jueves, 29 de julio de 2021

¿Cómo mantener una relación esencial con la trascendencia?



El sentido de los valores


Los valores se descubren no se crean. Se descubren ante la presencia de "Alguien", en otras palabras no un "Algo", un "Alguien" que puede también ser "Dios" (como última instancia ante nuestra existencia). Es Él que nos da nuestra misión. Solamente en la medida en que consideremos a nuestra vida como misión buscaremos como llenarla de sentido, realizar los valores. 

No podemos detenernos en nosotros mismos, es necesario trascender, completar el acto intencional. 

Ser persona significa estar preparado y orientado hacia algo que no es él mismo, a la trascendencia.

Frankl nos recuerda: Si a veces la distinción entre el actuar consciente y lo inconsciente puede ser poco clara, existe siempre “una línea divisoria que separa lo espiritual de lo impulsivo”.

Al tener que (unido a la causalidad, a los condicionamientos ligados al pasado)  y al querer (derivado de una finalidad anímica) se agrega una categoría nueva: la del deber. El hombre solo puede actuar como ser responsable y que decide, existir como tal, cuando no es impulsado, cuando no hay un ello que impulsa sino un yo que decide.

Previo al querer hay un deber del que se ha tomado conciencia. El ser humano se encuentra frente a los valores por los que es atraído más que empujado.

El Análisis existencial, promovido por Frankl sostiene que la dinámica de lo espiritual no está basada en la impulsividad sino en el anhelo por los valores. El papel de la Logoterapia será ayudar a ampliar el campo visual de los valores en el enfermo, para dejar luego lugar a su iniciativa para la elección.

La religión refleja una relación esencial con la Trascendencia.

En Frankl aparece la idea de un inconsciente espiritual (Inconsciente espiritual por la incapacidad de autoconciencia reflexiva del espíritu).

Es en el inconsciente espiritual en donde tendrán cabida una moralidad y una creencia o religiosidad inconsciente.

Existe una tendencia inconsciente hacia Dios, es decir: inconsciente pero intencional hacia Dios. Se da así la posibilidad de que nuestra relación con Él puede ser innata e inconsciente, estar reprimida y por lo tanto oculta para nosotros mismos.

Frankl rechaza una interpretación panteísta (lejos de considerar al inconsciente como divino), rechaza también un inconsciente omnisciente. También rechaza considerar al inconsciente existiendo por sí mismo, independiente. El inconsciente espiritual no se halla a nivel impulsivo, no es instinto. No será, por lo tanto, que uno se sienta arrastrado hacia Dios sino que ha de decidirse por Él o contra Él.

La sintonía de la conciencia con la ley eterna es para Frankl la sintonía con Dios, autor de la misma.

Según Frankl la religiosidad es lo más sagrado que hay en el hombre y está en lo más hondo de él, protegida por el pudor. Pertenece al Yo, no al Ello ni al Inconsciente Colectivo. Es la vivencia del carácter fragmentario y relativo del hombre ante algo que lo supera: la Trascendencia. Ante ella el hombre se detiene, no es capaz de ir más allá. El Dios del hombre religioso es Trascendente, siempre calla, aunque se lo invoque.


El hombre religioso

El hombre que ha llegado a entender su vida como misión puede dar un nuevo paso: Vivir la misión como mandato. Se descubren los rasgos esenciales del Homo religiosus: un hombre cuya conciencia y responsabilidad se da junto a la misión que él se impone.

Frankl se opone a la opinión de que la actitud religiosa convierte al hombre en un ente pasivo. Al contrario, está convencido de que lo puede hacer sumamente activo al estimular su responsabilidad.

Es en la misma existencia humana donde se descubre el Absoluto. Si se negara pretendería ser él el Absoluto. Sin embargo se manifiesta incapaz de crear una imagen de lo que debe ser, no puede medirse a sí mismo según una serie de valores si no cuenta con un Valor Supremo, un Supersentido. Es imprescindible que se vea como creatura, imagen de Dios, para no dar lugar a una caricatura de sí mismo.

No se trata de la soberbia de querer ser como Dios sino de acercarse a Él lo más posible. “Debe aspirarse a lo absolutamente mejor si se quiere llegar a lo relativamente mejor” (Goethe).

Del mismo modo que el hombre no puede ser comprendido sin Dios, no se puede acceder a Él sino desde el hombre mismo. Lo racional es insuficiente y deja paso a lo emocional, a ese anhelo irresistible que no puede referirse sino a Dios.


EL PROBLEMA DE LA FE Y LA EXISTENCIA DE DIOS.

El sistema terapéutico de Frankl se ocupa de la fe como un concepto amplio. No se refiere a una fe en la Revelación, no se limita a un creer o no en Dios. El fenómeno de la fe es visto principalmente con relación al Sentido.


Como científico se ocupa de un sentido particular de cada situación, aquí y ahora. Pero no por esto niega la existencia de un Sentido Último. Tanto la existencia de Dios como su no-existencia representan dos posibilidades para el psiquiatra y el psicólogo “Se me puede obligar –dice- a saber  algo, pero nunca a creer en algo. La creencia empieza al poder elegir libremente."

Una posible objeción teológica sería decir que no considera a la Gracia de Dios. Frankl sale al paso diciendo: si el hombre debe creer en Dios debe ser ayudado por la Gracia. No se debe olvidar que mi investigación se mueve en el ámbito de la Psicología, es decir a nivel humano. 

La gracia en cambio se refiere a la dimensión sobrenatural.

La consecuencia de no aceptar un Sentido último es triste. Concebir todo como un gran absurdo carente de sentido, en el que todo es ambiguo.

El hombre debe decidir, pero lo hará libremente. No será una decisión de carácter intelectual sino más bien existencial.

