Para
darle sentido a la cruz es necesario
hacerse próximo en familia
Caridad y Palabra de Dios
San
Pablo exhorta a los cristianos de Colosas a vivir con aquellas virtudes que
proceden de haber resucitado con Cristo, de ser santos por haber sido elegidos
y amados por dios. So virtudes que se resumen en la caridad: “Y por encima de
todo, revístanse del amor que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14).
De
esta forma a pesar de la cruz diaria, de los motivos para sentirse ofendidos o
tener que quejarse de los demás, que sepan dar a su caridad incluso las
dimensiones del soportarse mutuamente y de la prontitud al perdón a ejemplo del
Señor y movidos por Él.
De
esta actitud profunda y constante brota una paz que es don de Cristo y que
configura interior y exteriormente las condiciones de vida de los miembros de
la comunidad, a las que todos estamos llamados.
Como
alimento, medio y garantía para mantenernos con este fervor y fuego de la
caridad, está por una parte la alusión constante de la Palabra de Dios, que
debe estar siempre en medio de los fieles y permanecer intensamente entre
ellos, y, por otra, la oración incesante, “cantando a Dios con un corazón
agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3, 16).
Proximidad de Dios
Comencemos
por lo fundamental. El “hacerse próximo” atraviesa el misterio profundo de
proximidad que constituye el sentido y el fundamento de toda la existencia
familiar. Así, el primer modo de dejarse formar y modelar por la caridad es
ser, precisamente como familia, fieles al proyecto de Dios: ser signo y
sacramento de Dios para el mundo, signo e instrumento de la caridad de Cristo,
testimonio e imagen viva de la proximidad misma de Cristo.
Es la
primera e insustituible misión de una familia cristiana, y más aún actualmente,
ya que se imaginan y proponen formas de vida familiar que desgraciadamente en
nada se parecen a imágenes de la caridad de dios y sí a una convivencia
provisional, a un contrato de trabajo, a una comunidad de vida que se puede
interrumpir al propio antojo.
Amor recíproco
Un
nuevo peldaño: para ofrecer el testimonio de la fidelidad a Dios, ser signo e
instrumento de su amor, cada familia debe vivir el amor interiormente. Es el
primer sendero de la caridad, como recuerda el Papa en la “Familiaris
Consortio”, cuando dice que la primera tarea de la familia consiste en “vivir
fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una
auténtica comunidad de personas” (nº 18).
Amor
vivido entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas,
entre unos familiares y otros.
Amor
que significa buen entendimiento, serenidad recíproca, capacidad para sonreír,
comprender, escuchar el discurso del otro; ausencia de prejuicios recíprocos,
superación de distancias, de reticencias, de desconfianzas, de momentos
difíciles que suelen presentarse para turbar las relaciones familiares;
capacidad de realizar entre las distintas generaciones intercambios y
enriquecimiento mutuo.
Amor
que se declina con las modulaciones ricas y realistas sugeridas por el apóstol
Pablo en el pasaje a los colosenses y que nos remite, como alimento y garantía,
a la escucha constante de la Palabra de Dios en familia, a la oración en
familia.
Se
trata, por, tanto de asegurar esos momentos y espacios estupendos e
insustituibles, aun en medio de la marcha agotadora del día a día, y de todas
las dificultades prácticas que pueden surgir. Es el significado del tiempo de
desierto aplicado a la familia.
Se
trata, por tanto, de encontrar todos juntos el valor, la fuerza y la alegría de
unir las manos y expresar a dios los sentimientos más profundos del corazón. De
tres modos podemos hacerlo: orar juntos con las palabras que sabemos, orar
juntos con un salmo, orar juntos con una página del Evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario