martes, 21 de mayo de 2024

Origen de la Misa



La misa occidental, como todas las liturgias, comienza, claro, con la Última Cena del Señor. Lo que Él hizo, reiterado en memoria suya según su mandato, es el núcleo de la misa. Tan pronto como llegó la fe a Occidente se comenzó a celebrar la Eucaristía, al igual que en Oriente. Al inicio, el lenguaje usado era el griego. De esa liturgia original, y habiendo cambiado la lengua al latín, nacieron los dos grandes ritos occidentales: el latino y el gálico (Cfr. LITURGIA). De esos dos, la misa gálica puede ser rastreada más fácilmente. Es tan antioquena en su estructura y en el texto de muchas de sus oraciones, que podemos estar seguros al afirmar que constituye una forma traducida de la liturgia de Jerusalén-Antioquía, llevada a Occidente casi al mismo tiempo que la más o menos flexible liturgia universal de los primeros tres siglos daba origen a los diferentes ritos fijos (Cfr. LITURGIA; RITO GALICO). El origen de la misa romana, por otra parte, es una cuestión más difícil de resolver. Tenemos aquí dos datos ciertos y establecidos: la liturgia griega descrita por san Justino Mártir (+ circa 165), que es la de la Iglesia Romana del siglo II y, en el otro extremo del desarrollo, la liturgia de los primeros sacramentarios romanos en latín, del siglo VI. Ambos son diferentes. La descripción de Justino nos muestra un ritual al que hoy llamaríamos del tipo oriental, que corresponde con notable exactitud al de las Constituciones Apostólicas (Cfr. LITURGIA). Los sacramentarios Leoniano y Gelasiano, por su parte, nos permiten conocer lo que hoy es prácticamente nuestra actual misa romana. ¿Cómo pasó la celebración de uno a otro rito?. Esta es precisamente una de las dificultades principales en la historia de la liturgia. Durante los últimos años, sobre todo, se han propuesto toda clase de soluciones y combinaciones. Empezaremos por observar algunos puntos ciertos que pueden servirnos de referencia en una investigación.


