jueves, 26 de junio de 2025

¿Quién es San Pablo de Tarso, el Apóstol de los Gentiles?





En muchas ocasiones se afirma que la figura de San Pablo es, indisolublemente unida a la de San Pedro y después de la de Cristo, la más importante en la historia de la cristiandad. Aunque Pablo no fue discípulo directo de Jesús, pues nunca lo conoció, tras la vivencia que experimentó viajando hacia Damasco se convirtió en su apóstol más ferviente y, junto a Pedro, sentó las bases sobre las que se constituyó la Iglesia.


De la vida, pensamiento y obras de Pablo tenemos constancia tanto por el libro de los Hechos de los Apóstoles como por las Epístolas que dirigió a varias comunidades cristianas (cartas a los Romanos, Corintios, Tesalonicenses...) y también a sus discípulos (Timoteo, Tito y Filemón). En todos estos textos Pablo se revela como un hombre tenaz, dotado de ánimo y fe inquebrantables, que no retrocede jamás ante las dificultades y rigores que entraña alcanzar una cima ni se adormece complaciéndose en los logros obtenidos, sino que siempre aspira a ir más allá aunque conlleve sufrimientos.

Pablo fue siempre más allá porque para su espíritu inquieto nunca hubo fronteras. Nació hacia el año 8 en Tarso de Cilicia (Tarso, en la actual Turquía), localidad costera sometida a Roma donde se cultivaba la cultura griega; su familia, aunque judía, gozaba de la ciudadanía romana. El niño fue circuncidado con el nombre de Saúl –Saulo– y educado en la fiel observancia de la Ley de Moisés y de las tradiciones de los mayores.


Según la costumbre judía desde los cinco años tuvo que aprender a leer los textos sagrados hebreos, y en su preadolescencia debió aprender asimismo griego, la lengua de uso común en Tarso. A los quince años fue enviado a Jerusalén para formarse en profundidad en el conocimiento de las Escrituras y de las tradiciones rabínicas y, de acuerdo con los usos judíos, también aprendió un oficio; en su caso se le adiestró como tejedor de lonas para tiendas de campaña, trabajo al que se dedicó durante su posterior actividad apostólica para ganarse el sustento.


Fervoroso defensor de las antiguas tradiciones, Saulo de Tarso fue uno de los más violentos adversarios del cristianismo hasta que un día, en el camino de Damasco, Jesús se le manifestó. Después de recibir el bautismo Pablo se dedicó por entero a difundir el mensaje del Redentor recorriendo grandes zonas mediterráneas sujetas al dominio de Roma pero no judías, motivo por el que frecuentemente se le denomina Apóstol de los Gentiles, y también Apóstol de las Gentes.


Según una antiquísima tradición Pedro y Pablo fueron martirizados en Roma el mismo día, hacia el año 64: Pedro sufrió crucifixión en tanto que Pablo, por ser ciudadano romano, fue decapitado; sus sentencias fueron dictadas por el emperador Nerón, implacable y feroz perseguidor de los cristianos. En el Santoral se recuerda a ambos apóstoles y mártires el 29 de junio. La Conversión de San Pablo se conmemora el 25 de enero.


¡Poneos en camino!



Domingo 14 (C) del tiempo ordinario

Hoy, nos fijamos en algunos que, entre la multitud, han procurado acercarse a Jesucristo, que está hablando mientras contempla los campos rebosantes de espigas: «La mies es mucha, pero los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2). De repente, fija su mirada en ellos y va señalando a unos cuantos, uno a uno: tú, y tú, y tú. Hasta setenta y dos...


Asombrados, le oyen decir que vayan, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde Él irá. Quizá alguno habrá respondido: —Pero, Señor, ¡si yo sólo he venido para oírte, porque es tan bello lo que dices!


El Señor les pone en guardia contra los peligros que les acecharán. «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos». Y utilizando imágenes de costumbre en las parábolas, añade: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10,3-4). Interpretando el lenguaje expresivo de Jesús: —Dejad de lado medios humanos. Yo os envío y esto basta. Aun sintiéndoos lejos, seguís cerca, yo os acompaño.


A diferencia de los Doce, llamados por el Señor para que permanezcan junto a Él, los setenta y dos regresarán luego a sus familias y a su trabajo. Y vivirán allí lo que habían descubierto junto a Jesús: dar testimonio, cada uno en su sitio, simplemente ayudando a quienes nos rodean a que se acerquen a Jesucristo.


La aventura acaba bien: «Los setenta y dos volvieron muy contentos» (Lc 10,17). Sentados en torno a Jesucristo, le debieron contar las experiencias de aquel par de días en que descubrieron la belleza de ser testigos.


