Domingo 4 (C) de Cuaresma
Temas Teológicos y Filosóficos
sábado, 29 de marzo de 2025
Domingo Laetare (“Alegraos”)
sábado, 22 de marzo de 2025
«Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4)
Domingo 3 (C) de Cuaresma
Preguntas para conocer mejor a la antropología teológica
¿Qué significa la antropología teológica?
La Antropología teológica es la parte de la Teología que tiene a la persona humana como objeto principal de estudio. No pocas veces ha sido denominada también como la Teología de lo humano. Busca, por tanto, alcanzar una noción completa del ser humano a la luz de la enseñanza que la revelación cristiana contiene sobre él.
¿Qué dice la antropología sobre Dios?
La antropología teológica y la fe cristiana han definido al ser humano como imagen de Dios, esta categoría de iconalidad divina del hombre, presente en el libro del Génesis, permite entender que el ser humano es social y no puede no serlo, la socialidad es una nota esencial de la existencia humana.
¿Cuál es la antropología presente en la Biblia?
En el contexto de la teología cristiana, la antropología es el estudio del ser humano (anthropos) en su relación con Dios, como creador y causa primera. El aspecto fundamental de la antropología bíblica es que Dios es creador y no creado, que se mueve a través del amor, y por ese único motivo creó a todos los hombres y mujeres a su imagen y semejanza.
La antropología teológica se diferencia de la antropología como ciencia social, en que esta última se ocupa principalmente del estudio comparativo de las características físicas y sociales de la humanidad a lo largo de la historia y el espacio. Pero ambas antropologías se complementan, no se contradicen.
¿Qué finalidad tiene la antropología teológica?
Los antropólogos son profesionales que se dedican a estudiar el ser humano, su cultura y sociedad. En el caso de la antropología teológica esta se encarga de investigar cómo se relacionan las personas entre sí y con su entorno, desde su vínculo filial con Dios. Es así como desde el saberse creado y amado por un ser infinito, se empieza a analizar el origen del cosmos, el origen de la vida y el origen de la humanidad moderna. Además de reflexionar desde los datos de la Revelación los cambios sociales, económicos e incluso políticos que se producen en las sociedades.
¿Qué función cumple la antropología teológica en la vida?
La antropología teológica estudia a la humanidad, sus sociedades del presente y del pasado, así como las diversas culturas y formas de organización e interacción social que ha creado, bajo la conciencia moral establecida en su alianza con Dios.
¿Quién es Jesús desde la antropología?
Jesucristo es ese hombre nuevo y completo, que en el misterio de la encarnación, ha asumido plenamente nuestra naturaleza humana.
¿Qué observa la antropología teológica?
La antropología teológica mira en profundidad el ser, el lenguaje, los límites, las aspiraciones, el origen y el fin del hombre; y así descubre algo muy importante: el hombre es capaz de Dios.
¿Quién es Dios desde la antropología teológica?
Dios no es una fantasía o un agregado mental que le ponemos a la vida humana, sino que el mismo ser y la misma estructura del hombre nos muestran una vocación trascendente, una vocación que lanza al hombre más allá de sí mismo.
¿Qué significa "trascender" en la antropología teológica?
"Trascender" significa "ir más allá". Un hecho o una acción se dicen "trascendentales" cuando sus consecuencias van mucho "más allá" de lo inmediato.
Cuando descubrimos nuestros límites, descubrimos también nuestra capacidad de trascender. Por ejemplo, la muerte, que aparece como una barrera de todas nuestras aspiraciones, nos obliga a preguntarnos por el sentido de la vida.
La capacidad de trascender, de preguntarnos por el sentido, el valor, o la realidad de tantas cosas, es típicamente humana y maravillosamente humanizante.
¿Qué son las "experiencias límites" en la antropología teológica?
Cuando una persona ha pasado por un momento muy fuerte en la que sintió que podía perder su vida o verla transformada completamente, decimos que tuvo una "experiencia límite".
Observamos que las experiencias límite cambian a las personas: les hacen valorar lo que tienen, empezando por la vida misma, y también el tiempo, la libertad, la familia, la amistad, el amor.
La grandeza de las experiencias límite, entonces, es que nos llevan a trascender. Nos muestran que el dinero, el poder o los placeres del cuerpo no son todo: estamos hechos para cosas más grandes y mejores.
¿Qué es el infinito?
Mientras que los animales tienen límites preestablecidos y hacen las cosas del mismo modo siglo tras siglo, hay en nosotros, los seres humanos, un hambre de infinito: conocer más, disfrutar más, poder más.
Hay señales del infinito que nos han cautivado desde siempre: las distancias inmensas, las extensiones vacías, los tiempos gigantescos, la complejidad de la materia, la variedad de las especies, la rudeza de los obstáculos, la perfección de una obra maestra.
Esta "hambre" de infinito es otro capítulo de la disposición humana para trascender. Es también un indicativo de que nada finito y ninguna creatura nos pueden llenar completamente.
¿Qué es la verdad?
Hemos visto que el hombre es un peregrino, es decir, un buscador. Y una de las grandes búsquedas humanas es la búsqueda de la verdad, la cual ha dado origen a la filosofía y la ciencia.
La verdad es un camino que nunca acabamos. La profundidad de la naturaleza y la complejidad del mismo hombre hacen que nuestras respuestas nos lleven a nuevas preguntas, de modo que ninguna respuesta es última.
