domingo, 12 de febrero de 2017

Abrazar la cruz de la enfermedad de un cónyuge / Por Ronald Rivera



Abrazar la cruz de la enfermedad de un cónyuge

            La enfermedad de un cónyuge puede presentarse desde el comienzo del matrimonio como estado enfermizo de salud, como debilidad física y como capacidad trabajadora limitada. Pero puede también irrumpir de improviso en el matrimonio, como en el caso de una desgracia o de una condición física gravemente patológica.
            En ambos casos surgen determinados problemas psicológicos, tanto para la pareja enferma como para la sana. Y también para el matrimonio.
            Hablemos primeramente de cónyuge enfermo. Mientras él está constantemente abatido, cansado, incapaz de efectuar cualquier otro trabajo por la tarde, observa día tras día que su mujer escribe por la noche en celular personal, estira los pantalones deportivos de sus hijos, se le nota las ganas de visitar y recibir amigos. Con frecuencia estos pacientes manifiestan en el matrimonio envidia por la vida, es decir, envidian a su dulce mitad sana por esa vitalidad que a ellos les faltan. Envidian a la mujer porque es sana porque puede comer y beber, mientras que se contentan consigo mismos con haber pasado la jornada no del todo mal. ¡Qué tormento contemplar que el otro vive más intensamente que ellos!
            Invito a estos enfermos a reflexionar:
  1. Es posible que en las circunstancias de enfermedad uno se comporte demasiado orgulloso. En este caso, deben aprender a emplear mejor sus fuerzas y a no someterse hasta el agotamiento en el trabajo. Traten de hacer así, e inmediatamente la envidia, este sentimiento impotente y penoso que se atreven siquiera a manifestar, desaparecerá. Y les quedarán fuerzas para disfrutar de un paseo por el parque.
  2. No abusen de su enfermedad física “amargando” la vida de su pareja. Tanto el marido como la mujer corren peligro de “sacrificarse” por el amor en esta tarea. Con frecuencia no entra para nada el amor, sino simplemente el deseo de hacerse necesitado.
            A la pareja sana se le recuerda que esté atenta a no hacerse la indispensable para dar un “sentido” a la propia existencia, viéndose sólo con sentido precisamente mediante esta obra de asistencia sanitaria. A menudo tal intento se vuelve un impedimento para la curación del cónyuge enfermo, ya que con ella la vida de la pareja sana perdería su propósito de vivir.
            Recuerdo una pareja en la que el marido tenía treinta y cinco años más que la mujer, la cual era joven y atrayente. En sociedad él estaba siempre inseguro. Vivía con la preocupación constante de perder a la mujer, bella y agraciada. Un día tuvo ella un accidente automovilístico. Dio con la cara al parabrisas y se le quedaron marcadas tres cicatrices en la mejilla derecha y en la nariz. Desde entonces se restableció el equilibrio en aquel matrimonio. Él se resignó a su edad, porque “podía” advertir que su mujer, a causa de aquella deformación, había perdido parte de su atractivo, de su seguridad y de su seducción.

            Esta historia es paradójica e insensata, porque crea el fantasma de que resolvieron su problema. En realidad no es ninguna solución si un cónyuge “arrastra” al otro a su nivel. El marido solo se engaña a sí mismo en un acto completamente egoísta.

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