jueves, 19 de junio de 2025

Influencia de Kierkegaard en el Personalismo



La filosofía de Søren Kierkegaard ha tenido una influencia significativa en el desarrollo del personalismo. Kierkegaard, considerado el padre del existencialismo, enfatizó la importancia de la existencia individual, la subjetividad y la experiencia personal, conceptos que resonaron profundamente con los pensadores personalistas. Su crítica al idealismo hegeliano, que diluía al individuo en el espíritu universal, y su enfoque en la angustia, la desesperación y la fe como elementos clave de la existencia humana, sentaron las bases para una reflexión sobre la persona única y concreta. 

El impacto de Kierkegaard en el personalismo se manifiesta en varios aspectos:

Énfasis en la individualidad:

Kierkegaard defendió la singularidad y autonomía del individuo, rechazando la idea de que el ser humano se reduce a una mera pieza dentro de un sistema social o filosófico. Esta visión fue fundamental para el personalismo, que busca comprender al ser humano en su totalidad y unicidad, más allá de abstracciones o generalizaciones. 

Importancia de la existencia concreta:

Para Kierkegaard, la existencia humana es concreta, temporal y en constante devenir, marcada por la angustia y la elección. Esta perspectiva, que contrasta con las filosofías abstractas, influyó en el personalismo al enfatizar la importancia de la experiencia vivida y la responsabilidad individual en la construcción de la propia existencia. 

La fe como elección fundamental:

Kierkegaard consideraba la fe como una elección existencial fundamental que da sentido a la vida y permite al individuo trascender la angustia y la desesperación. Esta idea resonó con personalistas que, desde una perspectiva cristiana, vieron en la fe una dimensión esencial de la persona y una fuente de sentido trascendente. 

Crítica a la masificación:

Kierkegaard criticó la tendencia a la masificación y la pérdida de individualidad en la sociedad moderna. Esta crítica también fue compartida por el personalismo, que busca proteger la dignidad y la singularidad de cada persona frente a las fuerzas homogeneizadoras de la cultura contemporánea. 

Influencia en autores personalistas:

Pensadores como Martin Buber y Franz Rosenzweig, figuras clave del personalismo, reconocieron la influencia de Kierkegaard en su pensamiento, especialmente en su visión de la relación interpersonal y la importancia del diálogo. 

En resumen, la filosofía de Kierkegaard proporcionó un marco conceptual importante para el desarrollo del personalismo, al destacar la centralidad de la existencia individual, la subjetividad, la libertad y la responsabilidad. Su crítica al idealismo y su enfoque en la experiencia existencial humana sentaron las bases para una reflexión profunda sobre la persona como un ser único, situado en el tiempo y abierto a la trascendencia. 

Kierkegaard y los tres estadios de la existencia humana




Este artículo presenta los conceptos básicos del pensamiento del gran filósofo danés Soren Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855), a saber, los tres estadios de la vida humana: el estético, el ético y el religioso, todos signados por la angustia y la desesperación.

Considerado un filósofo existencialista, el pensamiento de Soren Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855) está enfocado en los problemas que acechan al individuo, al uno, a la persona. En ese sentido, las tendencias de sus reflexiones son su anhelo apasionado de interioridad, buscan el sentido de lo vivido, el contacto directo con la existencia humana.

Para Kierkegaard, cada uno de nosotros es un algo concreto, temporal, un devenir que tiene una percepción entre lo temporal, lo terrenal y lo eterno. Para este filósofo, estas situaciones representan un modo de ser existente y libre, pero cuando indagamos y queremos saber quiénes somos, descubrimos que vivimos angustiados.

Mediante estas secuencias o sentimientos humanos se debe tomar en cuenta que, para entender la doctrina de Kierkegaard, es necesario saber que la libertad es uno de los conceptos clave ya que, para él, esta es la verdadera esencia de la existencia.

En ese sentido, este filósofo analiza al individuo desde tres estadios o esferas. A lo largo de sus textos filosóficos irá desarrollando estadios que se pueden dividir en estético, ético y religioso. Cada uno de estos episodios se asumen a partir de la experiencia personal.

Empero, para este autor es importante hacer notar que una de las dimensiones inevitables de la existencia es que en ella hay dolor y desesperación. Esto es así porque Kierkegaard considera que la vida, antes de pensarse, se vive y se asume con todo lo que en ella sucede. La existencia es fuente de angustia, de riesgo y desesperación.

Kierkegaard comienza a esbozar las tres etapas o formas de vida por las que tiene que pasar el ser humano. En primer lugar plantea el estadio estético, el cual representa la forma de vida en la que cada persona está bajo la impresión de lo sensible, de los sentimientos, del placer y el goce en sus distintas posibilidades. Es decir, el esteta vive en el instante, cada persona busca alguna sensación que de inmediato se le escapa, y por lo tanto le produce una sensación de vacío, y en consecuencia en la profundidad del esteta ronda la desesperación.

“Elige la desesperación, la desesperación misma es una elección, ya que se puede dudar sin elegir, pero no se puede desesperar sin elegir. Desesperándose uno se elige de nuevo, se elige a sí mismo, no en la propia inmediatez, como individuo accidental, sino que se elige a sí mismo en la propia validez eterna”, escribe Kierkegaard.

Posteriormente, cada persona va a explorar otra sensación, a la que este pensador llama el estadio ético. Éste implica una cierta estabilidad y una continuidad que la vida estética, como búsqueda incesante de la variedad, excluía de sí misma. En esta esfera ética, cada persona entra en contacto con lo general y renuncia a ser una excepción. Es decir, ya no está, como antes, a la búsqueda de experiencias y sensaciones. Al contrario, en esta etapa el individuo ordena su vida al cumplimiento del deber, asume sus responsabilidades.

Dicho estadio ético también se puede interpretar o manifestarse como una esfera intermedia. Es indispensable pasar por ella, pero sin que uno pueda detenerse ahí. Por la vía ética, el ser humano se elige a sí mismo y por su elección no puede renunciar a nada de lo que ha llegado a ser, ni siquiera los aspectos más turbios y sombríos de su personalidad.

De esta manera, Kierkegaard plantea la tercera esfera, la categoría del estadio religioso, como un estar ante Dios. Esta presencia, este pensamiento o sensación de Dios es la que va a dominar la existencia humana. “Estar ante Dios es dejar que él sea mi medida”, dirá este pensador. El tránsito o cambio de un estadio a otro se realiza, sin duda, por el camino de la angustia y la desesperación.

