Es comparativamente fácil seguirle los pasos a la historia de la misa de rito romano después de Gregorio el Grande (590-604). Tenemos ahora como documentos, en primer lugar, los tres famosos sacramentarios. El más antiguo, llamado Leoniano, existe en un manuscrito del siglo VII, pero su composición se adjudica variadamente al siglo V, VI y VII (Cfr. LIBROS LITURGICOS). Se trata de un fragmento, en el que falta el canon, pero en lo que se puede apreciar representa la misa como la conocemos (sin las adiciones gálicas posteriores). Aún están en uso muchas de sus colectas, secretas, postcomuniones y prefacios. El libro Gelasiano fue escrito entre los siglos VI a VIII. Está parcialmente galicizado y fue compuesto en el reino franco. En él sí aparece nuestro canon, palabra por palabra. El tercer sacramentario es el Gregoriano, que fue el que aparentemente fue enviado por el Papa Adrián I a Carlomagno entre 781 y 791. Contiene diversas misas creadas desde tiempos de Gregorio y algunos suplementos que fueron incorporados gradualmente al libro original resultando en añadidos francos (i.e. antiguos romanos y gálicos). Dom Suitbert Bäumer ("Ueber das sogen. Sacram. Gelasianum" en the "Histor. Jahrbuch", 1893, pp. 241-301) y Edmund Bishop ("The Earliest Roman Massbook" en "Dublin Review", 1894, pp. 245-78) explican el desarrollo del rito romano del siglo IX a XI de la siguiente manera: el sacramentario romano (puro) enviado por Adrián a Carlomagno fue ordenado por el rey para ser utilizado en el reino de los francos. Pero la gente estaba apegada a sus antiguas costumbres, que eran en parte romanas (Gelasiano) y parte gálicas. Como resultado, cuando el libro Gregoriano fue copiado, ellos (en especial Alcuino, + 804) le insertaron los suplementos francos. Dichos suplementos fueron gradualmente incorporados al libro original y, así modificado, regresó a Roma (por la influencia de los emperadores carolingios) y se convirtió en la “costumbre de la Iglesia Romana”. El “Missale Romano Lateranense” del siglo XI (Ed. Azevedo, Roma, 1752) muestra completo este rito fusionado y afirma que era el único en uso en Roma. La misa romana había sufrido, así, su última modificación desde la época de Gregorio el Grande: una fusión parcial con elementos gálicos. Según Bäumer y Bishop la influencia gálica es más notable en las variaciones para el curso del año. Su teoría es que Gregorio le dio a la misa mayor uniformidad (desde los tiempos del sacramentario Leoniano) y la acercó un poco al modelo inmutable de las liturgias orientales. La variedad que apreciamos hoy día para los diferentes días y tiempos retornó posteriormente con los libros mixtos. También se aprecia cierta influencia gálica en muchas ceremonias dramáticas y simbólicas, ajenas al estilo purista del rito romano (Cfr. Bishop, “The Genius of the Roman Rite”). Tales ceremonias son la bendición de las velas, las cenizas, las palmas, gran parte del ritual de Semana Santa, etc.
