jueves, 22 de julio de 2021

Logoterapia como encuentro con lo Trascendental - Hacia una Cultura del Encuentro

 Para poder comprender de una manera clara el lugar de lo humano y de lo trascendental, debemos partir de nuestra propia realidad antropológica. En otras palabras desde el "pensar con la mano sobre el corazón" (Entendiendo la palabra corazón como el lugar más íntimo y más humano). La concepción de lo humano, nos enseña la logoterapia, participa de tres dimensiones:


1. Dimensión somática: Todo lo que afecta a lo orgánico.

2. Dimensión psíquica: Todo lo referente a lo estrictamente mental.

3 Dimensión espiritual; Donde reside la identidad, unicidad y dignidad de la persona.


Cada persona, tú y yo, somos algo absolutamente nuevo para el mundo desde el momento de nuestra existencia. Y ya nunca más habrá en el mundo algo idéntico a ti... La existencia espiritual no es transmisible, no puede trasplantarse de padres a hijos, o entre hermanos. Los padres sólo pueden transmitir el contenido genético de los cromosomas que determinan la dimensión somática y la dimensión psíquica,  pero no la dimensión espiritual. El hijo es un "ser nuevo y diferenciable", que se identifica con un "Yo" a sí mismo (recordamos el valor del yo para el psicoanálisis). Ha surgido un "nuevo tú", que como una cerilla da fuego a otra cerilla, no quita ni suma valor ontológico a los padres, pero, recuerda, siempre será un "nuevo tú" y para él siempre será su "Yo", nunca un "Tú".


La dimensión espiritual forma parte de la naturaleza, pero no es visible. Pero que sea invisible no significa de que sea irreal. Los fenómenos del alma, como el "amor a la verdad" o la "buena voluntad" son invisibles, y nadie duda de esa realidad. Al contrario, todos nos jactamos de tener esas cualidades anímicas. Recordemos del concepto de "fenómeno" de Edmund Husserl al presentar su teoría de la "Fenomenología Trascendental". 


Las tres dimensiones no son independientes ni seccionadas. Las tres dimensiones forman una sola integralidad y un sólo concepto de lo humano. Si falta lo anímico lo orgánico sería como una marioneta del "sin sentido" y si falta lo orgánico, sería como un auto con la energía de su motor, pero sin neumáticos, 


La dimensión espiritual es el núcleo del ser existente, y la que organiza al organismo psicofísico. De forma analógica se parece a la relación del músico con su instrumento. Tanto uno como el otro son necesarios para que la música surja. Si el instrumento se desafina (enfermedad), no habrá músico capaz de tocar en él. A diferencia entre el músico y su instrumento, la dimensión espiritual es distinta a las demás dimensiones humanas. La dimensión espiritual no está sujeta a la materia, por tanto no tiene temporalidad, su movimiento no es de naturaleza mecánica, no se puede ver, y no se puede enfermar. Al contrario, será la dimensión espiritual la que permita al enfermo una relación personal con el proceso orgánico de su enfermedad. La dimensión espiritual constituye ese núcleo central que no es afectado ni en la psicosis. Una afección psíquica toca al organismo psicofísico y puede llegar a desorganizarlo o destruirlo. El espíritu aún cuando no se enferma, por su íntima unidad con las demás dimensiones humanas puede ser perturbado.


Frankl ve al "espíritu" como un eje que atraviesa el consciente, preconsciente e inconsciente. El "espíritu" (el yo en su esencia) se introduce en estos tres planos, como un hilo que ensarta tres agujas. Por ello hablamos de un nuevo concepto de "persona profunda", Pues la dimensión somática y mental quedan limitadas al ámbito vegetal y animal. Sólo la dimensión espiritual surge de la "existencia espiritual" que habita en lo más profundo del inconsciente. La persona humana sin la dimensión espiritual queda reducido a una existencia irreflexiva y no analizable. La dimensión espiritual permite la capacidad de captar el mundo como objeto, siendo él mismo inobjetivable. La dimensión espiritual es en su última instancia como en su origen es de carácter inconsciente. 


