martes, 21 de mayo de 2024

La actual misa romana



No intentaremos explicar aquí cómo se celebra la misa romana. Todas las diversas reglas y rúbricas pormenorizadas a las que deben sujetarse el celebrante y sus ministros, así como los detalles de coincidencia y conmemoración, y que deben ser aprendidas por los seminaristas antes de su ordenación, deben buscarse en un libro de ceremonial (Le Vavasseur, citado en la bibliografía del presente artículo, es quizás el mejor). En esta misma ENCICLOPEDIA CATÓLICA se pueden encontrar también artículos acerca de las partes principales de la misa, la descripción de cómo se desarrollan éstas, los ornamentos, la música, etc. Bastará, entonces, dar una breve descripción general. El ritual de la misa se ve afectado por (1) la persona que celebra, (2) el día o la ocasión que se celebra, y (3) el tipo de misa de que se trate (solemne o simple). Pero el esquema general es siempre el mismo. Se puede pensar que el prototipo de ritual es el de la misa solemne, cantada por un sacerdote en domingo o en una fiesta que no contenga características especiales.


Normalmente la misa debe celebrarse en un templo consagrado o bendecido (los oratorios privados o salones pueden ser utilizados con permiso en ocasiones especiales. Cfr. Le vavasseur, I, 200-204) y sobre un altar consagrado (o por lo menos sobre un ara consagrada, aunque esta condición dejó de entrar en vigor después del Concilio Vaticano II, cfr. Institución General del Misal Romano, N.T.). Puede celebrarse a cualquier hora entre el alba y medio día, cualquier día del año, excepto el Viernes Santo (hay restricciones para la celebración privada en Sábado Santo o en oratorios privados en ciertas fiestas). (Las restricciones de horario han variado significativamente después del Concilio Vaticano II. Ya es posible celebrar a cualquier hora del día, N.T.). Un sacerdote únicamente puede celebrar una misa cada día, excepción hecha de la festividad de Navidad, cuando puede hacerlo tres veces, con la condición de que la primera la celebre inmediatamente después de medianoche (norma que ya no vige tampoco, dadas las condiciones pastorales de muchas parroquias. N.T.). En algunos países (España y Portugal) los sacerdotes también pueden celebrar tres veces en la festividad de los fieles difuntos (2 de noviembre). En el caso de que sea necesario para que los fieles cumplan su obligación de asistir a misa, el obispo local puede permitir a algunos sacerdotes que celebren dos veces en domingos o días festivos. En las catedrales y colegiatas, al igual que en las iglesias de las órdenes religiosas obligadas a recitar públicamente las Horas canónicas, debe celebrarse una misa que se vincule con esa liturgia y forme con ella el círculo completo del culto a Dios. Dicha misa oficial es conocida como misa conventual. De ser posible, debe celebrarse solemnemente, pero aún cuando ello no pueda llevarse a cabo, deben conservarse algunas características de la misa solemne. En las festividades y domingos, la hora de la la celebración de esa misa es después del rezo coral de la hora tercia. En las ferias (días normales), es después de la sexta. En las ferias de Adviento, Cuaresma y en las vigilias, es después de nona. Las misas votivas y de requiem de la conmemoración de los fieles difuntos, también se celebran después de Nona, aunque los requiem ordinarios se dicen después de prima. El celebrante debe estar en estado de gracia, libre de irregularidad o censura y haber ayunado desde la media noche anterior (aunque esto último ya no está en vigor el día de hoy, N.T.). Debe observar todas las rúbricas (normas) y leyes respectivas a la materia (pan ázimo y vino puro), a los ornamentos, vasos sagrados y ceremonial.


