jueves, 14 de marzo de 2024

II- Fundamentos bíblicos del sacramento del Orden



 – Fundamentos bíblicos

Referentes veterotestamentarios

• La Carta a los Hebreos nos muestra que la figura sacerdotal del Antiguo Testamento llega su plenitud y es superada con la persona de Cristo. Los liderazgos característicos de Israel son también transformados en la Iglesia. En sentido directo, por lo tanto, no sirven como referencia para explicar la naturaleza del ministerio ordenado. Sin embargo, la lectura tipológica que realizan los Padres y la Liturgia consienten una cierta aproximación al Antiguo Testamento que permite bosquejar algunos aspectos de la naturaleza del sacramento del Orden. Así, las oraciones de consagración hacen referencia a la mediación sacerdotal a través de la figura de Aarón y sus colaboradores (cf. Ex 28,14; 29,1-9.44) y a la función mediadora de gobierno vinculada al profetismo a través de la figura de Moisés (cf. Nm 11,24-30). Desde la Carta a los Hebreos adquiere una relevancia particular la figura de Melquisedec, que vincula la condición real con la sacerdotal e insinúa la eternidad y definitividad del sacerdocio de Cristo. También se reconoce la figura del “pastor”, ante la denuncia profética contra los jefes de Israel (cf. Ez 34). El modelo ritual de la imposición de las manos proviene igualmente del Antiguo Testamento.


El ministerio en el Nuevo Testamento

• En el Nuevo Testamento se reconoce de parte de Jesús la institución apostólica, desvinculada de formas veterotestamentarias. La Iglesia asume esta institución, describiéndola con fórmulas propias y adaptándola a las condiciones de la primera comunidad.

• En la raíz del ministerio ordenado se encuentra la expresa voluntad de Cristo, es decir, su decisión personal de instituir un nuevo pueblo, que tendría como cabeza a un grupo de representantes suyos estructurados de una manera determinada, a los cuales enviaría como prolongación de su propia actividad, con su autoridad.

• El ministerio ordenado encuentra en la institución de Cristo una estructura estable y a la vez abierta a ulteriores determinaciones. La institucionalidad se reconoce por el mismo número doce, las instrucciones precisas a los discípulos enviados a predicar, los logia que establecen la legislación de los enviados, y la función petrina. Al interno de las primeras comunidades cristianas se reconoce una pluralidad de ministerios. Entre ellos, la función de quien encabeza y discierne la ministerialidad, con un margen de libertad para tomar decisiones sobre él. La actuación de los ministros ordenados se inserta en la participación de la exousía de Cristo, que incluye la autoridad de la palabra y los signos que la acompañan. El lugar de los ministros es, a la vez, dentro de ese pueblo nuevo (son discípulos), pero también como cabeza y columna del mismo (son apóstoles). El pueblo escatológico ha recibido el definitivo acercamiento de Dios, y tiene por una parte la misión de conservar la memoria de lo acontecido en Jesús y por otra parte la de expandirse a todos los hombres. La figura de los Doce apóstoles, en este sentido, está presente en la tradición más antigua como responsables de conservar la integridad del mensaje cristiano y transmitirlo a todos.

• La forma “apostólica” del ministerio se caracteriza por el envío de hacer presente, por una participación efectiva, la misma autoridad de Jesús. Si bien un rasgo común a todos los discípulos de Cristo es el servicio, en el apóstol encuentra la forma específica de entender el mismo envío: el servicio apostólico. Su sentido es ser presencia de Cristo, anunciando la buena nueva, edificando y encabezando la comunidad, y comunicando la salvación a través de los signos con los que Cristo dotó a su Iglesia. Un lugar peculiar lo ocupa el memorial de su sacrificio a través de la fracción del pan.

• La incorporación al grupo de los ministros incluye una configuración ritual específica, que implica un llamado/envío y un ser revestido con la fuerza del Kyrios, que se ha visualizado a través de la imposición de las manos.

• El sentido íntegro de la participación en el ministerio de Cristo se encuentra en el momento de la muerte inminente de Cristo: la última cena. Esto permite entender por qué las categorías sacerdotales, inexistentes en el primer momento, podrían asumirse como una síntesis exacta del sentido del ministerio.