“El hombre no podría angustiarse si fuese una bestia o un ángel. Pero es una síntesis y por eso puede angustiarse. Es más, tanto más perfecto es el hombre, cuanto mayor es la profundidad de su angustia”, escribe. Sin embargo, el objetivo de Kierkegaard no es decirnos a los cuántos años se siente o se debe practicar alguno de estos estadios y la manera de superarlos. Al contrario, para él, cada uno de nosotros sentirá, con toda intensidad, esos estadios en algún momento de su vida. Su planteamiento filosófico es una llamada a la decisión y un intento de llevar al individuo a ver su situación existencial y las grandes alternativas o problemáticas que ha de afrontar durante el tiempo que dure su vida.

sábado, 14 de junio de 2025

La Santísima Trinidad (C)



La Santísima Trinidad (C)

Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».


Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«¡Oh Abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh Mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que Tú mismo?» (Santa Catalina de Siena)


«La liturgia nos invita a alabar a Dios no sólo por una maravilla realizada por Él, sino sobre todo por cómo es Él; por la belleza y la bondad de su ser» (Benedicto XVI)


«(...) El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 244)

viernes, 13 de junio de 2025

¿Quién es San Antonio de Padua?




San Antonio de Padua, venerado en todo el mundo, nació en 1195 en Lisboa, con el nombre de Fernando Martins de Bulhões. Proveniente de una familia noble y acomodada, recibió una educación excelente. Desde joven, Fernando rechazó las atracciones de la vida mundana, optando por el camino espiritual en el convento de los Canónigos Regulares de San Agustín, donde se destacó por su dedicación a los estudios y la oración. Su deseo de una vida más retirada y una conexión más profunda con su vocación lo llevó a trasladarse a Coímbra, lejos de las tentaciones de Lisboa, al Monasterio de Santa Cruz, donde continuó su camino de estudio y devoción.


Encuentro con los Franciscanos y Cambio de Vida

Convertido en sacerdote, Fernando conoció a un grupo de frailes del nuevo Orden Franciscano. Fascinado por su simplicidad, pobreza, humildad y dedicación radical a Cristo, decidió unirse a ellos, adoptando el nombre de Fray Antonio en honor a San Antonio d'Egitto.

Animado por el deseo de difundir la palabra de Cristo entre los musulmanes en Marruecos, partió en una misión, pero pronto enfermó gravemente y tuvo que regresar a Portugal. Durante el viaje, una tormenta desvió su barco hacia Sicilia, donde permaneció convaleciente durante aproximadamente dos meses. Esta parada forzada en Italia fue un momento crucial en la vida de San Antonio, ya que le permitió entrar en contacto con la comunidad franciscana italiana y con San Francisco de Asís.


Encuentro con San Francisco de Asís e Influencia de San Antonio en Italia y Francia

Después de recuperarse, se unió a los frailes en Mesina y viajó a Asís para participar en el "Capítulo de las Esteras", donde conoció a San Francisco de Asís.

Posteriormente, pasó un tiempo en un convento en Forlì, viviendo en completo anonimato. Por casualidad, tuvo la oportunidad de mostrar sus extraordinarias habilidades como predicador y su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras.

Desde entonces, viajó entre el norte de Italia y el sur de Francia, transformando muchas vidas con su humilde y accesible predicación del Evangelio. Su sabiduría no pasó desapercibida para San Francisco, quien lo nombró responsable de la formación teológica de los Frailes Menores en preparación para la ordenación en Bolonia.


Elección de Padua y Últimos Años de Vida

A los 32 años, Antonio se convirtió en superior de las fraternidades franciscanas del norte de Italia, abriendo nuevos conventos y manteniendo viva la presencia en los antiguos, atrayendo siempre numerosas multitudes de fieles. Eligio Padua como residencia y, aunque solo pasó cortos períodos allí, fue profundamente amado por la gente del lugar.

En 1231, debilitado por la salud y los numerosos viajes, se trasladó al eremitorio de Camposampiero, cerca de Padua, donde pasó sus días entre los habitantes del pequeño pueblo. Al sentirse mal, expresó el deseo de regresar a Padua y, el 13 de junio de 1231, murió a las puertas de la ciudad murmurando: "Veo a mi Señor".

A pesar de su corta vida, San Antonio dejó una marca indeleble en la Iglesia católica. Padua, agradecida y afectuosa con Fray Antonio, le dedicó una Basílica y su tumba pronto se convirtió en un lugar de peregrinación para los fieles en busca de curaciones físicas y espirituales.


La Fama de los Milagros y la Proclamación como Santo

La canonización de San Antonio ocurrió solo un año después de su muerte, testimonio del profundo impacto que tuvo en la comunidad cristiana. El Papa Gregorio IX, quien durante su vida lo llamó el "Arca del Testamento" por su extraordinaria comprensión de las Sagradas Escrituras, lo proclamó Santo en 1232, acelerando el proceso canónico debido a la fama de los milagros ocurridos por su intercesión.

En 1946, Pío XII lo elevó a Doctor de la Iglesia con el título de Doctor Evangelicus.


Leyendas y Tradiciones: El "Martillo de los Herejes" y el Patrón de los Objetos Perdidos

Muchas leyendas rodean la predicación y los milagros de San Antonio, conocido como el "Martillo de los herejes" por su capacidad para convertir a los herejes y como el patrón de los objetos perdidos. Un episodio particular de su vida que contribuyó a este apodo cuenta cómo un fraile estaba a punto de abandonar a San Antonio y robó un libro muy especial. San Antonio rezó para que el libro fuera devuelto y el fraile no solo devolvió el libro, sino que también se arrepintió del robo cometido.


Representación Iconográfica de San Antonio

A menudo retratado con el Niño Jesús en brazos, símbolo de su profunda espiritualidad, San Antonio también se representa con las Sagradas Escrituras y los lirios, símbolos de su pureza y castidad. Estos elementos iconográficos se han convertido en parte esencial de su representación y veneración popular. San Antonio de Padua sigue siendo una figura emblemática de la Iglesia católica, no solo por sus milagros y predicaciones, sino también por su humanidad y dedicación a Dios y a los más necesitados.

La Teología de San Antonio de Padua



La Teología de san Antonio

Cuando san Francisco da la aprobación para que fray Antonio enseñe teología a los hermanos, ¿Qué entiende por teología?

