domingo, 13 de abril de 2025

Domingo de Pascua (Misa del día)



Domingo de Pascua (Misa del día)

Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.


Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).


El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.


“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer que no se apartaba del sepulcro. Ella fue la única en verlo, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas» (San Gregorio Magno)


«Jesús no ha vuelto a una vida humana normal de este mundo, como Lázaro y los otros muertos que Jesús resucitó. Él ha entrado en una vida distinta, nueva; en la inmensidad de Dios» (Benedicto XVI)


«El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: ‘Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce’. El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 639)

Sábado Santo: Esperamos junto a María



Sábado Santo

Hoy no meditamos un evangelio en particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Pero, con María, la única que ha permanecido firme en la fe y en la esperanza después de la trágica muerte de su Hijo, nos preparamos, en el silencio y en la oración, para celebrar la fiesta de nuestra liberación en Cristo, que es el cumplimiento del Evangelio.

La coincidencia temporal de los acontecimientos entre la muerte y la resurrección del Señor y la fiesta judía anual de la Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, permite comprender el sentido liberador de la cruz de Jesús, nuevo cordero pascual cuya sangre nos preserva de la muerte.

Otra coincidencia en el tiempo, menos señalada pero sin embargo muy rica en significado, es la que hay con la fiesta judía semanal del “Sabbat”. Ésta empieza el viernes por la tarde, cuando la madre de familia enciende las luces en cada casa judía, terminando el sábado por la tarde. Esto recuerda que después del trabajo de la creación, después de haber hecho el mundo de la nada, Dios descansó el séptimo día. Él ha querido que también el hombre descanse el séptimo día, en acción de gracias por la belleza de la obra del Creador, y como señal de la alianza de amor entre Dios e Israel, siendo Dios invocado en la liturgia judía del Sabbat como el esposo de Israel. El Sabbat es el día en que se invita a cada uno a acoger la paz de Dios, su “Shalom”.

De este modo, después del doloroso trabajo de la cruz, «retoque en que el hombre es forjado de nuevo» según la expresión de Catalina de Siena, Jesús entra en su descanso en el mismo momento en que se encienden las primeras luces del Sabbat: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,3). Ahora se ha terminado la obra de la nueva creación: el hombre prisionero antaño de la nada del pecado se convierte en una nueva criatura en Cristo. Una nueva alianza entre Dios y la humanidad, que nada podrá jamás romper, acaba de ser sellada, ya que en adelante toda infidelidad puede ser lavada en la sangre y en el agua que brotan de la cruz.

La carta a los Hebreos dice: «Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9). La fe en Cristo nos da acceso a ello. Que nuestro verdadero descanso, nuestra paz profunda, no la de un solo día, sino para toda la vida, sea una total esperanza en la infinita misericordia de Dios, según la invitación del Salmo 16: «Mi carne descansará en la esperanza, pues tu no entregarás mi alma al abismo». Que con un corazón nuevo nos preparemos para celebrar en la alegría las bodas del Cordero y nos dejemos desposar plenamente por el amor de Dios manifestado en Cristo.

Pensamientos para el Evangelio de hoy
«¿Qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido. ¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien colgando de la cruz…» (San Bernardo)

«La tiniebla divina de este día, de este siglo, que se convierte cada vez más en un sábado santo, habla a nuestras conciencias. Tiene en sí algo consolador porque la muerte de Dios en Jesucristo es, al mismo tiempo, expresión de su radical solidaridad con nosotros. El misterio más oscuro de la fe es, simultáneamente, la señal más brillante de una esperanza sin fronteras» (Benedicto XVI)

«La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás porque ‘no era posible que la muerte lo dominase’ (Hch 2,24) (…). La Resurrección de Jesús ‘al tercer día’ (1Cor 15,4) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto día» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 627)

Viernes Santo: Es el día de la Cruz victoriosa




Viernes Santo

Hoy celebramos el primer día del Triduo Pascual. Por tanto, es el día de la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.

Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don que celebramos.

Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz. Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron nos transmitieron los hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.

Ante este hecho, nos sentimos agradecidos y admirados. Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes de nada— admirar agradecidos.

Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman hasta llegar a ser un don para los demás, que confiamos en el Padre en toda adversidad.

Esto contrasta con la atmósfera indiferente de nuestra sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya que la donación de Cristo es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Este es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».

Pensamientos para el Evangelio de hoy
«La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre. La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre» (San Juan Pablo II)

«El perdón cuesta algo, ante todo al que perdona (…). Dios sólo pudo superar la culpa y el sufrimiento de los hombres interviniendo personalmente, sufriendo Él mismo en su Hijo, que ha llevado esa carga y la ha superado mediante la entrega de sí mismo» (Benedicto XVI)

«Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: ‘¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!’ (Jn 12, 27). ‘El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?’ (Jn 18,11). Y todavía en la cruz antes de que ‘todo esté cumplido’ (Jn 19,30), dice: ‘Tengo sed’ (Jn 19,28)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 607)

Jueves Santo (Misa vespertina de la Cena del Señor)



Jueves Santo (Misa vespertina de la Cena del Señor)

Hoy recordamos aquel primer Jueves Santo de la historia, en el que Jesucristo se reúne con sus discípulos para celebrar la Pascua. Entonces inauguró la nueva Pascua de la nueva Alianza, en la que se ofrece en sacrificio por la salvación de todos.


En la Santa Cena, al mismo tiempo que la Eucaristía, Cristo instituye el sacerdocio ministerial. Mediante éste, se podrá perpetuar el sacramento de la Eucaristía. El prefacio de la Misa Crismal nos revela el sentido: «Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo; para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo con tu Palabra y lo reconforten con tus sacramentos».


Y aquel mismo Jueves, Jesús nos da el mandamiento del amor: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Antes, el amor se fundamentaba en la recompensa esperada a cambio, o en el cumplimiento de una norma impuesta. Ahora, el amor cristiano se fundamenta en Cristo. Él nos ama hasta dar la vida: ésta ha de ser la medida del amor del discípulo y ésta ha de ser la señal, la característica del reconocimiento cristiano.


Pero, el hombre no tiene capacidad para amar así. No es simplemente fruto de un esfuerzo, sino don de Dios. Afortunadamente, Él es Amor y —al mismo tiempo— fuente de amor, que se nos da en el Pan Eucarístico.