En esa búsqueda descubrimos dos cosas: que estamos hechos para la verdad y que nuestra mente aspira a una verdad infinita, mayor que todo lo que alcanza a conocer.
¿Por qué buscamos amar y ser amados?
El ser humano muestra su rostro de peregrino especialmente cuando se habla del amor, porque es el amor quien pone en movimiento nuestra vida.
El amor es nuestra gran fuerza y nuestra gran debilidad. Por amor emprendemos grandes proyectos, pero por amor también corremos grandes riesgos o incluso caemos en graves errores.
No todos los amores son dignos de ese nombre. La búsqueda del amor verdadero es ansia de estabilidad, disfrute y abundancia, pero si miramos mejor es la búsqueda de fidelidad, gozo y gratuidad.
¿Por qué buscamos el placer y la felicidad?
Grandes pensadores han llegado a esta conclusión: nuestra gran búsqueda, la meta a la que todos tendemos, es la felicidad. La buscamos de distintas maneras y con distintos rostros, pero es ella la que marca el sentido de nuestro camino.
El hombre, que es un peregrino, se descubre llamado a una felicidad sin límites, pero a la vez se da cuenta de que es un ser limitado y que también las cosas le dan una felicidad limitada.
Como el hombre no puede renunciar a su búsqueda, finalmente experimenta en su interior una especie de "vacío" por las contradicciones que siente adentro de sí mismo y en la sociedad, y también por los anhelos de sentido y de felicidad que lleva en sí.
¿El hombre es capaz de Dios?
Tomar con seriedad al hombre es recordar siempre que hay en él algo inmenso, algo que lo hace digno de admiración, respeto y compasión.
En este sentido, el ser humano es un misterio para sí, y así lo expresa él mismo, a menudo, en el arte, la poesía y la filosofía.
El ansia de verdad, la grandeza de su libertad y el hambre de felicidad hacen del hombre un ser irremediablemente abierto a unas posibilidades de lenguaje inmensas. El ser humano está abierto a una "revelación". Es "capaz de Dios".
domingo, 16 de marzo de 2025
Cuando Pedro, Juan y Santiago se despertaron, «vieron su gloria» (Lc 9,32)
Domingo 2 (C) de Cuaresma
sábado, 8 de marzo de 2025
«No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,4).
Domingo 1 (C) de Cuaresma
Hoy, Jesús, «lleno de Espíritu Santo» (Lc 4,1), se adentra en el desierto, lejos de los hombres, para experimentar de forma inmediata y sensible su dependencia absoluta del Padre. Jesús se siente agredido por el hambre y este momento de desfallecimiento es aprovechado por el Maligno, que lo tienta con la intención de destruir el núcleo mismo de la identidad de Jesús como Hijo de Dios: su adhesión sustancial e incondicional al Padre. Con los ojos puestos en Cristo, vencedor del mal, los cristianos hoy nos sentimos estimulados a adentrarnos en el camino de la Cuaresma. Nos empuja a ello el deseo de autenticidad: ser plenamente aquello que somos, discípulos de Jesús y, con Él, hijos de Dios. Por esto queremos profundizar en nuestra adhesión honda a Jesucristo y a su programa de vida que es el Evangelio: «No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,4).
Como Jesús en el desierto, armados con la sabiduría de la Escritura, nos sentimos llamados a proclamar en nuestro mundo consumista que el hombre está diseñado a escala divina y que sólo puede colmar su hambre de felicidad cuando abre de par en par las puertas de su vida a Jesucristo Redentor del hombre. Esto comporta vencer multitud de tentaciones que quieren empequeñecer nuestra vocación humano-divina. Con el ejemplo y con la fuerza de Jesús tentado en el desierto, desenmascaremos las muchas mentiras sobre el hombre que nos son dichas sistemáticamente desde los medios de comunicación social y desde el medio ambiente pagano donde vivimos.
San Benito dedica el capítulo 49 de su Regla a “La observancia cuaresmal” y exhorta a «borrar en estos días santos las negligencias de otros tiempos (...), dándonos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia (...), a ofrecer a Dios alguna cosa por propia voluntad con el fin de dar gozo al Espíritu Santo (...) y a esperar con deseo espiritual la Santa Pascua».
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Si hemos sido tentados en Él, también en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete también vencedor en Él» (San Agustín)
«Cuando estamos en tentación, la Palabra de Jesús nos salva. Y Jesús es grande porque no solo nos hace salir de la tentación, sino que nos da más confianza» (Francisco)
«La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: ‘Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado’ (Hb 4,15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 540)
domingo, 2 de marzo de 2025
Más buena voluntad y más amor a la Verdad
Domingo 8 (C) del tiempo ordinario
Hoy hay sed de Dios, hay frenesí por encontrar un sentido a la existencia y a la actuación propias. El boom del interés esotérico lo demuestra, pero las teorías auto-redentoras no sirven. A través del profeta Jeremías, Dios lamenta que su pueblo haya cometido dos males: le abandonaron a Él, fuente de aguas vivas, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua (cf. Jer 2,13).
Hay quienes vagan entre medio de pseudo-filosofías y pseudo-religiones —ciegos que guían a otros ciegos (cf. Lc 6,39)— hasta que descorazonados, como san Agustín, con el esfuerzo proprio y la gracia de Dios, se convierten, porque descubren la coherencia y trascendencia de la fe revelada. En palabras de san Josemaría Escrivá, «La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen».