El esquema de la misa solemne (conviene, por lo menos, para conocer los rasgos generales de la misa actual, ver los números 1348-1355 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.) es como sigue: la procesión se acerca al altar. Consta de turiferario, acólitos, maestro de ceremonias (ceremoniero), subdiácono (este grado ministerial ya no existe en la Iglesia Católica, N.T.), diácono y celebrante. Todos llevan los ornamentos indicados por las rúbricas (Cfr. VESTIDURAS SAGRADAS, ORNAMENTOS). Primero, se recitan las oraciones preparatorias al pie del altar; se inciensa el altar; el celebrante lee el introito y el Kyrie al lado sur del altar, lado de la Epístola (actualmente ya no hay diferencia en los lados del altar, construido éste de modo que el sacerdote celebre de frente al pueblo, y las lecturas son proclamadas desde un único ambón, colocado, generalmente, en lo que antes se llamaba “lado del Evangelio”. Cfr. Institución General del Misal Romano # 272. N.T.). Los días en los que en el Oficio (actualmente, Liturgia de las Horas, N.T.) se reza el “Te Deum”, el celebrante entona el “Gloria in excelsis”, que debe ser continuado por el coro. Mientras eso sucede, el celebrante, el diácono y el subdiácono lo recitan individualmente, hecho lo cual se sientan hasta la terminación del coro. Después del saludo “Dominus vobiscum”, y de su respuesta: “Et cum spiritu tuo”, el celebrante canta la colecta del día y todas las que sean necesarias para conmemorar otras fiestas u ocasiones, o las que hayan sido ordenadas por el obispo. En días sin fiesta especial el celebrante puede escoger alguna de su predilección de entre las que ofrece el misal y de acuerdo a las rúbricas. El subdiácono lee la Epístola y el coro canta el gradual. Ambos elementos son seguidos por el celebrante en el misal desde el altar. De acuerdo a las normas vigentes- antes del Concilio Vaticano II- el celebrante debe recitar individualmente todo lo que los demás canten. Bendice el incienso, recita la oración “Munda cor meum” y lee el Evangelio en el lado norte (lado del Evangelio) del templo. Mientras tanto el diácono se prepara para cantar el Evangelio. Para ello, él avanza en procesión con el subdiácono, turiferario y acólitos a un sitio al norte del coro, donde procede a cantarlo, con el subdiácono sosteniendo el libro ahí donde no hubiera ambón. Si hay sermón, debe ser pronunciado inmediatamente después del Evangelio. El lugar tradicional de la homilía es después de las lecturas (Justino Mártir, I Apolog.” LXVII, 4). Enseguida se canta el Credo, si se trata de domingo o ciertas fiestas, como es el caso para el “Gloria”. Es en este punto, antes o después del Credo (que, como vimos, es de introducción posterior), donde termina en teoría la misa de los catecúmenos. De pie en medio del altar, el celebrante canta “Dominus vobiscum” y “Oremus”- el último vestigio de la antiguas oraciones de los fieles (que ya han sido reincorporadas en el rito de la misa posterior al Concilio Vaticano II y colocadas al final del Credo, N.T.). Sigue el ofertorio. Se ofrece el pan a Dios con la oración “Suscipe sancte Pater”; el diácono pone vino en el cáliz y el subdiácono añade un poco de agua. El celebrante ofrece el cáliz del mismo modo que ofreció el pan (Offerimus tibi, Domine), después de lo cual se inciensa todo: las ofrendas, el altar, el celebrante, los ministros y la asamblea. En tanto, el coro canta el ofertorio. Enseguida, el celebrante lava sus manos mientras recita la oración “Lavabo”. Posterior a otra oración de ofrenda (Suscipe Sancta Trinitas) y a una invitación a la asamblea (Orate, fratres) a la que esta responde sin cantar (se trata de una adición posterior), el celebrante recita la secreta, que corresponden a la colecta. La última secreta termina con una Ekphonesis: “Per omnia saecula saeculorum”. Esto constituye una advertencia de lo que está por llegar. Cuando las oraciones comenzaron a ser recitadas en silencio, se buscó una manera de señalar su términación, para que los fieles supieran qué estaba pasando. Así que se comenzó a cantar las palabras finales. En los ritos orientales se desarrollaron mucho estas ekphonesis. En la misa romana hay tres ejemplos de ellas, siempre con las palabras “Per omnia saecula saeculorum” a las que el coro responde “Amen”. Luego de la ekphonesis de la secreta se abre el diálogo “Sursum corda”, etc., que se usa en todos los ritos con algunas variaciones. De ese modo el inicio de la oración eucarística al que llamamos prefacio dejó de formar parte del canon. El coro canta y el celebrante recita el sanctus. A ello sigue el canon, a partir de las palabras “Te igitur” y terminando con una ekphonesis antes del Padre Nuestro. Todas estas partes están descritas en el artículo CANON DE LA MISA. A continuación está el Padre Nuestro, antecedido por unas breves palabras (Praeceptis salutaribus moniti) y seguido de un embolismo (Cfr. LIBERA NOS), que se recita silenciosamente y se termina con la tercera ekphonesis. Se inicia la fracción del pan con el versículo “Pax Domini sit semper vobiscum”, que busca introducir el beso de paz. El coro canta el “Agnus Dei” mientras el sacerdote lo recita también unido a la primera oración de comunión, antes de dar al diácono el beso de la paz. Después recita las otras dos oraciones de comunión y comulga bajo las dos especies. La comunión de la asamblea (poco frecuente en las misas solemnes) es la siguiente parte del rito y durante su celebración el coro canta la comunión (Cfr. ANTIFONA DE LA COMUNION). Mientras el cáliz es purificado se canta la postcomunión, que corresponde a las colectas y secretas. Al igual que las colectas, la postcomunión empieza con el saludo “Dominus vobiscum” y su correspondiente respuesta; el sacerdote se encuentra en el lado sur del altar. Luego de que el celebrante expresa otro saludo más, el diácono canta la despedida (Cfr. ITE MISSA EST). Sin embargo, aún no es el fin. Hay tres adiciones posteriores (de las cuales las dos últimas ya fueron eliminadas del misal en la revisión posterior al Concilio Vaticano II, N.T.): la bendición del celebrante, una breve oración pidiendo a Dios que acepte el sacrificio (Placeat tibi) y el “Último Evangelio”, que en realidad era el inicio del Evangelio de San Juan (Cfr. EL EVANGELIO EN LA LITURGIA). La procesión retorna a la sacristía.