Finalmente, hoy contemplamos el lavatorio de los pies. En actitud de siervo, Jesús lava los pies de los Apóstoles, y les recomienda que lo hagan los unos con los otros (cf. Jn 13,14). Hay algo más que una lección de humildad en este gesto del Maestro. Es como una anticipación, como un símbolo de la Pasión, de la humillación total que sufrirá para salvar a todos los hombres.


El teólogo Romano Guardini dice que «la actitud del pequeño que se inclina ante el grande, todavía no es humildad. Es, simplemente, verdad. El grande que se humilla ante el pequeño es el verdaderamente humilde». Por esto, Jesucristo es auténticamente humilde. Ante este Cristo humilde nuestros moldes se rompen. Jesucristo invierte los valores meramente humanos y nos invita a seguirlo para construir un mundo nuevo y diferente desde el servicio.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hubiese hallado» (San Agustín)


«Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados» (Francisco)


«El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección, y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.337)

Miércoles Santo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará» (Mt 26,20)



Miércoles Santo

Hoy, el Evangelio nos presenta tres escenas: la traición de Judas, los preparativos para celebrar la Pascua y la Cena con los Doce.

La palabra “entregar” (“paradidōmi” en griego) se repite seis veces y sirve como nexo de unión entre esos tres momentos: (I) cuando Judas entrega a Jesús; (II) la Pascua, que es una figura del sacrificio de la cruz, donde Jesús entrega su vida; y (III) la Última Cena, en la cual se manifiesta la entrega de Jesús, que se cumplirá en la Cruz.

Queremos detenernos aquí en la Cena Pascual, donde Jesucristo manifiesta que su cuerpo será entregado y su sangre derramada. Sus palabras: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará» (Mt 26,20) invita a cada uno de los Doce, y de modo especial a Judas, a un examen de conciencia. Estas palabras son extensivas a todos nosotros, que también hemos sido llamados por Jesús. Son una invitación a reflexionar sobre nuestras acciones, sean buenas o malas; nuestra dignidad; plantearnos qué estamos haciendo en este momento con nuestras vidas; hacia dónde estamos yendo y cómo hemos respondido al llamado de Jesús. Debemos respondernos con sinceridad, humildad y franqueza.

Recordemos que podemos esconder nuestros pecados de otras personas, pero no podemos ocultarlos a Dios, que ve en lo secreto. Jesús, verdadero Dios y hombre, todo lo ve y lo sabe. Él conoce lo que hay en nuestro corazón y de lo que somos capaces. Nada está oculto a sus ojos. Evitemos engañarnos, y recién después de habernos sincerado con nosotros mismos es cuando debemos mirar a Cristo y preguntarle «¿Acaso soy yo?» (Mt 26,22). Tengamos presente lo que dice el Papa Francisco: «Jesús amándonos nos invita a dejarnos reconciliar con Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos».

Miremos a Jesús, escuchemos sus palabras y pidamos la gracia de entregarnos uniéndonos a su sacrificio en la Cruz.

Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad» (Santa Brígida)

«En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas. También nosotros debemos situarnos en este contexto, conscientes de nuestra ‘noche’, de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio Pascual» (Benedicto XVI)

«Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.339)

Martes Santo: Afortunadamente, el pecado no es la última palabra



Martes Santo

Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).

El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn 13,21).

Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41).


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Para mí es mejor morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. Quiero a Aquel que murió por nosotros; quiero a Aquel que resucitó por nosotros… Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios» (San Ignacio de Antioquía)

«El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de allí! Todos los santos han bebido de aquí» (Francisco)

«En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas (…). Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo, el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.851)

Lunes Santo: María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos



Lunes Santo

Hoy, en el Evangelio, se nos resumen dos actitudes sobre Dios, Jesucristo y la vida misma. Ante la unción que hace María a su Señor, Judas protesta: «Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’» (Jn 12,4-5). Lo que dice no es ninguna barbaridad, ligaba con la doctrina de Jesús. Pero es muy fácil protestar ante lo que hacen los otros, aunque no se tengan segundas intenciones como en el caso de Judas.


Cualquier protesta ha de ser un acto de responsabilidad: con la protesta nos hemos de plantear cómo lo haríamos nosotros, qué estamos dispuestos a hacer nosotros. Si no, la protesta puede ser sólo —como en este caso— la queja de los que actúan mal ante los que miran de hacer las cosas tan bien como pueden.


María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos, porque cree que es lo que debe hacer. Es una acción tintada de espléndida magnanimidad: lo hizo «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro» (Jn 12,3). Es un acto de amor y, como todo acto de amor, difícil de entender por aquellos que no lo comparten. Creo que, a partir de aquel momento, María entendió lo que siglos más tarde escribiría san Agustín: «Quizá en esta tierra los pies del Señor todavía están necesitados. Pues, ¿de quién, fuera de sus miembros, dijo: ‘Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños... me lo hacéis a mí? Vosotros gastáis aquello que os sobra, pero habéis hecho lo que es de agradecer para mis pies’».


La protesta de Judas no tiene ninguna utilidad, sólo le lleva a la traición. La acción de María la lleva a amar más a su Señor y, como consecuencia, a amar más a los “pies” de Cristo que hay en este mundo.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«¡Oh don preciosísimo de la Cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados. Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie» (San Teodoro Estudita)


«El amor no calcula, no mide, no repara en gastos, no pone barreras, sino que sabe donar con alegría, busca sólo el bien del otro, vence la mezquindad, la cicatería, los resentimientos, la cerrazón que el hombre lleva a veces en su corazón» (Benedicto XVI)


«Jesús hace suyas estas palabras: ‘Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’ (Jn 12,8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: ‘comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias...’ (Am 8,6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.449)


Domingo de Ramos: Jesús llega a Jerusalén




Domingo de Ramos (C)

Hoy leemos el relato de la pasión según san Lucas. En este evangelista, los ramos gozosos de la entrada en Jerusalén y el relato de la pasión están en relación mutua, aunque el primer paso suene a triunfo y el segundo a humillación.


Jesús llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y pacífico, en actitud de servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de su poder. La cruz es el trono desde donde reina (no le falta la corona real), amando y perdonando. En efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo que revela el amor de Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.