Benedicto XVI iluminó muchísimos aspectos de la fe con textos científicos y textos pastorales llenos de sugerencias, como su trilogía "Jesús de Nazaret". He observado cómo muchos no-católicos se orientan en sus enseñanzas (y en las de san Juan Pablo II). Esto no es casual, pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, no hay árbol malo que dé fruto bueno (cf. Lc 6,43).
Se podrían dar grandes pasos en el ecumenismo, si hubiere más buena voluntad y más amor a la Verdad (muchos no se convierten por prejuicios y ataduras sociales, que no deberían ser freno alguno, pero lo son). En cualquier caso, demos gracias a Dios por esos regalos (Juan Pablo II no dudaba en afirmar que Concilio Vaticano II es el gran regalo de Dios a la Iglesia en el siglo XX); y pidamos por la Unidad, la gran intención de Jesucristo, por la que Él mismo rezó en su Última Cena.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Parece, en verdad, que el conocimiento de sí mismo es el más difícil de todos. Ni el ojo que ve las cosas exteriores se ve a sí mismo, y hasta nuestro propio entendimiento, pronto para juzgar el pecado de otro, es lento para percibir sus propios defectos» (San Basilio el Grande)
«La vida de Cristo se convierte en la nuestra; recibimos una forma nueva de ser: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús» (Francisco)
«El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es ‘el vínculo de la perfección’ (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.827)
viernes, 28 de febrero de 2025
¿En qué consiste la herejía del gnosticismo?
¿En qué consiste la herejía del gnosticismo?
Diríase que no es más que la rebelión del hombre contra Dios, ya que tiene como finalidad última la desvinculación de la criatura de su Creador.
El nombre, cuya raíz etimológica procede del griego “gnosis” (conocimiento), se debe a que sus miembros se quieren salvar a través de un conocimiento oculto al que llegarían gradualmente, puesto que se consideran autosuficientes. De esta manera, el hombre se supera a sí mismo hasta el punto de no necesitar más al Salvador.
Ya a finales del siglo XIX, el historiador Marcelino Menéndez Pelayo la consideraba la herejía más peligrosa de todas puesto que se basa en “el orgullo desenfrenado” del hombre. Y es, precisamente, esa arrogancia ilimitada la que constituye el eje central de sus doctrinas.
Así se explica su anhelo de librarse tanto de la Verdad (de Cristo) como del mundo que la rodea. Y, en este sentido, “la virtud de la gnosis” les ayudará a “librarse del mundo malo” en el que viven y actuar según “sus propios deseos” llegando a formar parte de una “élite” y, por lo tanto, estar por encima del bien y del mal. Pero no se detuvo aquí su doctrina, antes decidió atacar la Santa Escritura. Aparte de negar el Antiguo Testamento en su conjunto, interpretan libremente el Evangelio y quieren pensar que Jesucristo ha revelado “una historia secreta”, diferente de la verdadera, a unos pocos hombres que el Salvador había “iniciado” en el ocultismo. Sin embargo, el Señor, anticipando la aparición de dicha herejía, afirma: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mateo 11, 25-30). Coexisten en este versículo dos mensajes claros: Dios se hace hombre en medio de los humildes y sencillos, que son los que le seguirán, mientras que la clase dirigente judía junto a sus sumos sacerdotes rechazan tanto al Señor como el Evangelio. Por lo tanto, el orgullo elitista de los gnósticos contraviene las enseñanzas de Cristo.
¿Cuáles son los antecedentes de esta perversa doctrina?
Este pensamiento esotérico tiene como precedentes la mitología antigua de Irán, India, Egipto o el platonismo. Añádanse también como origen de dicha secta las prácticas de adivinación y magia de Simón el Mago, mencionadas por las Actas de los Apóstoles. Considerado uno de los primeros caudillos de la secta gnóstica, quiso pagar con dinero el don que Dios había regalado a San Pedro. Y es, precisamente, a raíz de este episodio que nace la palabra “simonía” que consiste en la intención de negociar con cosas divinas.
Entre sus orígenes un lugar privilegiado lo ocupa la Cábala, que es judía. Sus miembros creen en un rey de la luz llamado En-Soph, es decir el Ser Supremo. Durante la Revolución Francesa, los republicanos van a profanar las iglesias y las catedrales para dar culto a este dios traducido en francés por L’Être Suprême, hijo de la Diosa Razón, celebrado el 8 de junio de 1793 y al cual le dedican el siguiente himno:
“¡O, Dios del pensamiento/Ya no necesitas altares, curas o incienso…/Tus legisladores han destronado a los reyes …/O, Nación, por fin libre de tus sacerdotes/Quiso que tuvieras un Dios que santifique tus derechos” (haciendo así referencia a los Derechos Humanos) (Le Moniteur, tome XX, p.523, 1793.)
¿Dónde radica la malicia más profunda del gnosticismo?
El pensamiento gnóstico hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, más precisamente, en el pecado original de la arrogancia que conduce a Lucifer a tomar la decisión de rebelarse contra Dios: “Yo seré semejante al Altísimo” (Isaías, 14:13-14). De esta manera, la obediencia de toda criatura hacia su Creador se ve reemplazada por la rebelión contra el poder constituido por Dios. Este episodio bíblico tiene un mensaje claro: el Príncipe de las Tinieblas proclama el derecho de insurrección contra la potestad divina, desvinculando la creatura de su Creador. Por esta misma razón lleva el nombre de diablo que etimológicamente significa el que desune, el que separa.