Nos encontramos en el periodo de las escuelas medievales unidas, en parte, a los monasterios, a las abadías que custodian la fe y la ponen por encima de la razón; o también escuelas unidas a los obispos y a las catedrales, escuelas que profundizan, sobre todo, en la moral y en la liturgia. Ha iniciado ya la lucha entre Bernardo, que consigue que se excomulgue a Abelardo y a los que proponen acentuar el valor de la razón hasta oponerla casi a la fe. Los obispos, especialmente los más capaces, ven con preocupación el nacimiento de las universidades, que aportan, en el estudio de las verdades religiosas, el pensamiento griego mediatizado por la reflexión de los pensadores árabes. Antonio ha estudiado teología en Coimbra, donde existía una gran biblioteca y donde había maestros que habían frecuentado las escuelas de París. Su cultura teológica lleva la marca de Agustín y de la cultura europea que precede a la gran escolástica. Hacer teología, enseñar teologías, significa para él cogerse de la mano a la revelación y reflexionar, guiado por la fe.

Características. La teología antoniana tiene claramente cinco características. La más evidente es la presencia en ella de la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios expresa y transmitida a través de la Biblia traducida por Jerónimo; basta una ojeada a uno de los sermones para dar razón a Gregorio IX, que llamó a Antonio “Arca del Testamento, estantería de la Sagrada Escritura”.

A esta primera característica sigue una segunda, común en muchos estudiosos medievales, pero de manera especial en Antonio que escribió sus sermones sin acceder a ninguna biblioteca y en sólo dos años de trabajo, del 1228 al 1230. Se trata de la utilización del pensamiento patrístico: en la explicación del misterio Antonio cita a menudo a los Padres, sobre todo los grandes Padres de Occidente: Agustín, Ambrosio, Jerónimo y Gregorio. Cita unas 10 obras de Ambrosio y unas 20 de Agustín. Entre los Padres de Oriente, recuerda a Orígenes, Juan Crisóstomo, Juan Damasceno, Germano de Constantinopla. En la teología de Antonio entran, junto con los Padres, los grandes maestros de las escuelas monacales: los Victorinos, abades como Beda, Cesáreo de Arlés, Rábano Mauro, Fulgencio de Ruspe. Es muy citado Isidoro de Sevilla, de quien se recuerdan 11 obras, además de las Etimologías. Marcan profundamente el pensamiento de Antonio pensadores más cercanos a él: Pedro Lombardo, Pier Damiani, Pedro Cantor, Alberto Magno.

Es menos evidente la autoridad del magisterio, aunque la teología antoniana está abierta a las enseñanzas del Credo niceno-constantinopolitano, del Símbolo de Atanasio, de los que han establecido los concilios hasta el último, el Lateranense IV de 1215; y además, su desarrollo sigue a la liturgia, con los textos escogidos por la Iglesia.

Una cuarta característica es la costumbre de introducir en la explicación de la fe el pensamiento y el estilo de los grandes de la cultura latina: cita a Catón y Virgilio, Tíbulo y Varrón, Cicerón y Séneca, Juvenal y Marcial, Ovidio y Plinio. Cita a Aristóteles no tanto por el pensamiento filosófico, cuanto por la Historia de los animales.

Quinta característica, muy notable en los escritos antonianos, es la presencia abundante de las ciencias de su época, en particular la astrología, la botánica, y, sobre todo, grandes alusiones a la vida y a las costumbres de los animales. Usa Papias Vocabulista y el Physiologus latinus. Este es un aspecto interesantísimo que los últimos estudios han puesto de relieve. Ciertamente la teología de san Antonio está dotada de múltiples inspiraciones y nos demuestra cómo gran parte del saber humano ha podido entrar en la escuela de los primeros franciscanos, para convertirse en medio de transmisión de la verdad religiosa a través de la predicación.

Parece que Antonio anticipe con la riqueza de su teología no sólo la reductio artium ad theologiam de Buenaventura, sino que previene la necesidad de no separar la revelación de la realidad cultural e histórica, preanunciando la reforma de los estudios eclesiásticos, que propondrá el Vaticano II en la Optatam totius, donde se pondrá en marcha el estudio interdisciplinario de la teología y se pedirá una formacion permanente, incluso para la predicación.

domingo, 8 de junio de 2025

«Recibid el Espíritu Santo»



Domingo de Pentecostés

Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.


El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.


El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.


El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).


Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.


El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda la gracia» (San Ireneo de Lyon)


«El sacramento de la Penitencia, surge directamente del misterio pascual. El perdón no es el fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, un don del Espíritu Santo, que nos llena con el baño de misericordia y de gracia que fluye sin cesar del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado» (Francisco)


«El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a sus apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 976)

viernes, 6 de junio de 2025

Niveles del yo según Kant:



Niveles del yo según Kant:

1º) En primer lugar, el yo aparece como un yo empírico (el yo del sentido interno, afectado por el tiempo, y, por tanto, huidizo y múltiple como un flujo de sensaciones): es el yo de la Estética transcendental, semejante en todo a la noción de mente de Hume.

2º) En un segundo momento, el yo aparece como un yo lógico o transcendental (un yo que debe acompañar y unificar todas mis representaciones), un yo que es mera forma lógica, vacía, por tanto, de todo contenido; una conciencia en general o la unidad de todo pensamiento: es el yo de la Analítica transcendental.

 3º) Más tarde, aparece la pretensión de un yo metafísico, que no es otra cosa que una ilusión de yo, el alma, como simple idea de la razón pura: es el yo de Dialéctica transcendental y de los paralogismos de la razón pura.

 4º) finalmente, aparece un yo moral, un sujeto cuya existencia es postulada por la fe, en sentido kantiano): es el yo de la razón práctica. A este yo de la razón práctica, a este sujeto moral, resultante de la transformación operada por vía de postulado práctico a partir de la idea de alma de la razón pura, es a lo que Kant llama en rigor persona.

Resumen:

La cuestión, pues, es clara: la disgregación del sujeto es debida a la carencia de un fundamento ontológico, único principio que, frente a la existencia fragmentaria e inconexa de los actos de pensamiento que sigue a una teoría de la conciencia sin fundamento sustancial, podría devolverles la unidad real, reintegrándolos en su propia unidad. Como se ha dicho antes, el yo es la acción refleja de conocimiento de un sujeto, ontológicamente constituido, de índole espiritual. Ahora bien, en Kant no existe, como se ha dicho al inicio, una teoría del ser, porque su filosofía, que carece de metafísica, es una teoría de la experiencia (o teoría de las acciones de conocimiento). 

Principales aportes de Kant al personalismo




Kant influyó significativamente en el personalismo al introducir la idea de la dignidad humana como valor absoluto, destacando la persona como un fin en sí misma, no como un medio para otros fines. También desarrolló el concepto de imperativo categórico, que enfatiza la autonomía moral y la obligación de actuar según leyes universales, lo que contribuye a la comprensión de la libertad y la responsabilidad personal. 

