sábado, 15 de octubre de 2022

Libro: Sinodalidad y Método Teológico: ¿Cómo ser Sinodalidad? - Índice





Presentación: Sinodalidad y método teológico

¿Para qué un método teológico?

El valor de la Sinodalidad



Primera parte

Importancia de la Sinodalidad en la Eclesiología de hoy


Sinodalidad, lectura de la Palabra de Dios y método teológico

¿Cómo enseñar a leer la Palabra de Dios críticamente?



Segunda parte

Sinodalidad: Algo antiguo y algo nuevo


Las C.E.Bs.: en la línea del Concilio Vaticano II, de Medellín y Puebla

La Sinodalidad leída desde las Comunidades Eclesiales de Base

Sinodalidad como fermento y alma de la sociedad

El Método y la Pedagogía en las comunidades sinodales



Tercera Parte

Sinodalidad y Teologías


Teología feminista latinoamericana

La teología negra y la amerindia

La teología holística

La teología de las religiones

La teología inculturada



Cuarta Parte

El descubrimiento de la Sinodalidad: Congar, Rahner y Ronaldo Muñoz


Yves Congar

Karl Rahner

Ronaldo Muñoz



Quinta Parte

                Voces del Pueblo de Dios sobre la Sinodalidad 



Anotaciones sobre la sinodalidad - Conclusiones

Llamados a la Sinodalidad - Conclusiones


Anexo

PARTICIPACIÓN DE MONSEÑOR LUIS EDUARDO HENRÍQUEZ JIMÉNEZ

EN EL CONCILIO VATICANO II


Autor: Ronald Manuel Rivera

domingo, 9 de octubre de 2022

"Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa": Una lectura, una renovación eclesial.



Resumen


El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" responde a la invitación de la Iglesia a vivir la transformación del Pueblo de Dios en una sintonía sinodal. Es, sin duda, una profunda reflexión enriquecida por distintas contribuciones de diversas comunidades eclesiales de toda Hispanoamérica que desean dejar por escrito su voz profética. Se aborda desde un contexto histórico y pastoral el proceso de "Caminar Juntos" como comunidad, sin dejar a un lado los temas más problemáticos en la eclesiología actual. El libro presenta una lectura ideal para comprender el camino sinodal que se puede emprender desde la realidad personal del lector.



Su propuesta


El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" propone una reflexión que acompañe al lector en su práctica de la Sinodalidad, en el marco del Sínodo sobre la Sinodalidad que ha sido inaugurado en octubre de 2021 por el Papa Francisco y que culminará con la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo en octubre de 2023. La lectura está llena de las experiencias del Pueblo de Dios a través de la participación del movimiento de los focolares (en la ciudad de Santiago de Compostela) y la Comunidad "Tras las Huellas de Jesús" presente en toda Hispanoamérica. Además tiene la participación de los sacerdotes venezolanos Alfonso Maldonado y Luis Manuel Díaz.



Su autor


El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" es una obra escrita durante la primera fase del Sínodo de la Sinodalidad, en un esfuerzo para recoger las experiencias de distintas comunidades eclesiales hispanoamericanas. Su autor es el teólogo venezolano Ronald Rivera, quien tiene experiencia como escritor y docente en las Arquidiócesis de Valencia y de Caracas (Venezuela), donde trabajó como gestor documental. Actualmente es investigador en la Arquidiócesis de Santiago de Compostela (España).



Su intención


La intención del presente libro es apoyar a todo el Pueblo de Dios en el acompañamiento de su formación para vivir este proceso de renovación eclesial.


El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" va dirigido a todo el Pueblo de Dios que sueña con un caminar juntos donde se pueda compartir la humanidad, con sus luces y sombras. Va dirigido a todos los que trabajan para la construcción eclesial que cobije a todos, con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.


La inspiración que llevó a la elaboración del libro fue la experiencia desde las Iglesias locales, donde es fácil palpar el deseo de una Comunidad donde no haya otro interés que el de "servir y amar". En un "nosotros" celebrativo y centrado en la Eucaristía. El autor ha sido inspirado por el anhelo sinodal de ser como una familia viva, alimentada del Evangelio y la gracia de los sacramentos.


El lector va a encontrar en el libro un momento de reflexión personal, a través de una lectura envolvente, que invita a pensar sobre los retos que todos los bautizados deben enfrentar en el mundo actual. Desde un recorrido histórico el lector se detendrá en los tesoros de la sinodalidad que han sido compartidos y se ofrecen en la Iglesia. Tesoros que urgen en la Iglesia de hoy.



Estructura del libro


El libro presenta una estructura de nueve capítulos que están acompañados con una presentación y unas conclusiones.


La presentación del libro tiene como título "Llamados a la Sinodalidad". Está redactada por el sacerdote Luis Manuel Díaz de la Arquidiócesis de Valencia (Venezuela).


Los siguientes nueve capítulos están diseñados para que sean analizados en dos partes:


Una primera parte que abarca los tres primeros capítulos tienen como finalidad de exponer los antecedentes históricos del proceso sinodal actual y estudiar su fundamento teológico.


Los capítulos de esta primera parte son:


1. Antecedentes históricos.


2. El descubrimiento de la Sinodalidad: Pueblo de Dios.


3. El descubrimiento de la Sinodalidad: Congar, Rahner y Ronaldo Muñoz.


Una segunda parte que abarca los últimos seis capítulos tienen como finalidad el explicar el proceso del Sínodo de la Sinodalidad y su relación con el pontificado del papa Francisco.


Los capítulos de esta segunda parte son:


4. El descubrimiento de la Sinodalidad: ¿Par qué?


5. ¿Qué es el Sínodo de la Sinodalidad? Te lo cuento.


6. Sínodo de la Sinodalidad: ¿Deseas conocer más? Te lo enseño.


7. Laudato Si y Sinodalidad.


8. La constitución apostólica Praedicate Evangelium: Signo Sinodal.


9. Voces del Pueblo de Dios sobre la Sinodalidad. En este capítulo se recogen los siguientes testimonios:


- Walter Ariel Ledesma, laico de Argentina.


- Roxanne Friebus, laica de Venezuela.


- Floridalia Noguera, religiosa de Guatemala.


- Monseñor Julián Barrios, Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago de Compostela, España.



Sus Conclusiones


Las conclusiones son desarrolladas por el sacerdote Alfonso Maldonado de la Arquidiócesis de Barquisimeto (Venezuela).



¿Qué ofrece?


El libro ofrece al lector las claves para comprender el concepto de la Sinodalidad, no de una forma academicista sino desde la experiencia del Pueblo de Dios; como dimensión constitutiva de la Iglesia desde su origen. La lectura del presente libro es un acompañamiento continuo del lector comprometido a estar en camino, atendiendo a la invitación del Señor resucitado. 



Bibliografía


RIVERA, Ronald Manuel. Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa. Editorial Círculo Rojo. España, 2022.


@RonaldMRivera


martes, 21 de junio de 2022

El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa": ¡Una lectura para tu Camino!



La editorial Círculo Rojo acaba de presentar el libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" que ha sido escrito durante la primera fase del Sínodo de la Sinodalidad, recogiendo las experiencias de distintas comunidades eclesiales hispanoamericanas. El libro propone una reflexión que acompaña al lector en su práctica de la Sinodalidad, en el marco del Sínodo sobre la Sinodalidad que ha sido inaugurado en octubre de 2021 por el Papa Francisco y que culminará con la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo en octubre de 2023.

El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" es una obra del teólogo venezolano Ronald Rivera, quien reside en la ciudad de Santiago de Compostela, España. Allí colabora como investigador, pastoralista, desde el movimiento focolar.

"Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" posee una lectura llena de las experiencias del Pueblo de Dios a través de la participación del movimiento de los focolares (en la ciudad de Santiago de Compostela) y la Comunidad "Tras las Huellas de Jesús" presente en toda Hispanoamérica. Además tiene la participación de los sacerdotes venezolanos Alfonso Maldonado y Luis Manuel Díaz.

La intención del presente libro es apoyar a todo el Pueblo de Dios en el acompañamiento de su formación para vivir este proceso de renovación eclesial.

El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" va dirigido a todo el Pueblo de Dios que sueña con un caminar juntos donde se pueda compartir la humanidad, con sus luces y sombras. Va dirigido a todos los que trabajan para la construcción eclesial que cobije a todos, con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.

El lector va a encontrar en el libro un momento de reflexión personal, a través de una lectura envolvente, que invita a pensar sobre los retos que todos los bautizados deben enfrentar en el mundo actual. Desde un recorrido histórico el lector se detendrá en los tesoros de la sinodalidad que han sido compartidos y se ofrecen en la Iglesia. Tesoros que urgen en la Iglesia de hoy.

El libro ofrece al lector las claves para comprender el concepto de la Sinodalidad, no de una forma academicista sino desde la experiencia del Pueblo de Dios; como dimensión constitutiva de la Iglesia desde su origen. La lectura del presente libro es un acompañamiento continuo del lector comprometido a estar en camino, atendiendo a la invitación del Señor resucitado.

El libro puede ser adquirido por las redes de distribución de la editorial Círculo Rojo y las redes sociales del autor.