Esta rebeldía cuyo objetivo consiste en librarse de Dios para poder ser Dios pone las bases del principio de libertad entendido como autonomía del poder constituido. Y en nombre de dicha libertad, el hombre va querer ocupar el lugar de Dios, proceso entendido como deificación del ser humano, y declarar la guerra a todo que tiene origen en Dios (la fe, lo espiritual, el altar y el trono). Así se explica el principio generador de la Revolución Francesa que acaba con catorce siglos de Cristiandad (siglo IV-XVIII) o el protestantismo que impone monarquías de origen pagano. Aún más, la Revolución Francesa, madre de todas las demás insurrecciones llamadas liberales, impone dicha libertad, entendida como liberación de toda potestad civil y espiritual establecida por Cristo, y pronto la transforma en dictadura a nivel europeo, puesto que el clero francés, español o los campesinos vandeanos no han elegido libremente dicha autonomía, más bien les ha sido impuesta a través del genocidio, inter alia.
Este es el mensaje del himno antes mencionado que los republicanos dedican al Dios del Pensamiento y de la Libertad, L’Être Suprême. Dice un historiador francés que no hay peor déspota que él que lleva la máscara de la libertad y es así como los regímenes comunistas, liberales o socialistas impuestos pronto se vuelven dictaduras del ser humano.
¿Por qué es según usted la raíz de todas las herejías que vendrían después?
Porque tienen como objetivo la deificación del ser humano y querrán poner al ser humano en el altar del Señor de la misma manera que lo hizo el gnosticismo. Más precisamente, a partir de dicho dogma, la Verdad (Cristo) empezará a ser negada y por tanto perseguida.
Es la herejía más peligrosa de todas puesto que nunca ha desaparecido del panorama histórico de la humanidad, sino más bien se ha ido afianzando a través de su vigor camaleónico. Por lo tanto, a nivel dogmático, el gnosticismo, basado en esa idea de deificación de lo humano, toma en la Edad Media la forma de nominalismo que separa la fe de la razón, el cuerpo del espíritu o lo material de lo espiritual, armonía que los Padres de la Iglesia y la escolástica habían logrado cimentar a lo largo de los siglos. William of Ockam, uno de sus fundadores, guarda solamente lo material, lo carnal y declara la guerra a la potestad divina a través del rechazo a la Iglesia, queriendo obtener, de esta manera, la dichosa libertad o liberación de todo lo espiritual. Su pensamiento es el generador de la Ilustración y, por ende, del laicismo, base ideológica del sistema político actual.
Más tarde, en el Renacimiento, el gnosticismo y nominalismo toman la forma del protestantismo que consiste en la misma negación de la Verdad y la instauración del Reino del Hombre. Lutero, su fundador, sube en el altar de Dios y decide salvarse, esta vez a través de la fe sola (sola fide), rechazando los instrumentos de salvación de Cristo. Aún más, al igual que el demonio bíblico, proclama la libertad de pensamiento y el derecho de insurrección, esta vez, contra el altar y el trono. Hundiendo sus raíces en el Fundador del Mal, su libertad de pensamiento es una contradicción en sí misma puesto que la impone a través de la Inquisición protestante, anglicana, calvinista, etc., (es el nombre de las distintas sectas que se originaron en el protestantismo).
Asimismo, es precisamente el luteranismo el primer dogma de la Época Moderna, que abre la puerta a la dictadura del libre pensamiento de hoy conocido como pensamiento único.
¿Qué entendemos por pensamiento único?
Es conocido bajo el nombre de único puesto que si las personas, a las cuales se les ha impuesto a lo largo de los siglos, no razonan según la libertad de pensamiento de los ideólogos que las gobiernan, van a sufrir el martirio como en tiempos de la Inquisición Protestante o de todas las Revoluciones empezando por la francesa. Aparte de esto, Lutero proclama el derecho de rebelión contra el Rey y el Papa y todos los príncipes y reyes que le seguirán llegarán a ser, a la vez, tanto jefes de estado como cabecillas de sus iglesias. Ya en el siglo XX, el Santo Padre Pío X considera el protestantismo la herejía más peligrosa porque engloba todas las demás herejías anteriores y posteriores a él, refiriéndose a la Ilustración o Iluminismo. Ésta última es el apogeo del gnosticismo, puesto que irrumpe con una fuerza aterradora, imponiéndose a partir del siglo XVIII hasta hoy como pensamiento único. Al igual que los gnósticos, que piensan que se salvan a través de la gnosis o los protestantes a través de la fe sola (sola fide), de la misma manera, los ilustrados franceses, que se autoproclaman LES PHILOSOPHES, piensan que la razón sola existe, tomando como hijo de la Diosa Razón al Ser Supremo de la Cábala, L’ÊTRE SUPRÊME. Además, la Ilustración, que hunde sus raíces en el gnosticismo y por lo tanto en la arrogancia humana es el puente que separa definitivamente el hombre siervo de Dios del hombre hecho Dios, la religión católica de la religión del hombre. Si bien empieza como movimiento filosófico, pronto se vuelve ideológico, puesto que proclama desde el principio su odio contra todo orden religioso y social existente.