Principales aportes de Kant al personalismo:

Dignidad de la persona:

Kant afirma que las personas son fines en sí mismas, no medios, lo que implica que deben ser tratadas con respeto y no utilizadas como instrumentos. Esta idea es central en el personalismo, que enfatiza la importancia de la persona y su valor inherente. 

Imperativo categórico:

El imperativo categórico, que establece que debemos actuar de manera que nuestras acciones puedan convertirse en leyes universales, refuerza la idea de la responsabilidad moral individual y la autonomía. 

Autonomía y libertad:

Kant destaca la importancia de la autonomía como fuente de la moralidad. La persona debe actuar libremente y no por intereses egoístas o presiones externas, sino guiada por la razón y la voluntad autónoma. 

La persona como ser moral:

Para Kant, la persona es un ser moral, dotado de la capacidad de discernir entre el bien y el mal, y de actuar de acuerdo con la razón y la libertad. Esta visión se alinea con la perspectiva personalista de que la persona es el centro de la vida moral. 

Revolución copernicana:

Kant introdujo la noción de que el conocimiento no se limita a la experiencia sensorial, sino que la razón juega un papel activo en la estructuración del conocimiento, lo que implica que la persona no es pasiva frente a la realidad, sino que la interpreta y la transforma a través de su razón. 

El hombre como ser racional y moral:

Kant, a través de su ética, afirma que el hombre es un ser racional y moral, que tiene la capacidad de elegir y actuar libremente, siendo el centro de la vida moral. 

La importancia de la razón:

Kant destaca la importancia de la razón como la fuente de la libertad y la autonomía moral. La persona que usa su razón de manera autónoma puede tomar decisiones morales y actuar de manera consciente y responsable. 

El deber moral:

Kant establece que el deber moral no se deriva de la felicidad o el placer, sino de la ley moral, que es universal y objetiva. Este deber moral es un elemento central en la visión personalista de la moralidad, que se fundamenta en la responsabilidad y la autonomía de la persona. 

En resumen, las ideas de Kant sobre la dignidad de la persona, la autonomía, la libertad y la responsabilidad moral han sido fundamentales para el desarrollo del personalismo como corriente filosófica que enfatiza la importancia del individuo y su valor intrínseco.

Kant y el Personalismo



Kant se considera un precursor del personalismo debido a su enfoque en la dignidad y el valor absoluto de la persona, que se diferencia de las cosas o objetos. Su filosofía, especialmente la ética, enfatiza la importancia de tratar a las personas como fines en sí mismas, no como medios, y su concepto de autonomía moral, donde la persona es libre y responsable de sus acciones. 

El legado de Kant en el personalismo:

Dignidad de la persona:

Kant establece que la persona tiene dignidad, es decir, un valor intrínseco que no puede ser reducido a un precio. Esta dignidad se deriva de la capacidad de la persona para usar la razón y actuar moralmente. 

Imperativo categórico:

El imperativo categórico, que dicta que se debe actuar de tal manera que se pueda querer que la máxima de la acción se convierta en ley universal, refleja la importancia de la persona y su capacidad para establecer leyes morales universales. 

Autonomía moral:

La autonomía moral, la capacidad de la persona de decidir y actuar moralmente de acuerdo con su propia razón, es fundamental para el personalismo. 

Conciencia moral:

Kant enfatiza la importancia de la conciencia moral como un guía para la acción, donde la persona puede evaluar si una acción es moralmente correcta. 

El hombre como un fin en sí mismo:

La idea de que la persona humana es un fin en sí misma, no un medio para otros fines, es un principio central tanto en la filosofía de Kant como en el personalismo. 

El personalismo y el enfoque en la persona:

El personalismo, como corriente filosófica, se enfoca en la importancia de la persona, sus relaciones interpersonales y su valor intrínseco. Se caracteriza por una profunda valoración de la subjetividad, la libertad y la responsabilidad individual. El personalismo busca comprender la persona en su totalidad, incluyendo su cuerpo, mente, emociones y espíritu. 

En resumen: Kant, con su enfoque en la dignidad, la autonomía y la responsabilidad moral, sienta las bases para la perspectiva personalista, que enfatiza la importancia de la persona como un fin en sí misma y la necesidad de respeto y valorización de la individualidad. 

viernes, 30 de mayo de 2025

Ascensión del Señor (C)



Ascensión del Señor (C)

Hoy, Ascensión del Señor, recordamos nuevamente la “misión que” nos sigue confiada: «Vosotros seréis testigos de estas cosas» (Lc 24,48). La Palabra de Dios sigue siendo actualidad viva hoy: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo (...) y seréis mis testigos» (Hch 1,8) hasta los confines del mundo. La Palabra de Dios es exigencia de urgente actualidad: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).


En esta Solemnidad resuena con fuerza esa invitación de nuestro Maestro, que —revestido de nuestra humanidad— terminada su misión en este mundo, nos deja para sentarse a la diestra del Padre y enviarnos la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo.


Pero yo no puedo sino preguntarme: —El Señor, ¿actúa a través de mí? ¿Cuáles son los signos que acompañan a mi testimonio? Algo me recuerda los versos del poeta: «No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti y te diga: ‘Yo soy’. Un dios que declara su poder carece de sentido. Tienes que saber que Dios sopla a través de ti desde el comienzo, y si tu pecho arde y nada denota, entonces está Dios obrando en él».


Y éste debe ser nuestro signo: el fuego que arde dentro, el fuego que —como en el profeta Jeremías— no se puede contener: la Palabra viva de Dios. Y uno necesita decir: «¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! Sube Dios entre aclamaciones, ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad!» (Sal 47,2.6-7).


Su reinado se esta gestando en el corazón de los pueblos, en tu corazón, como una semilla que está ya a punto para la vida. —Canta, danza, para tu Señor. Y, si no sabes cómo hacerlo, pon la Palabra en tus labios hasta hacerla bajar al corazón: —Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, dame espíritu de sabiduría y revelación para conocerte. Ilumina los ojos de mi corazón para comprender la esperanza a la que me llamas, la riqueza de gloria que me tienes preparada y la grandeza de tu poder que has desplegado con la resurrección de Cristo.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros. Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió Él solo, puesto que nosotros subimos también en Él por la gracia» (San Agustín)


«El Señor atrae la mirada de los Apóstoles —nuestra mirada— hacia el cielo para indicarles cómo recorrer el camino del bien durante la vida terrena. Podemos escuchar, ver y tocar al Señor Jesús en la Iglesia, especialmente mediante la palabra y los sacramentos» (Benedicto XVI)


«En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por Él llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Como ‘Sumo Sacerdote de los bienes futuros’ (Hb 9,11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 662)

domingo, 25 de mayo de 2025

Conseguiremos la paz si nos volvemos hacia Jesús



Domingo 6 (C) de Pascua

Hoy, antes de celebrar la Ascensión y Pentecostés, releemos todavía las palabras del llamado sermón de la Última Cena, en las que debemos ver diversas maneras de presentar un único mensaje, ya que todo brota de la unión de Cristo con el Padre y de la voluntad de Dios de asociarnos a este misterio de amor.