@RonaldMRiveraA

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sábado, 18 de junio de 2022

Libro: "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" de Ronald Rivera (Entrevista a Círculo Rojo)

 



-¿Cuánto tiempo llevas escribiendo? ¿Cuánto tiempo te ha llevado escribir esta obra?

Mi experiencia como escritor ha estado vinculada con mi trabajo de investigador y gestor documental en las Arquidiócesis de Valencia y de Caracas (Venezuela). El tiempo que llevo escribiendo de forma académica empieza desde mis estudios teológicos en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá; desde ese momento, la vocación de escritor no se ha detenido, y sigue ampliándose. 


El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" lo he escrito durante la primera fase del Sínodo de la Sinodalidad, recogiendo las experiencias de distintas comunidades eclesiales hispanoamericanas.


-¿Qué es lo que más destacarías de tu libro?

El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" propone una reflexión que acompañe al lector en su práctica de la Sinodalidad, en el marco del Sínodo sobre la Sinodalidad que ha sido inaugurado en octubre de 2021 por el Papa Francisco y que culminará con la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo en octubre de 2023. La lectura está llena de las experiencias del Pueblo de Dios a través de la participación del movimiento de los focolares (en la ciudad de Santiago de Compostela) y la Comunidad "Tras las Huellas de Jesús" presente en toda Hispanoamérica. Además tiene la participación de los sacerdotes venezolanos Alfonso Maldonado y Luis Manuel Díaz.

La intención del presente libro es apoyar a todo el Pueblo de Dios en el acompañamiento de su formación para vivir este proceso de renovación eclesial.


- ¿A quién va dirigido?

El libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa" va dirigido a todo el Pueblo de Dios que sueña con un caminar juntos donde se pueda compartir la humanidad, con sus luces y sombras. Va dirigido a todos los que trabajan para la construcción eclesial que cobije a todos, con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.

 

-¿Qué te ha inspirado para escribirlo?

Me ha inspirado escribir este libro la experiencia desde las Iglesias locales, donde se palpa el deseo de una Comunidad donde no haya otro interés que el de "servir y amar". En un "nosotros" celebrativo y centrado en la Eucaristía. Me ha inspirado el anhelo sinodal de ser como una familia viva, alimentada del Evangelio y la gracia de los sacramentos.


-¿Qué se va a encontrar el lector en tu obra?

El lector va a encontrar en el libro un momento de reflexión personal, a través de una lectura envolvente, que invita a pensar sobre los retos que todos los bautizados deben enfrentar en el mundo actual. Desde un recorrido histórico el lector se detendrá en los tesoros de la sinodalidad que han sido compartidos y se ofrecen en la Iglesia. Tesoros que urgen en la Iglesia de hoy.


El libro ofrece al lector las claves para comprender el concepto de la Sinodalidad, no de una forma academicista sino desde la experiencia del Pueblo de Dios; como dimensión constitutiva de la Iglesia desde su origen. La lectura del presente libro es un acompañamiento continuo del lector comprometido a estar en camino, atendiendo a la invitación del Señor resucitado. 


- ¿Qué tal tu experiencia con Círculo Rojo?

La experiencia de escribir bajo la asesoría de la editorial Círculo Rojo ha sido gratificante. De manera atenta han respondido a las exigencias de la obra, logrando ser un apoyo en el proceso de redacción, diseño e impresión. Destaco su prontitud en su trabajo editorial y para responder las dudas surgidas. Recomiendo ampliamente su trabajo de gestión editorial.


La presentación del libro "Descubriendo la Sinodalidad: Escucha, discierne, actúa", a través de zoom, será el próximo sábado 6 de agosto 2022, a las 21:00, hora España. Los detalles serán publicados a través de mis redes sociales.


@RonaldMRiveraA

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lunes, 16 de mayo de 2022

Sinodalidad y el Método Teológico (II Parte)




 ¿Qué se propone este método teológico sinodal?


El diseño de este método teológico sinodal propone un programa pastoral que fomente la fraternidad propia del Pueblo de Dios, de una forma consciente y libre en todos sus fieles, a través de la lectura y oración de la Palabra de Dios.


Este objetivo se logrará a través de dos acciones metodológicas:


- Analizar las fases del Sínodo de la Sinodalidad y sus líneas de acción para construir camino al ritmo que la Iglesia, como Pueblo de Dios,  propone.


- Mejorar la fluidez del pensamiento crítico y de nuestra dimensión eclesial, según nuestra vocación dentro de la Iglesia,  a través de la lectura meditada y orante de la Palabra de Dios, respetando el proceso pedagógico que la Iglesia como Madre y Maestra ha dispuesto.


El valor de la Sinodalidad


El presente método teológico sinodal se expresa en líneas pastorales como idioma heredado del concilio Vaticano II. Este método resalta el proceso sinodal del Pueblo de Dios como un valor real y no sintáctico. La Sinodalidad es uno de los cinco valores que se desprenden de los valores morales de las relaciones sociales. Siendo estos:


Valor de la empatía: La empatía es el valor que nos da apertura en nuestra consciencia moral para

comprender los sentimientos y emociones que siente otra persona, de forma objetiva y racional. 


Valor de Igualdad de oportunidades: La igualdad de oportunidades es un valor basado en la idea de que una sociedad es justa mientras todas las personas que la conforman puedan acceder a los mismo niveles de bienestar social y sus derechos no son inferiores a los de otros grupos. Para ello, la eclesiología más allá de lo academicista, debe establecer normativas canónicas que prohíban la discriminación por motivos de raza, sexo, etnia, edad, opinión o identidad sexual.


Valor de respeto al medio ambiente: El respeto al medio ambiente se refiere a la valoración de todos los seres vivos y a todo el sistema que sustenta la posibilidad de la vida en nuestro planeta, incluyendo los minerales. Así mismo se refiere también al mantenimiento del planeta como casa común a la que debemos cuidar para resguardar la vida de todos los seres vivos. Recordamos el mensaje evangélico del Papa Francisco en su encíclica Laudato Si.


Valor del cuidado de la salud espiritual y física: El valor del cuidado de la salud es un principio ético y una competencia humana fundamental para la supervivencia humana y de las sociedades. El ser humano está proyectado fuera de sí al mundo desde el momento en que nace. Esa proyección es un lanzarse hacia adelante, en una dinámica evolutiva, que le va brindando herramientas para poder ser independiente. Es un proceso que no tiene fin hasta la hora de su muerte. Es por ello, que, mientras estamos vivos es un valor sumamente importante el de cuidar de nuestra salud, no sólo física sino también espiritual,  para disminuir las amenazas a nuestro cuerpo sano, mente sana y alma santa. Esto se logra ejercitando los hábitos adecuados e ir comprometiéndonos en una formación sanitaria que vea la espiritualidad y la vida de la gracia santificante como un hecho integral y no dicotómico. La salud biológica y la santidad son un único aspecto antropológico y que debe vivirse no sólo de forma personal sino también colectiva.


Valor de la Sinodalidad: Es el valor central de nuestra propuesta. El valor de la Sinodalidad es aquel que nos ayuda a discernir entre argumentos falsos y verdaderos dentro de nuestra vida de fe. La Sinodalidad nos invita a ver al otro como mi hermana o mi hermano, y a vivir en libertad el amor infinito de Dios para con su creación. La Sinodalidad es ver la autoridad y el poder como una oportunidad de servir y amar más a quién lo necesita. El valor de la Sinodalidad nos compromete a no caminar solos, y a separar en el andar las ideas entre una fe mediocre y una fe evangélica.  A distinguir la información de los voceros eclesiásticos, aquello lo que realmente es valioso para mi vida de fe, a desmontar prejuicios, a hallar conclusiones bien fundamentadas, a generar alternativas, a mejorar la comunicación y, en definitiva, a ser dueños de nuestro actuar evangélico y de nuestro actuar en plena consciencia.  En el Pueblo de Dios, la Sinodalidad tiene un papel de vital importancia, motivado a que es la capacidad expresada por el bautizado para distinguir y estudiar de forma experiencial la Buena Nueva de Jesús. Sólo en Sinodalidad el Pueblo de Dios puede visualizar la verdad íntima del Evangelio y alcanzar una conclusión objetiva de su propia Fe.


La Sinodalidad es un proceso que también implica una sana consciencia moral, ante la abundancia de contenido ético superficial, en el mundo de hoy, que es todo menos ético. La Sinodalidad no debe tener temor a la base cartesiana del pensamiento moderno. Aunque las personas en la actualidad dudan de todos los axiomas absolutos que continuamente interactúan en el entorno social, la realidad necesita de la teleología de lo humano que sólo la Buena Nueva de Jesucristo puede ofrecer. Al contrario, podemos usar la duda moderna como herramienta filosófica, casi socrática, para no repetir falsos presupuestos que siempre terminan creando confusión en el seno de lo eclesial. Al dudar le damos significado a aquello en que creemos. Pues lo verdad del Evangelio se transforma en los hechos más importantes para nosotros mismos. La Sinodalidad es un proceso motivador y de voluntad.