Al considerar hoy aquel lejano episodio, vemos que no es puro recuerdo histórico. Nos damos por aludidos: podemos sentirnos junto al Cristo presente en la Iglesia y adorarle en la Eucaristía. Y el Papa Francisco nos anima a «llevar a Jesucristo al hombre, y conducirlo al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre».


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Los mandó así, porque dos son los preceptos de la caridad: el amor de Dios y el del prójimo; y entre menos de dos no puede haber caridad» (San Gregorio Magno)


«San Lucas pone de relieve el entusiasmo de los discípulos por los frutos de la misión. Ojalá que este evangelio despierte en todos los bautizados la conciencia de que son misioneros de Cristo» (Benedicto XVI)


«(…) Los Doce y los otros discípulos participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte. Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 765)

29 de junio: Solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles



Hoy celebramos la solemnidad de San Pedro y San Pablo, los cuales fueron fundamentos de la Iglesia primitiva y, por tanto, de nuestra fe cristiana. Apóstoles del Señor, testigos de la primera hora, vivieron aquellos momentos iniciales de expansión de la Iglesia y sellaron con su sangre la fidelidad a Jesús. Ojalá que nosotros, cristianos del siglo XXI, sepamos ser testigos creíbles del amor de Dios en medio de los hombres tal como lo fueron los dos Apóstoles y como lo han sido tantos y tantos de nuestros conciudadanos.


En una de las primeras intervenciones del Papa Francisco, dirigiéndose a los cardenales, les dijo que hemos de «caminar, edificar y confesar». Es decir, hemos de avanzar en nuestro camino de la vida, edificando a la Iglesia y confesando al Señor. El Papa advirtió: «Podemos caminar tanto como queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, alguna cosa no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, esposa del Señor».


Hemos escuchado en el Evangelio de la misa un hecho central para la vida de Pedro y de la Iglesia. Jesús pide a aquel pescador de Galilea un acto de fe en su condición divina y Pedro no duda en afirmar: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Inmediatamente, Jesús instituye el Primado, diciendo a Pedro que será la roca firme sobre la cual se edificará la Iglesia a lo largo de los tiempos (cf. Mt 16,18) y dándole el poder de las llaves, la potestad suprema.


Aunque Pedro y sus sucesores están asistidos por la fuerza del Espíritu Santo, necesitan igualmente de nuestra oración, porque la misión que tienen es de gran trascendencia para la vida de la Iglesia: han de ser fundamento seguro para todos los cristianos a lo largo de los tiempos; por tanto, cada día nosotros hemos de rezar también por el Santo Padre, por su persona y por sus intenciones.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Como no hay que oponerse a la voluntad del Señor que decide, he respondido con obediencia a lo que ha querido hacer de mí la mano misericordiosa del Maestro» (San Gregorio Magno)


«Y tú, ¿has sentido alguna vez en ti esta mirada de amor infinito que, más allá de todos tus pecados, limitaciones y fracasos, continúa fiándose de ti y mirando tu existencia con esperanza?» (Francisco)


«(…) ‘Y enseguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que Él era el Hijo de Dios’ (Hch 9,20). Este será, desde el principio, el centro de la fe apostólica profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 442)

martes, 24 de junio de 2025

¿Qué le puede decir la experiencia de san Pedro a mi historia con Jesús?



Si nosotros hubiéramos asesorado a Jesús para elegir a sus discípulos, ¡qué distinto hubiera sido todo! Jesús, no le des la bolsa a Judas, que es ladrón; Jesús, no fundes tu Iglesia sobre Pedro, que anda siempre negando todo… ¿No es verdad que Jesús hizo las cosas muy mal? ¡Pero la Iglesia salió bien! ¿Por qué será?


Dicen que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Y con san Pedro apóstol sí que se esmeró: ¿Habrá habido algún renglón más torcido que el querido Pedro?


Y sin embargo, lo elegiste. Y hoy, 267 papas después seguimos preguntándonos: ¿Qué te llevó a elegirlo? ¿Por qué Pedro y no Andrés que fue tu primer discípulo? ¿Por qué no Bartolomé que era un “israelita sin doblez? ¿Por qué él? Claro, no es sencillo, pero tenemos que aprender a ver con tus ojos y no con los nuestros. Porque tu sabiduría es necedad para los que no ven con tus ojos, pero un tesoro infinito para los que sí lo hacen.