Este perdón y esta misericordia se muestran durante toda la vida de Jesús, pero de una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es clavado en la cruz. ¡Qué significativas resultan las tres palabras que, desde la cruz, escuchamos hoy de los labios de Jesús!:


—Él ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).


—Al ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el Reino, también lo perdona y lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).


—Jesús perdona y ama sobre todo en el momento supremo de su entrega, cuando exclama: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).


Ésta es la última lección del Maestro desde la cruz: la misericordia y el perdón, frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto perdonar! Pero si hacemos la experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos perdona y nos salva, no nos costará tanto mirar a todos con una ternura que perdona con amor, y absuelve sin mezquindad.


San Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas: «Alabado seas, oh Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Aprende por qué conviene recibir el Cuerpo de Jesucristo en memoria de la obediencia de Jesucristo hasta la muerte: para que los que viven, no vivan más de sí mismos, sino de la vida de Aquel que por ellos murió y resucitó» (San Basilio Magno)


«El Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo» (Francisco)


«Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 569)

sábado, 5 de abril de 2025

«Escribir con el dedo en la tierra» (Jn 8,6)



Domingo 5 (C) de Cuaresma

Hoy vemos a Jesús «escribir con el dedo en la tierra» (Jn 8,6), como si estuviera a la vez ocupado y divertido en algo más importante que el escuchar a quienes acusan a la mujer que le presentan porque «ha sido sorprendida en flagrante adulterio» (Jn 8,3).

Llama la atención la serenidad e incluso el buen humor que vemos en Jesucristo, aún en los momentos que para otros son de gran tensión. Una enseñanza práctica para cada uno, en estos días nuestros que llevan velocidad de vértigo y ponen los nervios de punta en un buen número de ocasiones.

La sigilosa y graciosa huida de los acusadores, nos recuerda que quien juzga es sólo Dios y que todos nosotros somos pecadores. En nuestra vida diaria, con ocasión del trabajo, en las relaciones familiares o de amistad, hacemos juicios de valor. Más de alguna vez, nuestros juicios son erróneos y quitan la buena fama de los demás. Se trata de una verdadera falta de justicia que nos obliga a reparar, tarea no siempre fácil. Al contemplar a Jesús en medio de esa “jauría” de acusadores, entendemos muy bien lo que señaló santo Tomás de Aquino: «La justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad; y la misericordia sin justicia es ruina, destrucción».

Hemos de llenarnos de alegría al saber, con certeza, que Dios nos perdona todo, absolutamente todo, en el sacramento de la confesión. En estos días de Cuaresma tenemos la oportunidad magnífica de acudir a quien es rico en misericordia en el sacramento de la reconciliación.

Y, además, para el día de hoy, un propósito concreto: al ver a los demás, diré en el interior de mi corazón las mismas palabras de Jesús: «Tampoco yo te condeno» (Jn 8,11).


Pensamientos para el Evangelio de hoy
«¿Cómo pueden cumplir la Ley y castigar a aquella mujer unos pecadores? Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a confesarse pecador» (San Agustín)

«El Dios Redentor, el Dios tierno, sufre por la dureza del corazón» (Francisco)

«El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos. Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.840)

sábado, 29 de marzo de 2025

Domingo Laetare (“Alegraos”)



Domingo 4 (C) de Cuaresma

Hoy, domingo Laetare (“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.

Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el nombre de la parábola del “Padre prodigioso”.

Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no ahorrar la vida de su Hijo).

Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo “alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto y resucitado— su misericordia.

San Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama!


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«El Padre eterno puso, con inefable benignidad, los ojos de su amor en aquella alma y empezó a hablarle de esta manera: ‘¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los hombres’» (Santa Catalina de Siena)

«San Juan Pablo II decía en su encíclica “Dives in misericordia” que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia» (Benedicto XVI)

«El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. Él está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra “patria”. De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver. En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra, porque el Hijo ‘ha bajado del cielo’, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.795)

sábado, 22 de marzo de 2025

«Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4)



Domingo 3 (C) de Cuaresma

Hoy, tercer domingo de Cuaresma, la lectura evangélica contiene una llamada de Jesús a la penitencia y a la conversión. O, más bien, una exigencia de cambiar de vida.

“Convertirse” significa, en el lenguaje del Evangelio, mudar de actitud interior, y también de estilo externo. Es una de las palabras más usadas en el Evangelio. Recordemos que, antes de la venida del Señor Jesús, san Juan Bautista resumía su predicación con la misma expresión: «Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4). Y, enseguida, la predicación de Jesús se resume con estas palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).

Esta lectura de hoy tiene, sin embargo, características propias, que piden atención fiel y respuesta consecuente. Se puede decir que la primera parte, con ambas referencias históricas (la sangre derramada por Pilato y la torre derrumbada), contiene una amenaza. ¡Imposible llamarla de otro modo!: lamentamos las dos desgracias —entonces sentidas y lloradas— pero Jesucristo, muy seriamente, nos dice a todos: —Si no cambiáis de vida, «todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,5).

Esto nos muestra dos cosas. Primero, la absoluta seriedad del compromiso cristiano. Y, segundo: de no respetarlo como Dios quiere, la posibilidad de una muerte, no en este mundo, sino mucho peor, en el otro: la eterna perdición. Las dos muertes de nuestro texto no son más que figuras de otra muerte, sin comparación con la primera.

Cada uno sabrá cómo esta exigencia de cambio se le presenta. Ninguno queda excluido. Si esto nos inquieta, la segunda parte nos consuela. El “viñador”, que es Jesús, pide al dueño de la viña, su Padre, que espere un año todavía. Y entretanto, él hará todo lo posible (y lo imposible, muriendo por nosotros) para que la viña dé fruto. Es decir, ¡cambiemos de vida! Éste es el mensaje de la Cuaresma. Tomémoslo entonces en serio. Los santos —san Ignacio, por ejemplo, aunque tarde en su vida— por gracia de Dios cambian y nos animan a cambiar.

Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos» (San Josemaría)

«Se ha de reconocer que el desarrollo económico mismo ha estado aquejado por desviaciones y problemas dramáticos. Todo ello nos pone improrrogablemente ante decisiones que afectan cada vez más al destino mismo del hombre, el cual, por lo demás, no puede prescindir de su naturaleza» (Benedicto XVI)

«La inversión de los medios y de los fines, que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas (…). Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.887-1.888)

Preguntas para conocer mejor a la antropología teológica



¿Qué significa la antropología teológica?