A nivel político, el gnosticismo toma la forma de revolución religiosa en el caso de Lutero o de Revolución Francesa, madre de todas las demás revoluciones llamadas liberales. Diría un historiador francés que la Revolución es la apoteosis del hombre. Para poder subir en el altar del Señor, el ser humano tiene que descristianizar Europa y fundar sobre sus ruinas, su soberanía. El objetivo de los revolucionarios franceses es bastante claro desde un principio. Los documentos republicanos de finales del siglo XVIII, en ningún momento intentan esconder su odio hacia Cristo y hacia la religión católica.
Por ende, el presidente de la Asamblea Nacional, Vernier, expone públicamente el objetivo de los revolucionarios: “La Revolución es el combate de la Razón contra los prejuicios (la fe católica), del entusiasmo sagrado de la libertad contra el fanatismo y la superstición (la religión católica): ésta es la Revolución que vamos a jurar en adelante” (Discourso de Vernier, presidente del Consejo de los Quinientos, la Cámara Baja de la Asamblea, Le Moniteur, capítulo XXIX, P. 539). Aún más, al igual que Simón el Mago, uno de los primeros caudillos del gnosticismo, se autoproclama El Omnipotente y Ego Omnia Dei. De la misma manera, la Revolución se autoproclama diosa de las mesas tal como lo expone un diputado francés con ocasión de la fiesta que rinde culto a la SOBERANÍA DEL PUEBLO (FÊTE DE LA SOUVERAINETÉ DU PEUPLE): “El Pueblo es dios y ya no hay otro dios que ÉL… Para los pueblos libres y dignos de serlo, la ley es la divinidad y la obediencia es un culto” (Moniteur, 8 octobre 1791). La Revolución es así el arma del ser humano contra la Cristiandad. Empezada en Francia, la soberanía del ser humano va imponerse en toda Europa a través de las Revoluciones llamadas liberales en el Oeste de Europa o bolcheviques en el Este. Además, el ser humano hecho Dios se forja también su propia religión, conocida bajo el nombre de pensamiento único basado en la negación de la VERDAD (CRISTO).
Si bien el pensamiento único, introducido por los dogmas antes mencionados, toma a lo largo de la historia la forma de rebelión contra su Creador (Lucifer), gnosis (gnosticismo), sola fide (protestantismo), razón o luz (ilustración), se podría afirmar que no es más que un instrumento en manos del orgullo del hombre que quiere imponerse como DIOS.
¿Cómo la Iglesia la condenó y la fue combatiendo a lo largo de los siglos?
Como hemos mencionado anteriormente, es la herejía más peligrosa a causa de su fuerza camaleónica deslizante, que la hace cambiar de disfraz con cada época. Por lo que podríamos decir que la condena de dicha doctrina recorre la historia de la Cristiandad.
Desde sus primeros gérmenes, sus principios ateos y sus genealogías interminables fueron refutadas por San Pablo en la Epístola hacia Timoteo y por el Evangelio de San Juan. Siglos más tarde, San Ireneo y San Agustín también la combaten. Bajo la máscara del nominalismo, la secta de los gnósticos fue refutada por el Concilio de Compiègne (1092), el de Soisson (1121), de Sens y de Paris. Más tarde, el Concilio de Trento impugna los aspectos ateos y liberales del protestantismo, mientras que la Ilustración, morada dogmática del ateísmo más atroz y base del laicismo actual, conoce un largo recorrido de condenas.
El Papa Pío VI condena la persecución legalizada de la primera República Francesa hacia la Cristiandad y sobre todo, el regicidio del rey mártir, Luis XVI, al igual que el genocidio de la Vendée: “La Convención Nacional ha decidido entregar el poder en manos del pueblo. Un pueblo que no se guía según la razón o la sabiduría. Un pueblo inconsistente y fácil de engañar. Un pueblo que encuentra infinito placer en la sangre humana, en matanzas, masacres y castigo de moribundos.” (Causa necis illatae Ludovico XVI). Años más tarde, en 1799, pierde su vida como prisionero de Napoleón en Valence-sur-Rhône y es presentado por los republicanos como “Papa Pío VI y último”.
Su sucesor, él Papa Pío VII, en su Carta Encíclica, Ecclesiam a Jesu Christo, del 19 de septiembre de 1821, condena la legalización de la deificación del ser humano a través de la Declaración de los Derechos Humanos. Uno de los aspectos que más critica es el derecho de libertad religiosa que la Primera República Francesa hasta la actual lo justifica como una necesidad para las personas de vivir en armonía. Diríase que este fenómeno llamado “derecho” es una paradoja si tenemos que recordar que esa libertad de religión no era válida para el ejercicio de la religión católica, la única negada y perseguida en tiempos de Revolución Francesa, siendo el genocidio o la guillotina el brazo legalizado de dicha persecución. Ni menos condenadas por el Pontífice han sido las consecuencias de dicha libertad cuyo alcance ideológico encuentra inigualable entronque en el contexto actual, como por ejemplo, las misas negras o satánicas que tienen como objetivo profanar y ensuciar la Pasión del Señor o el menosprecio de los sacramentos.
