sábado, 16 de noviembre de 2024

Análisis del documento final del Sínodo de la Sinodalidad

No caer en la trampa de la autojustificación



Domingo 33 (B) del tiempo ordinario

Hoy recordamos cómo, al comienzo del año litúrgico, la Iglesia nos preparaba para la primera llegada de Cristo que nos trae la salvación. A dos semanas del final del año, nos prepara para la segunda venida, aquella en la que se pronunciará la última y definitiva palabra sobre cada uno de nosotros.


Ante el Evangelio de hoy podemos pensar que “largo me lo fiais”, pero «Él está cerca» (Mc 13,29). Y, sin embargo, resulta molesto —¡hasta incorrecto!— en nuestra sociedad aludir a la muerte. Sin embargo, no podemos hablar de resurrección sin pensar que hemos de morir. El fin del mundo se origina para cada uno de nosotros el día que fallezcamos, momento en el que terminará el tiempo que se nos habrá dado para optar. El Evangelio es siempre una Buena Noticia y el Dios de Cristo es Dios de Vida: ¿por qué ese miedo?; ¿acaso por nuestra falta de esperanza?


Ante la inmediatez de ese juicio hemos de saber convertirnos en jueces severos, no de los demás, sino de nosotros mismos. No caer en la trampa de la autojustificación, del relativismo o del “yo no lo veo así”... Jesucristo se nos da a través de la Iglesia y, con Él, los medios y recursos para que ese juicio universal no sea el día de nuestra condenación, sino un espectáculo muy interesante, en el que por fin, se harán públicas las verdades más ocultas de los conflictos que tanto han atormentado a los hombres.


La Iglesia anuncia que tenemos un salvador, Cristo, el Señor. ¡Menos miedos y más coherencia en nuestro actuar con lo que creemos! «Cuando lleguemos a la presencia de Dios, se nos preguntarán dos cosas: si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la Iglesia; todo lo demás no tiene valor» (San J.H. Newman). La Iglesia no sólo nos enseña una forma de morir, sino una forma de vivir para poder resucitar. Porque lo que predica no es su mensaje, sino el de Aquél cuya palabra es fuente de vida. Sólo desde esta esperanza afrontaremos con serenidad el juicio de Dios.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Si estás dormido y tu corazón no está en vela, Él se marcha sin haber llamado; pero si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta» (San Ambrosio)


«Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados» (Benedicto XVI)


«Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente aun cuando a nosotros no nos ‘toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad’ (Hch 1,7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24,44; 1Tes 5,2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén ‘retenidos’ en las manos de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 673)

domingo, 10 de noviembre de 2024

¿Está mi corazón vacío de cosas?



Domingo 32 (B) del tiempo ordinario

Hoy, el Evangelio nos presenta a Cristo como Maestro, y nos habla del desprendimiento que hemos de vivir. Un desprendimiento, en primer lugar, del honor o reconocimiento propios, que a veces vamos buscando: «Guardaos de (…) ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (cf. Mc 12,38-39). En este sentido, Jesús nos previene del mal ejemplo de los escribas.


Desprendimiento, en segundo lugar, de las cosas materiales. Jesucristo alaba a la viuda pobre, a la vez que lamenta la falsedad de otros: «Todos han echado de lo que les sobraba, ésta [la viuda], en cambio, ha echado de lo que necesitaba» (Mc 12,44).


Quien no vive el desprendimiento de los bienes temporales vive lleno del propio yo, y no puede amar. En tal estado del alma no hay “espacio” para los demás: ni compasión, ni misericordia, ni atención para con el prójimo.


Los santos nos dan ejemplo. He aquí un hecho de la vida de san Pío X, cuando todavía era obispo de Mantua. Un comerciante escribió calumnias contra el obispo. Muchos amigos suyos le aconsejaron denunciar judicialmente al calumniador, pero el futuro Papa les respondió: «Ese pobre hombre necesita más la oración que el castigo». No lo acusó, sino que rezó por él.


Pero no todo terminó ahí, sino que —después de un tiempo— al dicho comerciante le fue mal en los negocios, y se declaró en bancarrota. Todos los acreedores se le echaron encima, y se quedó sin nada. Sólo una persona vino en su ayuda: fue el mismo obispo de Mantua quien, anónimamente, hizo enviar un sobre con dinero al comerciante, haciéndole saber que aquel dinero venía de la Señora más Misericordiosa, es decir, de la Virgen del Perpetuo Socorro.


