viernes, 13 de mayo de 2022

Sinodalidad y Método Teológico: Para bautizados curiosos...

 



Presentación: Sinodalidad y método teológico


En nuestro actual contexto eclesiástico el papel activo del fiel bautizado debe ser entendido como el proceso de forjar una vida sólida en la fe, de un gran talante ciudadano y de un gran compromiso social que va más allá de las propias convicciones morales, y más bien abiertas a un proceso de escucha. El pontificado del Papa Francisco se resume en una invitación para lograr hacer vida a la Iglesia de Cristo, que se traduce en una Iglesia de fraternidad abierta que esté dispuesta y formada para participar de manera activa en una sociedad equitativa, que sin ser utópica brinde las posibilidades de un diálogo abierto, de una escucha activa, y de las actitudes de respeto de las diferencias. Este camino se conoce como “Sinodalidad”, un caminar juntos.


Este caminar juntos debe ofrecer estabilidad a la comunidad eclesial, pensada como Pueblo de Dios. Para ello se debe a una aptitud metodológica dinámica que permita el contacto con cualquier tipo de situación real y no en composiciones abstractas. Esta aptitud metodológica necesita no sólo de un  ejercicio espiritual sino de herramientas comunicativas, que a su vez faciliten el análisis de la Buena Nueva del único Evangelio: Jesucristo; con pensamiento crítico.


En la actualidad “conectar con la fe” de forma eficaz no es propiamente un fin en el desarrollo de las personas, pero sí lo es el desarrollar las aptitudes humanas necesarias para establecer relaciones fuertes y vinculantes. La tarea es evangelizar en tonos de Sinodalidad, aclarando que la conexión con la fe es una conexión con el hermano, con otras personas parecidas a mí. A su vez, la relación con el hermano es una conexión con Dios, que es Amor.


Una característica antropológica del ser humano es la interacción cognitiva entre la comunicación, la realidad y lo simbólico. Esta capacidad tripartita se presenta de forma activa cuando una persona se coloca frente al propio sufrimiento y ante el sufrimiento del “otro”, en la que el bautizado debe superar distintos escenarios mentales y de fe. Dentro de una Iglesia piramidal la fase de una reflexión crítica y justa es más compleja de asumir. Este es el motivo central del rechazo de la población global a confiar en una institución milenaria, más allá de dividir el problema como algo geopolítico: Occidente y no occidente.


El Sínodo de la Sinodalidad coloca entre sus primeras competencias la actitud de comunión, participación y misión de la Iglesia como Pueblo de Dios. El camino sinodal busca capacitar a los bautizados en el análisis profundo de la Palabra de Dios, como misterio del mismo Cristo revelado. Caminar juntos es ser Evangelio de carne y hueso sin dividir nuestra realidad antropológica  de nuestra naturaleza mistérica (como hijos de Dios). Sólo en Sinodalidad podemos ser creíbles ante la sociedad. Sinodalidad es ser Iglesia en salida, donde todos (hombres y mujeres) son protagonistas en una igualdad de oportunidades.


Sin embargo el desarrollo de la Sinodalidad, donde la fraternidad abierta es el vehículo para predicar el Evangelio, no se limita a la sola comprensión de las publicaciones de la Santa Sede, sino de ubicar en la realidad social, mi papel como bautizado, donde culturalmente me desenvuelvo. Para ello el Pueblo de Dios debe ser consciente de su capacidad hacedora de cultura y de sus talentos (dones del Espíritu Santo) para ver con nitidez las finalidades de la comunidad eclesial en el mundo.


El programa metodológico para vivir la Sinodalidad que propone este escrito es en base a mi propia reflexión a la  luz de la Sagrada Escritura y de la oración. Su finalidad es ofrecer un ejercicio que de forma pastoral se pueda aplicar en las distintas comunidades eclesiales de base, para influir en el  ritmo que evolucionan las comunidades eclesiales en la actualidad. 