El valor de la Sinodalidad se desarrolla a través de las siguientes destrezas: La de interpretación evangélica a la luz del Espíritu Santo, que fomenta la aptitud para identificar los actos apreciados por Dios de aquellos nos alejan de él; el análisis de la Revelación custodiada por la Iglesia, que facilita la mejor capacidad de comprender los elementos importantes de nuestra fe; la evaluación  de nuestro propio papel de bautizado, que conlleva discernir mis acciones de servicio amoroso para con el otro y disponer de argumentos para indicar donde se encuentra la verdad; la inferencia que supone la identificación de los aspectos informativos por las voces autorizadas de la Iglesia, para analizar y sacar conclusiones propias; La explicación cuyo proceso sistemático y riguroso de cada bautizado se muestra en la verificación y coherencia de las conclusiones propias.  Ya por último la auto-regulación que implica evaluación de las acciones propias de cara al Jesús del Evangelio, así como la toma de conciencia para hacer las correcciones oportunas.


Importancia de la Sinodalidad en la Eclesiología de hoy


El presente siglo ha traído consigo grandes retos y oportunidades para todo aquel que desee repensar la eclesiología y la transmisión de la fe, a través de la evangelización. Estamos en un mundo donde se valora positivamente la velocidad, lo cambiante y novedoso, eso sitúa a la Iglesia en un ambiente altamente competitivo, donde la razón sin fe se impone con sus propias definiciones morales. La Iglesia actual se somete a un mundo mediático que está más interesado en señalar sus abusos y crímenes (por ejemplo los de índole sexual o financieros) que sus grandes obras espirituales y caritativas. La eclesiología de este siglo ya no tiene capacidad discursiva y recurrir a sus reflexiones dogmáticas es un acto académico pero no creíble. Su tarea pasa por la tensión de tener que atender las diversas demandas del pensamiento millennial. Es por ello que la eclesiología debe entrar en la dinámica de una constante renovación, como invita el actual pontificado del Papa Francisco. La Sinodalidad es un actualizar la razón de ser de la Iglesia.


Esta dinámica sinodal implica el desarrollo de una Iglesia menos autorreferencial y de una evangelización abierta a la escucha y al pensamiento discursivo. Sin el desarrollo de estas habilidades sinodales, la eclesiología entraría en una enfermedad del pensamiento libre y de su propia fe. La Iglesia tiene la oportunidad de vivir esta etapa sinodal para salir de su estructura monocromática que terminaría sacrificando el sano entusiasmo de las diversas comunidades cristianas en todo el mundo, cada vez más diversas y críticas


La Iglesia que vive el Sínodo de la Sinodalidad ha formulado en sus múltiples diócesis diversas preguntas, ¿Están los bautizados bien preparados para responder a los retos del futuro? ¿Son capaces los bautizados de analizar, razonar y comunicar con eficacia su fe y sus ideas? ¿Pueden los  pastores ordenados razonar, analizar y comunicar el Evangelio de Jesucristo eficazmente? ¿Han encontrado los bautizados los intereses en los que persistirán a lo largo de sus vidas, como miembros indispensables del Cuerpo Místico de Cristo?, ¿La mujer tendrá voz y voto dentro de la Iglesia como Sínodo permanente de la fe confiada? Son estas preguntas que nos ofrece la Iglesia que vive el Sínodo de la Sinodalidad  las que colocan la eclesiología como Pueblo de Dios y la lectura orante de la Palabra de Dios, como acciones prioritarias para el desarrollo sano e integral de todas las personas que hacen vida dentro de las comunidades cristianas. En el ámbito teológico, haciendo mención especial al ámbito de la teología pastoral, la importancia de un pensamiento con juicios propios de parte de los bautizados, es esencial para hacer frente a interpretaciones unidireccionales y a posibles abusos de poder dentro de la comunidad. Al hablar de pensamiento crítico en la vida eclesial se debe vincular con la importancia e impacto de la lectura orante de la Palabra de Dios como una habilidad indispensable en la actualidad de la vida de la Iglesia como Pueblo de Dios, para la formación espiritual y ministerial de los fieles y así, satisfacer las exigencias

de las demandas de mujeres y hombres que no son visibles a las líneas pastorales tradicionales, como por ejemplo: Los matrimonios mixtos, los divorciados vueltos a casar, las lesbianas y homosexuales, los transgéneros, las familias monoparentales, las trabajadoras/es sexuales... No sólo las demandas de personas no visibles, sino situaciones no confrontadas como son la masturbación,  las relaciones sexuales prematrimoniales y el uso de métodos anticonceptivos en parejas cristianas.

@RonaldMRiveraA

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viernes, 13 de mayo de 2022

Sinodalidad y Método Teológico: Para bautizados curiosos...

 



Presentación: Sinodalidad y método teológico


En nuestro actual contexto eclesiástico el papel activo del fiel bautizado debe ser entendido como el proceso de forjar una vida sólida en la fe, de un gran talante ciudadano y de un gran compromiso social que va más allá de las propias convicciones morales, y más bien abiertas a un proceso de escucha. El pontificado del Papa Francisco se resume en una invitación para lograr hacer vida a la Iglesia de Cristo, que se traduce en una Iglesia de fraternidad abierta que esté dispuesta y formada para participar de manera activa en una sociedad equitativa, que sin ser utópica brinde las posibilidades de un diálogo abierto, de una escucha activa, y de las actitudes de respeto de las diferencias. Este camino se conoce como “Sinodalidad”, un caminar juntos.


Este caminar juntos debe ofrecer estabilidad a la comunidad eclesial, pensada como Pueblo de Dios. Para ello se debe a una aptitud metodológica dinámica que permita el contacto con cualquier tipo de situación real y no en composiciones abstractas. Esta aptitud metodológica necesita no sólo de un  ejercicio espiritual sino de herramientas comunicativas, que a su vez faciliten el análisis de la Buena Nueva del único Evangelio: Jesucristo; con pensamiento crítico.


En la actualidad “conectar con la fe” de forma eficaz no es propiamente un fin en el desarrollo de las personas, pero sí lo es el desarrollar las aptitudes humanas necesarias para establecer relaciones fuertes y vinculantes. La tarea es evangelizar en tonos de Sinodalidad, aclarando que la conexión con la fe es una conexión con el hermano, con otras personas parecidas a mí. A su vez, la relación con el hermano es una conexión con Dios, que es Amor.


Una característica antropológica del ser humano es la interacción cognitiva entre la comunicación, la realidad y lo simbólico. Esta capacidad tripartita se presenta de forma activa cuando una persona se coloca frente al propio sufrimiento y ante el sufrimiento del “otro”, en la que el bautizado debe superar distintos escenarios mentales y de fe. Dentro de una Iglesia piramidal la fase de una reflexión crítica y justa es más compleja de asumir. Este es el motivo central del rechazo de la población global a confiar en una institución milenaria, más allá de dividir el problema como algo geopolítico: Occidente y no occidente.


El Sínodo de la Sinodalidad coloca entre sus primeras competencias la actitud de comunión, participación y misión de la Iglesia como Pueblo de Dios. El camino sinodal busca capacitar a los bautizados en el análisis profundo de la Palabra de Dios, como misterio del mismo Cristo revelado. Caminar juntos es ser Evangelio de carne y hueso sin dividir nuestra realidad antropológica  de nuestra naturaleza mistérica (como hijos de Dios). Sólo en Sinodalidad podemos ser creíbles ante la sociedad. Sinodalidad es ser Iglesia en salida, donde todos (hombres y mujeres) son protagonistas en una igualdad de oportunidades.


Sin embargo el desarrollo de la Sinodalidad, donde la fraternidad abierta es el vehículo para predicar el Evangelio, no se limita a la sola comprensión de las publicaciones de la Santa Sede, sino de ubicar en la realidad social, mi papel como bautizado, donde culturalmente me desenvuelvo. Para ello el Pueblo de Dios debe ser consciente de su capacidad hacedora de cultura y de sus talentos (dones del Espíritu Santo) para ver con nitidez las finalidades de la comunidad eclesial en el mundo.


El programa metodológico para vivir la Sinodalidad que propone este escrito es en base a mi propia reflexión a la  luz de la Sagrada Escritura y de la oración. Su finalidad es ofrecer un ejercicio que de forma pastoral se pueda aplicar en las distintas comunidades eclesiales de base, para influir en el  ritmo que evolucionan las comunidades eclesiales en la actualidad. 


Comprendo que es ambicioso pensar que este método propuesto pueda ser aplicable en las diversas comunidades eclesiales del mundo, pero de la misma manera espero que sea flexible y moldeable a todas las situaciones existentes. El primer obstáculo de la Sinodalidad es la visión egoísta modernista que hunde sus raíces en el Positivismo de Auguste Comte que establece la dignidad humana como una práctica social que cambia de significado a medida que la sociedad se transforma, dejando desprotegido a la persona de toda defensa metafísica. El resultado es la confusión del servicio con poder, y de la fe como un acto reflejo narcisista.  La lectura de la dignidad humana como práctica social contribuye a las falsedades ideológicas a las que la comunidad eclesial se ve bombardeada constantemente, a través de populismos eclesiales como políticos. El clericalsimo, junto a otras artrosis de la comunidad eclesial, hace que el pensamiento crítico del bautizado, se diluya en un asentimiento ciego, sordo y mudo ante la autoridad eclesial de turno.