¿Vivo realmente el desprendimiento de las realidades terrenales? ¿Está mi corazón vacío de cosas? ¿Puede mi corazón ver las necesidades de los demás? «El programa del cristiano —el programa de Jesús— es un “corazón que ve”» (Benedicto XVI).



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Jamás será pobre una casa caritativa» (San Juan Mª Vianney)


«El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan» (Francisco)


«‘Todos los cristianos... han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto’ (Concilio Vaticano II)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.545)

viernes, 1 de noviembre de 2024

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,29)



Domingo 31 (B) del tiempo ordinario

Hoy, está muy de moda hablar del amor a los hermanos, de justicia cristiana, etc. Pero apenas se habla del amor a Dios.


Por eso tenemos que fijarnos en esa respuesta que Jesús da al letrado, quien, con la mejor intención del mundo le dice: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,29), lo cual no era de extrañar, pues entre tantas leyes y normas, los judíos buscaban establecer un principio que unificara todas las formulaciones de la voluntad de Dios.


Jesús responde con una sencilla oración que, aún hoy, los judíos recitan varias veces al día, y llevan escrita encima: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,29-30). Es decir, Jesús nos recuerda que, en primer lugar, hay que proclamar la primacía del amor a Dios como tarea fundamental del hombre; y esto es lógico y justo, porque Dios nos ha amado primero.


Sin embargo, Jesús no se contenta con recordarnos este mandamiento primordial y básico, sino que añade también que hay que amar al prójimo como a uno mismo. Y es que, como dice el Papa Benedicto XVI, «amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero».


Pero un aspecto que no se comenta es que Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco; de lo que hemos de deducir, que nos manda también que nos amemos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él.


Si tenemos, pues, como regla de vida el doble mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, Jesús nos dirá: «No estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Y si vivimos este ideal, haremos de la tierra un ensayo general del cielo.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Seamos una porción santa; practiquemos todo lo que exige la santidad» (San Clemente de Roma)


«El amor al prójimo responde al mandato y al ejemplo de Cristo si se funda en un verdadero amor a Dios» (Benedicto XVI)


«(…) Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios [los fariseos]: la resurrección de los muertos, las formas de piedad (limosna, ayuno y oración) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 575)

lunes, 21 de octubre de 2024

El significado del Sínodo



El término sínodo se remonta en la tradición de la Iglesia desde sus inicios. La Comisión Teológica Internacional asocia el término sínodo a los contenidos más profundos de la Revelación. Es una palabra griega que podemos traducir en "caminar juntos" y podemos comprender desde nuestra actualidad que se trata de un llamado a la reflexión para que la Iglesia pueda avanzar en medio de su proceso histórico. El sínodo nos traslada a la realidad de un camino que todo el Pueblo de Dios recorren juntos. 

El término sínodo nos remite al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6), y al hecho de que los bautizados en su origen fueron llamados "discípulos del camino" (Cfr. Hch 9, 2; 19, 9; 22, 4; 24, 14. 22).

Ya en el Antiguo Testamento podemos encontrar las semillas que conciben la idea sinodal del Pueblo de Dios y pueden encontrar mayor lucidez desde su lectura sinóptica con el Nuevo Testamento. Es a partir del Concilio Vaticano II cuando se construye la comprensión actual de la sinodalidad como un proceso reflexivo y de reforma que responden a una necesidad de cambios dentro de la Iglesia. La sinodalidad es un repensar la Iglesia desde la constitución Lumen Gentium sobre el Pueblo de Dios.

El teólogo venezolano Rafael Luciani en distintas oportunidades nos afirma que el proceso sinodal es una nueva etapa en la recepción del Concilio Vaticano II, que se caracteriza por recuperar la primacía hermenéutica del capítulo II de Lumen Gentium. De este modo se reconoce el carácter vinculante y permanente del sensus fidei fidelium en la construcción del consensus omnium fidelium. 

En la constitución Lumen Gentium se desarrolla la doctrina del sensus fidei que expresa “el carácter de sujeto activo de todos los bautizados y bautizadas puesto que participan de la ‘función profética de Cristo’(LG 12a)” recordando las reflexiones de Schickendatz. Ello se  torna claro y se institucionaliza con la relación final del Sínodo extraordinario de los obispos en 1985, según la enseñanza expresa de Rafael Luciani en sus escritos.