A Santa Teresita del Niño Jesús un día le ofrecieron diversos regalos para que eligiera, y ella —con una gran decisión aun a pesar de su corta edad— dijo: «Lo elijo todo». Ya de mayor entendió que este elegirlo todo se había de concretar en querer ser el amor en la Iglesia, pues un cuerpo sin amor no tendría sentido. Dios es este misterio de amor, un amor concreto, personal, hecho carne en el Hijo Jesús que llega a darlo todo: Él mismo, su vida y sus hechos son el máximo y más claro mensaje de Dios.


Es de este amor que lo abarca todo de donde nace la “paz”. Ésta es hoy una palabra añorada: queremos paz y todo son alarmas y violencias. Sólo conseguiremos la paz si nos volvemos hacia Jesús, ya que es Él quien nos la da como fruto de su amor total. Pero no nos la da como el mundo lo hace (cf. Jn 14,27), pues la paz de Jesús no es la quietud y la despreocupación, sino todo lo contrario: la solidaridad que se hace fraternidad, la capacidad de mirarnos y de mirar a los otros con ojos nuevos como hace el Señor, y así perdonarnos. De ahí nace una gran serenidad que nos hace ver las cosas tal como son, y no como aparecen. Siguiendo por este camino llegaremos a ser felices.


«El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). En estos últimos días de Pascua pidamos abrirnos al Espíritu: le hemos recibido al ser bautizados y confirmados, pero es necesario que —como ulterior don— rebrote en nosotros y nos haga llegar allá donde no osaríamos.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza» (San Ambrosio)


«En toda la historia de la salvación, en la que Dios se ha hecho cercano a nosotros y espera pacientemente nuestros tiempos, incluyendo nuestras infidelidades, alienta nuestros esfuerzos y nos guía. En la oración aprendemos a ver los signos de este plan misericordioso» (Benedicto XVI)


«La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador. Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad. Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: ‘Ven, Espíritu Santo’» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.671)

sábado, 24 de mayo de 2025

La Teología del Cuerpo y la Soteriología



La Teología del Cuerpo y la Soteriología son dos áreas de la teología que, aunque distintas, tienen un punto de conexión importante: la reflexión sobre la salvación y el papel del cuerpo en ella. La Teología del Cuerpo, especialmente a través de las enseñanzas de Juan Pablo II, enfatiza la importancia del cuerpo humano como expresión de la persona y como vehículo de la revelación divina. La Soteriología, por otro lado, se centra en la doctrina de la salvación y cómo el hombre es liberado del pecado y la muerte. 

La Teología del Cuerpo y su relación con la salvación:

El cuerpo como revelación:

La Teología del Cuerpo postula que el cuerpo, en su naturaleza y sexualidad, revela el misterio de Dios y el plan original de Dios para la humanidad. El cuerpo no es solo un vehículo biológico, sino un medio para expresar la realidad espiritual y divina. 

El amor y el matrimonio como expresión de la salvación:

La Teología del Cuerpo considera el amor, especialmente el amor conyugal, como una expresión de la comunión entre Dios y la humanidad, y el matrimonio como una imagen del amor de Cristo por la Iglesia. 

La sexualidad como camino hacia la salvación:

La Teología del Cuerpo afirma que la sexualidad, cuando se vive en la verdad y el amor, puede ser un camino hacia la santidad y la plenitud de la vida. 

La Soteriología y su relación con la Teología del Cuerpo:

La redención del cuerpo:

La Soteriología se ocupa de la redención del hombre a través de Jesucristo, y esto incluye la redención del cuerpo. El cuerpo, al ser afectado por el pecado, también es redimido y transformado por la gracia de Dios. 

La salvación como una transformación integral:

La Soteriología entiende la salvación no solo como una liberación del pecado, sino también como una transformación integral de la persona, incluyendo su cuerpo y su alma. 

La esperanza en la resurrección:

La esperanza en la resurrección del cuerpo es un componente fundamental de la Soteriología, ya que implica la consumación de la salvación en la vida eterna y la transformación gloriosa del cuerpo. 

En resumen: La Teología del Cuerpo y la Soteriología se relacionan porque ambas buscan comprender la salvación en la totalidad del hombre, incluyendo su cuerpo. La Teología del Cuerpo ofrece una perspectiva sobre el cuerpo como un medio de revelación divina y como un componente esencial de la experiencia humana, mientras que la Soteriología se centra en la redención del cuerpo y su papel en la vida eterna.

¿Qué dice la patrística?

Ireneo (siglo II)

“Ésta es la razón por la que el Verbo se hace hombre y el Hijo de Dios, Hijo de hombre: para que el hombre, mezclándose al Verbo y recibiendo así la filiación adoptiva, se haga hijo de Dios”.

“El Verbo de Dios, Jesucristo nuestro Señor….debido a su amor sobreabundante, se hace lo mismo que somos nosotros para hacer de nosotros lo que él es”.

Orígenes (siglo III)

“Con Jesús empezaron a entrelazarse la naturaleza divina y la naturaleza humana, para que la naturaleza humana, por la participación en la divinidad, se divinizara, no sólo en Jesús sino también en todos los que, con la fe, adoptan el género de vida que Jesús enseñó y a los que elevó a la amistad con Dios y a la comunión con todo el que vive según los preceptos de Jesús.”

Atanasio (siglo IV)

“(El Verbo) se hizo hombre, para que nosotros nos hagamos Dios: y él mismo se hizo visible por su cuerpo, para que tengamos una idea del Padre invisible; soportó los ultrajes de los hombres, para que tengamos parte en la incorruptibilidad”.

Gregorio de Nisa: “somos semejantes a él si confesamos que él se hizo semejante a nosotros, para que haciéndose lo que somos nos hiciera tal como él es”.