• Los Hechos de los apóstoles, sin pretensión orgánica, dan testimonio de estructuras jerárquicas primitivas, difíciles de precisar en sus funciones, que se detectan por el testimonio de la Iglesia de Jerusalén (los Doce, los Siete, los presbíteros) y de Antioquía (lenguaje amplio con funciones diversas). La misma misión de Pablo y de sus colaboradores permite bosquejar ciertas constantes. Parecen encontrarse dos tipos de ministerio: uno general (misionero e itinerante) de los Doce y secundado por los Siete, llamados apóstoles y profetas en el centro antioqueno, y otro local, en el que se reconoce un grupo de presbíteros escogidos o instituidos por los apóstoles, cuya responsabilidad se expresa por el título epíscopo y por la imagen del pastor.

• En las cartas paulinas se reconocen ulteriores matices del ministerio, tanto por la comprensión que el apóstol manifiesta de su propia misión como por la descripción que hace del estado de las comunidades a las que escribe. Destaca la tríada apóstoles-profetasdoctores, aunque existen otros ministerios y no se determinan con precisión sus funciones. Se habla también en general de los guías de la comunidad. El análisis de la diversidad de términos nos lleva a la conclusión de que hay diversos servidores, misioneros o estables, del cuerpo jerárquico, pero se admite la cabeza en Pablo.

• Se suele discutir sobre la situación peculiar de la Iglesia de Corinto, como si hubiera sido una comunidad carismática, no institucional. Lo cierto es que el reclamo que hace Pablo de su propia autoridad en ella no permite sacar tal conclusión.

• Los diversos testimonios nos llevan a identificar desde el principio un orden jerárquico, representado por el mismo apóstol, aunque la configuración concreta de los ministerios y sus funciones resultan escasamente descritos, lo que deja intuir la falta de una forma aún definitiva, no del todo necesaria mientras aún se contaba con la autoridad del apóstol. No aparece hasta aquí la forma actual del triple grado.

• Las cartas pastorales representan un eslabón entre el período directamente apostólico y el momento en el que la Iglesia enfrenta la paulatina desaparición de los apóstoles. Se percibe con más claridad que los colaboradores de Pablo deben asumir el rol de autoridad, a partir de una “intervención profética” acaecida por la imposición de las manos (del apóstol y del colegio de los presbíteros). Se percibe de manera más estable un doble orden de ministerio: el que cumplen los presbíteros y obispos en cada ciudad, y el que cumplen los diáconos, que resulta más difícil de determinar.


Perspectiva sacerdotal del ministerio en el Nuevo Testamento

• Una perspectiva sacerdotal se reconoce presente en textos neotestamentarios, sin ser dominante, en tres niveles: respecto a Cristo, respecto al nuevo pueblo de Dios y respecto al ministro. La lectura de Hb manifiesta claramente una teología sacerdotal aplicada a Cristo, la que se puede extender a ciertos rasgos sacerdotales de Cristo en Lc (tarea cristológica). La comunidad creyente es también descrita como pueblo sacerdotal, en dos traducciones distintas de Ex 19,6 (1P 2,5.9 y Ap 5,9-10; 20,6, tarea eclesiológica). El lenguaje sacerdotal del ministerio en el NT se encuentra como insinuaciones, señalando que, como los sacerdotes del templo, los ministros pueden vivir de su servicio (cf. 1Co 9,13-14) y se les llama colaboradores y servidores de la edificación del templo de Dios que son los fieles (cf. 1Co 3,5-11.16). En perspectiva martirial, Flp 2,17 habla de la ofrenda de la sangre o de la vida cotidiana, y particularmente Rm 15,16 describe la proclamación del evangelio en clave sacerdotal, con un vocabulario específico.

• Los apóstoles realizan gestos rituales, administrando el bautismo e imponiendo las manos. Se habla de una capacitación al ministerio (cf. 1Co 3 y 5). El anuncio y el pastoreo de la mediación apostólica culmina en el sacerdocio eucarístico (cf. 1Co 11,26; cf. Jn 17,17.19). Siendo Cristo el único mediador, sus ministros son instrumentos y representantes de su mediación por su existencia toda. Lo cual se acerca a la “santificación” de Jn 17, cercana al “envío”. El sufrimiento del enviado, además (particularmente san Pablo), se reconoce asociado a la pasión salvadora de Cristo.


• La ausencia de categorías sacerdotales como dominantes se explica por no querer confundir con prácticas paganas o con el mismo judaísmo, y para subrayar la originalidad del servicio cristiano. 

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