martes, 28 de noviembre de 2023

Francisco, la Santa Sede, la Agenda 2030 y las ODS




El mundo de hoy vive un momento histórico donde los tópicos sociales son cada vez más globales y multifactoriales. Como sucede, por ejemplo, con la Agenda 2030 a la que hay que volver de vez en cuando, en especial por la gran desinformación que ronda sobre ella.

Hagamos un recordatorio. El 25 de septiembre de 2015, 193 máximos dirigentes mundiales reunidos en Naciones Unidas aprobaron la entrada en vigor de la Agenda 2030. ‘Transformar Nuestro Mundo’ es el lema de la agenda. El Plan está basado en 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que abordan los urgentes desafíos globales en el curso de los próximos siete años. Esta agenda aspira al progreso social y económico sostenible en todo el mundo y se construye sobre los cimientos de los anteriores Objetivos de desarrollo del Milenio. No solamente busca erradicar la pobreza extrema en el planeta sino integrar y equilibrar las tres dimensiones del desarrollo –económico, social y ambiental– en una visión global e integral. Lo objetivos son de aplicación universal. En palabras de Ban Ki-Moon en 2016: ”Todas las naciones deberán aplicar los ODS en sus políticas y planes nacionales, si es que queremos alcanzarlos”. Un llamamiento francamente maximalista.

Desde entonces, repetidamente he expresado mis cautelas sobre la viabilidad de los ODS por varias razones. En primer lugar, los ODS son un  proyecto aspiracional, una ambición aplaudible pero desmesurada. Los ODS han registrado una explosión en el número de objetivos (de 8 a 17) y de metas (de 18 a 169) tan amplios y envolventes que abarcan a la totalidad de las variables sociales, políticas y económicas influyentes en la problemática del desarrollo del sur. Una concentración de objetivos haría el plan más realista y viable. William Easterly, profesor de la Universidad de Nueva York y referente mundial en desarrollo ha expresado que “los ODS son una vaga colección de tópicos que fracasará en todos los frentes. Me hacen sentirme bastante nostálgico de los ODM”.

En segundo lugar, la indefinición en las fuentes de financiación del proyecto: El plan deberá pasar de los miles de millones de los ODM a los 12 billones de dólares necesarios de los ODS, según el Banco Mundial. En un entorno de intereses nacionales dispares los gobiernos han mostrado poco apetito para financiarlos, y la reunión de Naciones Unidas en Adís Abeba posterior a la Declaración escuchó palabras grandilocuentes pero comprometió pocos recursos adicionales para ayudar a los países más vulnerables. Se citan los tradicionales cauces de la ayuda oficial al desarrollo junto a fondos privados, a través de las asociaciones mixtas que la ONU consagra en el ODS 17, así como de procesos, como la ‘Iniciativa de Energía Sostenible para Todos’ o el ‘Mecanismo Global de Financiamiento’. Junto a ellos, fondos internos obtenidos directamente de las arcas de países del Sur en desarrollo, además de las reformas fiscales internas y la abolición de los paraísos fiscales. Pero casi todo está por concretar.

En tercer lugar, la ausencia de un modelo de gobernanza para las potenciales asociaciones de actores que inciden en la implementación de los ODS, lo que confiere al proyecto un factor de vulnerabilidad y una merma de responsabilidad y transparencia. Los ODS llaman a un ‘partenariado’ (asociación) global entre Naciones Unidas y el sector privado para asegurar las inversiones necesarias estimadas en 2,5 billones de dólares anuales, algo que recuerda a la ‘Iniciativa de Rediseño Global’ propuesta en Davos en 2012 y que transformaba a Naciones Unidas en una asociación público-privada en la que las grandes corporaciones participaban conjuntamente con los Estados en la gobernanza global. O sea que el llamado empoderamiento (titularidad) de los ODS abre nuevos caminos pero sin aclarar el como y el cuanto del nuevo diseño.

Han pasado varios años desde que España aprobase la aplicación de la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 y hasta el momento se han visto avances significativos para su cumplimiento, en opinión de las organizaciones civiles. Según el índice de los ODS de 2023, que cada año elabora la Sustainable Development Solutions Network (SDSN) de Naciones Unidas y la Fundación Bertelsmann para medir el grado de cumplimiento alcanzado por cada país con estos objetivos, España se sitúa ahora mismo en el puesto 16 de un ranking de 157 países.

Hay, entre nosotros algunos brotes para el optimismo. El Gobierno Vasco ha asumido como propios los objetivos ODS en la elaboración de la Agenda Basque Country 2030. Esta hoja de ruta vasca recoge compromisos y mecanismos de evaluación que el Ejecutivo vasco quiere someter a contraste y validación por parte de la ONU. La semana pasada, 117 empresas vascas han firmado el Pacto Mundial de las Naciones Unidas con los (ODS). Su objetivo es fomentar la implantación de los 10 Principios del Pacto para la sostenibilidad empresarial y el desarrollo sostenible en materia de derechos humanos, trabajo, medio ambiente y anticorrupción. En un acto promocional, la directora general de la red estatal de Pacto Mundial ha destacado la necesidad de que el sector privado se implique en los desafíos económicos, sociales y medioambientales a los que tenemos enfrentarnos en el corto y medio plazo.

La incorporación de la empresa a los ODS es un paso más en la estrategia de responsabilidad social. No es el tradicional marketing sin alma para contar con una coartada social. Promover los ODS le otorga propósito, licencia social para operar, sentimiento de pertenencia y fidelización con los grupos de interés de cada una de ellas.

El viernes pasado se publicaba la noticia de que la ‘compra verde’ pública en Euskadi -una opción hasta ahora voluntaria para las entidades públicas- será de obligado cumplimiento desde marzo.

Paso a paso, acortando el largo trayecto hasta la utopía.

El Papa Francisco y las ODS:

El Papa Francisco, en su discurso ante la Asamblea General el 25 de septiembre de 2015, describió la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la cumbre como "un importante signo de esperanza". Una esperanza que se realizará si la Agenda se implementa de manera verdadera, justa y efectiva.

Sin embargo, el Papa Francisco ha advertido a la comunidad internacional sobre el peligro de caer en "un nominalismo declaracionista", lo que significa la práctica de "apaciguar las conciencias" con declaraciones solemnes y agradables, en lugar de hacer "verdaderamente efectiva la lucha contra todos los flagelos". La Santa Sede, por ejemplo, expresa su esperanza de que el indicador actual de pobreza extrema, aproximadamente un dólar al día, pueda ir acompañado o sustituido por indicadores más ambiciosos y más amplios. El Santo Padre también ha alertado a la comunidad internacional sobre el peligro de pensar que "una sola solución teórica y apriorística proporcionará una respuesta a todos los desafíos".

Escuchando las palabras del Papa Francisco, la Santa Sede desea considerar ciertos principios al evaluar la Agenda 2030 y al interpretarla e implementarla a nivel nacional e internacional. 

Para ello la Santa Sede propone:

1. Comprensión del desarrollo humano integral.

2. Proporcionar medios tanto materiales como espirituales.

3. Respeto al principio de justicia.

4. El derecho a la educación a la luz de la trascendencia de la persona.

5. Respeto al estado de derecho.

6. Resolución pacífica a controversias.

7. Respeto a los demás y al bien común.

8. Construyendo los cimientos para una fraternidad universal.

Como conclusión podemos sintetizar que todas las acciones para un bien común deben estar centradas en la persona humana y en el resguardo de su dignidad.

Ronald Rivera




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