Juan Crisóstomo: “El Verbo se hizo hijo del hombre, siendo verdadero Hijo de Dios, para hacer de los hijos del hombre hijos de Dios”.

domingo, 18 de mayo de 2025

Homilía del Papa León XIV en la Misa de inicio de su pontificado



Queridos hermanos cardenales, hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático, hermanos y hermanas:


Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía San Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).


En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).


Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.

Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.


Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.


Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.

¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.


Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.


A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos. Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma San Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).


Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.


En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela!


Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.


Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20).


Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.


Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.


Jesús nos invita a amarnos los unos a los otros



Domingo 5 (C) de Pascua

Hoy, Jesús nos invita a amarnos los unos a los otros. También en este mundo complejo que nos toca vivir, complejo en el bien y en el mal que se mezcla y amalgama. Frecuentemente tenemos la tentación de mirarlo como una fatalidad, una mala noticia y, en cambio, los cristianos somos los encargados de aportar, en un mundo violento e injusto, la Buena Nueva de Jesucristo.


En efecto, Jesús nos dice que «os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Y una buena manera de amarnos, un modo de poner en práctica la Palabra de Dios es anunciar, a toda hora, en todo lugar, la Buena Nueva, el Evangelio que no es otro que Jesucristo mismo.


«Llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2Cor 4,7). ¿Cuál es este tesoro? El de la Palabra, el de Dios mismo, y nosotros somos los recipientes de barro. Pero este tesoro es una preciosidad que no podemos guardar para nosotros mismos, sino que lo hemos de difundir: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20). De hecho, San Juan Pablo II escribió: «quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo».


Con esta confianza, anunciamos el Evangelio; hagámoslo con todos los medios disponibles y en todos los lugares posibles: de palabra, de obra y de pensamiento, por el periódico, por Internet, en el trabajo y con los amigos... «Que vuestro buen trato sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca» (Flp 4,5).


Por tanto, y como nos recalca el Papa Juan Pablo II, hay que utilizar las nuevas tecnologías, sin miramientos, sin vergüenzas, para dar a conocer las Buenas Nuevas de la Iglesia hoy, sin olvidar que sólo siendo gente de buen trato, sólo cambiando nuestro corazón, conseguiremos que también cambie nuestro mundo.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Ésta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la caridad para con ellos [enfermos, necesitados]» (San Gregorio Nacianceno)


«Lo esencial en estas palabras es el “nuevo fundamento” del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él» (Benedicto XVI)


«La voluntad de nuestro Padre es ‘que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad’ (1Tm 2,3-4). El ‘usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan’ (2Pe 3,9). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que ‘nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado’ (Jn 13,34)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.822)

domingo, 11 de mayo de 2025

La Mirada del Buen Pastor



IV Domingo de Pascua 

Hoy, la mirada de Jesús sobre los hombres es la mirada del Buen Pastor, que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una de ellas. Entre Él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad: «Escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia.

Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su Sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del Evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. ¿Qué tienen unos que no tengan los otros? San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: «Dios no te deja, si tú no le dejas»; no te abandonará, si tu no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido “agraciados”.

La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de san Ignacio dicen «hacerse el sordo», saber que Dios te llama y no darse por aludido. Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna. Sin embargo, Él es el único que ha podido decir: «Yo les doy la vida eterna» (Jn 10,28).

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «‘El que entre por mí se salvará’, disfrutará de libertad para entrar y salir, y encontrará pastos abundantes. En efecto, entrará al abrirse a la fe; saldrá al pasar de la fe a la visión; encontrará pastos en el banquete eterno» (San Gregorio Magno)

  • «Ésta es precisamente la diferencia entre el verdadero pastor y el ladrón: para el ladrón, para los ideólogos y dictadores, las personas son sólo cosas que se poseen. Pero para el verdadero pastor, por el contrario, son seres libres en vista de alcanzar la verdad y el amor» (Benedicto XVI)

  • «La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad (…). Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.182)

viernes, 9 de mayo de 2025

Aspectos salvíficos para la humanidad

 



INTRODUCCIÓN

Cada uno de nosotros está llamado a actuar conforme a la gracia proveniente de Dios, quien diariamente nos expresa su amor, iluminando nuestra vida, y es menester ser agradecidos con nuestro Padre por haber sacrificado su vida y redimir la nuestra.

Si bien es cierto, mediante las escrituras sagradas hemos logrado comprender varios aspectos en relación a nuestra salvación, sin embargo desde mi perspectiva, es necesario profundizar y conceptualizar las principales facetas que están inmersas en el proceso.

Asumir que Cristo, sólo Él como creador de la humanidad, podía ser su Salvador, nadie más podía otorgarle redención al ser humano y se propuso llegar hasta las últimas consecuencias, sin importar si estas incluían humillación,  y dolor, todo lo que tuviese que soportar con la finalidad de restaurar al alma arrepentida y creyente a la armonía con Dios y su propósito de salvación, es esquivo a la comprensión de los seres humanos, es un misterio grande y sublime que sería casi imposible llegar a entenderlo por completo.

La palabra salvación tiene implícita la idea de precaución o preservación de alguna eventualidad y respecto al tema de la salvación espiritual, a través de este trabajo, mi objetivo es profundizar en las tres etapas que están inmersas en el proceso liberación, santificación y vivificación.


CAPÍTULO I


1.1 LOS TRES ASPECTOS DE LA SALVACIÓN

Para iniciar nuestro estudio analizando la terminología que se ocupa para hablar del tema.  Se suele hablar de la salvación en tres tiempos:

Pasado

Presente

Futuro

Si con esos términos se quiere hablar de lo Dios hizo en el pasado, lo que está haciendo ahora y lo que hará en el futuro, está bien.  Así lo entiende el autor Ron Sider.  O bien, si con esa clasificación se desea señalar las etapas en la experiencia personal del creyente, no hay problema, porque absolutamente todos fuimos salvos, estamos siendo salvados, y seremos salvos en el futuro.

Sin embargo, considero que la terminología más adecuada para describir las tres etapas de nuestra salvación, sustituyendo las palabras pasado, presente, futuro, prefiero hablar de:

Aspecto Inicial

Aspecto Progresivo

Aspecto Final

Desde mi punto de vista considero que esta terminología enfatiza la unidad del proceso salvífico más que la otra.  Entreteje las etapas como parte de una experiencia total.

Así lo entiende el teólogo Novo testamentario George Caird al decir, “La salvación es una acción de Dios con dimensión triple: es un hecho ya realizado, una experiencia que continúa en el presente, y una consumación todavía futura”. En este estudio, examinemos varias de las facetas de la salvación para comprobar la validez de que la salvación es un hecho integral que se realiza en tres etapas, y que sus diferentes aspectos se experimentan en cada una de estas etapas.