La Antropología teológica es la parte de la Teología que tiene a la persona humana como objeto principal de estudio. No pocas veces ha sido denominada también como la Teología de lo humano. Busca, por tanto, alcanzar una noción completa del ser humano a la luz de la enseñanza que la revelación cristiana contiene sobre él.


¿Qué dice la antropología sobre Dios?

La antropología teológica y la fe cristiana han definido al ser humano como imagen de Dios, esta categoría de iconalidad divina del hombre, presente en el libro del Génesis, permite entender que el ser humano es social y no puede no serlo, la socialidad es una nota esencial de la existencia humana.


¿Cuál es la antropología presente en la Biblia?

En el contexto de la teología cristiana, la antropología es el estudio del ser humano (anthropos) en su relación con Dios, como creador y causa primera. El aspecto fundamental de la antropología bíblica es que Dios es creador y no creado, que se mueve a través del amor, y por ese único motivo creó a todos los hombres y mujeres a su imagen y semejanza.

La antropología teológica se diferencia de la antropología como ciencia social, en que esta última se ocupa principalmente del estudio comparativo de las características físicas y sociales de la humanidad a lo largo de la historia y el espacio. Pero ambas antropologías se complementan, no se contradicen.


¿Qué finalidad tiene la antropología teológica?

Los antropólogos son profesionales que se dedican a estudiar el ser humano, su cultura y sociedad. En el caso de la antropología teológica esta se encarga de investigar cómo se relacionan las personas entre sí y con su entorno, desde su vínculo filial con Dios. Es así como desde el saberse creado y amado por un ser infinito, se empieza a analizar el origen del cosmos, el origen de la vida y el origen de la humanidad moderna. Además de reflexionar desde los datos de la Revelación los cambios sociales, económicos e incluso políticos que se producen en las sociedades.


¿Qué función cumple la antropología teológica en la vida?

La antropología teológica estudia a la humanidad, sus sociedades del presente y del pasado, así como las diversas culturas y formas de organización e interacción social que ha creado, bajo la conciencia moral establecida en su alianza con Dios.


¿Quién es Jesús desde la antropología?

Jesucristo es ese hombre nuevo y completo, que en el misterio de la encarnación, ha asumido plenamente nuestra naturaleza humana.


¿Qué observa la antropología teológica?

La antropología teológica mira en profundidad el ser, el lenguaje, los límites, las aspiraciones, el origen y el fin del hombre; y así descubre algo muy importante: el hombre es capaz de Dios.


¿Quién es Dios desde la antropología teológica?

Dios no es una fantasía o un agregado mental que le ponemos a la vida humana, sino que el mismo ser y la misma estructura del hombre nos muestran una vocación trascendente, una vocación que lanza al hombre más allá de sí mismo.


¿Qué significa "trascender" en la antropología teológica?

"Trascender" significa "ir más allá". Un hecho o una acción se dicen "trascendentales" cuando sus consecuencias van mucho "más allá" de lo inmediato.

Cuando descubrimos nuestros límites, descubrimos también nuestra capacidad de trascender. Por ejemplo, la muerte, que aparece como una barrera de todas nuestras aspiraciones, nos obliga a preguntarnos por el sentido de la vida.

La capacidad de trascender, de preguntarnos por el sentido, el valor, o la realidad de tantas cosas, es típicamente humana y maravillosamente humanizante.


¿Qué son las "experiencias límites" en la antropología teológica?

Cuando una persona ha pasado por un momento muy fuerte en la que sintió que podía perder su vida o verla transformada completamente, decimos que tuvo una "experiencia límite".

Observamos que las experiencias límite cambian a las personas: les hacen valorar lo que tienen, empezando por la vida misma, y también el tiempo, la libertad, la familia, la amistad, el amor.

La grandeza de las experiencias límite, entonces, es que nos llevan a trascender. Nos muestran que el dinero, el poder o los placeres del cuerpo no son todo: estamos hechos para cosas más grandes y mejores.


¿Qué es el infinito?

Mientras que los animales tienen límites preestablecidos y hacen las cosas del mismo modo siglo tras siglo, hay en nosotros, los seres humanos, un hambre de infinito: conocer más, disfrutar más, poder más.

Hay señales del infinito que nos han cautivado desde siempre: las distancias inmensas, las extensiones vacías, los tiempos gigantescos, la complejidad de la materia, la variedad de las especies, la rudeza de los obstáculos, la perfección de una obra maestra.

Esta "hambre" de infinito es otro capítulo de la disposición humana para trascender. Es también un indicativo de que nada finito y ninguna creatura nos pueden llenar completamente.


¿Qué es la verdad?

Hemos visto que el hombre es un peregrino, es decir, un buscador. Y una de las grandes búsquedas humanas es la búsqueda de la verdad, la cual ha dado origen a la filosofía y la ciencia.

La verdad es un camino que nunca acabamos. La profundidad de la naturaleza y la complejidad del mismo hombre hacen que nuestras respuestas nos lleven a nuevas preguntas, de modo que ninguna respuesta es última.

En esa búsqueda descubrimos dos cosas: que estamos hechos para la verdad y que nuestra mente aspira a una verdad infinita, mayor que todo lo que alcanza a conocer.


¿Por qué buscamos amar y ser amados?

El ser humano muestra su rostro de peregrino especialmente cuando se habla del amor, porque es el amor quien pone en movimiento nuestra vida.

El amor es nuestra gran fuerza y nuestra gran debilidad. Por amor emprendemos grandes proyectos, pero por amor también corremos grandes riesgos o incluso caemos en graves errores.

No todos los amores son dignos de ese nombre. La búsqueda del amor verdadero es ansia de estabilidad, disfrute y abundancia, pero si miramos mejor es la búsqueda de fidelidad, gozo y gratuidad.


¿Por qué buscamos el placer y la felicidad?

Grandes pensadores han llegado a esta conclusión: nuestra gran búsqueda, la meta a la que todos tendemos, es la felicidad. La buscamos de distintas maneras y con distintos rostros, pero es ella la que marca el sentido de nuestro camino.

El hombre, que es un peregrino, se descubre llamado a una felicidad sin límites, pero a la vez se da cuenta de que es un ser limitado y que también las cosas le dan una felicidad limitada.