Comprendo que es ambicioso pensar que este método propuesto pueda ser aplicable en las diversas comunidades eclesiales del mundo, pero de la misma manera espero que sea flexible y moldeable a todas las situaciones existentes. El primer obstáculo de la Sinodalidad es la visión egoísta modernista que hunde sus raíces en el Positivismo de Auguste Comte que establece la dignidad humana como una práctica social que cambia de significado a medida que la sociedad se transforma, dejando desprotegido a la persona de toda defensa metafísica. El resultado es la confusión del servicio con poder, y de la fe como un acto reflejo narcisista.  La lectura de la dignidad humana como práctica social contribuye a las falsedades ideológicas a las que la comunidad eclesial se ve bombardeada constantemente, a través de populismos eclesiales como políticos. El clericalsimo, junto a otras artrosis de la comunidad eclesial, hace que el pensamiento crítico del bautizado, se diluya en un asentimiento ciego, sordo y mudo ante la autoridad eclesial de turno.


La Sinodalidad debe tener como rieles el pensamiento crítico. Para ello debe presentar los siguientes propósitos:


El propósito fiel de la Revelación, es decir, el propósito del mismo Jesucristo, que debe ser coherente en la comunidad eclesial, como su Cuerpo Místico. El propósito de santidad de quien va dirigido el mensaje evangélico y el propósito personal de servicio de quien dirige la comunidad eclesial, dentro del plan de salvación que ha dispuesto Dios a lo largo de la historia. Este ejercicio que entra dentro de la pastoral diocesana, como responsabilidad del epíscopo, nos dará como resultado lo que la teología postmoderna llama  “comunidad discursiva”, es decir una comunidad eclesial pensante. Siempre y cuando el propósito de servicio de quien dirige la comunidad eclesial, entienda el servicio como lo refiere Cristo en el Evangelio. Además, aunque la dirección de la comunidad eclesial es una tarea del Ordinario del lugar, no significa que esta no esté delegada en cualquier bautizado, sea clérigo, religioso, religiosa, consagrado, consagrada, laico o laica.


La competencia pedagógica que el método sinodal propone es la capacidad de saber distinguir la enseñanza evangélica de Dios con la de los juicios propios de cualquier bautizado, en un ejercicio discursivo, en comunión con todo el Pueblo de Dios y acompañado de la oración. Este proceso podemos llamarlo como “descubrimiento de la Sinodalidad”, que toma forma a través de tres verbos: Escuchar, discernir y actúar. Es decir, no sólo entender las ideas que en las distintas fases del Sínodo de la Sinodalidad se enseñan sino también tener la facilidad de vivir la Sinodalidad en la vida cotidiana de la Iglesia: La Sinodalidad se debe conversar, poner en escrito, leer, orar y hasta dramatizar, en conciliación con lo que se piensa con argumentos personales. Deber ser un alimento fácil de digerir en la naturaleza eclesiológica de la “pirámide invertida”.


Podemos en este momento tener a mano grandes reflexiones y valiosos aportes sobre la Sinodalidad. Podemos acceder a una lectura crítica de forma digital (por ejemplo, la Internet) o gráfica (por ejemplo, las notas de prensa escrita), y en su producción más fiable a través del magisterio teológico oficial (por ejemplo, los artículos emitidos por la Santa Sede o de revistas especializadas e indexadas). Esta afirmación de lo “formativo” va de la mano con la idea de que todas las personas, aún no creyentes, tienen la capacidad interpretativa de lo simbólico, y están llamadas también a caminar juntos. Es decir, todos las personas pueden proyectar sus pensamientos a través de lo que leen, y creen. Esto explica porqué el método teológico de la Sinodalidad se basa en estos tres elementos: La forma de presentarse el Evangelio, el contenido de fe revelado y la capacidad interpretativa de los evangelizados. Estos tres elementos son el trípode donde se soporta el cambio de una Iglesia piramidal a una Iglesia más horizontal; como la pensaban valiosos teólogos como Congar, Rahner o Ronaldo Muñoz. 