Para llegar a Dios la principal vía será la emocionalidad.

Toda respuesta positiva a los problemas de finalidad o metas del mundo y al sentido de lo que nos sucede está reservada a la fe. De ese modo el hombre religioso resuelve el problema, con la idea de una Providencia.

La idea de un fin último escapa a las posibilidades humanas. Es una categoría trascendente. El hombre puede llegar a concebirlo como un concepto límite, como un Suprasentido. No le aferramos en el campo intelectual sino en el campo existencial, a través de la fe.

La dimensión antropológica y teológica son distintas, dos mundos diversos. 

Reconocer la diferencia no es derrota. Supone un momento de conocimiento y lleva a la Sabiduría.

El hombre que no puede llegar a comprender un mundo por encima de él puede vislumbrarlo por la fe, o entrar en contacto con él si el Mundo Superior irrumpe en el mundo propio del hombre por medio de la Revelación. El paso realizado por la fe hacia la dimensión ultra humana se fundamenta en el amor. La fe debe ser precedida por algo que va más allá de los argumentos. La fe en un Sentido Último está precedida por la confianza en un Ser Último, por la confianza en Dios.

No significa que considere la fe en Dios como producto o resultado de lo psíquico. Lo espiritual no se puede reducir a un origen psíquico. Es ilícito negar la existencia de un Ser Divino atribuyéndola al miedo del hombre primitivo a los poderes superiores a su voluntad. Ese hecho no implica que Dios no exista. La fe en un Sentido Superior hace al hombre más fuerte por ser auténtica, por nacer de una fuerza interior. No es Dios la imagen de un padre humano, sino que el padre humano es imagen del Creador.


La religiosidad que Frankl descubre en el hombre concibe a Dios como un ente personal, La Personalidad por antonomasia. El Primer y Último Tú. Dios para Frankl es la Super Persona, el Super Sentido. Es quien da sentido a todo (Fin Último de Sto. Tomás). El Fin Absoluto no puede ser alcanzado en esta vida, sólo buscado: existe para nosotros en la búsqueda.


No debemos hacer preguntas sobre el Sentido Último. Somos más bien los interrogados. Debemos con nuestra vida dar respuesta. Nosotros, sólo nosotros somos los seres que buscamos sentido a la vida. Pero no lo hallaremos a menos que nos abramos a una dimensión profunda, a menos que todo lo que vivimos, experimentamos, obramos, elaboramos, esté impregnado de la confianza en algo que no nace de nosotros mismos.


Los Apóstoles

Santiago el menor:

Al lado de Santiago "el Mayor", hijo de Zebedeo, del que hablamos el miércoles pasado, en los Evangelios aparece otro Santiago, que se suele llamar "el Menor". También él forma parte de las listas de los doce Apóstoles elegidos personalmente por Jesús, y siempre se le califica como "hijo de Alfeo" (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). A menudo se le ha identificado con otro Santiago, llamado "el Menor" (cf. Mc 15, 40), hijo de una María (cf. ib.) que podría ser la "María de Cleofás" presente, según el cuarto evangelio, al pie de la cruz juntamente con la Madre de Jesús(cf. Jn 19, 25).

También él era originario de Nazaret y probablemente pariente de Jesús (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3), del cual, según el estilo semítico, es llamado "hermano" (cf. Mc 6, 3; Ga 1, 19). El libro de los Hechos subraya el papel destacado que desempeñaba este último Santiago en la Iglesia de Jerusalén. En el concilio apostólico celebrado en la ciudad santa después de la muerte de Santiago el Mayor, afirmó, juntamente con los demás, que los paganos podían ser aceptados en la Iglesia sin tener que someterse a la circuncisión (cf. Hch 15, 13).


San Judas Tadeo y San Simón el Cananeo:

Hoy contemplamos a dos de los doce Apóstoles:  Simón el Cananeo y Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). Los consideramos juntos, no sólo porque en las listas de los Doce siempre aparecen juntos (cf. Mt 10, 4; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13), sino también porque las noticias que se refieren a ellos no son muchas, si exceptuamos el hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserva una carta atribuida a Judas Tadeo.


Simón recibe un epíteto diferente en las cuatro listas:  mientras Mateo y Marcos lo llaman "Cananeo", Lucas en cambio lo define "Zelota". En realidad, los dos calificativos son equivalentes, pues significan lo mismo:  en hebreo, el verbo qanà' significa "ser celoso, apasionado" y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso del pueblo que eligió (cf. Ex 20, 5), como a los hombres que tienen celo ardiente por servir al Dios único con plena entrega, como Elías (cf. 1 R 19, 10).


Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.


San Matías:

Al terminar hoy de recorrer la galería de retratos de los Apóstoles llamados directamente por Jesús durante su vida terrena, no podemos dejar de mencionar a quien siempre aparece en último lugar en las listas de los Doce:  Judas Iscariote. Y queremos referirnos también a la persona que después fue escogida para sustituirlo, es decir, Matías.

Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y de condena. El significado del apelativo "Iscariote" es controvertido:  la explicación más común dice que significa "hombre de Keriot", aludiendo a su pueblo de origen, situado cerca de Hebrón y mencionado dos veces en la sagrada Escritura (cf. Jos 15, 25; Am 2, 2). Otros lo interpretan como una variación del término "sicario", como si aludiera a un guerrillero armado de puñal, llamado en latín "sica". Por último, algunos ven en ese apodo la simple trascripción de una raíz hebreo-aramea que significa:  "el que iba a entregarlo". Esta designación se encuentra dos veces en el cuarto Evangelio:  después de una confesión de fe de Pedro (cf. Jn 6, 71) y luego durante la unción de Betania (cf. Jn 12, 4).


No hay comentarios:

Publicar un comentario