Justino Mártir, Clemente de Roma, Hipólito (+ 235) y Novaciano (+ 250), todos están de acuerdo en las liturgias que describen, si bien la evidencia de los últimos dos es muy débil (Probst, "Liturgie der drei ersten christl. Jahrhdte"; Drews, "Untersuchungen über die sogen. Clement. Liturgie"). De entre los Padres de los primeros tres siglos, Justino es quien nos ofrece la descripción más completa de la liturgia (Apol. I, LXV, LXVI, citado y disutido en LITURGIA). Nos describe cómo se celebraba la Sagrada Eucaristía en la Roma del siglo II. Su narración es un punto de partida necesario, un extremo de la cadena cuyos eslabones intermedios andan extraviados. Apenas tenemos datos sobre los diferentes pasos que siguió el desarrollo del rito romano en los siglos III y IV. Es un tiempo de misterio en el que abundan las conjeturas. Pero volvemos a tomar piso firme al inicio del siglo V, luego de un cambio radical. Son de este tiempo el fragmento del Pseudo-Ambrosio, “De sacramentis” (alrededor del año 400. Cf. P.L. XVI, 443), y la carta del Papa Inocencio I (401-417) a Decencio de Eugubio (P.L. XX, 553). En esos documentos vemos que la liturgia romana ya se decía en latín y que ya su rito era en esencia el que aún usamos nosotros. Algunas indicaciones del fin del siglo IV confirman eso. Poco después llegamos a los primeros sacramentarios (Leoniano, del siglo V o VI; Gelasiano, del siglo VI o VII) y de ahí en adelante se clarifica bastante la historia de la misa romana. Los siglos V y VI son, así, el otro extremo de la cadena. Respecto al intervalo entre el siglo II y el V, durante el cual tuvo lugar el gran cambio, aunque poco conocemos a través de la misma Roma, tenemos datos valiosos que llegan de Africa. Hay muchas razones para pensar que en asuntos litúrgicos la Iglesia de Africa seguía muy de cerca a la romana. Podemos saber mucho acerca de Roma a través de los Padres africanos del siglo III: Tertuliano (+ circa 220), san Cipriano (+ 258), las Actas de las santas Perpetua y Felícitas (+ 203), san Agustín (+ 430) (cfr. Cabrol “Dictionnaire d’archéologie”, I, 591-657). La cuestión referente al cambio del griego al latín es menos importante de lo que pudiera parecer. Simplemente ocurrió cuando el griego dejó de ser la lengua usual de los cristianos romanos. El Papa Víctor I, un africano, parece haber haber sido el primero en utilizar latín en Roma. Novaciano escribe en latín. Hay señales que nos hacen pensar que la costumbre litúrgica de la segunda mitad del siglo III en Roma ya utilizaba el latín (Kattenbusch, “Symbolik”, II, 331), aunque durante muchos siglos se conservaron también fragmentos de griego. Otros escritores piensan que el latín no fue adoptado sino hasta el fin del siglo IV (Probst, "Die abendländ. Messe", 5; Rietschel, "Lehrbuch der Liturgik", I, 337). Sin duda, durante algún tiempo, ambos lenguajes fueron usados a la par. Este asunto ha sido discutido a fondo en la obra de C.P.Caspari "Quellen zur Gesch. des Taufsymbols u. der Glaubensregel" (Christiania, 1879), III, 267 ss. En ocasiones el Credo se rezaba en griego; algunos salmos también. Hasta el siglo VIII, las lecturas del Sábado Santo se proclamaban en griego y latín (Ordo Rom., I, P.L., LXXVIII, 966-68, 955). Aún quedan fragmentos de griego en la misa romana: “Kyrie eleison”, “Hagios O Theos”. El cambio de lengua, empero, no necesariamente implica un cambio de rito. Las alusiones que hace Novaciano en latín acerca de la oración eucarística concuerdan casi totalmente con las que hace Clemente Romano en griego y con las formas griegas de las Constituciones Apostólicas, VIII (Drews, op. Cit. 107-122). Los africanos, Tertuliano, san Cipriano, etc., quienes escribían en latín, describen un ritual my cercano al de Justino y de las Constituciones Apostólicas (Probst, op. cit., 183-206; 215-30). El rito gálico, como muestra Germano de París (Duchesne, "Origines du Culte", 180-217), demuestra qué tan oriental- o sea, griega- puede ser la liturgia latina. Consecuentemente, debemos percibir el cambio de idioma como un detalle que no afectó gran cosa el desarrollo del ritual. Mas indudablemente que el uso del latín sí fue un factor que influyó en la tendencia romana de abreviar las oraciones, de dejar fuera de las fórmulas lo que pareciese redundante, y de simplificar toda la ceremonia. El latín es naturalmente terso, comparado con la retórica abundancia del griego. Esta diferencia es una de las más obvias entre el rito romano y los ritos orientales. (A raíz de la promulgación de la Constitución Apostólica “Sacrosanctum Concilium” del Concilio Vaticano II, en 1963, el latín dejó de ser la lengua universal de la misa. Cada país celebra la Eucaristía en su lengua vernácula, N.T.)