1. San Pedro era muy inculto



¡Y vaya que lo era! Un pescador en Galilea. Ni un doctor de la ley, ni un fariseo, ni siquiera un miembro del Sanedrín: un pescador, un trabajador asalariado que vivía del trabajo de sus manos. Pero «Dios elige a los necios del mundo para confundir a los fuertes» (I Co, 1, 27) Y con Pedro se lució: él siguió siendo necio incluso después de recibir al Espíritu Santo. En el primer concilio de Jerusalén la Iglesia lo hizo recapacitar y volver sobre sus pasos en cuanto a la circuncisión y otras costumbres judías. Pero Pedro se sabía inculto y rudo, aceptó las correcciones de sus hermanos y la Iglesia siguió adelante conservando la fe.


2. San Pedro era muy impulsivo



Jesús, para guiar tu Iglesia necesitamos gente que no se deje llevar por los impulsos, sino gente centrada, equilibrada y con dotes de mando. Un impulsivo es muy cercano a un imprudente (y san Pedro demostró muchas veces ser impulsivo, por ejemplo cuando te pidió que no le lavaras los pies). ¿Por qué una persona impulsiva para gobernar una Iglesia que iba a nacer en crisis? Porque generalmente las personas impulsivas no miden los riesgos y se dejan llevar por los “impulsos” de su corazón. Y todas las “corazonadas” posteriores de Pedro mostraron que tu infinita sabiduría estaba orientada a expandir la Iglesia hacia todo el mundo conocido. El episodio del quo vadis lo demuestra: Pedro seguía siendo impulsivo poco antes de su martirio, pero su corazón grande lo hizo volver y enfrentarlo.


3. San Pedro era un cobarde



¿Cómo no iba a cantar el gallo viendo semejante gallina? Sí, ya sé, todos somos valientes en teoría. ¡En la práctica es otra cosa muy diferente! Pero Señor, ¿Qué te hizo pensar que Pedro sería un buen pastor para tus ovejas? ¡Si se asustó de una cocinera! Dios también elige a lo débil de este mundo para confundir a los fuertes, para que se viera que la Iglesia no era obra de los hombres, sino obra de Dios.


San Pedro también era asustadizo. Cuando en la barca, siguiendo un impulso te quiso seguir, caminando sobre las aguas, se acobardó por su falta de fe, y de ese modo, le enseñaste que la fe es más importante que la valentía y que no quieres valientes, sino hombres que confíen en ti plenamente, sin dudar un segundo. Porque el que confía en su propia valentía, entonces no tiene necesidad de ti.


4. San Pedro te traicionó



Todo muy lindo, el nombramiento de Pedro y que su sobrenombre fuera “piedra” (¿será por cabeza dura?) ¡Pero san Pedro es lo mismo que Judas! ¡Te traicionó! ¡Te negó tres veces! ¿Por qué no iba a seguir negándote después como Papa? Nuestro primer Papa comenzó la Iglesia con el pie izquierdo. No podría haber metido la pata más a fondo. Luego de haberte traicionado, no solo no rectificó su traición, sino que lloró cuando el gallo cantó. Y cuando te lo encontraste, nos enseñaste cómo se transita el camino del perdón: por cada negación un «¿Me amas? apacienta a mi rebaño». Porque de ese modo nos enseñas que no importa las veces que te traicionemos, pecando, sino las veces que nos arrepintamos, te pidamos perdón y volvamos a tu rebaño. Porque somos ovejas perdidas que necesitan a su Pastor, y somos débiles, y cobardes, y necios, e impulsivos, pero en el fondo, «Señor, tú sabes que te amamos» y que queremos servirte a pesar de nuestras limitaciones y nuestros pecados.


¿Qué nos dice la conversión de san Pedro hoy? Que no importa el tamaño de nuestros pecados, de nuestra ignorancia, de nuestra personalidad. Que Dios hizo santos, (¡y grandes santos!) a personas débiles como tú y yo. Que Dios nos pide que llenemos las tinajas y que Él se encarga de transformar el agua, insípida y sosa, en vino que alegra. Que no tenemos que dejarnos vencer por nuestras fragilidades, sino dejar que Dios nos transforme en levadura, en fermento para la masa. La conversión de san Pedro nos indica que Dios no necesita de nuestros talentos, sino que quiere nuestra nada, que reconozcamos humildemente que Él y solo Él es el que hace que nuestros talentos fructifiquen, siendo tierra humilde que se deja labrar en el desánimo, en la tristeza, en el dolor.


Elevemos nuestras oraciones al querido san Pedro, para que él, que tuvo el privilegio de sostener primero el timón de la barca de la Iglesia, sostenga también nuestro timón para que podamos dejarnos transformar por Cristo.

¿Quién es San Pedro Apóstol?



San Pedro Apóstol — Pedro es mencionado frecuentemente en el Nuevo Testamento — en los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles, y en las Epístolas de San Pablo. Su nombre aparece 182 veces.