La norma es la misa solemne. Solamente se puede entender la ceremonia cuando los ritos se celebran en totalidad, con presencia de diácono y subdiácono. Es por ello que el Ordinario (Ritual) de la misa siempre supone que se trata de misa solemne. La misa simple, celebrada por un sacerdote solo, con un acólito, es una forma abreviada y simplificada de la solemne; su ritual únicamente puede ser explicado haciendo referencia al de aquella. Por ejemplo, el celebrante se dirige al lado norte del altar para leer el Evangelio porque ese es el lado a donde el diácono va en procesión durante la misa solemne; siempre gira hacia la derecha porque en la misa solemne no debe dar la espalda al diácono, etc. La misa cantada (missa cantata) es un arreglo intermedio moderno. En realidad es una misa simple, si se toma en cuenta que la esencia de la misa solemne no es la música sino la presencia del diácono y del subdiácono. Solamente en aquellos templos donde no hay persona ordenada fuera de un sacerdote, y con lo que se imposibilita la misa solemne, se permite que se celebre la misa (en domingos y fiestas) utilizando los elementos ornamentales de la misa solemne, con cantos y (generalmente) con incienso. La Sagrada Congregación de Ritos en varias ocasiones (9 de junio de 1884; 7 de diciembre de 1888) ha prohibido el uso de incienso en la Missa Cantata, sin embargo, se han hecho excepciones en algunas diócesis y generalmente se tolera la costumbre de usarlo (La Vavasseur, op. cit. I, 514-515). También en este caso el celebrante adopta las partes del diácono y del subdiácono. No hay beso de paz..


Otra cosa que también afecta el ritual de la misa es la dignidad del celebrante, según que se trate de un presbítero o un obispo. Debemos decir algo también a este respecto, porque así como se dijo que la misa simple es una versión simplificada de la misa solemne, también se debe decir que la misa celebrada por un presbítero es una versión simplificada de la que celebra el obispo (misa pontifical). Pero no se trata de un paralelo perfecto. Algunas de las partes del complicado ceremonial pontifical constituyen adornos añadidos posteriormente. El rasgo principal de la pontifical (además de algunos ornamentos peculiares) es que el obispo permanece en su trono (excepción hecha de las oraciones al pie del altar y la incensación al altar) hasta el ofertorio, recalcando con ella la división entre la misa de los catecúmenos y la de los fieles. Del mismo modo, el obispo no se pone el manípulo (una pieza de tela adornada, del mismo color que el resto del ornamento, que el celebrante colocaba sobre su brazo izquierdo; su uso ha sido descontinuado, N.T.) hasta después de las oraciones preparatorias, lo cual también es un toque arcaico que subraya el hecho de que dichas oraciones no formaban originalmente parte de la ceremonia. En la misa simple, el rango episcopal se indica con algunos detalles poco importantes y por la ultilización tardía del manípulo. Algunos prelados no obispos utilizan algunas ceremonias pontificales en la misa. La misa papal también tiene ciertas acciones peculiares. Algunas de ellas son vestigios de antiguas costumbres. Un ejemplo de ello es que el Papa comulga sentado en su trono y bebe del cáliz consagrado a través de un tubito llamado fistula (costumbre, también ésta, ya fuera de uso en la liturgia contemporánea, N.T.).