Si pudiésemos suponer que durante los primeros tres siglos existió una liturgia común a lo largo de toda la cristiandad, cuyas diferencias eran simples variaciones de detalles, pero que era uniforme en sus puntos principales, y que esa liturgia común está representada por el capítulo octavo de las Constituciones Apostólicas, en él encontraríamos el origen de la misa romana y de todas las demás liturgias (Cfr. LITURGIA). Hay, claro, razones especiales para asumir que este tipo de liturgia era el que se utilizaba en Roma. Nuestras más grandes autoridades al respecto (Clemente, Junstino, Hipólito, Novaciano) son todos romanos. A pesar de ello, incluso el actual rito romano, que pasó por varias modificaciones posteriores, guarda algunos elementos que se asemejan notablemente a los de la liturgia de las Constituciones Apostólicas. Por ejemplo, nunca ha habido una oración pública para el ofertorio. El “oremus” que se dice antes del ofertorio formaba parte de algo muy distinto: de las antiguas oraciones de los fieles, de las que aún conservamos un ejemplo en la serie de “colectas” del Viernes Santo. El ofertorio se hace en silencio mientras que el coro canta parte de un salmo. Mientras tanto, el celebrante dice algunas oraciones privadas del ofertorio que en la forma antigua de la misa son solamente las “secretas”. Las antiguas secretas son verdaderas oraciones de ofertorio. En el rito bizantino, por otro lado, las ofrendas son preparadas de antemano y se llevan al altar mientras se canta el Cherubikon, y luego ofrecidas sobre el altar por un Synapte público de diáconos y fieles, y la oración es cantada una vez en voz alta por el celebrante (hoy día sólo la Ekphonesis se canta en voz alta). La costumbre romana de un ofertorio silencioso con oraciones privadas se corresponde con el de las Constituciones Apostólicas. También en ellas la rúbrica indica: “Los diáconos llevan las ofrendas al obispo en el altar” (VIII, XII, 3) y “El obispo, orando en silencio [kath heauton, “silenciosamente”] con los presbíteros...” (VIII, XII, 4). Ni duda cabe que en este caso también se cantaba un salmo simultáneamente, que servía de único contraste para la oración callada. Las Constituciones Apostólicas ordenaban que en este punto los diáconos deberían agitar unos abanicos sobre las ofrendas (precaución práctica para ahuyentar los insectos, VIII, XII, 3). Tal cosa se conservó también en Roma hasta el siglo XIV (Martène, "De antiquis eccl. ritibus", Antwerp, 1763, I, 145). La misa romana, al igual que las Constituciones Apostólicas (VIII, XI, 12), tenían un lavatorio de manos directamente antes del ofertorio. Y alguna vez tuvo el ósculo de paz antes del prefacio. El Papa Inocencio I, en su carta a Decencio de Eugubio (416), comenta sobre esta antigua costumbre de ubicarlo ante confecta mysteria (antes de la oración eucarística. P.L. XX, 553). Ahí lo colocan las Constituciones Apostólicas (VIII, XI, 9). En Roma, durante la fracción del pan, y después del Padre Nuestro, el celebrante entonaba: “Pax Domini sit semper vobiscum”. Parece ser que fue a este punto al que se movió primeramente el beso de la paz (tal como lo dice la carta de Inocencio I). Este saludo (he eirene tou theou meta panton hymon: la paz de Dios esté con todos ustedes), único en el rito romano, aparece de nueva cuenta en las Constituciones Apostólicas. En éstas aparece dos veces: después de la intercesión (VIII, XIII, 1) y durante el ósculo de paz (VIII, XI, 8). Las dos oraciones romanas después de la comunión, la post-comunión y la Oratio super populum (ad populum, según el sacramentario Gelasiano) corresponden a las dos oraciones de las Constituciones Apostólicas (VIII, XV, 1-5 y 7-9): una de acción de gracias y una sobre el pueblo.


Algo interesante se puede deducir del actual prefacio romano. Algunos prefacios comienzan sus referencias a los ángeles (quienes cantan el sanctus) con la forma et ideo (y por tanto). En algunos de esos casos no queda claro a qué se refiere ese ideo. Al igual que el igitur al inicio del canon, no parece que lo justifiquen las palabras que lo anteceden. ¿Podría ser que nos estemos olvidando de algo?. El comienzo de la oración eucarística en las Constituciones Apostólicas, VIII, XII, 6-27 (nuestro prefacio, la parte anterior al Sanctus, se encuentra en Brightman, “Liturgies, Eastern and Western”, I, Oxford, 1896, 14- 18), es mucho más largo y enumera puntualmente los beneficios de la creación y de varios eventos del Antiguo Testamento. A los ángeles se les menciona dos veces, al inicio, como primeras creaturas, y después al fin, de improviso, sin conexión con lo que antecede, para introducir el Sanctus. La brevedad de los prefacios romanos nos hace pensar que fueron abreviados. Todos los otros ritos inician la oración eucarística (luego de la fórmula “Demos gracias”) con una larga acción de gracias por los diferentes beneficios de Dios, los cuales enumeran. Sabemos también qué cantidad del desarrollo de la misa romana es debida a la tendencia a simplificar las antiguas oraciones. Si, de esa misma manera, suponemos que el prefacio romano es una simplificación del de las Constituciones Apostólicas, dejando de lado los detalles de la creación y de la historia del Antiguo Testamento, podremos dar razón del ideo. Las dos referencias a los ángeles de la oración antigua se han fundido en una. El ideo se refiere a la lista de beneficios que ha sido omitida y en la cual los ángeles también tenían parte. El paralelo entre los diferentes órdenes de ángeles en ambas liturgias es exacto:


Misal romano Constituciones Apostólicas . . . . cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia cælestis exercitus . . . sine fine dicentes. . . stratiai aggelon, archallelon, . . . . thronon, kyrioteton, . . . . . . . . stration aionion, . . . . legonta akatapaustos.


