La
cruz de los divorciados y vueltos a casar
La
realidad que vivimos en la Iglesia con nuestros hermanos bautizados que son
divorciados y vueltos a casar, en nupcias civiles, debe estar enmarcada en todo
momento y bajo cualquier circunstancia con caridad plena y sincera.
Una
de las objeciones clásicas contra la idea de acoger penitencialmente a los
divorciados que se han vuelto a casar la fórmula del siguiente modo el cardenal
Höffner: “Si los divorciados que se han vuelto a casar fueran admitidos a la
comunión, serían reconocidos por la Iglesia como personas que viven en la
gracias y el amor de Dios”. Este tipo de afirmaciones es sumamente inquietante,
porque sugiere que, según que la Iglesia acepte o rechace en el fuero externo
el acceso a los sacramentos, está diciendo acerca de la presencia o la ausencia
de la gracia de Dios en cada individuo. Y este intento nos deja como Iglesia al
borde de un vacío peligroso de apropiación absoluta de la misericordia de Dios.
Lo que
puedo decirles a los hermanos bautizados que llevan esta cruz que la
penitencia, el arrepentimiento y el hambre espiritual, va más allá de nuestras
propias infidelidades, la inalterable fidelidad de Dios. Sin dejar de resaltar
que la realidad del adulterio sigue presente, y siempre la penitencia más
loable es la de vivir como hermanos.
Son
muchos los divorciados y casados de nuevo que comprenden que el sacramento del
matrimonio, celebrado con ocasión de su primera unión y con intención de
perdurabilidad, no puede ser borrado y repetido en beneficio de una segunda
unión. Ello significaría, efectivamente, vaciarlo de su simbolismo y de toda su
fuerza sacramental. En cambio, les resulta más difícil percibir que a quienes
han fracasado en su compromiso conyugal se les prohíba alimentar
penitencialmente y eucarísticamente su vida bautismal. En su condición de
creyentes, anhelan que se les reconozca el derecho a participar en los
sacramentos más fundamentales de la vida creyente y que estén directamente vinculados
a la iniciación cristiana. Sin duda una tarea ardua, donde la santificación a
través de la obediencia y adoración Eucarística es el mejor camino para caminar
en esta dolorosa situación.
Lo
importante es dejar claro que no hay bautizados de primera y otros de segunda o
de tercera. La riqueza de esta Nueva Alianza es talque necesita la diversidad
de los grandes momentos de la vida humana para explicitar sus llamamientos.
Como ocurre con una sinfonía, donde la totalidad de la armonía proviene de la
complementariedad nacida de todas las voces y de todos los instrumentos
empleados. El ojo no es la mano, ni el oído es el olfato; y, sin embargo, todos
los miembros y sentidos no forman más que un solo cuerpo, decía Pablo en una
alegoría perfectamente ideada y cuya significación sacramental resulta evidente
(1 Cor 12).
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