Durandus (Rationale, IV, 1) y todos los autores simbólicos, de acuerdo a principios místicos distinguen varias partes de la misa. Esta tendría cuatro partes que corresponderían a la cuatro clases de oración enumeradas en I Tim 2, 1. Del introito al ofertorio es una obsecratio; una oratio del ofertorio al Pater Noster; una postulatio en la comunión; una gratiarum actio, de ahí hasta el final (Durandus, ibid.; cfr. MISA, SACRIFICIO DE LA, Vol. X). En forma especial es el canon la parte que más divisiones ha sufrido, de acuerdo a los sistemas más ingeniosos. Pero las distinciones que realmente interesan al estudioso de la liturgia son, en primer lugar, aquellas de tipo histórico entre la misa de los catecúmenos y la de los fieles, que ya fueron explicadas y, en segundo lugar, las de tipo práctico entre las partes variables e invariables. La misa consiste de un cuadro inmutable de referencia en el cual, en puntos fijos, se van colocando los elementos variables como las oraciones, las lecturas y los cantos. Esos dos elementos se conocen como el común y el propio del día (el cual, a su vez, puede ser tomado de una misa común utilizable en varias ocasiones como, por ejemplo, el común de varias clases de santos). El común es el ordinario de la misa (Ordinarium Missae), que en el misal de Pio V fue insertado entre el Sábado Santo y el día de Pascua. Toda misa se apega a ese esquema; para seguirla, primero hay que encontrar el “ordinario”. En él aparecen las diferentes rúbricas (así llamadas porque están escritas en color rojo) que indican que algo, que no aparece impreso en este lugar, se debe decir o cantar. La primera rúbrica de ese tipo ocurre luego de la incensación inicial: “Enseguida el celebrante hace la señal de la cruz sobre si mismo y comienza el introito”. Pero en el “ordinario” no aparece el texto de ningún introito. El sacerdote debe saber qué misa corresponde y buscar el introito correspondiente a ella, así como las demás partes propias, bajo el título apropiado, entre la larga lista de misas que se ofrecen en el libro. Estas partes variables, o “propias”, son, en primer lugar los cuatro cantos del coro: el introito, el gradual (o tracto, aleluya y, a veces, luego de éste, una secuencia), el ofertorio y la comunión. En segundo lugar, las lecturas (epístola, Evangelio y en ocasiones, lecturas del Antiguo Testamento). Siguen las oraciones que debe recitar el celebrante (colecta, secreta, postcomunión; frecuentemente son varias de cada tipo para conmemorar otras fiestas o días). La misa se construye colocando cada uno de estos elementos propios en el lugar que les corresponde en el “ordinario”. Hay, sin embargo, otros dos elementos que ocupan un sitio intermedio entre el ordinario y el propio. Estos son el prefacio y parte del canon. Tenemos once prefacios: diez propios y uno común. Ellos no cambian con tanta frecuencia como para justificar su impresión entre las misas propias, de modo que están todos incluidos en el ordinario. Y de entre ellos se debe elegir el apropiado según las rúbricas. Del mismo modo, hay cinco grandes fiestas que llevan una cláusula especial dentro de la oración Communicantes del canon. Hay dos (Pascua y Pentecostés) que tienen un “Hanc igitur” propio; el Jueves Santo tiene una forma modificada del “Quam pridie”. Tales excepciones están impresas luego de los prefacios correspondientes. Pero la correspondiente al Jueves Santo, como éste es una fiesta única en el año, se debe buscar en el propio de ese día (Cfr. CANON DE LA MISA).


