San Francisco de Asís y el Demonio: una lectura teológico-antropológica
Hablar de San Francisco de Asís frente al demonio no es hablar de un episodio marginal en su vida, sino de una dimensión constitutiva de su experiencia espiritual. En Francisco, la lucha contra el mal no adopta forma de exorcismo ritual ni de confrontación violenta, sino de transformación radical del corazón. Su combate demoníaco es esencialmente ascético y teológico, y su escenario no es un desierto físico, sino el alma humana enfrentada al desorden del deseo.
I. La tentación como espacio pedagógico del espíritu
Los relatos hagiográficos —especialmente los de Tomás de Celano y san Buenaventura— muestran que Francisco fue asediado por tentaciones intensas: impulsos carnales, turbaciones interiores, visiones perturbadoras. No se trata de meros conflictos psicológicos, sino de una pedagogía espiritual en la que el demonio actúa como adversario providencial, revelando la precariedad del hombre y la necesidad absoluta de gracia.
Cuando Francisco se arroja desnudo sobre la nieve o se sumerge en un río helado para sofocar la concupiscencia, no está actuando por masoquismo, sino aplicando la lógica monástica antigua: “el cuerpo debe obedecer al alma”. Así, el demonio no es solo enemigo; es también catalizador de santificación.
II. El demonio como presencia simbólica del desorden
En la tradición franciscana temprana, el demonio no es reducido a una figura alegórica, pero tampoco se lo presenta con la teatralidad del exorcismo medieval. Es la personificación del desorden interior y social.
Francisco percibe que el mal no proviene solo de fuera, sino del corazón que se aferra a la posesión. De ahí que su pobreza radical —la santa pobreza— sea su mayor exorcismo. Al renunciar a la propiedad, destruye el territorio donde el demonio reina: la voluntad de dominio. En ese sentido, el voto de pobreza es una expulsión simbólica del “espíritu de posesión”, una categoría teológica y antropológica a la vez.
III. El combate espiritual y el gozo del alma pura
Los Fioretti describen cómo Francisco, en la soledad de la Verna, escuchaba a veces voces y aullidos infernales. Él respondía con cánticos. En una de sus frases más conocidas dice: “El demonio teme la alegría pura más que la penitencia.”
El gozo, para Francisco, no es frivolidad, sino testimonio de victoria sobre la tristeza demoníaca (tristitia diabolica), un concepto tomado de la psicología monástica de Evagrio Póntico. La alegría del espíritu es el antídoto al resentimiento, y por tanto un modo de exorcismo. En términos antropológicos, Francisco transforma la experiencia del mal en ocasión de gozo místico, no por negación del dolor, sino porque la luz se manifiesta en su contraste con la sombra.
IV. La visión cósmica del bien y del mal
El Cántico de las Criaturas puede leerse como la culminación de su teología del mal. En él, el demonio ha perdido su poder central; todo el cosmos se reintegra en la alabanza. Francisco no niega la existencia del mal, pero lo desplaza ontológicamente: el mal carece de sustancia propia, es la negación del bien, como afirmaba san Agustín.
Esta actitud es profundamente cristológica. El crucifijo de San Damián no solo le ordena “reconstruir mi Iglesia”, sino que lo confronta con la paradoja central: Dios vence al demonio no mediante la fuerza, sino mediante la humildad. Por eso el santo hace de su vida un reflejo de esa kénosis, la autovaciamiento de Cristo.
V. Implicaciones antropológicas y teológicas
Desde la antropología teológica, la figura del demonio en Francisco no es un elemento externo, sino una clave interpretativa del proceso de integración del yo.
Francisco representa al hombre reconciliado, que reconoce en sí mismo la tensión entre luz y sombra y decide vivir bajo el signo de la luz. El demonio no desaparece, pero es reducido a su verdadera proporción: la mentira que solo tiene poder mientras el hombre la teme.
La victoria de Francisco es la del discernimiento. No hay que dialogar con el tentador, sino responder con la simplicidad del corazón pobre. En un mundo saturado de poder, su pobreza se convierte en una forma de resistencia espiritual contra el “príncipe de este mundo”.
Conclusión
San Francisco de Asís nos enseña que el demonio no se combate con miedo, sino con claridad interior. No lo vence el asceta que odia la carne, sino el hombre que ama la creación en su pureza original. Su teología del mal no es dualista, sino reconciliadora: el mal existe, pero no tiene la última palabra.
El verdadero exorcismo franciscano no se realiza con fórmulas, sino con una vida convertida en alabanza. En su humildad radical, Francisco desarma al demonio porque le arrebata su principal arma: el orgullo.
Por eso, en la tradición católica, su figura se alza como uno de los ejemplos más puros de la victoria del espíritu sobre la sombra, del amor sobre el miedo, del Creador sobre el caos.