Los “Ordines” romanos, de los cuales doce fueron publicados por Mabillon en su “Museum Italicum” (y luego otros, por De Rossi y Duchesne), son fuentes valiosas que complementan los sacramentarios. Se trata de descripciones del ceremonial, sin las oraciones (como el “Caeremoniale Episcoporum”) y van desde el siglo VIII al XIV o XV. El primero (siglo VIII) y segundo (basado en el anterior, con añadidos francos) son los más importantes (Cfr. LIBROS LITÚRGICOS). A partir de ellos y de los sacramentarios podemos reconstruir la misa de Roma de los siglos VIII y IX. Aún no se acostumbraba recitar oraciones preparatorias al pie del altar. El Papa, acompañado de gran número de acólitos, cantores, diáconos y subdiáconos, entraba al templo mientras se cantaba el salmo del introito. Después de una postración se cantaba el Kyrie eleison, con nueve invocaciones (como hoy día) (Cfr. KYRIE ELEISON). En las fiestas, enseguida se cantaba el Gloria (Cfr. GLORIA IN EXCELSIS). El Papa entonaba la oración del día (Cfr. COLECTA), a la que seguían dos o tres lecturas (Cfr. LECTURAS EN LA LITURGIA), entre las que se cantaban salmos (Cfr. GRADUAL). Habían desaparecido las oraciones de los fieles, dejando tras de si únicamente las palabras Oremus, como un fragmento de recuerdo. Mientras se cantaba el salmo del ofertorio la gente llevaba al altar sus ofrendas, donde eran recibidas y acomodadas por los diáconos. Se recitaba la secreta (la única oración de ofertorio en aquel entonces) una vez que el Papa se hubiese lavado sus manos. Seguían, como actualmente, el prefacio, el sanctus y el canon. Una referencia a los frutos de la tierra llevó a las palabras “per quem haec omnia”, etc. Luego venían la oración del Padre Nuestro, la fracción, acompañada de una ceremonia muy complicada, el beso de paz, el Agnus Dei (a partir del Papa Sergio, 687- 701), la comunión bajo las dos especies, durante la que se entonaba el salmo de comunión (Cfr. ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN), la oración de la post-comunión, la despedida (Cfr. ITE, MISSA EST) y la procesión de regreso a la sacristía (para una descripción más detallada, cfr. C. Atchley, "Ordo Romanus Primus", Londres, 1905; Duchesne, "Origines du Culte chrétien", VI).
Ya se ha explicado cómo este rito romano “mixto” gradualmente tomó el lugar del gálico (Cfr. LITURGIA). Por los siglos X y XI ya prácticamente la única misa en uso en Occidente era la romana. Posteriormente y en algunos momentos se hicieron algunas modificaciones a la misa, ninguna de ellas de trascendencia. La recitación del Credo de Nicea fue importada de Constantinopla. Se dice que en 1014 el emperador Enrique II (1002- 1024) convenció al Papa Benedicto VIII (1012- 1024) de incluir dicha acción depués del Evangelio (Berno of Reichenau, "De quibusdam rebus ad Missæ offic,pertin.", II). Ya se había estado usando así en España, Galia y Alemania. La totalidad del actual ritual y las oraciones que recita el celebrante en el ofertorio fueron importados de Francia alrededor del siglo XIII ("Ordo Rom. XIV", LIII, es el primer testimonio de ello. P. L., LXXVIII, 1163-4). Antes, las únicas oraciones del ofertorio eran las secretas (“Micrologus”, XI, en P.L. CLI, 984). Surgió una abundante variedad de ellas a lo largo de la Edad Media y hasta la revisión del misal en tiempos del Papa Pio V (1570). La costumbre de incensar a personas y objetos también es de origen gálico. Roma no adoptó tal costumbre hasta el siglo XI o XII (Micrologus, IX). Anteriormente el incienso se utilizaba exclusivamente durante las procesiones (la entrada y la procesión del Evangelio; cfr. C. Atchley, “Ordo Romanus Primus”, 17-18). Las tres oraciones que dice el sacerdote antes de su comunión son devociones privadas que fueron introduciéndose gradualmente en el texto oficial. Durando (siglo XIII, “Rationale”, IV, LIII) menciona la primera (por la paz); el Rito Sarum tiene, a su vez, oraciones dirigida a Dios Padre (“Deus Pater fons et origo totius bonitatis”: Dios Padre, fuente y origen de toda bondad. Ed. Bumtisland, 625). El Micrologus menciona solamente la segunda (Domine Iesu Christe, qui ex voluntate Patris: Señor Jesucristo, quien por la voluntad del Padre), pero añade que en este momento se recitaban también muchas otras oraciones privadas. También en ello hubo gran variedad durante la Edad Media hasta la publicación del misal de Pio V. Las últimas adiciones a la misa son sus actuales inicio y final. El salmo “Iudica me”, la confesión de los pecados y las otras oraciones que se dicen al pie del altar son parte de la preparación del celebrante, y antiguamente se recitaban en la sacristía junto con muchos otros salmos y oraciones. Tales oraciones constityen la “Preparatio ad Missam” del misal actual. Pero hasta que Pio V estableció la regla moderna que rige lo que se debe decir ante el altar, hubo gran variedad de formas. Todo lo que sigue al “Ite Missa est” también es agregado, parte de la acción de gracias, y no fue oficialmente admitido sino hasta Pio V.