Como el hombre no puede renunciar a su búsqueda, finalmente experimenta en su interior una especie de "vacío" por las contradicciones que siente adentro de sí mismo y en la sociedad, y también por los anhelos de sentido y de felicidad que lleva en sí.


¿El hombre es capaz de Dios?

Tomar con seriedad al hombre es recordar siempre que hay en él algo inmenso, algo que lo hace digno de admiración, respeto y compasión.

En este sentido, el ser humano es un misterio para sí, y así lo expresa él mismo, a menudo, en el arte, la poesía y la filosofía.

El ansia de verdad, la grandeza de su libertad y el hambre de felicidad hacen del hombre un ser irremediablemente abierto a unas posibilidades de lenguaje inmensas. El ser humano está abierto a una "revelación". Es "capaz de Dios".


domingo, 16 de marzo de 2025

Cuando Pedro, Juan y Santiago se despertaron, «vieron su gloria» (Lc 9,32)




Domingo 2 (C) de Cuaresma

Hoy, segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la palabra nos trae invariablemente el episodio evangélico de la Transfiguración del Señor. Este año con los matices propios de san Lucas.

El tercer evangelista es quien subraya más intensamente a Jesús orante, el Hijo que está permanentemente unido al Padre a través de la oración personal, a veces íntima, escondida, a veces en presencia de sus discípulos, llena de la alegría del Espíritu Santo.

Fijémonos, pues, que Lucas es el único de los sinópticos que comienza la narración de este relato así: «Jesús (...) subió al monte a orar» (Lc 9,28), y, por tanto, también es el que especifica que la transfiguración del Maestro se produjo «mientras oraba» (Lc 9,29). No es éste un hecho secundario.

La oración es presentada como el contexto idóneo, natural, para la visión de la gloria de Cristo: cuando Pedro, Juan y Santiago se despertaron, «vieron su gloria» (Lc 9,32). Pero no solamente la de Él, sino también la gloria que ya Dios manifestó en la Ley y los Profetas; éstos —dice el evangelista— «aparecían en gloria» (Lc 9,31). Efectivamente, también ellos encuentran el propio esplendor cuando el Hijo habla al Padre en el amor del Espíritu. Así, en el corazón de la Trinidad, la Pascua de Jesús, «su partida, que iba a cumplir en Jerusalén» (Lc 9,31) es el signo que manifiesta el designio de Dios desde siempre, llevado a término en el seno de la historia de Israel, hasta el cumplimiento definitivo, en la plenitud de los tiempos, en la muerte y la resurrección de Jesús, el Hijo encarnado.

Nos viene bien recordar, en esta Cuaresma y siempre, que solamente si dejamos aflorar el Espíritu de piedad en nuestra vida, estableciendo con el Señor una relación familiar, inseparable, podremos gozar de la contemplación de su gloria. Es urgente dejarnos impresionar por la visión del rostro del Transfigurado. A nuestra vivencia cristiana quizá le sobran palabras y le falta estupor, aquel que hizo de Pedro y de sus compañeros testigos auténticos de Cristo viviente.


Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual el mundo ha sido redimido. El Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición, y, si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que prometió» (San León Magno)

«Jesús toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, aquella que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo en el camino de la prueba, en el camino de la Cruz» (Francisco)

«Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24,26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 555)

sábado, 8 de marzo de 2025

«No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,4).



Domingo 1 (C) de Cuaresma

Hoy, Jesús, «lleno de Espíritu Santo» (Lc 4,1), se adentra en el desierto, lejos de los hombres, para experimentar de forma inmediata y sensible su dependencia absoluta del Padre. Jesús se siente agredido por el hambre y este momento de desfallecimiento es aprovechado por el Maligno, que lo tienta con la intención de destruir el núcleo mismo de la identidad de Jesús como Hijo de Dios: su adhesión sustancial e incondicional al Padre. Con los ojos puestos en Cristo, vencedor del mal, los cristianos hoy nos sentimos estimulados a adentrarnos en el camino de la Cuaresma. Nos empuja a ello el deseo de autenticidad: ser plenamente aquello que somos, discípulos de Jesús y, con Él, hijos de Dios. Por esto queremos profundizar en nuestra adhesión honda a Jesucristo y a su programa de vida que es el Evangelio: «No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,4).


Como Jesús en el desierto, armados con la sabiduría de la Escritura, nos sentimos llamados a proclamar en nuestro mundo consumista que el hombre está diseñado a escala divina y que sólo puede colmar su hambre de felicidad cuando abre de par en par las puertas de su vida a Jesucristo Redentor del hombre. Esto comporta vencer multitud de tentaciones que quieren empequeñecer nuestra vocación humano-divina. Con el ejemplo y con la fuerza de Jesús tentado en el desierto, desenmascaremos las muchas mentiras sobre el hombre que nos son dichas sistemáticamente desde los medios de comunicación social y desde el medio ambiente pagano donde vivimos.


San Benito dedica el capítulo 49 de su Regla a “La observancia cuaresmal” y exhorta a «borrar en estos días santos las negligencias de otros tiempos (...), dándonos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia (...), a ofrecer a Dios alguna cosa por propia voluntad con el fin de dar gozo al Espíritu Santo (...) y a esperar con deseo espiritual la Santa Pascua».



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Si hemos sido tentados en Él, también en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete también vencedor en Él» (San Agustín)


«Cuando estamos en tentación, la Palabra de Jesús nos salva. Y Jesús es grande porque no solo nos hace salir de la tentación, sino que nos da más confianza» (Francisco)


«La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: ‘Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado’ (Hb 4,15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 540)

domingo, 2 de marzo de 2025

Más buena voluntad y más amor a la Verdad



Domingo 8 (C) del tiempo ordinario


Hoy hay sed de Dios, hay frenesí por encontrar un sentido a la existencia y a la actuación propias. El boom del interés esotérico lo demuestra, pero las teorías auto-redentoras no sirven. A través del profeta Jeremías, Dios lamenta que su pueblo haya cometido dos males: le abandonaron a Él, fuente de aguas vivas, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua (cf. Jer 2,13).


Hay quienes vagan entre medio de pseudo-filosofías y pseudo-religiones —ciegos que guían a otros ciegos (cf. Lc 6,39)— hasta que descorazonados, como san Agustín, con el esfuerzo proprio y la gracia de Dios, se convierten, porque descubren la coherencia y trascendencia de la fe revelada. En palabras de san Josemaría Escrivá, «La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen».


