Domingo 2 (B) de Cuaresma
Hoy contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor» (San Juan Pablo II): «Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3). Por lo que a nosotros respecta, podemos entresacar un mensaje: «Destruyó la muerte e irradió la vida incorruptible con el Evangelio» (2Tim 1, 10), asegura san Pablo a su discípulo Timoteo. Es lo que contemplamos llenos de estupor, como entonces los tres Apóstoles predilectos, en este episodio propio del segundo domingo de Cuaresma: la Transfiguración.
Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal acojamos este estallido de sol y de luz en el rostro y en los vestidos de Jesús. Son un maravilloso icono de la humanidad redimida, que ya no se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno siente cuando se deja invadir por la gracia divina.
El Espíritu Santo transfigura también los sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para nosotros, avezados como estamos al grisáceo de la mediocridad. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en Dios, y en los hombres divinizados por Aquel que resucitó entre los muertos.
«La espiritualidad cristiana -escribió san Juan Pablo II- tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro», de tal manera que -a través de una asiduidad que podríamos llamar "amistosa"- lleguemos hasta el punto de «respirar sus sentimientos». Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "trans-figuración" en su Hijo Jesucristo.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«En aquel milagro hubo también otra lección. Pues aparecieron, en conversación con el Señor, Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas. Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí. Como dice san Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (San León Magno)
«Tenemos necesidad de apartarnos en un espacio de silencio —de subir a la montaña— para reencontrarnos con nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. ¡Pero no podemos quedarnos ahí! El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a bajar de la montaña y volver a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual» (Francisco)
«A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro ‘comenzó a mostrar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén, y sufrir y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día’ (Mt 16,21). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por Él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le ‘hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén’ (Lc 9,31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: ‘Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle’ (Lc 9,35)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 554)
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