Algunas ideas:


1. La persona es una Unidad.

2. Su Unidad no se rompe ni siquiera con la psicosis.

3. La persona es totalidad y no se desintegra o integra a otras personas.

4. Cada persona es un ser nuevo.

5. La persona es existencial, dinámica y capaz de trascenderse a sí misma.

6. La persona es libre y responsable. Tiene un sentido y un ante quién ser responsable.

7. La persona no es considerado un manojo de instintos.

8. La persona no es un compuesto de actos reflejos.

9. La persona es un ser libre y espiritual.

10. Los condicionamientos biológicos y sociales son superados por la trascendencia.

11. La persona es persona siempre y cuando sea espiritual.

12. La conciencia es el órgano de sentido. Te posibilita tener un diálogo contigo mismo.

13. La conciencia guía al hombre, participa de nuestra limitación, nos remite a la trascendencia y se expresa a través de un cuerpo.



¿Por qué la Persona tiene una dimensión espiritual?


Una persona tiene una dimensión espiritual en cuanto es capaz de dos cosas:


Primera capacidad: El autodistanciamiento


Se puede separa de si mismo y de sus circunstancias.


Segunda capacidad: La autotrascendencia


Ser hombre significa trascenderse a sí mismo.


Hacia la Teología del Encuentro


Conociendo la dimensión espiritual podemos comprender como el  "sentido de vivir" está unido a la relación con aquello totalmente distinto.


Los Apóstoles


Felipe: Aunque Felipe era de origen judío, su nombre es griego, como el de Andrés, lo cual constituye un pequeño signo de apertura cultural que tiene su importancia. Las noticias que tenemos de él nos las proporciona el evangelio según san Juan. Era del mismo lugar de donde procedían san Pedro y san Andrés, es decir, de Betsaida (cf. Jn 1, 44), una pequeña localidad que pertenecía a la tetrarquía de uno de los hijos de Herodes el Grande, el cual también se llamaba Felipe (cf. Lc 3, 1). El cuarto Evangelio cuenta que, después de haber sido llamado por Jesús, Felipe se encuentra con Natanael y le dice:  "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas:  Jesús el hijo de José, de Nazaret" (Jn 1, 45). Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael —"¿De Nazaret puede salir algo bueno?"—, Felipe no se rinde y replica con decisión:  "Ven y lo verás" (Jn 1, 46). 


Bartolomé: Su nombre es claramente un patronímico, porque está formulado con una referencia explícita al nombre de su padre. En efecto, se trata de un nombre probablemente de origen arameo, bar Talmay, que significa precisamente "hijo de Talmay". Pero tradicionalmente se lo identifica con Natanael:  un nombre que significa "Dios ha dado". Este Natanael provenía de Caná (cf. Jn 21, 2) y, por consiguiente, es posible que haya sido testigo del gran "signo" realizado por Jesús en aquel lugar (cf. Jn 2, 1-11). La identificación de los dos personajes probablemente se deba al hecho de que este Natanael, en la escena de vocación narrada por el evangelio de san Juan, está situado al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelios.


Tomás: El cuarto evangelio, sobre todo, nos ofrece algunos rasgos significativos de su personalidad. El primero es la exhortación que hizo a los demás apóstoles cuando Jesús, en un momento crítico de su vida, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, acercándose así de manera peligrosa a Jerusalén (cf. Mc 10, 32). En esa ocasión Tomás dijo a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él» (Jn 11, 16). Esta determinación para seguir al Maestro es verdaderamente ejemplar y nos da una lección valiosa: revela la total disponibilidad a seguir a Jesús hasta identificar su propia suerte con la de él y querer compartir con él la prueba suprema de la muerte. En efecto, lo más importante es no alejarse nunca de Jesús. Por otra parte, cuando los evangelios utilizan el verbo «seguir», quieren dar a entender que adonde se dirige él tiene que ir también su discípulo.


Mateo: Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa "don de Dios". El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso:  "el publicano" (Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento:  "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo:  "Sígueme". Él se levantó y le siguió" (Mt 9, 9). También san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman "Leví". Para imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.


Ronald Rivera

@RonaldMRivera







  





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