Ya hemos dado cuenta, hasta aquí, de todos los elementos de la misa. El siguiente paso en el estudio de su desarrollo es observar el crecimiento de numerosas variedades del rito romano en el Medioevo. Estos rituales medievales (Paris, Ruán, Triers, Sarum y otros en Europa Occidental) pueden ser considerados como simples exuberancias locales del viejo rito romano. Lo mismo se aplica a las costumbres de varias órdenes religiosas (cartujos, dominicos, carmelitas, etc.). Ninguna de ellas merece siquiera ser entendida como rito derivado. Sus cambios no pasan de ser simples adiciones y amplificaciones adornadas, aunque en algunos casos, como la preparación dominica de las ofrendas antes de la misa, señalan hacia alguna influencia gálica. Las liturgias milanesa y mozárabe son asunto aparte. Ellas descienden de un rito genuinamente distinto- el gálico original- a pesar de haber sido ellas también romanizadas considerablemente (Cfr. LITURGIA).
Mientras tanto, la misa iba sufriendo otro tipo de cambios. Durante los primeros siglos era costumbre que varios sacerdotes concelebraran. De pie alrededor de su obispo, ellos se unían a sus oraciones y consagraban las ofrendas con él. Esto aún se usa en los ritos orientales. En Occidente dicha costumbre había casi desaparecido en el siglo XIII. Santo Tomás de Aquino (+ 1274) discute la cuestión “si varios sacerdotes pueden consagrar la misma hostia” (Summa Theologica, III, Q. LXXXII, a. 2). Su respuesta es, claro, que sí pueden, pero sólo menciona el caso de la misa de ordenación. Y de hecho (hasta el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica que lo acompañó, N.T.) sólo se concelebraba en esas ocasiones. Durante la ordenación de sacerdotes y obispos todos los orenados concelebran con el ordenante. En los demás casos, la concelebración fue reemplazada en la Edad Media con varias celebraciones privadas separadas y simultáneas. Indudablemente que la costumbre de ofrecer cada misa por una intención especial fue lo que propició ese cambio. La celebración separada y simultánea llevó a la construcción de muchos altares en cada templo y a la reducción del ritual a su mínima forma posible. Se evitó la participación del diácono y el subdiácono; el celebrante asumió las funciones de ellos junto con las suyas propias. Un acólito tomó la parte del coro y de todos los demás auxiliares; todo pasó a ser recitado en vez de cantado; se omitió la incensación y el ósculo de paz. Y con ello llegamos al conocido ritual de la Missa privata. Y esto, a su vez, influyó en la Missa solemnis, durante la cual el celebrante también comenzó a recitar todas las oraciones, aunque también pudiesen ser cantadas por el coro, el diácono o el subdiácono.