Benedicto XVI iluminó muchísimos aspectos de la fe con textos científicos y textos pastorales llenos de sugerencias, como su trilogía "Jesús de Nazaret". He observado cómo muchos no-católicos se orientan en sus enseñanzas (y en las de san Juan Pablo II). Esto no es casual, pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, no hay árbol malo que dé fruto bueno (cf. Lc 6,43).


Se podrían dar grandes pasos en el ecumenismo, si hubiere más buena voluntad y más amor a la Verdad (muchos no se convierten por prejuicios y ataduras sociales, que no deberían ser freno alguno, pero lo son). En cualquier caso, demos gracias a Dios por esos regalos (Juan Pablo II no dudaba en afirmar que Concilio Vaticano II es el gran regalo de Dios a la Iglesia en el siglo XX); y pidamos por la Unidad, la gran intención de Jesucristo, por la que Él mismo rezó en su Última Cena.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Parece, en verdad, que el conocimiento de sí mismo es el más difícil de todos. Ni el ojo que ve las cosas exteriores se ve a sí mismo, y hasta nuestro propio entendimiento, pronto para juzgar el pecado de otro, es lento para percibir sus propios defectos» (San Basilio el Grande)


«La vida de Cristo se convierte en la nuestra; recibimos una forma nueva de ser: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús» (Francisco)


«El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es ‘el vínculo de la perfección’ (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.827)

viernes, 28 de febrero de 2025

¿En qué consiste la herejía del gnosticismo?



¿En qué consiste la herejía del gnosticismo?

Diríase que no es más que la rebelión del hombre contra Dios, ya que tiene como finalidad última la desvinculación de la criatura de su Creador.


El nombre, cuya raíz etimológica procede del griego “gnosis” (conocimiento), se debe a que sus miembros se quieren salvar a través de un conocimiento oculto al que llegarían gradualmente, puesto que se consideran autosuficientes. De esta manera, el hombre se supera a sí mismo hasta el punto de no necesitar más al Salvador.


Ya a finales del siglo XIX, el historiador Marcelino Menéndez Pelayo la consideraba la herejía más peligrosa de todas puesto que se basa en “el orgullo desenfrenado” del hombre. Y es, precisamente, esa arrogancia ilimitada la que constituye el eje central de sus doctrinas.


Así se explica su anhelo de librarse tanto de la Verdad (de Cristo) como del mundo que la rodea. Y, en este sentido, “la virtud de la gnosis” les ayudará a “librarse del mundo malo” en el que viven y actuar según “sus propios deseos” llegando a formar parte de una “élite” y, por lo tanto, estar por encima del bien y del mal. Pero no se detuvo aquí su doctrina, antes decidió atacar la Santa Escritura. Aparte de negar el Antiguo Testamento en su conjunto, interpretan libremente el Evangelio y quieren pensar que Jesucristo ha revelado “una historia secreta”, diferente de la verdadera, a unos pocos hombres que el Salvador había “iniciado” en el ocultismo. Sin embargo, el Señor, anticipando la aparición de dicha herejía, afirma: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mateo 11, 25-30). Coexisten en este versículo dos mensajes claros: Dios se hace hombre en medio de los humildes y sencillos, que son los que le seguirán, mientras que la clase dirigente judía junto a sus sumos sacerdotes rechazan tanto al Señor como el Evangelio. Por lo tanto, el orgullo elitista de los gnósticos contraviene las enseñanzas de Cristo.


¿Cuáles son los antecedentes de esta perversa doctrina?

Este pensamiento esotérico tiene como precedentes la mitología antigua de Irán, India, Egipto o el platonismo. Añádanse también como origen de dicha secta las prácticas de adivinación y magia de Simón el Mago, mencionadas por las Actas de los Apóstoles. Considerado uno de los primeros caudillos de la secta gnóstica, quiso pagar con dinero el don que Dios había regalado a San Pedro. Y es, precisamente, a raíz de este episodio que nace la palabra “simonía” que consiste en la intención de negociar con cosas divinas.


Entre sus orígenes un lugar privilegiado lo ocupa la Cábala, que es judía. Sus miembros creen en un rey de la luz llamado En-Soph, es decir el Ser Supremo. Durante la Revolución Francesa, los republicanos van a profanar las iglesias y las catedrales para dar culto a este dios traducido en francés por L’Être Suprême, hijo de la Diosa Razón, celebrado el 8 de junio de 1793 y al cual le dedican el siguiente himno:


“¡O, Dios del pensamiento/Ya no necesitas altares, curas o incienso…/Tus legisladores han destronado a los reyes …/O, Nación, por fin libre de tus sacerdotes/Quiso que tuvieras un Dios que santifique tus derechos” (haciendo así referencia a los Derechos Humanos) (Le Moniteur, tome XX, p.523, 1793.)


¿Dónde radica la malicia más profunda del gnosticismo?

El pensamiento gnóstico hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, más precisamente, en el pecado original de la arrogancia que conduce a Lucifer a tomar la decisión de rebelarse contra Dios: “Yo seré semejante al Altísimo” (Isaías, 14:13-14). De esta manera, la obediencia de toda criatura hacia su Creador se ve reemplazada por la rebelión contra el poder constituido por Dios. Este episodio bíblico tiene un mensaje claro: el Príncipe de las Tinieblas proclama el derecho de insurrección contra la potestad divina, desvinculando la creatura de su Creador. Por esta misma razón lleva el nombre de diablo que etimológicamente significa el que desune, el que separa.


Esta rebeldía cuyo objetivo consiste en librarse de Dios para poder ser Dios pone las bases del principio de libertad entendido como autonomía del poder constituido. Y en nombre de dicha libertad, el hombre va querer ocupar el lugar de Dios, proceso entendido como deificación del ser humano, y declarar la guerra a todo que tiene origen en Dios (la fe, lo espiritual, el altar y el trono). Así se explica el principio generador de la Revolución Francesa que acaba con catorce siglos de Cristiandad (siglo IV-XVIII) o el protestantismo que impone monarquías de origen pagano. Aún más, la Revolución Francesa, madre de todas las demás insurrecciones llamadas liberales, impone dicha libertad, entendida como liberación de toda potestad civil y espiritual establecida por Cristo, y pronto la transforma en dictadura a nivel europeo, puesto que el clero francés, español o los campesinos vandeanos no han elegido libremente dicha autonomía, más bien les ha sido impuesta a través del genocidio, inter alia.