Lo único que sabemos de su vida antes de su conversión es que nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades y se trasladó a Cafarnaum, donde junto con Juan y Santiago, los hijos del Zebedeo, se dedicaba a la pesca. Existe evidencia para suponer que Andrés (el hermano de Pedro) y posiblemente Pedro fueron seguidores de Juan el Bautista, y por lo tanto se habrían preparado para recibir al Mesías en sus corazones.


Imaginamos a Pedro como un hombre astuto y sencillo, de gran poder para el bien, pero a veces afligido un carácter abrupto y tempestivo que habría de ser transformado por Cristo a través del sufrimiento.


Nuestro primer encuentro con Pedro es a principios del ministerio de Jesús. Mientras Jesús caminaba por la orilla del lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón Pedro y Andrés, echar la red al agua. Y los llamó diciendo: << Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.>> (Mateo 4,19). Inmediatamente abandonaron sus redes y lo siguieron. Un poco después, aprendemos que visitaron la casa en la que estaba la suegra de Pedro, sufriendo de una fiebre la cual fue curada por Jesús. Esta fue la primera curación atestiguada por Pedro, quien presenciará muchos milagros más durante los tres años de ministerio de Jesús, siempre escuchando, observando, preguntando, aprendiendo.


Profesión de fe y primado de Pedro:

Cristo resucitado es el fundamento de la Iglesia: “porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo” -1 Cor 3, 10. Sin embargo, el mismo Jesús quiso que su Iglesia tuviese un fundamento visible que serán Pedro y sus sucesores. Jesús presenta la vocación singular de Pedro en la imagen de roca firme. Pedro= Petros= Quefá= Piedra= Roca. Es el primero que Jesús llama y lo nombra roca sobre la cual construirá su Iglesia. Pedro es el primer Papa ya que recibió la suprema potestad pontificia del mismo Jesucristo. El ministerio Petrino asegura los cimientos que garantizan la indefectibilidad de la Iglesia en el tiempo y en las tormentas. La barca del pescador de Galilea es ahora la Iglesia de Cristo. Los peces son ahora los hombres.


Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo , hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista, otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.” Les dice Él: “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?” Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” Replicando Jesús dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. Mateo 16, 13-20.


Dar las llaves significa entregar la autoridad sobre la Iglesia con el poder de gobernar, de permitir y prohibir.  Pero no se trata de un gobierno como los del mundo sino en función de servicio por amor: “el mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos” (Mt 23, 11).


Recordemos algunos de los episodios Bíblicos en los que aparece Pedro.

San Pedro murió crucificado. El no se consideraba digno de morir en la forma de su Señor y por eso lo crucificaron con la cabeza hacia abajo. El lugar exacto de su crucifixión fue guardado por la tradición. Muy cerca del circo de Nerón, los cristianos enterraron a San Pedro.


Las palabras de Jesús se cumplen textualmente.


“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Mateo 16:18


Hay testimonios arqueológicos de la necrópolis con la tumba de San Pedro, directamente bajo el altar mayor. Esta ha sido venerada desde el siglo II.  Un edículo de 160 d.C.  en el cual puede leerse en griego “Pedro está aquí”.


Se han encontrado muchos escritos en las catacumbas que unen los nombres de San Pedro y San Pablo, mostrando que la devoción popular a estos grandes Apóstoles comenzó en los primeros siglos. Pinturas muy antiguas nos describen a San Pedro como un hombre de poca estatura, energético, pelo crespo y barba. En el arte sus emblemas tradicionales son un barco, llaves y un gallo.


Hoy el Papa continúa el ministerio petrino como pastor universal de la Iglesia de Cristo. Al conocer los orígenes, debemos renovar nuestra fidelidad al Papa como sucesor de Pedro.


Los únicos escritos que poseemos de San Pedro son sus dos Epístolas en el Nuevo Testamento. Pensamos que ambas fueron dirigidas a los convertidos de Asia Menor. La Primera Epístola está llena de admoniciones hacia la caridad, disponibilidad y humildad, y en general de los deberes en la vida de los cristianos. Al concluir, Pedro manda saludos de parte <<de la iglesia situada en Babilonia>>. Esto prueba que la Epístola fue escrita desde Roma, que en esos tiempos los judíos la llamaban “Babilonia”. La Segunda Epístola trata de las falsas doctrinas, habla de la segunda venida del Señor y concluye con una bella doxología, <<pero creced en la gracia y sabiduría de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. A Él sea la gloria, ahora y por siempre.>>


Martirio de San Pedro

San Pedro murió crucificado. El no se consideraba digno de morir en la forma de su Señor y por eso lo crucificaron con la cabeza hacia abajo. El lugar exacto de su crucifixión fue guardado por la tradición. Muy cerca del circo de Nerón, los cristianos enterraron a San Pedro.


