El Archivo General de Simancas (también conocido por sus siglas, AGS) es un archivo estatal español ubicado en la localidad vallisoletana de Simancas, muy próxima a la capital. Fundado por Carlos I en 1540 en el castillo de Simancas, es el primer y más antiguo archivo oficial de la Corona de Castilla. El edificio, construido por Juan de Herrera, conserva gran parte de la documentación producida por los órganos de gobierno de la Corona de Castilla y posteriormente de la Monarquía Hispánica y del Reino de España hasta Isabel II.
La evolución cronológica de la institución ha estado marcada por el devenir de la Corona de Castilla. Uno de los principales hitos se produjo en 1588, cuando Felipe II otorgó la Instrucción para el Gobierno del Archivo de Simancas, un documento clave para entender la gestión tanto de este archivo como de otros de la península. Por otro lado, los momentos de pujanza o de retraimiento de la monarquía castellana quedaron reflejados en forma de llegada de documentos o carestía de recursos. También los daños sufridos durante la Guerra de la Independencia tuvieron importantes repercusiones en lo que hoy es la institución.
En su interior se desarrollan no solo tareas de conservación y catalogación de los documentos que alberga, sino que además es un museo y un lugar en el que se puede investigar a partir de sus fondos. Estos son muy extensos y se organizan en casi treinta secciones.
En la actualidad es un organismo dependiente del Ministerio de Cultura de España. Por ello, la Unesco le otorgó la distinción de Patrimonio de la Humanidad en 2017 dentro de su categoría Memoria del mundo.
Concepto y simbolismo
Firma del rey Carlos I. Se trata del fundador del primer archivo centralizado de Castilla, algo que intentaron infructuosamente algunos reyes precedentes como Juan II o Enrique IV.
El Archivo de Simancas fue el primer archivo oficial de la Corona de Castilla, y existe como tal desde 1540, aproximadamente dos siglos después de que la Corona de Aragón tuviese el suyo. Este llamativo retraso ha sido objeto de reflexión para los historiadores que han estudiado el devenir histórico de la institución. Se han propuesto varias explicaciones, entre ellas el nomadismo de la corte, la guerra contra los reinos musulmanes del sur y las luchas internas entre los Trastámara.
Un Estado del siglo XVI como la Corona castellana, que pretendía sumarse a los nuevos tiempos de modernidad tras el Medievo, necesitaba rodearse de un aparato burocrático perfectamente articulado, y en ese sentido la figura del archivo fue crucial. Desde el primer momento se planteó, aunque sin concretar el lugar, que estuviese emplazado en una fortaleza, por mera cuestión de seguridad a la hora de custodiar los documentos que iba produciendo el aparato estatal.
El hecho de que se fundase de manera tardía tiene una cierta connotación negativa por el retraso que implica respecto a otras potencias europeas, pero también positiva, pues, si se pudo fundar, fue porque el contexto sociopolítico lo permitía, las instituciones estaban asentadas y producían documentos que requerían una conservación adecuada.
Desde el primer momento y hasta tiempos recientes, el AGS no fue destinado a tareas de índole cultural, pues solo respondía a una necesidad expresa de un sitio para conservar los documentos. En esa línea, un archivo centralizado es un punto de apoyo para el buen gobierno de un monarca, pues en él se hallan físicamente los documentos que legitiman su mandato.
Con el paso del tiempo, la fundación del Archivo de Simancas se ha encumbrado a la categoría de «hito de la archivística española». En cierto sentido lo fue, ya que, tras varios intentos, allí se concretó la idea de establecer un archivo oficial en Castilla. Además, este se dotó casi cinco décadas después (en 1588) de un reglamento pionero en cuanto a su funcionamiento.
Emplazamiento: el castillo de Simancas
Plano del siglo XVI en el que se indican las estancias que ocupaba en ese momento el AGS en el interior del castillo.
El archivo se emplazó en Simancas, una localidad situada a diez kilómetros de Valladolid. El lugar no fue escogido al azar, sino que se eligió uno fortificado y fácilmente defendible.