Este es el mensaje del himno antes mencionado que los republicanos dedican al Dios del Pensamiento y de la Libertad, L’Être Suprême. Dice un historiador francés que no hay peor déspota que él que lleva la máscara de la libertad y es así como los regímenes comunistas, liberales o socialistas impuestos pronto se vuelven dictaduras del ser humano.


¿Por qué es según usted la raíz de todas las herejías que vendrían después?

Porque tienen como objetivo la deificación del ser humano y querrán poner al ser humano en el altar del Señor de la misma manera que lo hizo el gnosticismo. Más precisamente, a partir de dicho dogma, la Verdad (Cristo) empezará a ser negada y por tanto perseguida.


Es la herejía más peligrosa de todas puesto que nunca ha desaparecido del panorama histórico de la humanidad, sino más bien se ha ido afianzando a través de su vigor camaleónico. Por lo tanto, a nivel dogmático, el gnosticismo, basado en esa idea de deificación de lo humano, toma en la Edad Media la forma de nominalismo que separa la fe de la razón, el cuerpo del espíritu o lo material de lo espiritual, armonía que los Padres de la Iglesia y la escolástica habían logrado cimentar a lo largo de los siglos. William of Ockam, uno de sus fundadores, guarda solamente lo material, lo carnal y declara la guerra a la potestad divina a través del rechazo a la Iglesia, queriendo obtener, de esta manera, la dichosa libertad o liberación de todo lo espiritual. Su pensamiento es el generador de la Ilustración y, por ende, del laicismo, base ideológica del sistema político actual.


Más tarde, en el Renacimiento, el gnosticismo y nominalismo toman la forma del protestantismo que consiste en la misma negación de la Verdad y la instauración del Reino del Hombre. Lutero, su fundador, sube en el altar de Dios y decide salvarse, esta vez a través de la fe sola (sola fide), rechazando los instrumentos de salvación de Cristo. Aún más, al igual que el demonio bíblico, proclama la libertad de pensamiento y el derecho de insurrección, esta vez, contra el altar y el trono. Hundiendo sus raíces en el Fundador del Mal, su libertad de pensamiento es una contradicción en sí misma puesto que la impone a través de la Inquisición protestante, anglicana, calvinista, etc., (es el nombre de las distintas sectas que se originaron en el protestantismo).


Asimismo, es precisamente el luteranismo el primer dogma de la Época Moderna, que abre la puerta a la dictadura del libre pensamiento de hoy conocido como pensamiento único.


¿Qué entendemos por pensamiento único?

Es conocido bajo el nombre de único puesto que si las personas, a las cuales se les ha impuesto a lo largo de los siglos, no razonan según la libertad de pensamiento de los ideólogos que las gobiernan, van a sufrir el martirio como en tiempos de la Inquisición Protestante o de todas las Revoluciones empezando por la francesa. Aparte de esto, Lutero proclama el derecho de rebelión contra el Rey y el Papa y todos los príncipes y reyes que le seguirán llegarán a ser, a la vez, tanto jefes de estado como cabecillas de sus iglesias. Ya en el siglo XX, el Santo Padre Pío X considera el protestantismo la herejía más peligrosa porque engloba todas las demás herejías anteriores y posteriores a él, refiriéndose a la Ilustración o Iluminismo. Ésta última es el apogeo del gnosticismo, puesto que irrumpe con una fuerza aterradora, imponiéndose a partir del siglo XVIII hasta hoy como pensamiento único. Al igual que los gnósticos, que piensan que se salvan a través de la gnosis o los protestantes a través de la fe sola (sola fide), de la misma manera, los ilustrados franceses, que se autoproclaman LES PHILOSOPHES, piensan que la razón sola existe, tomando como hijo de la Diosa Razón al Ser Supremo de la Cábala, L’ÊTRE SUPRÊME. Además, la Ilustración, que hunde sus raíces en el gnosticismo y por lo tanto en la arrogancia humana es el puente que separa definitivamente el hombre siervo de Dios del hombre hecho Dios, la religión católica de la religión del hombre. Si bien empieza como movimiento filosófico, pronto se vuelve ideológico, puesto que proclama desde el principio su odio contra todo orden religioso y social existente.


A nivel político, el gnosticismo toma la forma de revolución religiosa en el caso de Lutero o de Revolución Francesa, madre de todas las demás revoluciones llamadas liberales. Diría un historiador francés que la Revolución es la apoteosis del hombre. Para poder subir en el altar del Señor, el ser humano tiene que descristianizar Europa y fundar sobre sus ruinas, su soberanía. El objetivo de los revolucionarios franceses es bastante claro desde un principio. Los documentos republicanos de finales del siglo XVIII, en ningún momento intentan esconder su odio hacia Cristo y hacia la religión católica.


Por ende, el presidente de la Asamblea Nacional, Vernier, expone públicamente el objetivo de los revolucionarios: “La Revolución es el combate de la Razón contra los prejuicios (la fe católica), del entusiasmo sagrado de la libertad contra el fanatismo y la superstición (la religión católica): ésta es la Revolución que vamos a jurar en adelante” (Discourso de Vernier, presidente del Consejo de los Quinientos, la Cámara Baja de la Asamblea, Le Moniteur, capítulo XXIX, P. 539). Aún más, al igual que Simón el Mago, uno de los primeros caudillos del gnosticismo, se autoproclama El Omnipotente y Ego Omnia Dei. De la misma manera, la Revolución se autoproclama diosa de las mesas tal como lo expone un diputado francés con ocasión de la fiesta que rinde culto a la SOBERANÍA DEL PUEBLO (FÊTE DE LA SOUVERAINETÉ DU PEUPLE): “El Pueblo es dios y ya no hay otro dios que ÉL… Para los pueblos libres y dignos de serlo, la ley es la divinidad y la obediencia es un culto” (Moniteur, 8 octobre 1791). La Revolución es así el arma del ser humano contra la Cristiandad. Empezada en Francia, la soberanía del ser humano va imponerse en toda Europa a través de las Revoluciones llamadas liberales en el Oeste de Europa o bolcheviques en el Este. Además, el ser humano hecho Dios se forja también su propia religión, conocida bajo el nombre de pensamiento único basado en la negación de la VERDAD (CRISTO).