Una vez desmantelado el trono de origen divino y la aristocracia (brazo armado de la Cristiandad), al orgullo del hombre, encarnado por la Ilustración, madre del laicismo actual, sólo le queda como obstáculo hacia su deificación suprema el altar. Y es en medio de tales tribulaciones para la religión católica, que el Papa de la Inmaculada Concepción, Pío IX, inaugura su pontificado con la Encíclica Quanta Cura y Syllabus de 1864. En ella condena el laicismo basado en la supremacía absoluta de la Diosa Razón en detrimento de la fe (recordamos el objetivo de la Revolución Francesa, mencionado por el Presidente de la Asamblea, Vernier, que consistía en la lucha de la razón contra la fe). Pero, para entender mejor las condenas de los Papas hacia el laicismo cabe explicar brevemente la esencia de dicho fenómeno. Los racionalistas de la Ilustración, al igual que el nominalismo o el humanismo renacentista, rompen la armonía entre la fe y la razón. Más precisamente, suprimen la fe entendida como la capacidad que Dios ha añadido a nuestra razón limitada o natural para entender las Verdades reveladas y se quedan sólo con la razón humana o inteligencia, que es limitada y que sólo entiende verdades acordes a su entendimiento. Dichas verdades humanas naturales forjadas por los dogmas heréticos a lo largo de los siglos y englobadas, de alguna manera, en el pensamiento único actual se oponen a la VERDAD (Cristo). Y es así como se explica el ataque incesante a la religión católica y especialmente a la fe, puesto que, al suprimir la fe, suprimimos la VERDAD (que se nos revela a través de la fe). Además, el Sumo Pontífice recuerda que la Razón o el pensamiento único tiene como intención suprimir la TRADICIÓN de la Iglesia, puesto que es ella la encargada de transmitir la VERDAD.
Estas condenas tienen no pocos puntos en común con las de León XIII, el Santo Padre Pío X o Pío XI y Pío XII. Todas ellas impugnan la ideología modernista, que se ha ido forjando a lo largo de los siglos y que hunde sus raíces en aquella arrogancia desenfrenada del Príncipe de las Tinieblas, que quiere ser DIOS.
¿Qué formas tiene el gnosticismo en la actualidad?
Quitándole la máscara del nominalismo, del protestantismo, de la Ilustración, de la ideología revolucionaria, del modernismo y, por lo tanto, del pensamiento único, el gnosticismo diría:
Soy la proclamación del libre pensamiento, soy el derecho de insurrección contra el altar y el trono, soy la “virtuosa” guillotina que decapita todo aquel que lleve el nombre de aristócrata o religioso; yo soy la revolución liberal y bolchevique, por lo tanto soy el odio hacia todo orden que tenga su origen en Cristo; soy la proclamación de los derechos humanos contra los derechos divinos; soy la confiscación de la propiedad privada y el enriquecimiento de burgueses y sectas revolucionarias; soy la República que transforma un país de propietarios en una dictadura proletaria; yo soy los impuestos progresivos que el pueblo tiene la obligación de pagar a la Diosa República.
Este artículo se ha basado en los escritos de Javier Navascués Pérez.
sábado, 22 de febrero de 2025
La caridad nos lleva a amar
Domingo 7 (C) del tiempo ordinario
Hoy escuchamos unas palabras del Señor que nos invitan a vivir la caridad con plenitud, como Él lo hizo («Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»: Lc 23,34). Éste ha sido el estilo de nuestros hermanos que nos han precedido en la gloria del cielo, el estilo de los santos. Han procurado vivir la caridad con la perfección del amor, siguiendo el consejo de Jesucristo: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).
La caridad nos lleva a amar, en primer lugar, a quienes nos aman, ya que no es posible vivir en plenitud lo que leemos en el Evangelio si no amamos de verdad a nuestros hermanos, a quienes tenemos al lado. Pero, acto seguido, el nuevo mandamiento de Cristo nos hace ascender en la perfección de la caridad, y nos anima a abrir los brazos a todos los hombres, también a aquellos que no son de los nuestros, o que nos quieren ofender o herir de cualquier manera. Jesús nos pide un corazón como el suyo, como el del Padre: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36), que no tiene fronteras y recibe a todos, que nos lleva a perdonar y a rezar por nuestros enemigos.
Ahora bien, como se afirma en el Catecismo de la Iglesia, «observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación vital y nacida del fondo del corazón, en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios». San John Henry Newman escribía: «¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya. Inunda mi alma con tu espíritu y vida. Penetra en mi ser, y hazte amo tan fuertemente de mí que mi vida sea irradiación de la tuya (...). Que cada alma, con la que me encuentre, pueda sentir tu presencia en mi. Que no me vean a mí, sino a Ti en mí».
Amaremos, perdonaremos, abrazaremos a los otros sólo si nuestro corazón es engrandecido por el amor a Cristo.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia» (San Juan Pablo II)
«El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos» (Francisco)
«En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: ‘No matarás’ (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla, amar a los enemigos (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.262)
La Santísima Trinidad en el Catecismo de la Iglesia Católica
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
Párrafo 2
EL PADRE
I "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
232 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate consistit ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (San Cesáreo de Arlés, Expositio symboli [sermo 9]: CCL 103, 48).
233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de éstos (cf. Virgilio, Professio fidei (552): DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia, designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
II La revelación de Dios como Trinidad
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre (Símbolo Niceno: DS 125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Concilio de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza [...] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo [...] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. Quam laudabilitier: DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Concilio de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (Concilio de Florencia 1442: DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo" (Concilio de Lyon II, año 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).