Durante el periodo de la Reconquista, la villa de Simancas adquirió importancia como zona fronteriza. Posteriormente, su situación estratégica entre los reinos de León y Castilla le confirió un papel relevante en la política peninsular. Tras la conquista de Toledo y su territorio en 1085, la villa perdió importancia, y en el siglo XIII no era más que una de las muchas ciudades del alfoz vallisoletano. Sin embargo, pronto dejó de formar parte de la jurisdicción de Valladolid, pues en 1465 el rey Enrique IV de Castilla recompensó a la ciudad de Simancas por permanecer fiel a la causa real en el marco de las disputas entre dicho rey y Alfonso de Castilla con el privilegio de nobleza e hidalguía a todos los habitantes de la localidad, así como con la exención de la jurisdicción vallisoletana. Así, entre los siglos XV y XVII se vivieron los «años dorados» de Simancas, en los cuales se enmarca el establecimiento del archivo oficial de Castilla.
Hasta 1917, la historiografía moderna y contemporánea fechaba la fortaleza de Simancas en época de la reconquista. Sin embargo, en ese año Francisco Rodríguez Marín publicó un documento en el cual, aparte de otros datos históricos, se dice que la fortaleza de Simancas había sido tomada por el almirante Don Fadrique en tiempos de Enrique IV para posteriormente ser derruida y reconstruida por su hijo, el almirante Don Alonso Enríquez. De este modo, la fecha de construcción de la actual fortaleza se puede situar entre los años 1467 y 1480.
El castillo está tan reformado que es casi imposible saber cómo era en origen. Desde que los Reyes Católicos tomaron posesión de la fortaleza en 1490, se han hecho todo tipo de modificaciones, desde las diferentes alturas que construyó Felipe II hasta las múltiples reformas llevadas a cabo para adecuar el edificio al archivo.
Hay muchos factores que se pueden considerar influyentes a la hora de tomar la decisión de elegir el castillo de Simancas, entre los cuales se pueden destacar dos:
Tras avanzar las fronteras de los territorios cristianos hacia territorios meridionales, el castillo se encontraba sin una función específica en tiempos de paz. Eso provocó que tuviese otros usos, desde ser un depósito de armas hasta actuar como prisión estatal, faceta que mantendría simultáneamente con la de archivo.
Por otro lado, fue importante la influencia de Francisco de los Cobos, Comendador Mayor de León, que como miembro del entorno de Carlos I ejerció toda su influencia de cara a que se fijase allí.
Desde la fundación del Archivo de Simancas se produjeron todo tipo de obras de acondicionamiento y ampliación. El lugar estaba concebido para custodiar documentos y no para la investigación, por lo que la ornamentación no estaba pensada para decorar sin más, sino para recordar que detrás de la institución se hallaba el poder regio. Por ejemplo, una de las puertas del AGS estaba ornamentada con el escudo de armas de Felipe II, lo que recordaba a cualquier visitante que se estaba ante una institución regia.
Por último, el castillo no era un lugar pensado para albergar un archivo, lo cual hace que existan algunos inconvenientes que han preocupado a los archiveros a lo largo de la historia. El más importante de ellos es el riesgo de incendios, un quebradero de cabeza para cualquier director del archivo. Por un lado, el hecho de que el archivo compartiese espacio con una cárcel incrementaba el riesgo de que los libros se redujesen a cenizas. Además, al ser una fortaleza, el edificio fue un objetivo de primer orden en el desarrollo de los conflictos armados, lo cual causó estragos en los fondos de la institución en conflictos como la Guerra de la Independencia Española, entre 1808 y 1814.
En ese sentido, las voces críticas respecto a la ubicación no han faltado a lo largo del siglo XX y XXI, pues las propuestas de traslado de los documentos de Simancas son frecuentes. Una de las voces que con más fuerza se presentan en esta línea es la de González Amezúa, que propone un traslado completo al Archivo Histórico Nacional de Madrid.
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