Es por ello que la comunidad eclesial debe tener un espíritu no sólo más fraternal sino más cooperativo, debe priorizar el Amor, a través de la formación para amar, expresada grandemente en la sagrada Escritura y en la enseñanza de la Iglesia. Los bautizados deben ser personas de espíritu crítico para originar una comunidad conocedora de sus deberes y de sus derechos. La tensión intraeclesial debe estar enfocada en promover el interés de aprender a ver al otro como mi hermano, y no de dar u ofrecer normativas morales sólo por el hecho de dar u ofrecer. Evangelizar no es una simple tarea más del cristiano, sino una parte constitutiva de la fe revelada y la misión encomendada a todo el Cuerpo Místico de Cristo.


El Sínodo de la Sinodalidad presenta herramientas para una Iglesia llamada al servicio. El interés del Papa Francisco surge ante la necesidad a la que se enfrentan los bautizados, en distintas diócesis del mundo, de organizar sus comunidades con un espíritu evangélico genuino. Bautizados que ansían expresar su voz y representación del mundo real, que palpan y viven cada día, ante un clima donde la credibilidad de las instituciones están en franca decadencia. El Sínodo de la Sinodalidad al diseñar un programa de desarrollo a la luz de la Palabra de Dios, contribuye a la formación de cristianos capaces de construir y mantener el desarrollo de una Iglesia visible, más universal (católica), más misionera y más fraternal.


¿Para qué un método teológico?


Ante los cambios eclesiales que se mueven rápidamente dentro de una sociedad líquida liderada por el exceso de información y nuevos conocimientos, el proceso evangelizador no puede limitarse a la transferencia de valores tradicionales, anclados al pasado. La evangelización requiere de nuevos procesos que den respuesta a las exigencias actuales y responder a la ineludible pregunta: ¿Tener fe con qué finalidad?.


Este interrogante debe surgir durante todo el proceso metodológico de la eclesiología sinodal como una brújula que oriente las acciones y el dinamismo del conocimiento de lo que se cree. La finalidad de evangelizar es la de hacer a las personas libres, en una comunidad sinodal, pensada como Pueblo de Dios. Dicha libertad se alcanza en la medida que todos los bautizados pueden ser conscientes de sus propios juicios, es decir a través de una fe no míope sino con pensamiento crítico.


Al ser parte de la Iglesia del postconcilio del Vaticano II, he percibido como las resistencias y miedos en torno a una Iglesia sinodal más participativa e incluyente ganaron fuerza en los últimos pontificados. La tentación del poder en base a más poder encerró el papel amoroso y misericordioso de la fe en un pensamiento limitante que favoreció a la memorización y no la comprensión espiritual y emocional de la Buena Nueva de Jesús. 


Presento el diseño de un método que a través de la lectura meditada de la Sagrada Escritura, fomenta el valor metodológico de la teología. Con la finalidad de sustentar una eclesiología sinodal para el Pueblo de Dios. El peligro de todo método teológico es caer en la tentación de convertirse en un vicio academicista, por tanto para evitar esta adicción tan propia de los teólogos, debe enmarcarse en la pastoral diocesana y no desde la teología dogmática. La pastoral diocesana conlleva también múltiples peligros si es sofocada por las normativas morales. La pastoral diocesana debe ser responsanbilidad directa del Ordinario del lugar, pero no en el sentido monolítico de la autoridad, sino como cabeza representativa de todos los fieles encomendados a su pastoreo. Entiéndase fieles a todos los bautizados, hombres y mujeres, que sin descriminación social, de pensamiento, o sexual, puedan dar su voz y voto con respeto y en igualdad de fuerza transformadora. El método sinodal, que por tener base en la Sagrada Escritura es teológico, debe partir desde la pastoral parroquial como suma de las distintas comunidades eclesiales de base. El párroco debe acompañar a todas sus comunidades eclesiales de base para que la Sinodalidad  sea progresivamente mejorada e implementada y evaluada. Este acompañamiento debe realizarse en la práctica y en el desarrollo del proceso sinodal para luego poder ser transferido a las demás realidades sociales.