Segunda Parte: Episodios
1. El combate contra la tentación de la carne
En Las Florecillas (cap. I y II), Francisco narra una de sus primeras luchas espirituales. Recién convertido, es asaltado por violentas tentaciones carnales. El demonio lo acosa en su soledad con imágenes impuras y deseos intensos. Francisco reacciona con un gesto extremo —se arroja desnudo en la nieve y se revuelca, formando siete muñecos de nieve— para dominar el cuerpo y someterlo al espíritu.
El episodio no es ascetismo por masoquismo; es un acto de pedagogía interior. Francisco entiende el cuerpo no como enemigo, sino como hermano rebelde que debe ser reconducido por el amor. Aquí, Satanás representa la desintegración del orden interior, la pérdida del dominio de sí.
2. El demonio de la desesperación
En las Admoniciones y los Escritos auténticos (por ejemplo, Carta a los fieles), Francisco advierte del “enemigo del alma” que infunde tristeza, melancolía y desesperación. En una ocasión narrada por Celano (Vita Prima, cap. XXIX), el demonio intenta abatirlo con una oscura sensación de inutilidad y fracaso. Francisco, comprendiendo la trampa, responde con una oración que es pura teología mística: “¿Tan grande eres tú, pobre gusano, que Dios mismo te ha mirado?”.
La humildad es su exorcismo. Frente a la tentación de la desesperanza —el más refinado de los ataques demoníacos, según la tradición patrística— Francisco opone la gratitud y la alabanza, las armas más eficaces contra el demonio de la acedia.
3. El asalto en la celda de la Porciúncula
Relatado en Las Florecillas (cap. XXXVII), este episodio muestra al demonio irrumpiendo de noche en la celda de Francisco, provocando ruido, sombras y gritos. El santo no huye ni pronuncia fórmulas mágicas; responde con ironía espiritual: “Hermano demonio, haz lo que Dios te permita”.
Esa respuesta refleja la conciencia franciscana del límite de Satanás: ninguna criatura puede actuar fuera del permiso divino. Francisco no teme porque su fe no es una idea sino una relación. Este pasaje fue muy citado en la tradición exorcística, pues muestra el equilibrio perfecto entre discernimiento y firmeza.
4. El demonio del orgullo espiritual
En Las Florecillas (cap. XXVIII), se narra cómo un hermano franciscano, tentado por el orgullo, empieza a despreciar la obediencia. Francisco percibe el influjo del demonio del orgullo —“aquel que fue primero entre los ángeles”— y ora hasta que el hermano recobra la humildad.
El diablo, en este contexto, es símbolo de la soberbia teológica: la pretensión de autosuficiencia incluso en el servicio religioso. Francisco combate este mal con la obediencia y la pobreza, que en su teología práctica son formas de exorcismo continuo.
5. La visión del demonio en Arezzo
Este episodio, narrado por Celano y retomado por San Buenaventura, es paradigmático. En Arezzo, una ciudad dividida por conflictos internos, Francisco percibe “una legión de demonios que agitaban el aire sobre la ciudad”. Envía a fray Silvestre a orar y bendecir desde las murallas. Inmediatamente, los habitantes se reconcilian.
Este relato eleva la lucha espiritual al plano social y político: el demonio no actúa solo en las almas, sino en las estructuras del mundo. Francisco intuye, con lucidez antropológica, que el mal colectivo se alimenta del pecado individual, y que la paz entre los hombres es también un acto de exorcismo histórico.
6. El demonio en la muerte del Santo
Celano relata que, en los días finales de Francisco, los hermanos perciben sombras y ruidos en torno a su lecho, como si las potencias del mal aguardaran. Francisco, sereno, entona el Cántico del Hermano Sol, entregándose a “la hermana muerte corporal”.
Es el triunfo absoluto: Satanás, que había intentado tentarlo por la carne, la desesperación y el orgullo, es vencido por la aceptación jubilosa de la muerte como retorno al Creador. El cántico es una oración exorcística en clave cósmica.
Reflexión académica
San Francisco encarna una antropología mística del combate espiritual. Para él, el demonio no es un mito ni una simple proyección psicológica, sino una realidad ontológica que actúa en la historia humana, siempre limitada por la soberanía divina. Sin embargo, el diablo se inserta en la pedagogía del alma: su tentación se convierte en ocasión de crecimiento, su acoso en llamada a la vigilancia.
Desde un punto de vista teológico, Francisco reinterpreta el exorcismo como acto de amor radical: amar tanto a Dios que el mal pierde su espacio. En este sentido, su figura representa la más alta respuesta cristiana al mal: la santidad alegre, la confianza total y la comunión con todas las criaturas, incluso aquellas que simbolizan la oscuridad.