CAPÍTULO II


2.1 La salvación como liberación

La salvación está relacionada con liberación; existen tres términos que describen nuestra salvación y que informan la idea de liberación.

El primero es Salvar.

El segundo es Liberar.

El tercero Redimir.

Los cristianos hemos sido salvados (Ef. 2, 8; 2 Ti. 1, 9); estamos siendo salvados en el presente (1 Co. 15, 2); y seremos salvados en el futuro (Ro. 5, 9; 2 Tes. 2, 14). Hemos sido liberados del poder de Satanás (Col. 1, 13), somos liberados del poder del pecado en nuestra experiencia presente (Ro. 6, 14), y seremos liberados en el futuro de la ira de Dios (1 Tes 1, 10).  Fuimos redimidos en el pasado (Gal. 3, 13; Ef. 1, 7), gozamos hoy de la obra redentora de Jesús (Tito 2, 14); y un día gozaremos de la plenitud de la redención (Ro. 8, 23; Ef. 4, 40).

La doctrina bíblica de la salvación enseña que la muerte de Cristo arregló de manera completa el problema del pecado, que es lo que nos condena y nos esclaviza;  pero al aceptar por fe la obra de Cristo en la cruz, recibimos una liberación total del pecado y sus consecuencias.  En la fase inicial de la salvación, somos salvos de una vez por todas del castigo del pecado.  En la fase presente de nuestra salvación, somos liberados diaria y progresivamente del poder del pecado en nuestra vida.  Y en la fase de culminación, seremos salvos de la misma presencia del pecado y sus efectos, incluyendo la muerte.


2.2 LA JUSTIFICACIÓN

La justificación está inmersa en las tres fases de nuestra salvación,  porque la obra de  Dios por la que nos justifica y por lo general se relaciona con el aspecto inicial de nuestra salvación, ya que desde que comenzó, fuimos justificados (es decir que Dios nos declaró justos), cuando depositamos nuestra confianza en Cristo.

La fe le fue acreditada por justicia a Abraham en el momento en que creyó; “Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia” (Ro. 4, 3).  Lo mismo pasa hoy: “al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Ro. 4, 5).  Desde que creímos en Cristo, cuando dejamos de confiar en nuestros propios esfuerzos y pusimos la fe sólo en él, Dios aplicó a nuestra cuenta la justicia de Cristo, con base en su obra perfecta y en cruz, y nos declaró justos.  Es por eso que Pablo puede decir: “Justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios” (Ro. 5, 1).

La etapa inicial de nuestra salvación incluye la justificación, la cual será confirmada en la consumación final.  Pero, ¿qué hay de la etapa presente?  La vida cristiana consiste de cierta manera en un proceso en que nuestra práctica se va ajustando progresivamente a nuestra posición, diariamente asumimos retos y renovamos nuestra fe y nuestras creencias, es una labor progresiva, nuestra posición es la de justos, la justicia se debería mostrar de manera creciente en nuestra experiencia actual.

Esto es lo que San Pablo enfatiza cuando dice, en la misma carta a los romanos, que el propósito de Dios al enviar a su Hijo fue “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro. 8, 4).  El propósito supremo de Dios para nosotros es conformarnos a la imagen de su Hijo (Ro. 8, 29), y eso incluye desarrollar en nosotros la justicia.

Hay mucho campo para la reflexión sobre este asunto.  La justicia incluye tratar a todos sin preferencia ni discriminación.  Incluye ser imparcial tanto en los reconocimientos que se dan como con las sanciones que haya que aplicar.  Incluye una conducta recta en todo sentido. Que no exista en ningún momento o lugar algún trato preferente para nadie. Dios debería poder decir de cada uno de nosotros, como sucedió con Job, “¿No has considerado a mi siervo Juan (o mi sierva María) que no otro como él (o ella) en la tierra, varón (o mujer) perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1, 8).

Cuánto mayor sería el impacto de la Iglesia en nuestros países si todos nos condujéramos de esa manera.  La reproducción de la justicia de Dios en nuestro diario caminar es un reto que debemos tener siempre presente, y una aspiración que nos esforzamos por alcanzar mediante nuestra conducta y acciones con Dios, quien debe ser nuestra principal motivación, nuestros hermanos y nosotros mismos.


2.3 SANTIFICACIÓN

Las tres fases de la salvación se ven de manera clara en otro de sus aspectos—la santificación.  La santificación es la separación del pecado y separación para Dios.  Fuimos santificados inicialmente cuando creímos en Cristo; Dios nos apartó para sí mismo y nos sacó de la esfera de pecado en que vivíamos.  La salvación para la cual Dios nos escogió, y a la cual nos llamó por el evangelio, se realizó “mediante la santificación del Espíritu” (2 Tes. 2, 13).  San Pablo describe a los creyentes en la problemática Iglesia de Corinto como “los santificados en Cristo Jesús” (1 Co. 1, 2).

La santificación comienza cuando creemos en Cristo y recibimos el precioso regalo de la salvación.  Así como Dios nos declara “justos” desde ese momento, también nos llama “santos”. San Pablo pudo decir a los de corintios, “ya habéis sido santificados” (1 Co. 6, 11)  Este aspecto de la salvación se puede llamar “santificación posicional”.  Nuestra posición ante Dios es la de santos, porque nos ha apartado para él y nos ha limpiado (Tito 2, 5).

A la vez, la santificación tiene mucha relación con nuestra experiencia presente. San Pablo dice a los Tesalonicenses, “la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tes. 4, 3).  El apóstol relaciona esta verdad con el problema de inmoralidad.  Hace un contraste entre la relación matrimonial en la que uno tiene “a su esposa en santidad y honor” (4, 4), y la fornicación, que representa “pasión de concupiscencia” (4, 5).

Resume su enseñanza diciendo que “no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (4, 7).  En un mundo en que el sexo y la promiscuidad se comercializan y la satisfacción sexual se busca por cualquier medio, es importante que hagamos un llamado continuo a la santidad y comprendamos que vivir en libertinaje sexual mancilla nuestro cuerpo y nuestro espíritu, en los cuales debe habitar la pureza y principios morales.

La santificación tiene que ver con todas las áreas de nuestra conducta, no solamente la sexual.  Una de las razones por las que fuimos santificados es para que hagamos buenas obras (Tito 2, 14).  Una evidencia de estamos experimentando la santificación presente es que serviremos a la justicia (Ro. 6, 18-19).