El Sínodo de la Sinodalidad es un esfuerzo eclesial, liderada por el Papa Francisco, para volver a la Iglesia de Jesús, más horizontal y más personal. Pretende saldar la deuda evangelizadora y formar  a los bautizados para consolidar una Iglesia donde todos caminan juntos. Un Pueblo de Dios que invierta la pirámide jerárquica actual, pero no para que predomine lo vertical, sino para que nos veamos más cerca, más horizaontal. Ser Pueblo de Dios es ser una comunidad viva más humana, oyente, espiritual, protagónica, participativa, multiétnica, pluricultural y plurilingüe. A estos efectos, se da carácter sacramental a todo el Cuerpo Místico de Cristo y se establece la persona de Jesús como único fin, no sólo de la humanidad, sino de toda la creación.


El fin de la Sinodalidad es desarrollar en la dimensión eclesiológica el potencial creativo de cada bautizado para el pleno ejercicio de su espiritualidad y cristiandad, en una comunidad fraternal basada en la Palabra de Dios, en la vida de gracia (sacramental) y en la valoración misericordiosa y amorosa del esfuerzo liberador de todas las mujeres y hombres del mundo. Sinodalidad es en sí misma un método teológico que invita a una participación activa, consciente, protagónica, responsable y solidaria, comprometida con los procesos de transformación pastoral y consustanciada con la revelación resguardada y enseñada por el Magisterio. Una enseñanza presentada como una tarea de la Iglesia, que debe respetar los principios de soberanía cultural y de autodeterminación identitaria, según la conciencia de cada persona. Cada fiel bautizado está antropológicamente formado con los valores de la identidad local, regional y nacional. Por lo tanto la visión eclesial debe ser sinónimo de una visión indígena, una visión afrodescendiente, una visión latinoamericana, una visión caribeña, una visión universal, entre otras visiones.


La Iglesia en proceso sinodal debe apartarse de la visión de una Iglesia dictatorial, que exige una obediencia no pensante o no gradual de sus fieles. La Iglesia con fe sólida y sustentada en el Evangelio de Jesucristo promueve el pensamiento crítico, donde el amor será la respuesta común que todos los bautizados en un esfuerzo sustentado por la gracia de Dios podrá llegar, no por miedo sino por convicción. La dirección unilateral de una Iglesia añeja por el clericalismo afecta a todo el Pueblo de Dios. Las injustificadas diferencias sociales y brechas normadas dentro de la vida orgánica del Cuerpo de Cristo, donde incluso la sexualidad se convierte en una variable de selección de idoneidad, han generado las asimetrías que se presentan en las comunidades eclesiales de base, y que con aciertos y desaciertos, pontificados anteriores han tratado de corregir. La inmobilidad moral que vive la Iglesia contemporánea impone irremediablemente la necesidad de que laicas y laicos se pronuncien en voz sinodal, junto a sus pastores, no por una Iglesia rígida y modélica, sino por una Iglesia que escuche el corazón humano, real e imperfecto. Pues es ese el corazón humano que ama Dios. Así la Iglesia velará por un método con estructuras flexibles y dinámicas que propicien oportunidades de aprendizaje en la fe, en distintos y desiguales ambientes. Es decir, se necesita de un método teológico que fomente el pensamiento crítico en tono sinodal y resalte la comunión, participación y misión de todos los fieles en la comunidad. La estrategia para lograrlo es a través del valioso instrumento de la meditación y oración de lectura de la Palabra de Dios y del aprendizaje cooperativo.


@RonaldMRiveraA

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