La Sinodalidad debe tener como rieles el pensamiento crítico. Para ello debe presentar los siguientes propósitos:


El propósito fiel de la Revelación, es decir, el propósito del mismo Jesucristo, que debe ser coherente en la comunidad eclesial, como su Cuerpo Místico. El propósito de santidad de quien va dirigido el mensaje evangélico y el propósito personal de servicio de quien dirige la comunidad eclesial, dentro del plan de salvación que ha dispuesto Dios a lo largo de la historia. Este ejercicio que entra dentro de la pastoral diocesana, como responsabilidad del epíscopo, nos dará como resultado lo que la teología postmoderna llama  “comunidad discursiva”, es decir una comunidad eclesial pensante. Siempre y cuando el propósito de servicio de quien dirige la comunidad eclesial, entienda el servicio como lo refiere Cristo en el Evangelio. Además, aunque la dirección de la comunidad eclesial es una tarea del Ordinario del lugar, no significa que esta no esté delegada en cualquier bautizado, sea clérigo, religioso, religiosa, consagrado, consagrada, laico o laica.


La competencia pedagógica que el método sinodal propone es la capacidad de saber distinguir la enseñanza evangélica de Dios con la de los juicios propios de cualquier bautizado, en un ejercicio discursivo, en comunión con todo el Pueblo de Dios y acompañado de la oración. Este proceso podemos llamarlo como “descubrimiento de la Sinodalidad”, que toma forma a través de tres verbos: Escuchar, discernir y actúar. Es decir, no sólo entender las ideas que en las distintas fases del Sínodo de la Sinodalidad se enseñan sino también tener la facilidad de vivir la Sinodalidad en la vida cotidiana de la Iglesia: La Sinodalidad se debe conversar, poner en escrito, leer, orar y hasta dramatizar, en conciliación con lo que se piensa con argumentos personales. Deber ser un alimento fácil de digerir en la naturaleza eclesiológica de la “pirámide invertida”.


Podemos en este momento tener a mano grandes reflexiones y valiosos aportes sobre la Sinodalidad. Podemos acceder a una lectura crítica de forma digital (por ejemplo, la Internet) o gráfica (por ejemplo, las notas de prensa escrita), y en su producción más fiable a través del magisterio teológico oficial (por ejemplo, los artículos emitidos por la Santa Sede o de revistas especializadas e indexadas). Esta afirmación de lo “formativo” va de la mano con la idea de que todas las personas, aún no creyentes, tienen la capacidad interpretativa de lo simbólico, y están llamadas también a caminar juntos. Es decir, todos las personas pueden proyectar sus pensamientos a través de lo que leen, y creen. Esto explica porqué el método teológico de la Sinodalidad se basa en estos tres elementos: La forma de presentarse el Evangelio, el contenido de fe revelado y la capacidad interpretativa de los evangelizados. Estos tres elementos son el trípode donde se soporta el cambio de una Iglesia piramidal a una Iglesia más horizontal; como la pensaban valiosos teólogos como Congar, Rahner o Ronaldo Muñoz. 


Es por ello que la comunidad eclesial debe tener un espíritu no sólo más fraternal sino más cooperativo, debe priorizar el Amor, a través de la formación para amar, expresada grandemente en la sagrada Escritura y en la enseñanza de la Iglesia. Los bautizados deben ser personas de espíritu crítico para originar una comunidad conocedora de sus deberes y de sus derechos. La tensión intraeclesial debe estar enfocada en promover el interés de aprender a ver al otro como mi hermano, y no de dar u ofrecer normativas morales sólo por el hecho de dar u ofrecer. Evangelizar no es una simple tarea más del cristiano, sino una parte constitutiva de la fe revelada y la misión encomendada a todo el Cuerpo Místico de Cristo.


El Sínodo de la Sinodalidad presenta herramientas para una Iglesia llamada al servicio. El interés del Papa Francisco surge ante la necesidad a la que se enfrentan los bautizados, en distintas diócesis del mundo, de organizar sus comunidades con un espíritu evangélico genuino. Bautizados que ansían expresar su voz y representación del mundo real, que palpan y viven cada día, ante un clima donde la credibilidad de las instituciones están en franca decadencia. El Sínodo de la Sinodalidad al diseñar un programa de desarrollo a la luz de la Palabra de Dios, contribuye a la formación de cristianos capaces de construir y mantener el desarrollo de una Iglesia visible, más universal (católica), más misionera y más fraternal.


¿Para qué un método teológico?


Ante los cambios eclesiales que se mueven rápidamente dentro de una sociedad líquida liderada por el exceso de información y nuevos conocimientos, el proceso evangelizador no puede limitarse a la transferencia de valores tradicionales, anclados al pasado. La evangelización requiere de nuevos procesos que den respuesta a las exigencias actuales y responder a la ineludible pregunta: ¿Tener fe con qué finalidad?.


Este interrogante debe surgir durante todo el proceso metodológico de la eclesiología sinodal como una brújula que oriente las acciones y el dinamismo del conocimiento de lo que se cree. La finalidad de evangelizar es la de hacer a las personas libres, en una comunidad sinodal, pensada como Pueblo de Dios. Dicha libertad se alcanza en la medida que todos los bautizados pueden ser conscientes de sus propios juicios, es decir a través de una fe no míope sino con pensamiento crítico.


Al ser parte de la Iglesia del postconcilio del Vaticano II, he percibido como las resistencias y miedos en torno a una Iglesia sinodal más participativa e incluyente ganaron fuerza en los últimos pontificados. La tentación del poder en base a más poder encerró el papel amoroso y misericordioso de la fe en un pensamiento limitante que favoreció a la memorización y no la comprensión espiritual y emocional de la Buena Nueva de Jesús. 


Presento el diseño de un método que a través de la lectura meditada de la Sagrada Escritura, fomenta el valor metodológico de la teología. Con la finalidad de sustentar una eclesiología sinodal para el Pueblo de Dios. El peligro de todo método teológico es caer en la tentación de convertirse en un vicio academicista, por tanto para evitar esta adicción tan propia de los teólogos, debe enmarcarse en la pastoral diocesana y no desde la teología dogmática. La pastoral diocesana conlleva también múltiples peligros si es sofocada por las normativas morales. La pastoral diocesana debe ser responsanbilidad directa del Ordinario del lugar, pero no en el sentido monolítico de la autoridad, sino como cabeza representativa de todos los fieles encomendados a su pastoreo. Entiéndase fieles a todos los bautizados, hombres y mujeres, que sin descriminación social, de pensamiento, o sexual, puedan dar su voz y voto con respeto y en igualdad de fuerza transformadora. El método sinodal, que por tener base en la Sagrada Escritura es teológico, debe partir desde la pastoral parroquial como suma de las distintas comunidades eclesiales de base. El párroco debe acompañar a todas sus comunidades eclesiales de base para que la Sinodalidad  sea progresivamente mejorada e implementada y evaluada. Este acompañamiento debe realizarse en la práctica y en el desarrollo del proceso sinodal para luego poder ser transferido a las demás realidades sociales.


El Sínodo de la Sinodalidad es un esfuerzo eclesial, liderada por el Papa Francisco, para volver a la Iglesia de Jesús, más horizontal y más personal. Pretende saldar la deuda evangelizadora y formar  a los bautizados para consolidar una Iglesia donde todos caminan juntos. Un Pueblo de Dios que invierta la pirámide jerárquica actual, pero no para que predomine lo vertical, sino para que nos veamos más cerca, más horizaontal. Ser Pueblo de Dios es ser una comunidad viva más humana, oyente, espiritual, protagónica, participativa, multiétnica, pluricultural y plurilingüe. A estos efectos, se da carácter sacramental a todo el Cuerpo Místico de Cristo y se establece la persona de Jesús como único fin, no sólo de la humanidad, sino de toda la creación.


El fin de la Sinodalidad es desarrollar en la dimensión eclesiológica el potencial creativo de cada bautizado para el pleno ejercicio de su espiritualidad y cristiandad, en una comunidad fraternal basada en la Palabra de Dios, en la vida de gracia (sacramental) y en la valoración misericordiosa y amorosa del esfuerzo liberador de todas las mujeres y hombres del mundo. Sinodalidad es en sí misma un método teológico que invita a una participación activa, consciente, protagónica, responsable y solidaria, comprometida con los procesos de transformación pastoral y consustanciada con la revelación resguardada y enseñada por el Magisterio. Una enseñanza presentada como una tarea de la Iglesia, que debe respetar los principios de soberanía cultural y de autodeterminación identitaria, según la conciencia de cada persona. Cada fiel bautizado está antropológicamente formado con los valores de la identidad local, regional y nacional. Por lo tanto la visión eclesial debe ser sinónimo de una visión indígena, una visión afrodescendiente, una visión latinoamericana, una visión caribeña, una visión universal, entre otras visiones.