El aspecto futuro de nuestra santificación no es menos importante.  Cuando Cristo venga, el proceso santificador será consumado.  La oración del apóstol por los Tesalonicenses, de que Dios “os santifique por completo”, será contestada finalmente “para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5, 23).  La meta de Dios, de “presentarnos santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Col. 1, 22) está relacionada con la reconciliación cósmica que está aún por efectuarse (Col. 1, 20).  La obra santificadora del Espíritu se culminará cuando se hace realidad nuestro destino de “alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes. 2, 14), lo cual sucederá en su segunda venida.  Como comenta Charles Wanamaker, “Cuando Pablo habla de obtener la gloria de Cristo tiene en mente la transformación escatológica del pueblo de Dios asociada con la resurrección”.


2.4 VIVIFICACIÓN

La nueva vida que recibimos como resultado de la salvación también se experimenta en las tres etapas.  En el momento en que creímos en Cristo, recibimos vida; “estando nosotros muertos en pecados, (Dios) nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef. 2, 5).  Fuimos “engendrados por el evangelio” (1 Co. 4, 15).  Esa vida representa el comienzo de una nueva y viva relación con Dios.

Pero la nueva vida que recibimos en Cristo es sólo el comienzo.  El plan de Dios es que “nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6, 54). El verbo “andar” sugiere un proceso, un caminar continuo.  La nueva vida que tenemos no es nuestra; es la vida de Cristo en nosotros.  Para San Pablo, esto era lo importante: “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2, 20).  Las aflicciones que experimentamos como cristianos tienen como uno de sus propósitos permitir que “la vida de Cristo se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Co. 4, 10).

Una vida como la de Jesús, eso es lo que Dios desea reproducir en nosotros.  Y la manifestación de esa vida en nosotros es una salvación—salvación de nuestra auto-dependencia, de nuestro ego, de nuestras metas equivocadas.  La vida de Cristo en nosotros se manifiesta por las cualidades que su Espíritu desarrolla en nosotros—el fruto del Espíritu que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gá. 5, 22-23).  Los que demuestran la vida de Jesús en su diario caminar “han crucificado la carne con sus pasiones” (5, 24), y evitan la vanagloria y la envidia (5, 26).  Viven en verdadera libertad, no sirviendo a la carne, sino sirviendo “por amor los unos a los otros” (Gál 5, 13).

Nuestra nueva vida tendrá su plena realización cuando Cristo venga otra vez.  Seremos “vivificados” no sólo porque entraremos a una nueva y hermosa esfera de vida, sino también porque nuestros cuerpos mortales serán resucitados, o transformados si nos encontramos vivos en su regreso.  “Esto corruptible” se visitará “de incorrupción” y “esto mortal” se visitará “de inmortalidad” (1 Co. 15, 53).

De nuevo podemos ver que la esperanza de nuestra plena salvación en el futuro representa un poderoso orientador para el presente.  Pablo dice que “cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados en él en gloria” (Col. 3, 4).  El apóstol utiliza esa esperanza de vida plena y gloriosa para exhortar a sus lectores a “hacer morir lo terrenal en vosotros” (3, 5).

¡Cómo sería la Iglesia si todos viviéramos manifestando la vida de Cristo!  Tal manifestación puede ser una realidad si cumplimos con los requisitos de mantener una comunión íntima con nuestro Señor, a través de la oración, el estudio de la Palabra, y la confesión diaria de pecado.  Es cuando contemplamos la gloria del Señor que somos transformados a su imagen (2 Co. 3, 18).


CONCLUSIÓN


La salvación en prácticamente todos sus aspectos se desarrolla en tres etapas o fases: la inicial, la progresiva, y la final.  Vale la pena citar nuevamente a George Caird:

Casi todos estos términos (los que tienen que ver con la salvación) se pueden usar indistintamente para referir a cualquiera de los tres tiempos.  Nuestra lógica moderna quizá preferiría guardar un grupo de términos para cada aspecto de la tríada: por ejemplo, justificación para el hecho consumado, santificación para la experiencia continua, y glorificación para la meta. Pero el uso de los términos en el Nuevo Testamento no se conforma a ese tipo de patrón.  Lo único que puede asegurar la lógica es que hay diferencias de énfasis.  La justificación tiene primordialmente una referencia al pasado, pero es también una condición dentro de la cual se vive la vida cristiana… antes del veredicto final que se espera ansiosamente… Los cristianos han sido salvos una vez por todas, pero también están siendo salvados… y esperan la salvación todavía futura… Han sido libertados, pero deben vivir como personas libres… mientras esperan su liberación final.  Han sido lavados, pero el proceso limpiador continúa, hasta que se alcanza la pureza perfecta”. 

Podríamos mencionar otros aspectos de nuestra salvación como la glorificación y la reconciliación, que también se experimentan de alguna manera en cada etapa de nuestra salvación.  Pero los aspectos ya tocados son suficientes para poder afirmar que nuestra salvación es completa—maravillosamente completa.

¿Cómo debe afectar mi conducta como cristiano el reconocer que Dios me ha salvado de esta manera?  Primero, me infunde confianza el saber que “el que comenzó en vosotros la buena obra la seguirá perfeccionando hasta el día de Jesucristo” (Fil 1, 6).  Puedo enfrentar el futuro con total descanso en mi corazón, sabiendo que ya soy poseedor de una salvación completa.

En segundo lugar, comprender mi salvación me anima a vivir agradecido con Dios, y deseoso de corresponder a la inmensa obra salvadora con la cual he sido beneficiado.  Debo procurar constantemente que la posición que tengo en Cristo se transfiera a mi experiencia diaria.  Ya que he sido justificado, debo practicar una vida recta y justa.  Porque he sido reconciliado, debo buscar la reconciliación y la comunión con todos mis hermanos.  Porque he sido santificado, debo vivir en santidad.  Porque soy receptor de la glorificación, debo desear que la gloria de Cristo se manifieste en mi vida.  Porque Dios me ha dado vida, debo cultivar y desarrollar esa preciosa relación con mi Señor, apartando tiempo para estar con él  y viviendo en comunión con él durante todo el día.

En vista de la salvación tan grande que Cristo compró en la cruz con el precio incalculable de su sangre, debo valorar mi salvación. Y si la valoro, voy a querer compartir con otros el mensaje del Evangelio que es “poder de Dios para salvación”.

Que Dios nos ayude a comprender cada día más lo grandioso de nuestra salvación, a corresponder a ella con una vida acorde con sus valores, y a compartir con otros éste  bello y poderoso  mensaje.