IV Las obras divinas y las misiones trinitarias
257 O lux beata Trinitas et principalis Unitas! ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas "O lux beata Trinitas"). Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres Personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada Persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "Uno es Dios [...] y Padre de quien proceden todas las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Concilio de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)
Resumen
261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es "de la misma naturaleza que el Padre", es decir, que es en Él y con Él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los dos como de un principio común" (S. Agustín, De Trinitate, 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19) somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios 9).
266 "La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Símbolo "Quicumque": DS, 75).
267 Las Personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.
Teología del Cuerpo: El Cuerpo no es la carcel del alma
¿Qué es la Teología del Cuerpo?
La teología del cuerpo es el título que el Papa Juan Pablo II le dió a las 129 catequesis sobre el amor, la sexualidad humana y el matrimonio que impartió entre septiembre de 1979 y noviembre de 1984.
Es una pena que estas catequesis no hayan sido divulgadas más de lo que ya lo han sido. La riqueza que contienen tiene el potencial de renovar el matrimonio, la familia y la vida entera de la Iglesia y del mundo. Lo que Juan Pablo II nos plantea no es solamente una visión renovada de la sexualidad humana y el matrimonio, sino una visión renovada del hombre y de la mujer como imagen de Dios y, por implicación, una visión renovada de la doctrina católica completa. A través del prisma del matrimonio y el amor conyugal, el Papa nos plantea un redescubrimiento de quién es Dios, quién es Cristo, qué es la Iglesia y quiénes somos nosotros mismos.
Refiriéndose a la enseñanza de Cristo en el Sermón de la Montaña, de no desear a ninguna mujer con lujuria en nuestro corazón (cf Mateo 5:28), el Papa nos dice que “Bien considerada, esta llamada que encierran las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña, no pueden ser un acto separado del contexto de la existencia concreta. Es siempre, aunque sólo en la dimensión del acto al que se refiere, el descubrimiento del significado de toda la existencia, del significado de la vida” (Catequesis del 29 de octubre de 1980, énfasis añadido).
¿Qué es el cuerpo?
¿Qué piensan de su cuerpo cuando se miran en el espejo? Si sienten una ola de pensamientos despreciativos, no son los únicos. Los estudios recientes muestran que aproximadamente el 63 por ciento de las mujeres y el 50 por ciento de los hombres de los Estados Unidos no están contentos con su cuerpo y lo miran de una manera negativa (Según el reporte de la iglesia mormona).
Al ejercer como docente logo-terapeuta, he observado a mujeres talentosas, virtuosas, y que se menosprecian porque su cuerpo no se asemeja a los que ven en las películas o en las revistas. Muchas de ellas dicen que no valen nada a menos que se vean bien. Otros han sido tan corrompidos por la idea de cuerpo mostrada por la pornografía, que ven al cuerpo como un objeto para ser consumido y para sacar provecho. Muchos se sienten finalmente engañados, atrapados y degradados ellos mismos, ya que junto con la pérdida del respeto por el cuerpo y por los demás, se pierde inevitablemente el respeto por uno mismo.
El mundo nos enseña que la apariencia física determina el atractivo y el valor individuales. Cuanto más “ideal” sea el tipo de cuerpo de una persona, mayor es su valor y mayores posibilidades tiene de vivir una vida feliz y realizada. Muchas veces se critica a las personas que no tienen el cuerpo ideal o nadie les hace caso, mientras que a aquellas con cuerpos ideales se las busca, se les tiene envidia o se les da autoridad.
¿Es ésta la forma en la que Dios desea que consideremos nuestro cuerpo?
En las Escrituras Dios revela una perspectiva en cuanto al cuerpo, la cual es muy diferente a la del mundo. En las Escrituras y en la tradición de la Iglesia se ofrecen verdades incomparables acerca del cuerpo, que nos libran de las ideas del mundo (en sentido negativo) y de las prácticas que nos agobian.
El cuerpo es sagrado y nos ayuda a progresar
Una verdad fundamental del Evangelio acerca del cuerpo es el principio de que el tener un cuerpo físico es un don divino.
El cuerpo es un don sagrado
Una verdad que las Escrituras nos ofrecen en cuanto al cuerpo es la de aclarar su naturaleza como un don sagrado de Dios. Aunque en esta vida todos vamos a morir, gracias a la expiación de Jesucristo todos seremos resucitados y reunidos con nuestros cuerpos para siempre (véase 1 Corintios 15, 22). En realidad, uno de los propósitos esenciales de la expiación de Cristo era el de darnos la oportunidad de vencer la muerte. En un marcado contraste con la definición del mundo de un cuerpo “perfecto” está nuestra creencia en un cuerpo perfeccionado —el cuerpo junto con el espíritu— que ha vencido tanto la muerte espiritual como la física. Un cuerpo perfecto, o perfeccionado, puede obtenerse finalmente sólo por medio de Jesucristo.
Visión platónica del cuerpo:
Durante mucho tiempo la teología cristiana tuvo una fuerte influencia de la filosofía griega antigua, sobre todo de la de Platón. Platón enfatizaba la bondad del alma y tenía la tendencia a menospreciar el cuerpo. Sus discípulos ideológicos exacerbaron más aún este dualismo entre el cuerpo y el alma. Con el correr del tiempo, ciertos movimientos pseudo-religiosos, como el maniqueísmo y el gnosticismo, llegaron al extremo de condenar la materia como mala en sí misma y a rechazar al mismo matrimonio, debido a la dimensión sexual que éste comporta.