Son estas partes de la misa las que van variando y es a causa de ellas que podemos hablar de la misa de este día o de aquella fiesta. Para poder encontrar la misa propia de cierto día hay que conocer una complicada serie de reglas. Esta aparecen en las rúbricas al inicio del misal. A grandes rasgos el sistema es como se explica enseguida. Primero, hay una misa para cada día del año, siguiendo el calendario de la Iglesia. Los días ordinarios entre semana (feriae) tienen la misa del domingo que les antecede con algunas modificaciones regulares. Pero las “feriae” de Cuaresma, de la semana anterior a la Ascención, los días de ayuno y las vigilias tienen misas especiales. Todo ello ocupa la primera parte del misal, llamado Proprium de tempore. El año está sobrecargado de una gran cantidad de fiestas de santos o de eventos especiales determinados por el día del mes (esto forma el Proprium Sanctorum). Casi cada día es una fiesta. A veces, incluso, hay varias en un mismo día. Se dan entonces las coincidencias (concurrentia) de varias misas posibles el mismo día. Se dan casos en los que se dicen dos o más misas conventuales, una por cada uno de los oficios que coinciden. De ese modo, en las ferias que tienen oficio especial, si concurre una fiesta, la misa de esta última se dice después de la Tercia y la de la feria después de Nona. Si la fiesta cae en la víspera de la Ascención entonces se dicen tres misas conventuales: la de la fiesta, después de Tercia; la de la Vigilia, después de Sexta y la de la víspera de la fiesta, después de Nona. Pero en las iglesias donde no hay misa conventual oficial, y en los casos en que el sacerdote dice la misa por su propia devoción, sólo se celebra una de las misas coincidentes, y las otras son simplemente recordadas a base de recitar las colectas, secretas y postcomuniones correspondientes después de las propias de la misa seleccionada. Para saber qué misa escoger uno debe conocer los diversos grados de dignidad. Todos los días o fiestas siguen la siguiente escala: feria, simple, semidoble doble, doble mayor, doble de segunda clase, doble de primera clase. Se selecciona la misa que tenga mayor rango. Para evitar que coincidan dos fiestas del mismo rango se transfiere una de ellas al siguiente día libre. Algunas fechas importantes gozan de ciertos privilegios, de modo que ni siquiera una fiesta de mayor rango pueda desplazarlas. Nada puede, por ejemplo, desplazar el primer domingo de Adviento y Cuaresma, ni los domingos de Pasión y Ramos. Ellos constituyen los así llamados “domingos de primera clase”. Nada puede tampoco desplazar el Miércoles de Ceniza ni ninguno de los días de la Semana Santa. Otros días (por ejemplo, los así llamados domingos de segunda clase, o sea, los demás de Adviento y Cuaresma, Septuaginta, Sexagesima y Quinquagesima) únicamente pueden ser substituidos por dobles de primera clase. Los domingos ordinarios cuentan como semidobles, pero tienen precedencia sobre otros semidobles. Los días de una octava son semidobles; el octavo día es doble. Las octavas de Epifanía, Pascua y Pentecostés (las tres fiestas mayores originales) son superiores a cualquier otra fiesta. La fiesta desplazada simplemente se conmemora, excepto si coincide alguna fiesta de grado muy inferior. Las reglas para estos casos están enumeradas en las “Rubricae generales” del misal (VII: De commemorationibus). En fiestas semidobles o días de rango inferior al semidoble siempre se añaden otras colectas a la de ese día para formar un número impar. Algunas están ya indicadas en el misal; el celebrante puede añadir otras según su criterio. El obispo puede ordenar que se digan otras colectas por motivos especiales (los así llamados Orationes imperat). Como regla general, la misa debe corresponder al oficio del día, incluyendo las conmemoraciones. Pero el misal contiene una colección de misas votivas que pueden ser celebradas en días donde la propia no pasa del rango de semidoble. El obispo o el Papa puede ordenar la celebración de una misa votiva por algun motivo público mientras la misa propia del día no sea una del primer rango. Le Vavasseur explica todas estas normas en detalle (op. cit. I, 216-231) y lo mismo hacen las rúbricas del misal (Rubricae generales, IV). Hay otras dos misas que, por no corresponder al oficio, pueden ser llamadas misas votivas: la misa de esponsales (missa pro sponso et sponsa), que se celebra en las bodas, y la de requiem, celebrada a favor de los fieles difuntos. Ellas tienen características especiales (Cfr. MISA DE ESPONSALES y MISA DE REQUIEM). El calendario (Ordo) que se publica anualmente en cada diócesis o provincia señala el oficio y la misa para cada día. Para lo relacionado a los estipendios de la misa, cfr. SACRIFICIO DE LA MISA, Vol. X.


No hace falta recalcar que la misa, alrededor de la cual se ha elaborado un reglamento tan complicado, constituye el centro de la religión católica. La misa siempre ha sido el punto de conflicto, tanto durante la Reforma como en otros tiempos. Los reformadores ya lo dijeron con toda claridad: “La misa es lo que importa”. Los insurgentes de Cornish en 1549 se levantaron en contra de la nueva religión y así expresaron sus peticiones de que se retirara el rito de comunión regido por el libro de oraciones y se restaurara la antigua misa. La prolongada persecución de los católicos en Inglaterra adoptó su forma más estridente en la elaboración de leyes que prohibían la celebración de la misa. Durante siglos se obligó al ocupante del trono británico a declarar abiertamente su protestantismo no a base de rechazar el sistema general de la doctrina católica sino de repudiar formalmente la doctrina de la transubstanciación y de la misa. Así como la unión con Roma es el lazo que enlaza a los católicos entre si, se puede decir que, éste, el más venerado de los rituales en la cristiandad es el testigo y la salvaguarda de ese lazo. Es precisamente a través de participar en la misa a través de la comunión que el católico proclama su unión con la Iglesia universal. La excomunión es la pérdida de ese vínculo; la comunión y la misa son el lazo entre fieles, sacerdotes y obispo, que forman un cuerpo que participa de un único pan.