Las palabras de Jesús se cumplen textualmente.


“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Mateo 16, 18


Hay testimonios arqueológicos de la necrópolis con la tumba de San Pedro, directamente bajo el altar mayor. Esta ha sido venerada desde el siglo II.  Un edículo de 160 d.C.  en el cual puede leerse en griego “Pedro está aquí”.


Se han encontrado muchos escritos en las catacumbas que unen los nombres de San Pedro y San Pablo, mostrando que la devoción popular a estos grandes Apóstoles comenzó en los primeros siglos. Pinturas muy antiguas nos describen a San Pedro como un hombre de poca estatura, energético, pelo crespo y barba. En el arte sus emblemas tradicionales son un barco, llaves y un gallo.


Hoy el Papa continúa el ministerio petrino como pastor universal de la Iglesia de Cristo. Al conocer los orígenes, debemos renovar nuestra fidelidad al Papa como sucesor de Pedro.


Los únicos escritos que poseemos de San Pedro son sus dos Epístolas en el Nuevo Testamento. Pensamos que ambas fueron dirigidas a los convertidos de Asia Menor. La Primera Epístola está llena de admoniciones hacia la caridad, disponibilidad y humildad, y en general de los deberes en la vida de los cristianos. Al concluir, Pedro manda saludos de parte <<de la iglesia situada en Babilonia>>. Esto prueba que la Epístola fue escrita desde Roma, que en esos tiempos los judíos la llamaban “Babilonia”. La Segunda Epístola trata de las falsas doctrinas, habla de la segunda venida del Señor y concluye con una bella doxología, <<pero creced en la gracia y sabiduría de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. A Él sea la gloria, ahora y por siempre.>>

¿Quién fue San Juan Bautista y cuál fue su misión?



Según las propias palabras de Jesús, "no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista". Con él se cierra el Antiguo Testamento, siendo su vida y su misión la preparación de la llegada del Mesías y, por tanto del Nuevo Testamento. Pariente de Jesús, siendo hijo de Isabel y Zacarías, fue él mismo quien a petición del mismo Cristo le bautizaría. Y finalmente se fue haciendo pequeño para dejar paso a aquel a quien no se sentía digno de “desatarle la correa de su sandalia”, hasta que finalmente fuera asesinado siendo mártir de la verdad. Es el único santo, a excepción de la Virgen, del que se celebra su nacimiento (24 de junio) y su martirio (29 de agosto).


¿Cuál era la misión de Juan el Bautista?

Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus el 24 de junio de 2012 habló de la misión del “pariente” del Señor. De este modo, explicaba el Pontífice alemán: “Con excepción de la Virgen María, el Bautista es el único santo del que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace porque está íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, desde el vientre materno Juan es el precursor de Jesús: el ángel anuncia a María su concepción prodigiosa como una señal de que ‘para Dios nada hay imposible’, seis meses antes del gran prodigio que nos da la salvación, la unión de Dios con el hombre por obra del Espíritu Santo. Los cuatro Evangelios dan gran relieve a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al Consagrado del Señor. De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan con estas palabras: ‘Este es de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’”. Y proseguía más adelante: “Cuando un día Jesús mismo, desde Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó, pero luego aceptó, y vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celestial que lo proclamaba su Hijo. Pero la misión del Bautista aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le pidió que precediera a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios, al que antes había reconocido y señalado públicamente”.


¿Cómo era el bautismo que realizaba Juan el Bautista?

Durante una catequesis, el Papa Francisco se refería al tipo de bautismo de Juan el Bautista y la relación que tenía con Jesús. Así, señalaba que “el bautismo de Juan consistía en un rito penitencial, era signo de la voluntad de convertirse, de ser mejores, pidiendo perdón por los propios pecados. Realmente Jesús no lo necesitaba. De hecho, Juan Bautista trata de oponerse, pero Jesús insiste. ¿Por qué? Porque quiere estar con los pecadores: por eso se pone a la fila con ellos y cumple su mismo gesto. Lo hace con la actitud del pueblo, con su actitud [de la gente] que, como dice un himno litúrgico, se acercaba ‘desnuda el alma y desnudos los pies’. El alma desnuda, es decir, sin cubrir nada, así, pecador. Este es el gesto que hace Jesús, y baja al río para sumergirse en nuestra misma condición. Bautismo, de hecho, significa precisamente ‘inmersión’. En el primer día de su ministerio, Jesús nos ofrece así su ‘manifiesto programático’. Nos dice que Él no nos salva desde lo alto, con una decisión soberana o un acto de fuerza, un decreto, no: Él nos salva viniendo a nuestro encuentro y tomando consigo nuestros pecados. Es así como Dios vence el mal del mundo: bajando, haciéndose cargo”.