El término sínodo es entonces una relación de diálogo y de camino juntos entre el magisterio de la Iglesia y los creyentes a la luz de los desafíos del mundo contemporáneo a los que la Iglesia tiene que hacer frente.  La teología de Schickendatz nos recuerda que la sensibilidad democrática de los pueblos, las investigaciones histórico-teológicas y el contacto con otras iglesias en un diálogo ecuménico conforman el contexto donde se debe presentar la relación entre Iglesia, democracia y democratización (Esta es la conclusión del trabajo investigativo que llega el catedrático Alessandro Caviglia).

Sin embargo, en la reflexión de un “caminar juntos” surge la confrontación entre los que promueven una visión horizontal de la Iglesia con los que deciden seguir manteniendo las estructuras eclesiales verticales (Papa, obispos, clérigos y laicos). También surgen diferencias sobre el papel del primado del Papa y las voces que piensan en una sinodalidad donde las jerarquías no desaparecen, pero donde se acentúa la dirección hacia la horizontalidad.

En el proceso del Sínodo de la Sinodalidad hay quienes hablan de la sinodalidad en sentido amplio, es decir, en relación con cuestiones como la “sinodalidad de los saberes”, término que usa Correa Plata en sus escritos para defender un camino sinodal incluyente y participativo. En otras palabras la participación como discipulado de iguales, saberes adquiridos y toma de decisiones.

Con todo, nos encontramos en un proceso de reforma de la Iglesia que busca una forma interna clara, con áreas importantes como la reflexión sobre la doctrina del sensus fidei, la renovación de la figura del ministerio episcopal, la cuestión del ordenamiento de nuevos obispos, la reflexión del ministerio presbiterial, la cuestión del lugar de los laicos dentro de la Iglesia, el lugar de la mujer en la Iglesia, la cuestión teológica y jurídica de la Conferencia Episcopal, el tema del Sínodo de los Obispos, el debate sobre la configuración del papado, la reforma de la curia, entre otros elementos puestos en la mesa de debate y que recogemos según la lectura de Schickendatz. Todo ello constituye una agenda múltiple y ambiciosa. Una agenda que no se puede pretender agotar en el Sínodo de la Sinodalidad. El procesos es abierto y evolutivo.

domingo, 20 de octubre de 2024

¡Cómo nos gusta estar bien servidos!



Domingo 29 (B) del tiempo ordinario

Hoy, nuevamente, Jesús trastoca nuestros esquemas. Provocadas por Santiago y Juan, han llegado hasta nosotros estas palabras llenas de autenticidad: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida» (Mc 10,45).


¡Cómo nos gusta estar bien servidos! Pensemos, por ejemplo, en lo agradable que nos resulta la eficacia, puntualidad y pulcritud de los servicios públicos; o nuestras quejas cuando, después de haber pagado un servicio, no recibimos lo que esperábamos. Jesucristo nos enseña con su ejemplo. Él no sólo es servidor de la voluntad del Padre, que incluye nuestra redención, ¡sino que además paga! Y el precio de nuestro rescate es su Sangre, en la que hemos recibido la salvación de nuestros pecados. ¡Gran paradoja ésta, que nunca llegaremos a entender! Él, el gran rey, el Hijo de David, el que había de venir en nombre del Señor, «se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres (…) haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fl 2,7-8). ¡Qué expresivas son las representaciones de Cristo vestido como un Rey clavado en cruz! En España tenemos muchas y reciben el nombre de “Santa Majestad”. A modo de catequesis, contemplamos cómo servir es reinar, y cómo el ejercicio de cualquier autoridad ha de ser siempre un servicio.


Jesús trastoca de tal manera las categorías de este mundo que también resitúa el sentido de la actividad humana. No es mejor el encargo que más brilla, sino el que realizamos más identificados con Jesucristo-siervo, con mayor Amor a Dios y a los hermanos. Si de veras creemos que «nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13), entonces también nos esforzaremos en ofrecer un servicio de calidad humana y de competencia profesional con nuestro trabajo, lleno de un profundo sentido cristiano de servicio. Como decía Santa Teresa de Calcuta: «El fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la paz».



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar» (San Juan Bosco)


«Todo aquel que quiera hacer algo por los demás, tiene que servir. El verdadero poder está en el servicio, y la vocación más grande que tienen una mujer y un hombre es la del servicio» (Francisco)


«Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio (…). El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o instituir lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.235)