Si bien el pensamiento único, introducido por los dogmas antes mencionados, toma a lo largo de la historia la forma de rebelión contra su Creador (Lucifer), gnosis (gnosticismo), sola fide (protestantismo), razón o luz (ilustración), se podría afirmar que no es más que un instrumento en manos del orgullo del hombre que quiere imponerse como DIOS.


¿Cómo la Iglesia la condenó y la fue combatiendo a lo largo de los siglos?

Como hemos mencionado anteriormente, es la herejía más peligrosa a causa de su fuerza camaleónica deslizante, que la hace cambiar de disfraz con cada época. Por lo que podríamos decir que la condena de dicha doctrina recorre la historia de la Cristiandad.


Desde sus primeros gérmenes, sus principios ateos y sus genealogías interminables fueron refutadas por San Pablo en la Epístola hacia Timoteo y por el Evangelio de San Juan. Siglos más tarde, San Ireneo y San Agustín también la combaten. Bajo la máscara del nominalismo, la secta de los gnósticos fue refutada por el Concilio de Compiègne (1092), el de Soisson (1121), de Sens y de Paris. Más tarde, el Concilio de Trento impugna los aspectos ateos y liberales del protestantismo, mientras que la Ilustración, morada dogmática del ateísmo más atroz y base del laicismo actual, conoce un largo recorrido de condenas.


El Papa Pío VI condena la persecución legalizada de la primera República Francesa hacia la Cristiandad y sobre todo, el regicidio del rey mártir, Luis XVI, al igual que el genocidio de la Vendée: “La Convención Nacional ha decidido entregar el poder en manos del pueblo. Un pueblo que no se guía según la razón o la sabiduría. Un pueblo inconsistente y fácil de engañar. Un pueblo que encuentra infinito placer en la sangre humana, en matanzas, masacres y castigo de moribundos.” (Causa necis illatae Ludovico XVI). Años más tarde, en 1799, pierde su vida como prisionero de Napoleón en Valence-sur-Rhône y es presentado por los republicanos como “Papa Pío VI y último”.


Su sucesor, él Papa Pío VII, en su Carta Encíclica, Ecclesiam a Jesu Christo, del 19 de septiembre de 1821, condena la legalización de la deificación del ser humano a través de la Declaración de los Derechos Humanos. Uno de los aspectos que más critica es el derecho de libertad religiosa que la Primera República Francesa hasta la actual lo justifica como una necesidad para las personas de vivir en armonía. Diríase que este fenómeno llamado “derecho” es una paradoja si tenemos que recordar que esa libertad de religión no era válida para el ejercicio de la religión católica, la única negada y perseguida en tiempos de Revolución Francesa, siendo el genocidio o la guillotina el brazo legalizado de dicha persecución. Ni menos condenadas por el Pontífice han sido las consecuencias de dicha libertad cuyo alcance ideológico encuentra inigualable entronque en el contexto actual, como por ejemplo, las misas negras o satánicas que tienen como objetivo profanar y ensuciar la Pasión del Señor o el menosprecio de los sacramentos.


Una vez desmantelado el trono de origen divino y la aristocracia (brazo armado de la Cristiandad), al orgullo del hombre, encarnado por la Ilustración, madre del laicismo actual, sólo le queda como obstáculo hacia su deificación suprema el altar. Y es en medio de tales tribulaciones para la religión católica, que el Papa de la Inmaculada Concepción, Pío IX, inaugura su pontificado con la Encíclica Quanta Cura y Syllabus de 1864. En ella condena el laicismo basado en la supremacía absoluta de la Diosa Razón en detrimento de la fe (recordamos el objetivo de la Revolución Francesa, mencionado por el Presidente de la Asamblea, Vernier, que consistía en la lucha de la razón contra la fe). Pero, para entender mejor las condenas de los Papas hacia el laicismo cabe explicar brevemente la esencia de dicho fenómeno. Los racionalistas de la Ilustración, al igual que el nominalismo o el humanismo renacentista, rompen la armonía entre la fe y la razón. Más precisamente, suprimen la fe entendida como la capacidad que Dios ha añadido a nuestra razón limitada o natural para entender las Verdades reveladas y se quedan sólo con la razón humana o inteligencia, que es limitada y que sólo entiende verdades acordes a su entendimiento. Dichas verdades humanas naturales forjadas por los dogmas heréticos a lo largo de los siglos y englobadas, de alguna manera, en el pensamiento único actual se oponen a la VERDAD (Cristo). Y es así como se explica el ataque incesante a la religión católica y especialmente a la fe, puesto que, al suprimir la fe, suprimimos la VERDAD (que se nos revela a través de la fe). Además, el Sumo Pontífice recuerda que la Razón o el pensamiento único tiene como intención suprimir la TRADICIÓN de la Iglesia, puesto que es ella la encargada de transmitir la VERDAD.


Estas condenas tienen no pocos puntos en común con las de León XIII, el Santo Padre Pío X o Pío XI y Pío XII. Todas ellas impugnan la ideología modernista, que se ha ido forjando a lo largo de los siglos y que hunde sus raíces en aquella arrogancia desenfrenada del Príncipe de las Tinieblas, que quiere ser DIOS.


¿Qué formas tiene el gnosticismo en la actualidad?

Quitándole la máscara del nominalismo, del protestantismo, de la Ilustración, de la ideología revolucionaria, del modernismo y, por lo tanto, del pensamiento único, el gnosticismo diría:


Soy la proclamación del libre pensamiento, soy el derecho de insurrección contra el altar y el trono, soy la “virtuosa” guillotina que decapita todo aquel que lleve el nombre de aristócrata o religioso; yo soy la revolución liberal y bolchevique, por lo tanto soy el odio hacia todo orden que tenga su origen en Cristo; soy la proclamación de los derechos humanos contra los derechos divinos; soy la confiscación de la propiedad privada y el enriquecimiento de burgueses y sectas revolucionarias; soy la República que transforma un país de propietarios en una dictadura proletaria; yo soy los impuestos progresivos que el pueblo tiene la obligación de pagar a la Diosa República.


Este artículo se ha basado en los escritos de Javier Navascués Pérez.