¿Se celebran dos fiestas de San Juan Bautista?

La importancia de San Juan Bautista para la Iglesia es tal que en el Calendario romano es el único santo de quien se celebra tanto el nacimiento, el 24 de junio, seis meses después de la Anunciación, como la muerte que tuvo lugar a través del martirio, y que se celebra el 29 de agosto.


¿Por qué se celebra el nacimiento de San Juan Bautista?

No es nada común que la Iglesia celebre la fiesta de un santo, sino que suele ser la fecha de su muerte, su Dies natalis, o bien alguna fecha de especial relevancia en la vida del santo. Pero en la Iglesia únicamente se celebra la natividad de tres personas. Una es la de Jesucristo, el 25 de diciembre; la segunda es la de la Virgen María el 8 de septiembre; y, por último, la de San Juan Bautista, el 24 de junio. Con ello se pretende remarcar el papel fundamental de este santo y pariente de Jesús, que fue precursor de Cristo y preparó el camino para el Señor.


¿Quiénes son los padres de San Juan Bautista?

La Biblia deja clara constancia de la filiación de San Juan Bautista. Sus padres eran Isabel, pariente de la Virgen María, y Zacarías, sacerdote del templo de Jerusalén. De hecho, ambos abren el Evangelio de San Lucas: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad”. Los siguientes versículos narran el embarazo de Isabel y la Anunciación del Ángel a la Virgen, donde confirma el parentesco entre ambas, y por tanto, entre Jesús y Juan. “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido en su vejez y este es el sexto mes de la que se decía que era estéril”, añade el Evangelio.


¿Qué parentesco tienen Jesús y San Juan Bautista?

Jesús y Juan Bautista eran parientes aunque no sé sabe con exactitud qué tipo de parentesco podrían tener. San Lucas, en su evangelio, describe a Isabel, la madre de Juan, como “pariente” de María. En el Evangelio también se afirma que Isabel era de “edad avanzada” mientras que la Virgen era joven pues estaba desposada con José, lo que podría significar que Isabel fuera su tía, tía abuela u otro tipo de pariente.


¿Qué dijo Jesús de San Juan Bautista?

En los Evangelios la figura de Juan el Bautista tiene especial relevancia, pues además de relatarse su nacimiento y su martirio también se recogen las alabanzas de Jesús, concretamente en dos pasajes. El evangelista Mateo recoge: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista”.


¿Qué dijo San Juan Bautista de Jesús?

A Juan el Bautista le seguían numerosos discípulos, pero cuando muchos creían que el quizás era el Mesías, dejó claro su papel y qué representaba Jesús: “Yo os bautizo con agua, pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. Y en el momento que Jesús fue a Juan para recibir este bautismo le dijo: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”. Y Jesús le respondió: “Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”.


¿Qué relación tiene Juan el Bautista con Elías?

Los judíos pensaban que antes de la llegada del Mesías, Dios enviaría al profeta Elías. Así lo afirmaba el profeta Malaquías: “He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible”. Y fue el mismo Jesús, el Mesías, el que dijo que Juan el Bautista sería ese Elías. Así, el Evangelio de Mateo recoge estas palabras de Jesús: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir”. En otro pasaje se dice: "Los discípulos le preguntaron: '¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?'. Él les contestó: 'Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos'".


¿Dónde vivió Juan el Bautista?

Según la tradición, Juan el Bautista habría nacido en Ain Karem, lugar en el que se ha identificado la casa de Isabel y Zacarías, pero la realidad es que la Escritura no cita el nombre de ninguna ciudad. Lo que sí dice tras la Anunciación es que María se fue a visitar a su prima Isabel “a la región montañosa, a una ciudad de Judá”. Posteriormente, San Lucas se refiere a la vida oculta del Bautista, del que dice que “el niño crecía y su espíritu se fortalecía y vivió en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”. Más adelante, se afirma que fue en el “desierto” donde “fue dirigida la palabra de Dios a Juan”, y fue entonces cuando fue “por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados”.


¿Cómo murió San Juan Bautista?

La muerte de San Juan Bautista aparece relatada de manera detallada en el Evangelio de San Marcos: “Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: ‘No te está permitido tener la mujer de tu hermano’. Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto .Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: ‘Pídeme lo que quieras y te lo daré’. .Y le juró: ‘Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino’. Salió la muchacha y preguntó a su madre: ‘¿Qué voy a pedir?’ Y ella le dijo: ‘La cabeza de Juan el Bautista’. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: ‘Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista’. El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura”.


