Abrazar
la cruz de la infidelidad matrimonial
La
infidelidad matrimonial es una realidad. Se verifica más a menudo de lo que
suponen los moralistas. Y es un error buscar soluciones ilusas o ciegas. No
sobreviene casi nunca por casualidad o con una persona cualquiera. La
infidelidad tiene casi siempre una larga “prehistoria” y, en general, “sucede”
en situaciones claramente típicas con personas que tienen una relación bien
precisa con quien es infiel: ellos representan exactamente lo que le falta.
Ellos son, o por lo menos dan la impresión de ser, un complemento ideal de
quien es infiel. Junto al matrimonio se vive aquello que no puede ser vivido en
el matrimonio o es vivido en tono menor.
Por
eso, a mi parecer, frente a estos casos no sirven para nada ni
sentimentalismos, ni lágrimas, ni escenas. Sólo pueden servir de ayuda, a parte
de la oración, tres preguntas realistas:
Primero:
¿Por qué lo he hecho? ¿Lo he
intentado realmente todo para descubrir a mi mujer física, psíquica y
espiritualmente? ¿Le he ofrecido afectivamente todas las posibilidades para que
fuera ella misma, para descubrir su camino y para desarrollar en su vida un
estilo personal?
O
bien, ¿Le he impedido todo esto por tranquilidad? Tal vez con mi comportamiento
autoritario, sofocante e intolerante ¿He impedido que ella no haya conquistado
nunca contornos definidos, que no se haya hecho una personalidad y que, se haya
vuelto aburrida?
Segundo:
¿Por qué lo ha hecho él? ¿Por qué me
ha traicionado? ¿Lo haré tal vez agobiado con mis celos y desconfianza? ¿Soy,
acaso, una fanática de la casa, que pensaba solamente en las cosas del hogar,
de la oficina, de los hijos, mientras él llegaba a casa abatido en las noches?
¿Dedico más hora al internet que a estar con él? ¿Lo habré encadenado con mi
amor? ¿Habré reducido su vida personal? ¿Me he preocupado por mantenerme
atrayente, tanto física como intelectualmente? ¿He sofocado los momentos románticos
con mi mal humor?
Tercero:
¿Se puede salvar todavía nuestro
matrimonio? En esta pregunta se encuentra la palabra decisiva. “Nuestro”
matrimonio.
La
infidelidad matrimonial tiene siempre que ver con el secreto, el engaño, la
mentira y la clandestinidad. Precisamente estos secretos tienen, por lo
general, el efecto de volver extraños a los cónyuges.
Aquí
está uno con sus problemas.
Allí
el otro, también con los suyos.
En
medio se cruza la barrera de la desconfianza, de la ira, de los celos, de la desilusión.
Y
ahora surge esta pregunta, en que se trata de nuestro matrimonio, de algo
común, por tanto, de algo que se debe pensar, tratar y aclarar en su interés
comunitario. Esta pregunta representa la gran posibilidad de cada matrimonio
que se halla en peligro de adulterio. Si se plantea con seriedad y con la mejor
disposición personal y espiritual, el matrimonio ya está casi salvado.
Lo
que luego pase tiene que ver con la tolerancia, con la humanidad, con la
generosidad y con el arte de vivir.
El
cónyuge terco, limitado, duro y egoísta, con seguridad no comprenderá nunca, y
difícilmente o jamás logrará perdonar. El adulterio del cónyuge es una ruptura
definitiva. Y significa la separación.
Muchos
cónyuges deben hacerse esta pregunta solos. Hay algunos cuya infidelidad no ha
salido a la luz del día, y otros que se interpelan una y otra vez sobre el
sentido o no-sentido, sobre el valor o no-valor de su conducta. Para ellos con
frecuencia es más difícil que para aquellos cuya infidelidad ha sido descubierta.
Más difícil, porque no cuentan con el alivio de la conversación, porque tienen
miedo de confiarse con cualquier persona, porque temen con razón que su
confianza podría ser mal entendida. Para ellos es más difícil, porque no pueden
resolver el “enredo” con la confesión. Porque tienen que vivir toda la vida con
la contradicción de haber traicionado a la pareja, a quien aman de doble
manera: en la fidelidad y en la verdad.
¿Se puede prever la propia
infidelidad?
¿Se puede la puede prevenir?
Sobre todo, ¿Un hombre puede
amar a dos mujeres?
Diez
novelas no bastarían para responder a estas preguntas de manera satisfactorias.
Por eso me voy a limitar a unas breves indicaciones desde la experiencia de
hombre casado:
- ¿Realmente estoy enamorado? ¿Por qué no puede suceder esto? Tal vez
caemos en el error de creer que el
matrimonio es una especie de seguro contra todas las “tentaciones”
procedentes del exterior; pero no existe tal seguridad. Por eso la
comunicación y una vida de constante participación sacramental es la clave
para alejar las tentaciones procedentes de terceros.
- La presencia de esa mujer lo electriza. El problema no es sentir esa electricidad, el
matrimonio no es capaza de impedir eso, pero lo más antes posible
reflexiones un poco por ver si su “amiga” no colma una laguna importante
de su vida matrimonial.
- Aún no has permitido nada. Usted pretende decir que todavía no ha cometido
ninguna falta, que hasta ahora es
solo una chispa a distancia… Pues, le digo que desde el momento que recreó
en su mente la posibilidad de la infidelidad desde ese momento ya quitó
toda distancia y si no desiste de sus pensamientos esa chispa en la
primera oportunidad ocasionará un incendio.
- Pero usted “ama también a su esposa…” aquí
empieza su ilogicidad. Este “también” denota una coordinación equivocada.
Es decir, que ese sentirse electrizado no tiene nada que ver con el amor.
La relación basada en escudriñar mis carencias y llenarlas de placer no es
vinculante, ni amorosamente ni siquiera debe serlo sexualmente. No puede amarse
dos personas a la vez en plano sexual y afectivo por el simple hecho de que
una relación amorosa prejuzga la otra. Lo que logres alcanzar con una
pareja será una pérdida irremediable de lo que sientes por la otra. Y
lamentablemente la más perjudicada es la persona infiel, pues a medida que
esta esté vinculada afectivamente y sexualmente con distintas personas,
aparte de su cónyuge, está restando su sentido afectivo y por lo general
queda sin nada.
- ¿Cómo terminará mi relación infiel? La respuesta está en sus manos. Puede dejarse
arrastrar por las circunstancias o dar un alto y sopesar lo que está
perdiendo, empezando por su sanidad mental y afectiva.
Antes
de concluir este punto algunos consejos elementales:
Primero: El matrimonio es algo más que “amar a un hombre
o a una mujer”. El
matrimonio es construir juntos un edificio vivo. Si se deja de construir, el
matrimonio deja de respirar…
Segundo: el matrimonio es algo más que la “la felicidad
con los hijos”. El
matrimonio es un jardín que hay que cuidar, a fin de que la joven vida pueda
crecer.
Tercero: el matrimonio es algo más que “vivir íntimamente
en familia”. El matrimonio es
el cristal en el que se reflejan las experiencias sociales decisivas para todos
los miembros de la familia.
Y la
“máxima” más importante, si usted desea que su matrimonio se mantenga vivo, no
debe olvidar que el centro de la relación debe estar basada en Dios y su vida
sacramental. Si usted no hace caso de este último consejo, el peligro en su
matrimonio se duplica.
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