La Iglesia en proceso sinodal debe apartarse de la visión de una Iglesia dictatorial, que exige una obediencia no pensante o no gradual de sus fieles. La Iglesia con fe sólida y sustentada en el Evangelio de Jesucristo promueve el pensamiento crítico, donde el amor será la respuesta común que todos los bautizados en un esfuerzo sustentado por la gracia de Dios podrá llegar, no por miedo sino por convicción. La dirección unilateral de una Iglesia añeja por el clericalismo afecta a todo el Pueblo de Dios. Las injustificadas diferencias sociales y brechas normadas dentro de la vida orgánica del Cuerpo de Cristo, donde incluso la sexualidad se convierte en una variable de selección de idoneidad, han generado las asimetrías que se presentan en las comunidades eclesiales de base, y que con aciertos y desaciertos, pontificados anteriores han tratado de corregir. La inmobilidad moral que vive la Iglesia contemporánea impone irremediablemente la necesidad de que laicas y laicos se pronuncien en voz sinodal, junto a sus pastores, no por una Iglesia rígida y modélica, sino por una Iglesia que escuche el corazón humano, real e imperfecto. Pues es ese el corazón humano que ama Dios. Así la Iglesia velará por un método con estructuras flexibles y dinámicas que propicien oportunidades de aprendizaje en la fe, en distintos y desiguales ambientes. Es decir, se necesita de un método teológico que fomente el pensamiento crítico en tono sinodal y resalte la comunión, participación y misión de todos los fieles en la comunidad. La estrategia para lograrlo es a través del valioso instrumento de la meditación y oración de lectura de la Palabra de Dios y del aprendizaje cooperativo.


@RonaldMRiveraA

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domingo, 27 de marzo de 2022

San Guinefort, el Santo que la Iglesia intentó ocultar



En mi investigación hagiográfica en la internet, me he encontrado con una historia curiosa y trata sobre un santo francés perseguido por la inquisición, que tiene la originalidad de no ser hombre o mujer, sino un perro.

Desde el siglo XIII hasta mediados del XX, en la región francesa de Auvernia se veneraba a un santo que, según decían, tenía el poder de curar a los bebés. Su nombre era San Guinefort. Pero la Iglesia católica decidió no reconocerlo como tal porque, al contrario que la mayoría de santos, Guinefort tenía cuatro patas, una cola y un largo hocico. Y como he dicho anteriormente, es que este curioso beato no era un hombre o una mujer, sino un perro.

Conocí la historia de este curioso santo al leer la historia de Guinefort en el libro De Supersticione, escrito a mediados del siglo XIII por el dominico Étienne de Bourbon. Este predicador fue uno de los primeros inquisidores y redactó una larga lista de supersticiones, leyendas y herejías, además de fábulas moralizantes, entre las que se encuentra la del perro santo.

Étienne de Bourbon seguramente decidió escribir la leyenda de Guinefort como una historia moralizante sobre los peligros de actuar movido por la ira.

¿Cómo es su historia hagiográfica?

Según escribe, Guinefort era el lebrel (raza del perro) de un caballero de Villars-les-Dombes, una localidad situada cerca de Lyon. Un día, al volver a su castillo, el hombre descubrió que su hijo de pocos meses había desaparecido; la cuna estaba volcada y las sábanas esparcidas por el suelo con manchas de sangre. Entonces se le acercó Guinefort con el hocico ensangrentado y, llegando a la conclusión de que había matado a su hijo, el caballero desenvainó la espada, mató al perro y arrojó su cuerpo a un pozo. Pero justo después escuchó el llanto del niño y lo descubrió ileso, junto al cadáver de una serpiente, y se dio cuenta del terrible error que había cometido: Guinefort no había hecho ningún daño al niño, sino que lo había protegido de la serpiente. Arrepentido, el caballero llenó el pozo con piedras y plantó árboles a su alrededor, como un mausoleo natural a su fiel compañero.

San Lebrel, como también era conocido el santo, se convirtió en un héroe regional.

Según una investigación de National Geographic se afirma que se trata de una leyenda, ya que hay historias muy parecidas en otras partes del mundo, en particular un cuento popular galés llamado El sabueso fiel que tiene como protagonista a Gelert, el perro del rey Llywelyn el Grande, que vivió en la misma época que Étienne de Bourbon. La historia ya circulaba por el lugar cuando el fraile llegó y seguramente decidiera dejarla por escrito como una historia moralizante sobre los peligros de actuar movido por la ira, uno de los pecados capitales.

San Lebrel, un culto incómodo

Lo que sí es cierto es que las gentes del lugar se tomaban la historia en serio y veneraban a Guinefort como si fuera un santo protector de los niños. Las mujeres llevaban a sus bebés enfermos al pozo para rogar al perro por su curación y, según explica Étienne de Bourbon, en las inmediaciones vivía una anciana que preparaba pociones y se ofrecía a sanar a los niños con métodos poco ortodoxos, como dejarlos desnudos durante la noche en el interior de troncos huecos y conjurar a los espíritus de la naturaleza para que los librara de la enfermedad. En una comarca de Galicia me encontré un culto parecido que dejaban a los niños dentro de cestas tejidas y hacían saltar una cabra sobre ella. 

Naturalmente, a un inquisidor todo aquello no le hizo ninguna gracia, especialmente por el hecho de que venerasen a un perro como santo. Incluso se le dedicó el 22 de agosto como festividad, ya que en esta fecha el amanecer coincide con la aparición de Sirio, la estrella principal de la constelación del Can Mayor. En el mundo rural, y no solamente en Francia, la gente no consideraba que sus creencias cristianas estuvieran reñidas con costumbres que coqueteaban con la magia pero que, al fin y al cabo, no les parecían tan distintas de ir a la iglesia a rezarle a un santo “típico”.

A lo largo de los siglos la Iglesia intentó frenar el culto a Guinefort de muchos modos, pero nada surtió efecto. 

La Iglesia, claro está, no lo veía del mismo modo. El hecho de venerar a un perro como santo ya contravenía la doctrina cristiana según la cual solo los seres humanos tendrían un alma inmortal, y de hecho nunca se refirió a él como San Guinefort. A eso había que añadirle las prácticas heterodoxas de curación, que entraban claramente en lo que se consideraba brujería. Étienne de Bourbon escribió que los habitantes del lugar “fueron seducidos y a menudo engañados por el Diablo, quien esperaba de esta manera conducir a los hombres al error”. Sorprendentemente, decidió no procesarles por brujería e intentar convencerlos de que abandonaran aquellas prácticas por su propia voluntad, pero sin mucho éxito.

A lo largo de los siglos la Iglesia intentó frenar el culto a Guinefort imponiendo multas a quienes fueran sorprendidos en el lugar rezando al perro, pero nada surtió efecto. El hecho de que aquella devoción perdurase hasta mediados del siglo XX, sobreviviendo incluso a las épocas más duras de los procesos contra la brujería, demuestra cuán arraigada estaba la fe en el “perro santo”. Finalmente, alrededor de 1870 se dio la orden de destruir el pozo donde supuestamente se encontraba enterrado, a pesar de lo cual las peregrinaciones continuaron hasta la década de 1930.

Pero ni aun así logró borrar el recuerdo del “perro santo”, cuya historia todavía es muy popular en este rincón de Francia, protagoniza libros para niños y al que seguramente más de una madre preocupada sigue venerando en la intimidad.

Santos con perros

Existen muchos santos donde la figura del perro tiene un papel importante como imagen hagiográfica.

El santo más notorio con la figura de un perro es San Roque, patrono de los perros y de las enfermedades pandémicas.

Es famosa la imagen de San Francisco de Asís con el lobo de Gubbio.

San José Cupertino tenía fama de comunicarse con los animales.

San Don Bosco tenía un perro guardián (de otro mundo) que lo cuidaba en las calles de Turín. Él lo llamó Grigio por su color gris.

Santo Domingo Guzmán recibía la aparición de un perro con una antorcha en la boca; incluso su madre, la Beata Juana de Aza, antes
del nacimiento de Domingo Guzmán.

@RonaldMRivera

La constitución apostólica Praedicate Evangelium: Signo sinodal

 


La constitución apostólica Praedicate Evangelium: Signo sinodal


El Papa Francisco nos ha sorprendido gratamente el pasado sábado 19 de marzo (2022), cuando celebramos la fiesta de San José, con la presentación de la constitución apostólica Praedicate Evangelium. Esta constitución trata sobre la adecuación estructural de la Curia romana al proceso sinodal. El Papa ha dispuesto que a partir del 5 de junio (2022), solemnidad de Pentecostés,  la nueva constirución apostólica entre en vigor como “fruto de un largo proceso de escucha que comenzó con las congregaciones generales que precedieron al cónclave de 2013, la nueva constitución, que sustituye a la “Pastor bonus” de Juan Pablo II promulgada el 28 de junio de 1988 y vigente desde el 1 de marzo de 1989, consta de 250 artículos”; así informó el Vaticano.


Esta constitución aparece en medio de la experiencia sinodal de la sinodalidad, y apunta  “que la conversión misionera de la Iglesia está destinada a renovar la Iglesia según la imagen de la misma misión de amor de Cristo. Sus discípulos y discípulas, por tanto, están llamados a ser “luz del mundo”. La constitución apostólica es una muestra palpable del camino emprendido por el pontificado de Francisco en los últimos nueve años, a través de las fusiones y ajustes que se han producido y que han dado lugar al nacimiento de nuevos Dicasterios.


Uno de los cambios importantes es el cambio de nombre que usa la constitución apostólica sobre la Curia Romana. Lo que la constitución “Pastor bonus” de 1988 denomina como “Congregación” ahora serán los Dicasterios. 


¿Por qué el cambio de denominaciones?


Según el cardenal Semeraro, ha señalado en rueda de prensa que el cambio de nombre se debe a que la palabra “Congregación” era una expresión que “excluía” a los laicos, “Dicasterio” los abarca. De esta manera se evidencia el esfuerzo sinodal para lograr vivir la Iglesia como “Pueblo de Dios”.


¿Por qué la constitución apostólica “Praedicate Evangelium” es un signo sinodal?


La constitución apostólica “Praedicate Evangelium” es un signo sinodal porque da mayor protagonismo a los laicos. “El Papa, los Obispos y otros ministros ordenados no son los únicos evangelizadores en la Iglesia. Ellos «saben que no fueron instituidos por Cristo para asumir por sí mismos todo el peso de la misión salvífica de la Iglesia en el mundo». Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es discípulo-misionero “en la medida en que ha encontrado el amor de Dios en Cristo Jesús”. No puede ser ignorada en la actualización de la Curia, cuya reforma, por tanto, debe prever la implicación de los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad», nos indica el punto 10 de la nueva constitución para la Curia. La renovación sinodal entra con fuerza liberadora abriendo puertas antes cerradas. La nueva constitución da la oportunidad que cualquier bauitizado (hombres y mujeres) pueda tener cargos de responsabilidad dentro del Vaticano.


El punto 11 de la nueva constitución apostólica nos indica que esta reforma, “no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano; fomentar una evangelización más eficaz”. De este modo, el papel de la Curia queda definido de la siguiente manera: “La Curia consiste, en primer lugar, en reconocer y apoyar la labor que realizan al Evangelio y a la Iglesia, en el consejo oportuno, en favorecer la conversión pastoral que promuevan, en solidaridad solidaria por su iniciativa evangelizadora y su opción pastoral preferencial por los pobres, por la protección de los menores y de las personas vulnerables y por toda contribución en favor de la familia humana, la unidad y la paz”.


Menos burocracia en el Vaticano


“Era necesario reducir el número de Dicasterios, uniendo aquellos cuya finalidad fuera muy similar o complementaria, y racionalizar sus funciones con el fin de evitar la superposición de competencias y hacer más eficaz el trabajo”, afirma el documento.


Se produce la unificación del Dicasterio para la Evangelización de la antigua Congregación para la Evangelización de los Pueblos y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización: los dos responsables de los dicasterios se convierten en pro-prefectos, ya que la prefectura de este nuevo Dicasterio está reservada al Papa. De hecho, la constitución dice: “El Dicasterio para la Evangelización está presidido directamente por el Romano Pontífice”.


Se crea también el Dicasterio para el Servicio de la Caridad, representado por la “Elemosineria”, que asume un papel más significativo en la Curia: “El Dicasterio para el Servicio de la Caridad, llamado también “Elemosineria Apostólica”, es una expresión especial de la misericordia y, a partir de la opción por los pobres, los vulnerables y los excluidos, ejerce en cualquier parte del mundo la obra de asistencia y ayuda hacia ellos en nombre del Romano Pontífice, que en los casos de particular indigencia u otra necesidad, dispone personalmente las ayudas que se han de asignar”, se indica en la nota de prensa.


El Dicasterio para la doctrina de la Fe también presenta modificaciones. En su artículo 78 dice: “Se instituye dentro del Dicasterio la Pontificia Comisión para la Protección de los Menores, cuya función es asesorar y asesorar al Romano Pontífice, así como proponer las iniciativas más adecuadas para la protección de los menores y de las personas vulnerables”.  Entre sus principales tareas, seguirá estando la misión de “hacer todo lo posible para que no falte una refutación adecuada de los peligrosos errores y doctrinas que se difunden entre el pueblo cristiano”.

sábado, 19 de marzo de 2022

Voces del Pueblo de Dios sobre la Sinodalidad




    "Creo que la Sinodalidad es un volver empezar. Es volver a la Iglesia que fundó Cristo.  Un Iglesia dinámica, que contagie el evangelio desde el ejemplo personal y desde la pequeña Iglesia que es la familia. Esto pareciera una utopía estando hoy tan devaluados la familia y el matrimonio, pero creo que tenemos que intentar ser más participativos en la evangelización. Muchas veces nuestro silencio cómodo deja que los fieles se formen falsos conceptos y, en su ignorancia, terminan alejándose de la Iglesia. Ante el error, tenemos que echar luz, aún a riesgo de ser "políticamente incorrectos". No nos tiene que dar vergüenza evangelizar, echar luz en las tinieblas, corregir errores, hablar de Dios. Muchas veces, por quedar bien con el entorno, quedamos mal con Cristo. Hagamos lo que se dice en San Mateo Capítulo 10."

Walter Ariel Ledesma, laico de Argentina.


    "El camino al que estamos llamado, es un caminar entre hermanos, capaz de hacernos a todos unidos en un sólo camino andado. La Sinodalidad nace con la conversión personal, una mirada profunda en lo más íntimo de nuestro ser, que nos lleva a ser personas capaces de amar profundamente al otro, en su esencia como hijo o hija de Dios. 

La Iglesia, nuestra amada Iglesia hoy requiere de nuestra Conversión personal y pastoral, y así hacer de la Iglesia una comunidad de amor fraterno donde todos somos iguales y dignos."   

Roxanne Friebus, laica Venezuela.


Anotaciones sobre la sinodalidad

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

GS 1


"He querido iniciar estas líneas recordando un texto de sobra conocido, que no solo ha sido citado en multitud de ocasiones, sino que da nombre a la Constitución Dogmática Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II. Me explico. 

    Si se hace el recorrido desde los años juveniles de Angelo Giuseppe Roncalli, futuro papa Juan XXIII, el encuentro con el obispo de Bérgamo, Mons. Giacomo Maria Radini-Tedeschi, debió marcarlo. De por sí era un obispo “extraño”, muy cercano al sufrimiento de las clases proletarias y que favoreció la creación de sindicatos católicos. Con todo, el texto conciliar, conocido por mí en mis años de seminario, se asemejaba a la experiencia de Moisés ante la zarza ardiente: si no fuera por la teofanía ante la Zarza ardiente (Ex. 3,7ss), Moisés no se habría acordado de los gritos de su pueblo, que conocía por su estadía en Egipto, y que estaban subiendo hasta Dios, que los veía. La cita conciliar corría el riesgo de ser interpretada como la Iglesia dialógicamente opuesta y contemplativa de “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” y, por lo tanto, la Iglesia identificada con la jerarquía y, en concreto, con los padres conciliares. Sigue una apropiación interesante, cuando dice “son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

Como digo, en aquellos años la lectura del texto se podía interpretar, erróneamente, como que la Iglesia, conformada por sus representantes oficiales (que podía incluir cuanto más hasta la vida consagrada), levantaban la cabeza por encima del alzacuellos, y girarla para oír, desde lo alto, lo que ocurría en la historia del mundo. Con la duda de si, además de oír, llegaban a ver.

Podrá considerarse lo anterior como un buen recurso literario para ganar la atención de los lectores. Sin embargo, ahí está la experiencia postconciliar con los tiras y aflojas no solo entre versiones dialécticas de la fe, como en algún momento pudieron ser los “sacerdotes por el socialismo”, sino entre vertientes más evangélicas, aunque no exentas de representar objetivos suculentos para las izquierdas revolucionarias, como lo fueron tanto la opción por los pobres de Medellín como la naciente experiencia de las CEBs. Al final lo que sí resulta importante es el largo camino que ha hecho (y está haciendo) la Iglesia para que sea comunidad de bautizados y, además, que los bautizados tengan voz, sin necesidad de pertenecer a alguno de los órdenes sacramentales. Presumo que el lugar donde los laicos tenían voz en siglos pasados serían los confesionarios. Por lo que los buenos confesores, no los que despachan absoluciones, podrían haber afinado el oído a los sufrimientos de la gente. Esto y cuando impartían la unción de los enfermos.

Lejos están ya los días del Vaticano II. Pero no solo en el pasado, sino en el futuro, que esperamos menos distante. Si bien palabras como “hombres” se usarían en estos momentos con mayor tacto, sin negar sospechas sobre si esas querían referirse a la humanidad y no a un grupo sexual. Para llegar a este momento, además de la crisis enfrentada por Pablo VI, hizo falta una figura de tanto arrastre como Juan Pablo II. Fuera de los círculos de personas interesadas en la formación teológica, cierta difusión incluso a través de cadenas de comunicación como EWTN han podido contribuir para llegar a este momento. Sin negar la experiencia de corresponsabilidad en eso que Puebla llamaba “comunión y participación”, y que animaron la evangelización en amplios sectores populares de América Latina (que es la experiencia que más conozco).

Otro de los giros importantes está en la preocupación no solo en la aplicación de la teología conciliar, sino un traslado de acentos de una teología más centrada en lo ontológico (y dogmático) a lo histórico, si bien en ocasiones lo histórico haya sido entendido dentro de los grandes paradigmas de Hegel o Marx. El sujeto de la sinodalidad, quien debe cruzar el Jordán, es la Iglesia, comunidad de bautizados, no en el sentido abstracto y declarativo sino concreto y predicativo: esta Iglesia, con este pasado, estos conflictos, en este lugar y con este entorno. Ya por aquí se evidencia un aporte y enriquecimiento para la teología, en su desafío por la historia: no es la historia es su abstracción (necesaria para tener visiones de síntesis), enmarcadas dentro de filosofías de la historia, sino el devenir de estos sujetos de esta o estas parroquias, de esta o estas diócesis.