¿Es mártir San Juan Bautista?

Aunque San Juan Bautista fue asesinado cuando Jesús todavía estaba vivo desde los primeros siglos del cristianismo se ha considerado al Bautista como mártir y se ha celebrado su martirio, cuya fiesta se sigue celebrando hoy. En una audiencia general, Benedicto XVI afirmaba: “El Bautista testimonia con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin ceder o retroceder, cumpliendo su misión hasta las últimas consecuencias. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice así: ‘San Juan dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad’. Así, al no callar la verdad, murió por Cristo, que es la Verdad. Precisamente por el amor a la verdad no admitió componendas y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a quien había perdido el camino de Dios”. Siguiendo esta línea, el Papa Francisco también añadía que Juan Bautista no es un mártir de la fe, pues no se le pidió que renegara de ella, sino un mártir de la verdad.


Por ello, Benedicto también añadía que “el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite componendas. La Verdad es Verdad, no hay componendas”.

domingo, 22 de junio de 2025

Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (C)



Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (C)

Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).


Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».


Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Alimentó a la muchedumbre cuando ya declinaba la tarde, esto es, cuando ya se acerca el fin de los tiempos, o cuando el Sol de Justicia iba a morir por nosotros» (San Beda el Venerable)


«En este día de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo queremos reconocer y celebrar a Cristo presente entre nosotros. Y por eso salimos a la calle, para manifestar al mundo nuestra fe, para dar testimonio y para llegar a todos con el misterio de la Presencia de Cristo» (León XIV)


«Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.335)

jueves, 19 de junio de 2025

Influencia de Kierkegaard en el Personalismo



La filosofía de Søren Kierkegaard ha tenido una influencia significativa en el desarrollo del personalismo. Kierkegaard, considerado el padre del existencialismo, enfatizó la importancia de la existencia individual, la subjetividad y la experiencia personal, conceptos que resonaron profundamente con los pensadores personalistas. Su crítica al idealismo hegeliano, que diluía al individuo en el espíritu universal, y su enfoque en la angustia, la desesperación y la fe como elementos clave de la existencia humana, sentaron las bases para una reflexión sobre la persona única y concreta. 

El impacto de Kierkegaard en el personalismo se manifiesta en varios aspectos:

Énfasis en la individualidad:

Kierkegaard defendió la singularidad y autonomía del individuo, rechazando la idea de que el ser humano se reduce a una mera pieza dentro de un sistema social o filosófico. Esta visión fue fundamental para el personalismo, que busca comprender al ser humano en su totalidad y unicidad, más allá de abstracciones o generalizaciones. 

Importancia de la existencia concreta:

Para Kierkegaard, la existencia humana es concreta, temporal y en constante devenir, marcada por la angustia y la elección. Esta perspectiva, que contrasta con las filosofías abstractas, influyó en el personalismo al enfatizar la importancia de la experiencia vivida y la responsabilidad individual en la construcción de la propia existencia. 

La fe como elección fundamental:

Kierkegaard consideraba la fe como una elección existencial fundamental que da sentido a la vida y permite al individuo trascender la angustia y la desesperación. Esta idea resonó con personalistas que, desde una perspectiva cristiana, vieron en la fe una dimensión esencial de la persona y una fuente de sentido trascendente. 

Crítica a la masificación:

Kierkegaard criticó la tendencia a la masificación y la pérdida de individualidad en la sociedad moderna. Esta crítica también fue compartida por el personalismo, que busca proteger la dignidad y la singularidad de cada persona frente a las fuerzas homogeneizadoras de la cultura contemporánea. 

Influencia en autores personalistas:

Pensadores como Martin Buber y Franz Rosenzweig, figuras clave del personalismo, reconocieron la influencia de Kierkegaard en su pensamiento, especialmente en su visión de la relación interpersonal y la importancia del diálogo. 

En resumen, la filosofía de Kierkegaard proporcionó un marco conceptual importante para el desarrollo del personalismo, al destacar la centralidad de la existencia individual, la subjetividad, la libertad y la responsabilidad. Su crítica al idealismo y su enfoque en la experiencia existencial humana sentaron las bases para una reflexión profunda sobre la persona como un ser único, situado en el tiempo y abierto a la trascendencia. 

Kierkegaard y los tres estadios de la existencia humana




Este artículo presenta los conceptos básicos del pensamiento del gran filósofo danés Soren Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855), a saber, los tres estadios de la vida humana: el estético, el ético y el religioso, todos signados por la angustia y la desesperación.