Por otro lado, cuando la Iglesia primitiva comenzó a difundirse por el Imperio Romano, se encontró con un mundo moralmente decadente. Los paganos no respetaban ni la sexualidad ni el matrimonio. La degradación moral en el campo de la sexualidad humana se reflejaba incluso en ciertos cultos de las “religiones” mistéricas, en los cuales los miembros de esas sectas se involucraban en la práctica abominable de la prostitución “sagrada”.
La Iglesia no vaciló en condenar ambos extremos. Sin embargo, por la influencia de la filosofía griega, sobre todo de corte platónico (algunos de cuyos elementos son muy positivos), así como por reacción a la degradación moral que la rodeaba, comprensiblemente, cierto temor a lo sexual, se filtró en su práctica pastoral y en algunos aspectos de su disciplina espiritual. De ahí que no pocos cristianos, aún hoy en día, tengan una visión un tanto negativa del cuerpo humano y de la misma sexualidad y piensen, erróneamente, que sus cuerpos son un obstáculo para su vida espiritual. Incluso, para muchos católicos que tienen una visión correcta de la sexualidad humana y del matrimonio, sería totalmente nuevo y sorprendente el concepto de una “teología del cuerpo” o del “significado esponsal del cuerpo”.
Sin embargo, para Juan Pablo II, esta visión dualista que separa al cuerpo del alma y que tiende a condenar al primero y a exaltar a la segunda, es totalmente falsa y dañina. Es cierto que lo espiritual tiene prioridad sobre lo material. Pero también es cierto que “El hombre, siendo a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y símbolos materiales” (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1146). Por ello Cristo instituyó los sacramentos, que son “signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina” (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1131). Precisamente, y como ya todos sabemos, el Hijo Eterno de Dios, se encarnó, es decir, asumió una naturaleza humana, que incluye un alma y cuerpo humanos, para darnos a conocer al Padre y, al mismo tiempo, salvarnos del pecado y de la muerte (cf Juan 1:14; Filipenses 2:5-8; Hebreos 10:5-7; Catecismo de la Iglesia Católica, números 461-462).
De hecho, esta visión positiva de la realidad material antecede al cristianismo. La encontramos ya en la primera página de la Biblia, en el Génesis. Dios le reveló a su Pueblo Israel, por medio de hermosos símbolos, cargados de profundas verdades religiosas y morales, la bondad de la Creación, tanto material como espiritual, de la cual Él es el Autor: “Y vio Dios que era bueno... muy bueno” (Génesis 1:4, 10, 12, 14, 18, 21 y 31).
La cultura actual también ha caído en una visión errónea de la sexualidad humana y del cuerpo. Sin embargo, esta obsesión con la sexualidad y el cuerpo no proviene en realidad de una excesiva valoración de estas dimensiones de la persona humana. Al contrario, la hipersexualización de nuestra sociedad moderna tiene su causa en una infravaloración de la sexualidad humana. La obsesión con el sexo de la sociedad actual tiene su raíz en el vacío de amor que sufre por haber abandonado a Dios. La gente ha sustituído la búsqueda del verdadero amor (humano y divino) por el placer intenso e instantáneo que proporcionan las relaciones sexuales. Sin embargo, luego queda más vacía que antes, sólo para caer en la misma frustración una y otra vez o, incluso, para caer en los excesos más abominables y absurdos, los cuales conducen a toda clase de enfermedades físicas y psíquicas. Todo ello demuestra que el error de la cultura contemporánea no consiste en una exagerada apreciación del cuerpo y de la sexualidad, sino al contrario, en no caer en la cuenta de que se trata, como ha dicho el propio Juan Pablo II, de un “valor que no es suficientemente apreciado” (Catequesis del 22 de octubre de 1980). En otros palabras, por no apreciar suficientemente el valor que Dios mismo le ha dado a la sexualidad humana, al matrimonio y al amor conyugal, la gente anda como loca buscando el placer por sí mismo, divorciado éste del verdadero amor, del verdadero gozo, de la vida y de la familia.
La tarea que tenemos los cristianos ante nosotros no es la de regresar a un rigorismo inútil que no conduce a nada. Tampoco es la de transigir con el hedonismo actual, en base a un presunto y falso “ponerse al día”. No son la Iglesia y el Evangelio los que tienen que conformarse al mundo de hoy, es el mundo de hoy el que tiene que conformarse a Cristo. Pero, para lograrlo, no sirven los discursos y las cantaletas de un moralismo rancio y aburrido. Lo que hace falta es un redescubrimiento del Evangelio (la buena y gozosa noticia) de Dios sobre el amor conyugal, la sexualidad humana y la vida que surge del matrimonio, es decir, de la familia y todo ello en total fidelidad al Magisterio de la Iglesia, el cual está compuesto por el Papa y los obispos que están en comunión con él.
Dios tiene un mensaje bellísimo y positivo sobre nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y el amor humano verdadero. No podría ser de otra manera. ¡Él es Quien los ha creado! Juan Pablo II llevó a cabo la tarea de redescubrir y expresar ese mensaje en su “teología del cuerpo”.