I. HISTORIA DE LA MISA . DUCHESNE, Origines du Culte chrétien (2a. ed., París, 1898); GIHR, Das heilige Messopfer (6a ed., Friburgo, 1897); RIETSCHEL, Lehrbuch der Liturgik, I (Berlín, 1900); PROBST, Liturgie der drei ersten christlichen Jahrhunderte (Tubinga, 1870); IDEM, Liturgie des vierten Jahrhunderts u. deren Reform (Münster, 1893); IDEM, Die ältesten römischen Sacramentarien u. Ordines (Münster, 1892); CABROL, Les Origines liturgiques (París, 1906); IDEM, Le Livre de la prière antique (París, 1900); BISHOP, The Genius of the Roman Rite en STALEY, Essays on Ceremonial (Londres, 1904), 283-307; SEMERIA, La Messa (Roma, 1907); RAUSCHEN, Eucharistie u. Bussakrament (Friburgo, 1908); DREWS, Zur Entstehungsgesch. des Kanons (Tubinga, 1902); IDEM, Untersuchungen über die sogen. clementinische Liturgie (Tubinga, 1906); BAUMSTARK, Liturgia Romana e liturgia dell' Esarcato (Roma, 1904); ALSTON Y TOURTON, Origines Eucharistic (Londres, 1908); WARREN, Liturgy of the Ante-Nicene Church (Londres, 1907); ROTTMANNER, Ueber neuere und ältere Deutungen des Wortes Missa in Tübinger Quartalschr. (1889), pp. 532 ss.; DURANDUS (Bishop of Mende, d. 1296), Rationale divinorum officiorum Libri VIII, es el clásico ejemplo del comentario medieval; cfr. otros en CANON DE LA MISA. BENEDICTO XIV (1740-1758), De SS. Sacrificio Miss , la mejor edición por SCHNEIDER (Mainz, 1879), es también una obra estandar de su clase. II. TEXTOS: CABROL Y LECLERCQ, Monumenta ecclesiae liturgica, I, 1 (París, 1900-2); RAUSCHEN, Florilegium Patristicum: VII, Monumenta eucharistica et liturgica vetustissima (Bonn, 1909); FELTOE, Sacramentarium Leonianum (Cambridge, 1896); WILS0N, The Gelasian Sacramentary (Oxford, 1894); Gregorian Sacramentary and the Roman Ordines en P.L., LXXVIII; ATCHLEY, Ordo Romanus Primus (Londres, 1905); DANIEL, Codex Liturgicus Ecclesiae universae I (Leipzig, 1847); MASKELL, The Ancient Liturgy of the Church of England (Londres, 1846); DICKENSON, Missale Sarum (Burntisland, 1861-83). III. USO ACTUAL. Además de las Rúbricas en los misales, el de Pio V y el de Pablo VI, y de las revisiones de Juan Pablo II, consulte DE HERDT, Sacr Liturgic Praxis (3 vols., 9ª. ed., Luvaina, 1894); LE VAVASSEUR, Manuel de Liturgie (2 vols., 10ª. ed., Paris, 1910); MANY, Pr lectiones de Missa (París, 1903). Vea más bibliografía en CABROL, Introduction aux études liturgiques (París, 1907), en CANON DE LA MISA y otros artículos sobre las diversas partes de la misa. Además, JOSEF ANDREAS JUNGMANN, Eucharist, en Sacramentum Mundi, 267-273, 1968. Idem, The Mass of the Roman Rite, 1951; Idem, “The most Sacred Mystery of the Eucharist”, en H. Vorglimer “Commentary on the Documents of Vatican II, vol I 31-45, 1967. Constitución Apostólica “Sacrosanctum Concilium” del Concilio Vaticano II. . CONGREGACIÓN DE RITOS . Eucharisticum Mysterium, 25 de mayo de 1967


ADRIAN FORTESCUE Transcrito por Douglas J. Potter Dedicado al Sagrado Corazón de Jesucristo. Traducción de Javier Algara Cossío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario