directorio para la catequesis, N.º 98):

Primer momento: La interpretación de los eventos salvíficos a través de la tradición de la Iglesia por medio de la catequesis y la liturgia, ha dado mayor comprensión de los misterios de la vida de Jesús y en particular a su misterio pascual, en relación con todo el recorrido del Antiguo Testamento.

Segundo momento: La introducción de la liturgia y la catequesis mistagógica en la vida de la Iglesia permite que los bautizados despierten y se eduquen en la sensibilidad de los gestos y signos que unen al sentido que tiene la Palabra de Dios, este acto se conoce como rito.

Tercer momento: La presencia de la liturgia y la catequesis en la vida celebrativa de la Iglesia, hacen evidente la responsabilidad que tiene el cristiano ante la Palabra de Dios, en su tarea misionera y salvífica, como parte de la dinámica sacramental y eclesial.