La costumbre de ofrecer cada misa por una intención especial llevó a los sacerdotes a celebrar diariamente. Claro que esto no se ha constituido en una norma constante. Por una parte, se escucha hablar de sacerdotes que decían varias misas al día, en contra de prohibiciones expresas de los concilios medievales. En el otro extremo, algunos sacerdotes demasiado piadosos no se atrevían a celebrar diariamente. Bossuet (+ 1704), por ejemplo, únicamente celebraba misa los domingos, las fiestas y todos los días de la Cuaresma o en aquellas ocasiones en que el misal indicara una misa especial. No existe ninguna obligación para que los sacerdotes celebren diariamente, aunque hoy es común que así lo hagan. El Concilio de Trento deseaba que los sacerdotes celebraran al menos los domingos y en las fiestas solemnes (Ses. XXIII, cap. XIV). (Las Nuevas Instituciones Generales del Misal Romano, del año 2000, indican que de ser posible los sacerdotes deben celebrar diariamente la misa, N.T.). La celebración sin asistencia de acólitos (Missa solitaria) ha sido continuamente prohibida, como por ejemplo, por el Concilio de Mainz en 813. Otro abuso era la missa bifaciata o trifaciata, en la cual el celebrante repetía varias veces la primera parte de la misa, del introito al prefacio, y después reunía todo en un solo canon, para dar satisfacción a varias solicitudes de intenciones. Tal práctica también fue prohibida por los concilios medievales (Durandus, “Rationale”, IV, I, 22). La missa sicca (misa seca) constituía una forma común de devoción en funerales o esponsales vespertinos, cuando no se podía celebrar una misa real. En ella, se seguía en todo el ritual excepto el ofertorio, la consagración y la comunión (Ibid. 23). La missa nautica y la missa venatoria también eran formas de misa seca, celebradas en alta mar durante alguna tormenta o en cacerías, cuando no se tenía suficiente tiempo. En algunos monasterios cada sacerdote estaba obligado a decir una misa seca después de la celebración de la misa real (la conventual). El Cardenal Bona (Rerum Liturg. Libro duo, I, XV) argumenta en contra de las misas secas. Afortunadamente desaparecieron después de la reforma de Pio V. La misa de los presantificados (missa praesantificatorum; leitourgia ton proegiasmenon) es una antigua costumbre descrita por el Segundo Concilio de Trulle, 692. Se trata de una celebración- no es una misa en sentido estricto- de comunión con hostias consagradas y reservadas en alguna misa anterior. Se acostumbra en la Iglesia Bizantina en los días de las semanas de Cuaresma (excepto sábados) y, en el rito romano, el Viernes santo.
Finalmente, llegó la uniformidad del rito romano y con ella la abolición de casi todas las variantes medievales. El Concilio de Trento consideró el asunto y nombró una comisión especial que preparara un misal uniforme. Ese misal fue publicado por Pio V por medio de la bula “Quo primum” el 14 de julio de 1570. Esa fue una de las últimas fases de la historia de la misa romana (El Concilio Vaticano II, con la promulgación el 4 de diciembre de 1963 del documento “Sacrosanctum Concilium”, originó una revisión del misal de Pio V, a la que siguió una serie de reformas al mismo que cristalizaron en el asi llamado “Misal de Paulo VI”, de 1969, y en sus últimas revisiones- a través de las “Institutio Generalis Missalis Romani” en 1975, todavía bajo Paulo VI, y en 2000, bajo el pontificado de Juan Pablo II, N.T.). El misal de Pio V fue utilizado en toda la Iglesia Latina, a excepción de los casos en los que él mismo autorizó alguna modificación, con prescripción en dos siglos. Estas excepciones salvaron las variantes utilizadas por algunas órdenes religiosas y algunos ritos locales y las liturgia mozárabe y milanesa. Clemente VIII (1604), Urbano VIII (1634) y León XIII (1884) revisaron ligeramente las rúbricas y la lecturas contenidas en el libro (Cfr. LIBROS LITÚRGICOS). Pio X revisó el canto litúrgico (1908). Pero dichas revisiones dejaron vigente el misal de Pio V. Desde la Edad Media ha habido un cambio incesante en el sentido de adiciones de misas propias de fiestas nuevas, y el misal cuenta ahora con un suplemento que no deja de crecer, si bien dichas adiciones no constituyen un cambio litúrgico propiamente dicho. Las nuevas misas se crean siguiendo estrictamente las líneas de las antiguas.
Veamos ahora la misa romana (según el Misal de Pio V, y al cual las reformas del Concilio Vaticano II sólo afectaron en aquello que se orienta más directamente al fomento de la participación comunitaria y activa de los fieles en la misa y a destacar la centralidad del Misterio Pascual,N.T.), que es sin comparación la más extendida e importante, y sin duda constituye, en muchos sentidos, la celebración eucarística más antigua de la cristiandad.
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