Aquí hay un elemento también a valorar. En ocasiones algunas teologías se hicieron muy dependientes de los aportes de las ciencias sociales, quizás mostrándose ingenuas ante sus limitaciones metodológicas o presupuestos filosóficos (que siempre deben considerarse en cualquier proceso científico). Podía recogerse los datos de estos aportes, considerándolas como mediaciones, cuando, sin negar inclusive la necesidad de investigaciones y la importancia de sus conclusiones, la capacidad de escucha de la comunidad, de la que hablan los estudios, no puede relegarse. Bien lo plantea el documento de Aparecida (DCA 19), cuando establece “mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad” (DCA 33) y no simplemente marco socioanalítica o, como podía suponerse de Puebla cuando decía “visión de la realidad” (P 2 y 15ss), sin que se leyese con el número que la visión es de pastores (P 2) . El creyente hace una ponderación de la realidad no solo a partir de los datos suministrados por las ciencias sociales sino por su cosmovisión.

Así que nos movemos del sínodo a la sinodalidad, en este caso como una dimensión constitutiva de la Iglesia. Siempre en el sentido concreto tanto de espacio como de tiempo, con procesos trasformadores no solo a nivel de conversión, sino de estructuras eclesiales. Por tanto y por supuesto, la dimensión jerárquica de la Iglesia no queda demolida sino reinterpretada, con un tipo que parece de mayor cercanía al Evangelio, pero sin negar las propias responsabilidades. Ya lo ha aclarado el papa Francisco, no se trata de un parlamentarismo1, por lo que el proceso es de discernimiento, de escucha y de oración. Pero tampoco, por mucha fuerza que se le dote a la comunidad, los pastores pueden prescindir del vértigo y responsabilidad, ya resaltada por san Agustín, de ser quienes, en última instancia, deben asumir las consecuencias de las decisiones. Así como no se puede esconder las inseguridades detrás de una experiencia gregaria, tampoco se puede escurrir la responsabilidad bajo la premisa de que fue una decisión de la mayoría parroquial o diocesana (entiendo no el actual proceso hacia el Sínodo de la Sinodalidad, sino en cuanto a dinámica permanente que debe persistir en las comunidades eclesiales).

Me gustaría hacer una especie de precisión terminológica. Espero no parecer arrogante y me escudo en las propias reflexiones de la Comisión Teológica Internacional2. El Papa ha dicho que sínodo significa “caminar juntos”3. Me parece que es inexacto, aunque, por supuesto, no erróneo. Si bien es cierto que hay dos palabras novedosas y, por lo tanto, inexistentes con anterioridad o de uso restringido: sinodal, como adjetivo, y sinodalidad, como dimensión.

En griego Hodos significa camino. No lo he conseguido como verbo, que correspondería a otra palabra, hasta donde sé. Palabras como método y éxodo tienen esa raíz. En Hechos de los Apóstoles, los cristianos son “los discípulos del camino” (Hch. 9,2, por ejemplo). La doctrina de los Dos Caminos se refiere tanto al texto del Dt. 30,15 y Jr. 21,8 como a las primeras líneas de la Didajé. Y estos textos, que pueden ser completados por las parábolas de los dos caminos, uno ancho y otro estrecho, de Mt. 7,13-14. Pero necesariamente tenemos que referirnos a Jn. 14,6, donde Jesús se identifica como “el camino, la verdad y la vida”. Así que Jesús es el camino que, por cierto, no nos viene dado de antemano sino que hay que buscarlo. De hecho, la parábola antes citada no se refiere a un camino ancho, por donde todos quieren ir, y uno estrecho, donde la gente se tropieza. En los terrosos caminos de Tierra Santa, un camino estrecho es poco transitado y, por lo tanto, mal demarcado como para encontrarlo con facilidad. Así que debemos buscarlo.

Y retomamos uno de los puntos anteriores. Desde una teología centrada en la constitución dogmática de la fe y olvidada de sus dimensiones existenciales e históricas, todo viene dado de antemano. Esto, para una Iglesia con una pastoral de conservación, pudiese ser suficiente. Pero para una Iglesia en salida, de ventanas abiertas, tal cosa no es posible. Se requiere identificar no el dogma sino la forma de vivenciar eclesialmente la fe, que no le basta con la repetición de rituales ni de frases.

Si la palabra sínodo, se refiere a hodos, camino, este hay que buscarlo. San Juan de la Cruz es un santo en salida, según se muestra en algunos de sus poemas y comentarios. De búsqueda, porque siente que se le ha perdido al Amado quien, más bien, está escondido. Y para subir al Monte de la Perfección hay tres senderos o caminos. Por cierto, solo el de las nadas llega a la cima del Monte, no los otros dos. A partir de la cima ya  no hay caminos, que es como para decir, en la fórmula agustina, “ama y haz lo que quieras”.

Pero la palabra sínodo también tiene el sufijo sin, que se refiere a la simultaneidad. La palabra adquiere dinamicidad cuando es camino simultáneo, aunque no sea cualquier camino, pues es Jesús. No es el consenso el que hace que un camino sea Jesús, es Jesús el que permite el consenso de personas corresponsables, que no buscan apagar el Espíritu y que están “rastreando” a Jesús (cuestión que implica una actitud no solo orante, sino contemplativa). Ese sin, sea del camino común o del caminar juntos, no lo es de manera atropellada. Como en sin-fonía, priva una armonía que difiere mucho de ser uniforme u homogenia.

Está claro que el símbolo camino solo funciona desde la acción de caminarlo. Camino es lo que se ha recorrido, pero también lo que está por recorrerse. No se mira el camino como el pintor lo mira para pintarlo o el fotógrafo para hacerle una fotografía, sino para transitarlo de punta a punta. El ciego Bartimeo está excluido de la dinámica del camino, que representa la vida en sus distintas relaciones, inclusive comerciales. Cuando es llamado por Jesús se lanza al camino, se encuentra con Jesús, recupera la vista y lo sigue… por un camino que conduce hasta Jerusalén, lugar de la crucifixión, aunque también de la resurrección (Mc. 10,52).

Si regresamos al punto de vista de la sinodalidad como dimensión eclesiológica constitucional de la Iglesia que es Pueblo de Dios, habría que regresar a la metáfora del camino. Bien dijimos que el camino está ahí para ser recorrido. Y, como todo camino, suponemos saber a dónde nos lleva. Lo cual no significa que conozcamos todos su recodos y recovecos. En el camino puede haber salteadores, pero también heridos que atender, para recordar la parábola del Buen Samaritano. Pero el camino también puede tornarse irreconocible, más cuando hay una bifurcación o se ha hecho de noche. O, para mantenernos dentro de la simbología, si hay un terreno llano que se ha inundado, enmontado o cubierto de nieve. O si el trozo de vida que nos toca recorrer es tan árido que todo parece igual, sin saber por dónde sigue. 

    Las comunidades de los primeros siglos se vieron en la necesidad de dotarse de estructuras organizacionales que tuvieron que discernir y reconocer. Nada había con anterioridad, si bien la referencia a la sinagoga pudo haberles ayudado o la manera como lo hacía el gobierno del imperio. Pero todo ello tuvo mucho de provisionalidad. No pertenece a la esencia del misterio de la Iglesia, al trasfondo dogmático, sino que es funcional. Puede estar como no puede estar, depende de si cumple funcionalmente. Cuando rastreamos algunas formas de organización de aquellas comunidades, vemos como algunas se fueron perdiendo y otras se mantuvieron y evolucionaron, mutando con el tiempo. Para recurrir al lugar de los tópicos, están los Estados Pontificios: estuvieron y ya no están y la Iglesia sigue en pie.

    Y podemos identificar otro elemento para el acompañamiento teológico por parte de quienes se dedican a ello. Hay una teología que, estando en la historia, tiene mucho de provisional. Si estamos en una etapa de cambio o mutación, intuir hacia donde se va no es fácil, aunque se participe de manera sinodal con todo el Pueblo de Dios. Suponemos que llegará un momento en el que, manteniendo el dinamismo sinodal, se tendrá un panorama y un paradigma de la manera en que se vaya a estar viviendo la fe en comunidad y en el mundo. Entonces la teología podrá incursionar en proponer reflexiones de mayor duración.

    Hay una expresión agustiniana que resulta de un notable interés y que ha sido citada en este contexto. Antes, sin embargo, quisiera referirme, en relación con esta, una expresión y un comentario en relación con esta. Cuando se decreta el dogma de la Inmaculada Concepción, el papa Pio IX alude al sensus fidei (y fidelium) de los bautizados: 

    … y llegaron a la conclusión de que "la santa Escritura, venerable tradición, el sentimiento constante de la Iglesia [sensus Ecclesiae Perpetuus ] el acuerdo notable de Obispos Católicos y los fieles [ singularis Catholicorum Antistitum ac fidelium conspiratio ], y los hechos y las constituciones memorables de todo ello ilustrado admirablemente esta doctrina Nuestros predecesores y proclamada.4

Resulta curioso que, para algún comentador anglosajón, la palabra conspiratio la traduce como coincidir o confluencia. Afortunadamente la Comisión Teológica Internacional rescata su sentido alegórico a la respiración y lo asocia a las relaciones intratrinitarias6, que debería aludir a las relaciones con respecto al Espíritu Santo. Así nos movemos dentro de la Iglesia como ícono de la Santísima Trinidad, en expresión que conocí en las reflexiones de Bruno Forte. Además, que el texto supone un movimiento de mutua inhalación entre el Magisterio y el sensus fidei de los creyentes, en relación con el dogma de la Inmaculada Concepción. Mucho habría que añadir sobre el sensus fidei.

