Abrazar la cruz de la enfermedad de un cónyuge
La enfermedad
de un cónyuge puede presentarse desde el comienzo del matrimonio como estado
enfermizo de salud, como debilidad física y como capacidad trabajadora
limitada. Pero puede también irrumpir de improviso en el matrimonio, como en el
caso de una desgracia o de una condición física gravemente patológica.
En
ambos casos surgen determinados problemas psicológicos, tanto para la pareja
enferma como para la sana. Y también para el matrimonio.
Hablemos
primeramente de cónyuge enfermo. Mientras él está constantemente abatido,
cansado, incapaz de efectuar cualquier otro trabajo por la tarde, observa día
tras día que su mujer escribe por la noche en celular personal, estira los
pantalones deportivos de sus hijos, se le nota las ganas de visitar y recibir
amigos. Con frecuencia estos pacientes manifiestan en el matrimonio envidia por
la vida, es decir, envidian a su dulce mitad sana por esa vitalidad que a ellos
les faltan. Envidian a la mujer porque es sana porque puede comer y beber,
mientras que se contentan consigo mismos con haber pasado la jornada no del
todo mal. ¡Qué tormento contemplar que el otro vive más intensamente que ellos!
Invito
a estos enfermos a reflexionar:
- Es posible que en las
circunstancias de enfermedad uno se comporte demasiado orgulloso. En este
caso, deben aprender a emplear mejor sus fuerzas y a no someterse hasta el
agotamiento en el trabajo. Traten de hacer así, e inmediatamente la
envidia, este sentimiento impotente y penoso que se atreven siquiera a
manifestar, desaparecerá. Y les quedarán fuerzas para disfrutar de un
paseo por el parque.
- No abusen de su
enfermedad física “amargando” la vida de su pareja. Tanto el marido como
la mujer corren peligro de “sacrificarse” por el amor en esta tarea. Con
frecuencia no entra para nada el amor, sino simplemente el deseo de
hacerse necesitado.
A la
pareja sana se le recuerda que esté atenta a no hacerse la indispensable para
dar un “sentido” a la propia existencia, viéndose sólo con sentido precisamente
mediante esta obra de asistencia sanitaria. A menudo tal intento se vuelve un
impedimento para la curación del cónyuge enfermo, ya que con ella la vida de la
pareja sana perdería su propósito de vivir.
Recuerdo
una pareja en la que el marido tenía treinta y cinco años más que la mujer, la
cual era joven y atrayente. En sociedad él estaba siempre inseguro. Vivía con
la preocupación constante de perder a la mujer, bella y agraciada. Un día tuvo
ella un accidente automovilístico. Dio con la cara al parabrisas y se le
quedaron marcadas tres cicatrices en la mejilla derecha y en la nariz. Desde
entonces se restableció el equilibrio en aquel matrimonio. Él se resignó a su
edad, porque “podía” advertir que su mujer, a causa de aquella deformación,
había perdido parte de su atractivo, de su seguridad y de su seducción.
Esta
historia es paradójica e insensata, porque crea el fantasma de que resolvieron
su problema. En realidad no es ninguna solución si un cónyuge “arrastra” al otro
a su nivel. El marido solo se engaña a sí mismo en un acto completamente
egoísta.
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