Considerado un filósofo existencialista, el pensamiento de Soren Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855) está enfocado en los problemas que acechan al individuo, al uno, a la persona. En ese sentido, las tendencias de sus reflexiones son su anhelo apasionado de interioridad, buscan el sentido de lo vivido, el contacto directo con la existencia humana.

Para Kierkegaard, cada uno de nosotros es un algo concreto, temporal, un devenir que tiene una percepción entre lo temporal, lo terrenal y lo eterno. Para este filósofo, estas situaciones representan un modo de ser existente y libre, pero cuando indagamos y queremos saber quiénes somos, descubrimos que vivimos angustiados.

Mediante estas secuencias o sentimientos humanos se debe tomar en cuenta que, para entender la doctrina de Kierkegaard, es necesario saber que la libertad es uno de los conceptos clave ya que, para él, esta es la verdadera esencia de la existencia.

En ese sentido, este filósofo analiza al individuo desde tres estadios o esferas. A lo largo de sus textos filosóficos irá desarrollando estadios que se pueden dividir en estético, ético y religioso. Cada uno de estos episodios se asumen a partir de la experiencia personal.

Empero, para este autor es importante hacer notar que una de las dimensiones inevitables de la existencia es que en ella hay dolor y desesperación. Esto es así porque Kierkegaard considera que la vida, antes de pensarse, se vive y se asume con todo lo que en ella sucede. La existencia es fuente de angustia, de riesgo y desesperación.

Kierkegaard comienza a esbozar las tres etapas o formas de vida por las que tiene que pasar el ser humano. En primer lugar plantea el estadio estético, el cual representa la forma de vida en la que cada persona está bajo la impresión de lo sensible, de los sentimientos, del placer y el goce en sus distintas posibilidades. Es decir, el esteta vive en el instante, cada persona busca alguna sensación que de inmediato se le escapa, y por lo tanto le produce una sensación de vacío, y en consecuencia en la profundidad del esteta ronda la desesperación.

“Elige la desesperación, la desesperación misma es una elección, ya que se puede dudar sin elegir, pero no se puede desesperar sin elegir. Desesperándose uno se elige de nuevo, se elige a sí mismo, no en la propia inmediatez, como individuo accidental, sino que se elige a sí mismo en la propia validez eterna”, escribe Kierkegaard.

Posteriormente, cada persona va a explorar otra sensación, a la que este pensador llama el estadio ético. Éste implica una cierta estabilidad y una continuidad que la vida estética, como búsqueda incesante de la variedad, excluía de sí misma. En esta esfera ética, cada persona entra en contacto con lo general y renuncia a ser una excepción. Es decir, ya no está, como antes, a la búsqueda de experiencias y sensaciones. Al contrario, en esta etapa el individuo ordena su vida al cumplimiento del deber, asume sus responsabilidades.

Dicho estadio ético también se puede interpretar o manifestarse como una esfera intermedia. Es indispensable pasar por ella, pero sin que uno pueda detenerse ahí. Por la vía ética, el ser humano se elige a sí mismo y por su elección no puede renunciar a nada de lo que ha llegado a ser, ni siquiera los aspectos más turbios y sombríos de su personalidad.

De esta manera, Kierkegaard plantea la tercera esfera, la categoría del estadio religioso, como un estar ante Dios. Esta presencia, este pensamiento o sensación de Dios es la que va a dominar la existencia humana. “Estar ante Dios es dejar que él sea mi medida”, dirá este pensador. El tránsito o cambio de un estadio a otro se realiza, sin duda, por el camino de la angustia y la desesperación.

“El hombre no podría angustiarse si fuese una bestia o un ángel. Pero es una síntesis y por eso puede angustiarse. Es más, tanto más perfecto es el hombre, cuanto mayor es la profundidad de su angustia”, escribe. Sin embargo, el objetivo de Kierkegaard no es decirnos a los cuántos años se siente o se debe practicar alguno de estos estadios y la manera de superarlos. Al contrario, para él, cada uno de nosotros sentirá, con toda intensidad, esos estadios en algún momento de su vida. Su planteamiento filosófico es una llamada a la decisión y un intento de llevar al individuo a ver su situación existencial y las grandes alternativas o problemáticas que ha de afrontar durante el tiempo que dure su vida.

sábado, 14 de junio de 2025

La Santísima Trinidad (C)



La Santísima Trinidad (C)

Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».


Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«¡Oh Abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh Mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que Tú mismo?» (Santa Catalina de Siena)


«La liturgia nos invita a alabar a Dios no sólo por una maravilla realizada por Él, sino sobre todo por cómo es Él; por la belleza y la bondad de su ser» (Benedicto XVI)


«(...) El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 244)