Otro paralelo se halla en las formas antiguas del “Hanc igitur”. Baumstark ("Liturgia romana", 102-07) ha encontrado dos formas romanas primitivas de esta oración en los sacramentarios de Vauclair y de Ruán, impresos por Martène (“Voyage littéraire”, Paris, 1724, 40). En ellas la oración es mucho más larga y tiene un carácter definido de intercesión, como lo encontramos en los ritos orientales al fin de la anáfora. La forma es: “Hanc igitur oblationem servitutis nostrae sed et cunctae familiae tuae, quaesumus Domine placatus accipias, quam tibi devoto offerimus corde pro pace et caritate et unitate sanctae ecclesiae, pro fide catholica... pro sacerdotibus et omni gradu ecclesiae, pro regibus...” (Por tanto te pedimos, Señor, que te dignes recibir esta oblación de nosotros tus siervos y de toda tu familia, la cual ofrecemos de corazón por la paz y la caridad y la unidad de la santa Iglesia, por la fe católica...por los sacerdotes y todos los grados eclesiásticos, por los gobernantes...”), etc., y enumera una lista de personas por las que se ofrece la oración. Baumstark ha colocado estas cláusulas en forma paralela con las de las intercesiones de varios ritos orientales. La mayoría de ellos pueden ser encontrados en las Constituciones Apostólicas (VIII, XII, 40-50 y XIII, 3-9). Esto nos da luz sobre otro elemento perdido de la misa. En algún momento fueron suprimidas las cláusulas que enumeraban las peticiones, quizás porque constituían una reiteración innecesaria de las oraciones “Te igitur”, “Communicantes” y de los dos mementos (Baumstark, op.cit. 107). Y la introducción de esa intercesión (Hanc igitur... placatus accipias) se fusionó con lo que alguna vez debió ser una oración por los difuntos (diesque nostros in tua pace disponas, etc: y dispón nuestros días en tu paz, etc).