Pero la palabra conspiratio alude a otras referencias: a la conspiración ¿qué imagen hay detrás de una palabra que indica formas de tramar en contra de otros, incluso hacia quien detenta el poder? Claro que alude al secretismo que hace que dos susurren sus planes sin que sean escuchados: tan cercanos, que respiran un mismo aire. En el sentido físico, la cercanía hace que eso sea así. Pero en otros significados, el aire alude a lo espiritual, en este caso a lo intencional, a la participación en lo torcido.

Pero san Agustín, en un texto citado por Francisco, habla de «concordissima fidei conspiratio», algo así como “la muy concorde (en superlativo) conspiración de la fe”. Tres palabras que resultan inseparables, si no queremos que pierdan el sentido. La primera expresión, concordissima, se refiere a cor, cordis, es decir, corazón. Quien tenga alguna noción sobre el pensamiento de san Agustín, sabe lo importante que es para él el amor, a que hace referencia el corazón. Si bien se admite que el amor es también afecto, sin embargo, en su dimensión humana, según una buena interpretación de la antropología por él usada, a lo que podemos sumar el trasfondo bíblico, la referencia del corazón al amor implica un compromiso y convicción que supera la fría racionalidad y conlleva algo de sana pasión. Con lo cual se entiende mejor la partícula con, que insinúa a más de una persona (o iglesia): son varios los que coinciden viéndose con una misma pasión. Pero esa pasión lleva a la conspiratio o conspiración. Bien es cierto que pudiera entenderse como pasión que desencadena el complot (“los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”), la cercanía hace que las distintas iglesias (o cristianos) absorban de un mismo aire, que es el Espíritu Santo, pero también el espíritu de la fe (algunos han contrapuesto el espíritu del Evangelio a la letra, cuestión de relevancia para las constituciones de los institutos de vida consagrada). La fe es co-inspirada entre quienes sus corazones concuerdan en grado supino.

Ahora bien, si queremos aterrizar este texto a nuestra cotidianidad real, más si pensamos en la experiencia convocada a todos los cristianos, más allá de las limitaciones del distanciamiento social, debemos apuntar hacia otras vertientes del símbolo. En la cercanía con el otro absorbemos al Espíritu que nos permite discernir el paso del Señor. Pero esa cercanía, que es real, también nos va a permitir saber de los olores del otro cristiano, así como los demás van a oler mis propios olores. En la cercanía hemos podido aprender a reconocer el perfume que usan nuestros amigos, o su aliento o el olor del trabajador o de la persona enferma. No siempre olores agradables. Obvio que la importancia está más allá de las sensaciones físicas.

    En el proceso de hacer comunidad, que permite la corresponsabilidad del discernimiento, podremos saber a qué huelen las miserias del otro (también sus grandezas). Cuestión compleja pero real. Si no queremos hacer poesía con aquello del homo viator, el ser humano en camino (para evitar el uso genérico de hombre, que debería entenderse como incluyente de la mujer), este ser humano es muy concreto, con su presente y su pasado. Con sus posibilidades y sus miserias. Con sus diferencias y similitudes. Es ser humano perdonado o en proceso de redención. Puede que yo sea testigo de sus miserias, como él lo sea de las mías. La dinámica de la misericordia resulta clave, no como claudicación a un valor o un empeño, sino como oportunidad y transparencia de la misericordia de Dios, que no rebaja una tilde a la Escritura. No es un pacto con lo bajo, lo ruin o lo deplorable, por supuesto, que degradaría al pecador (que somos todos) al nivel de los corruptos (que pacta con el mal).

    Dentro de este proceso, que es real e histórico, con sujetos concretos con su pasado y escribiendo su futuro, puede darse los casos de las personas emocionalmente desequilibradas, con una religiosidad exaltada, con ansias de poder y control, que buscan compensar vacíos y frustraciones o se puedan considerar iluminados, cuando sufren, por ejemplo, de alucinaciones. No sé cuan posible sea esta realidad en los diversos continentes. Solo sé que es posible. Y los pastores y comunidades tendrán que lidiar con esto. Y siempre podrá existir la posibilidad que, por ejemplo, alguien incómodo pueda ser silenciado bajo la acusación de exaltado. Es complejo y real, sin recetas, pero con orientaciones, donde siempre va a ser posible el error pero que concentrar de nuevo todas las corresponsabilidades solo en el ministro puede ser la más grave tentación.

    Hubo un tiempo, nada lejano, en que se habló de la teología del genitivo. Quizás se pueda hablar en estos tiempos de la teología del gerundio, como una acción continua y no concluida. Que rescate el sentido dinámico de la vida humana, con lo provisional y lo impredecible. Que se sabe en el tiempo, aunque tenga referencias inmutables. Abierto a lo novedoso, a lo que pueda decirse de otra manera o expresarse mejor. Una teología que, para prestar el servicio a que está llamada, valore lo simbólico que es propio de la semiología, tan cercano a lo litúrgico, sin sacrificar las ansias precisión.

    Debemos proseguir por este camino. El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio (Cfr. Francisco, Discurso del santo padre francisco en conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos, Sábado 17 de octubre de 2015)".

Alfonso Maldonado

Sacerdote de la Arquidiócesis de Barquisimeto

Actualmente en Caracas, Venezuela


Llamados a la Sinodalidad

    El eco de los Hechos de los Apóstoles: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros” (15,28) encierra, en tiempos inmemoriales en la historia de la Iglesia, que el camino de la Sinodalidad  era la única vía de llegar a un consenso o a la toma de decisiones para la comunión y participación de los fieles de una comunidad eclesial. La fe en la acción del Espíritu Santo despierta interés en darle espacio a su protagonismo en la misión de la Iglesia. Con esta guía de fiarse totalmente en el Espíritu de Dios está unido en el discernimiento y conocimiento de todos los autores de la evangelización.

   Más allá de “los profetas de calamidades”, el llamado del Santo Padre, el Papa Francisco, a la Sinodalidad renueva la esperanza de una Iglesia donde se pide y se promueve valentía y horizonte abierto para la “alegría del Evangelio”, y en donde exista la participación de todos los fieles cristianos. Nunca antes en ningún pontificado se había tomado tan en serio y con tal consecuencia la imagen de la iglesia como Pueblo de Dios. Es una Iglesia donde se reconoce la diversidad de carismas y niveles de servicio, sin imposiciones autoritarias ni particularismos dispersivos, sino viviendo en Sinodalidad. Porque el camino de la iglesia consiste en avanzar juntos en el respeto de las diferencias, en la dirección marcada por Jesús en el Evangelio.

   Más que un slogan, el llamado a la Sinodalidad es un volver a la misma esencia de la Iglesia. Todos los fieles cristianos somos corresponsables y estamos comprometidos en el discernimiento y conocimiento de la fe de la Iglesia de Cristo. La participación de todos es la único vía de captar los problemas en su verdad viva, realista y concreta, evitando la anomalía de que cuestiones que afectan tan íntimamente a todo el Pueblo de Dios quedasen entregadas tan sólo a la deliberación de una asamblea de obispos. 

El llamado a la Sinodalidad es de vida o de muerte de una Iglesia que peregrina en los vaivenes de la historia de la humanidad.

Luis Manuel Díaz

Sacerdote de la Arquidiócesis de Valencia, Venezuela.


    “Existen quienes y son muchos los que callan en torno a la Sinodalidad.  En ciertos estratos de la Iglesia están los clérigos y los llamados pastores que han cerrado sus bocas ante el movimiento sinodal.  Simplemente no se oye, no se dice, es un secreto…  que el pueblo no se dé cuenta, no vaya acontecer que escuche, que piense, que dialogue, que levante la voz, que se ponga de pie, que cuestione formas, posiciones, relaciones, adquisiciones, rituales…  Es mejor que los pequeños no se den cuenta dicen los mayores, así no se cambiarán las cosas, todo marchará igual que siempre, obedecerán como borregos y reinará la paz del camposanto.


Se obstinan en ocultar el camino que lleva a la comunión y participación, la senda de la libertad. Es más conveniente que las mujeres sigan cuidando de sus bebés, que los jóvenes sigan navegando en sus dispositivos en la enajenación de sus ilusiones, que el pueblo sin escuela se duerma en el vacío y el hambre mate a los empobrecidos.  La ganancia es que no se invierta la pirámide y que cada quien se refugie en su concha, que decidan los mismos por las grandes mayorías sin pan ni agua.  Al fin y al cabo no pasa nada. Pero que pase en la Iglesia de Jesucristo eso sí que duele como sal en la llaga.”

Floridalia Noguera, religiosa de Guatemala.


    “El Papa Francisco invita a toda la Iglesia a interrogarse sobre un tema decisivo para su vida y su misión: «Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Este itinerario, que se sitúa en la línea del «aggiornamento» de la Iglesia propuesto por el Concilio Vaticano II, es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar juntos”, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero”. 

Monseñor Julián Barrios

Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago de Compostela


@RonaldMRivera