Aún conservamos un débil eco de la antigua intercesión en la cláusula acerca de los recién bautizados, interpolada en el “Hanc igitur” de Pascua y en Pentecostés. El inicio de la oración tiene un paralelo en las Constituciones Apostólicas, VIII, XIII, 3 (el comienzo de la letanía de intercesión que debe ser recitada por el diácono). Drews piensa que la forma citada por Baumstark, cuyas cláusulas comienzan con pro, era recitada por el diácono en forma de letanía, como las cláusulas de las Constituciones Apostólicas que comienzan con hyper (Untersuchungen über die sog. clem. Lit., 139). La oración que contiene las palabras de la institución en la misa romana (Qui pridie . . in mei memoriam facietis) tiene las mismas construcciones y epítetos de su contraparte en las Constituciones Apostólicas VIII, XII, 36-37. Este y otros paralelos entre la misa y la liturgia de las Constituciones Apostólicas pueden ser estudiados en Drews (op. Cit.). No hay duda de que también se pueden encontrar paralelos en otras liturgias, sobre todo en la de Jerusalén (Santiago). Hay varias formas que corresponden a las del rito egipcio, como por ejemplo la forma romana “de tuis donis ac datis” en el “Unde et memores” (San Marcos: ek ton son doron; Brightman, “Eastern Liturgies”, p. 133, 1, 30); “offerimus praeclare maiestatis tuae de tuis donis ac datis”, corresponde excatamente a la forma del rito copto (“ante tu santa gloria ofrecemos estos dones que son tuyos”, ibid. P. 178, 1, 15). Mas todo ello no simplemente significa que existen pasajes paralelos entre dos ritos distintos. Las semejanzas de las Constituciones Apostólicas son más obvias que las de cualquier otro. La misa romana, incluso sin el testimonio de Justino Mártir, Clemente, Hipólito y Novaciano, aún conserva señales de su desarrollo a partir de un tipo de liturgia cuyo único especimen sobreviviente son las Constituciones Apostólicas (Cfr. LITURGIA). Es más, hay razones para creer que nuestra misa ha sido influenciada desde Jerusalén-Antioquía y Alejandría, si bien muchas de las formas comunes a ella y a estas dos últimas pueden ser remanentes de aquel rito flexible, universal y original que no ha sido conservado en las Constituciones Apostólicas. Debe tenerse en mente que nadie ha afirmado que la liturgia de las Constituciones Apostólicas corresponde letra por letra a la primera liturgia universal. La tesis propuesta por Probst, Drews, Kattenbusch, Baumstark y otros dice que lo que conservan las Constituciones Apostólicas es simplemente una muestra de lo que fue un rito comparativamente indefinido y flexible. Pero entre ese rito romano original (que podemos estudiar exclusivamente en las Constituciones Apostólicas) y la misa que va emergiendo en los primeros sacramentarios (siglos VI y VII) hay un cambio muy profundo. Gran parte de ese cambio puede ser explicado a partir de la tendencia romana a abreviar. Las Constituciones Apostólicas tienen cinco lecturas; en general, Roma tiene sólo dos o tres. En Roma han desaparecido las oraciones de los fieles que se acostumbraban después de la salida de los catecúmenos, así como la intercesión al final del canon. Sin duda ambas fueron consideradas superfluas dado que también hay una serie de peticiones semejantes en el canon. Pero, también, ambas han dejado su huella. Aún decimos oremus antes del ofertorio, ahí donde alguna vez estuvieron las oraciones de los fieles. Aún tenemos esas oraciones en las colectas del Viernes Santo. Y el “hanc igitur” es un trozo de la intercesión. El primer gran cambio que separa a Roma de todos los ritos orientales es la influencia del año eclesiástico. Las liturgias orientales siempre permanecen iguales excepto por las lecturas, el Prokeimenon (versículo gradual) y una o dos modificaciones menores. Por su parte, la misa romana sufre enormes cambios según la época o la fiesta en la que se celebra. La teoría de Probst decía que este cambio es obra del Papa Dámaso (366-384, “Liturgie des vierten Jahrh”, p 448-472). Esta idea, sin embargo, ya fue abandonada (Funk, en “Tübinger Quartalschrift”, 1894, p. 683 ss.). Contamos con la autoridad del Papa Virgilio (540-555) acerca del hecho que en el siglo VI el calendario todavía no afectaba gran cosa el orden de la misa (“Ep. Ad Eutherium”, en P.L. LXIX, 18). Parece que la influencia del calendario fue gradual. Por supuesto que las lecturas siempre fueron muy variadas y cada vez crecía más la tendencia a hacer referencia a los tiempos o las fiestas en las oraciones, en los prefacios e incluso en el canon. Esto culminó en el estado actual del ritual, que de hecho ya estaba siendo puesto en práctica en el Sacramentario Leoniano. Es un hecho que el Papa Dámaso fue uno de los pontífices que modificaron los antiguos ritos. San Gregorio I (590-604) dice que él llevó a Europa desde Jerusalén el uso del Alleluya (“Ep. Ad Ioh. Syracus” en P.L. LXXVII, 956). Fue en el pontificado de Dámaso que la Vulgata se convirtió en la versión oficial romana de la Biblia que se utilizaba en la liturgia, y una larga tradición atribuye al amigo de Dámaso, san Jerónimo (+ 420), el ordenamiento del leccionario romano. Mons. Duchesne piensa que el canon fue fijado por este Papa (Origins du culte, 168-169). Un error curioso de algún teólogo del tiempo de Dámaso, que identificó a Melquisedec con el Espíritu Santo, involuntariamente nos muestra que una oración de nuestra misa ya existía en su tiempo, a saber, “Supra quae”, con su alusión al “summus sacerdos tuus Melchisedech” (“Quaest V. et N. Test. En P.L. XXXV, 2329).

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