Miércoles 5:00 pm
No he tenido noticia alguna de Gaby, su ausencia me ha llevado cada vez más a buscar momentos de oración, pues, siento que es una forma de poder hablar con Dios y preguntar por ella... Tanto ha sido mi gusto en esta práctica que ya ni siquiera busco a Dios por saber de Gaby, sino por que Él se ha convertido en un buen amigo.
El día ha estado muy tranquilo, en medio de mis estudios universitarios la mayor parte de mi tiempo vuela. Sentado en una de las mesas de “Polo” intento convencerme que hoy Gaby no vendrá, si lo fuera hacer ya me fuera llamado. Me pregunto por que la mandarían a llamar desde el Cielo, llegaría a la hora en que Kurt abriría la puerta celestial. Temo que tendré que esperar todavía para poder responderme.
Como no tengo mucho quehacer he pedido una copa de helado de ron con pasa. Una chica bastante simpática con un delantal verde, me trae el helado a la mesa y aprovecho de pedirle una taza de mocachino freez. Mientras asesto mis primeras cucharadas al helado noto como entre el enjambre de personas que caminan por la cera, y por ende frente de mí, pasa una chica que se me es conocida... la sigo con mi mirada y... ¡Ya!, claro... se trata de María Elena, aquella joven prostituta que una vez defendí de algún malhumorado cliente. Levantándome inmediatamente intento llamarla, ella voltea y luego de unos tres segundos sin reacción, sonríe y se acerca a mi mesa.
-Que alegría verte... esteeee... Ron?
- Te acordaste de mi nombre... para mi también es un gusto verte de nuevo. ¿Cómo has estado?
-Bueno, para serte sincera, no muy bien... Pero tú siempre apareces como un ángel para sacarme de ellos. Es más deseaba tanto verte de nuevo, se que apenas nos hemos visto pero desde ese momento me has impregnado como una especie de fuerza, de amor.
Dejándome sonrojado su respuesta la invito a sentarse a mi mesa... en eso la hermosa joven con delantal verde me trae el mocachino freez y pido uno para mi acompañante, le ofrecí también helado pero me dijo que con el mocachino freez ya estaba bien... Tomo las manos de María Elena y le pregunto a que se debe su problema, ella empieza a decirme que desde hace un mes vive con un hombre en una pequeña casucha, en una barriada en las afueras de la ciudad. Dice que ella lo quiere, pero que no hay una sola noche donde no discutan... Yo la animé, le dije que dejara la prostitución y dejara también a ese tipo... Ella me aseguró que está dispuesta a dejar de prostituirse y aceptó mi invitación a asistir conmigo a las charlas de rehabilitación. Saco una papel del bolsillo y le anoto mi teléfono por cualquier necesidad que tenga. La chica de delantal verde vuelve aparecer con un mocachino freez... le cancelo.
Terminado nuestros mocachinos invito a María Elena al cine. Vamos caminando a un centro comercial cercano, donde se encuentran varias salas de cine, reinventando una felicidad compuesta por una parte de los dos...
Jueves 6:00 pm
Me encontraba leyendo algunos apuntes de la universidad, sentado en mi sofá, con la televisión encendida, opacada por el volumen de la radio, cuando de pronto suena el teléfono. Tomo la bocina y era María Elena, su tono era deprimido y quería verme... Me dio la dirección de su casa, la anoté y le aseguré que iba a ser todo lo posible para acercarme. Al principio dude en ir, pero luego decidí en llamar a Emerson para que pasara por mi apartamento y fuéramos en busca de María Elena.
-Tú y tus mujeres... no sales de un problema, y ahora para completar con una prostituta comprometida con un desadaptado social. Terminaremos muertos- me dice Emerson. Yo lo tranquilizo y le digo que lo mejor es no hacerse juicios a priori. Mientras Emerson descifra la dirección, yo manejo mi auto por la interestatal 15, que da a las afueras de la ciudad... Tomamos un desvío y entramos a una barriada de pocas casas, todas signadas por la miseria. La dirección no fue del todo difícil, apenas preguntamos por ella todos sabían donde ubicarla, eso me hizo ver que no era tan trabajoso encontrar la dirección de una prostituta La puerta de la casa de María Elena estaba abierta de par en par, de modo que asomé la cabeza y dije: -¿Qué tal?- No podía creer que viviera en semejante basurero: todo estaba sembrado de cadenas de bici oxidadas, plantas amarillentas, paquetes de cigarrillos y colillas, banderines de Metallica, botellas de cerveza, y una cuerda en que estaban tendida la ropa de Ella. Insistí: -¿María? ¿Estás ahí?- Pero no hubo respuesta. Le hice señas a Emerson que se acercara, y en ese momento salió María Elena con un aspecto horrible y una bolsa de comida de Burger King. La saludé, ella se disculpó por su presencia, yo le dije que no se preocupara. Le presenté a Emerson, quienes intercambiaron una sonrisa. Entramos y nos sentamos en una pequeña mesa. Dijo que estaba sola y que en parte por eso me había llamado... Dijo que el tipo que vivía con ella se había largado con una que hacía strip-tease a Canadá, no porque tuviera un buen empleo para hacerlo, sino por que es traficante. A mi me alegró la noticia, aunque era notorio que le afectaba a María Elena. –Debo de tener una pinta espantosa, ¿No?- me dijo. –No- respondí, -en absoluto-
Ella continúo diciendo:
-¿Tienen hambre? ¿Quieren algo de comer?
-No gracias María...
Permanecimos en silencio durante un rato. María recogió algunas de las prendas del suelo. Luego me dijo: Ron, tengo que darte una buena noticia... Mañana parto a la casa de mis padres... como te he dicho he decidido dejar la prostitución, y por lo de la rehabilitación no te preocupes, ya hablé con mi mamá y está dispuesta a ayudarme en buscar un buen lugar de rehabilitación... la noticia no me la esperaba, en ese momento ella se acerca, me abraza y me dice: Tengo tanto que agradecerte, es por ello que antes de irme quiero que me acompañes mañana a la montaña, como forma de despedida... También tu amigo, Emerson, puede ir... –Ah, gracias... Responde Emerson.
De esta manera luego de reiterar mi amistad y de hablar algunas cosas triviales, nos despedimos de María Elena, acordando vernos mañana... Emerson y yo nos dirigimos al auto y nos montamos lo más pronto posible para salir de esta barriada. Ya habiendo dejado atrás la casa de María Elena, Emerson se da cuenta de un desvío que lleva a una especie de mansión ubicada en una colina. Emerson y yo nos miramos, y definitivamente la curiosidad ganó a la prudencia, tomamos el insinuante camino rumbo a la extraña mansión.
No rodamos mucho, en cuestión de minutos estábamos enfrente de la mansión. Sin preguntarnos nada, nos dieron paso a una especie de parque que servía a su vez de estacionamiento. Estaba lleno de autos. Nos bajamos y observamos un gran anuncio en la entrada del parque... decía “Bienvenido al Matadero”. Era una especie de club nocturno, propio de estos sitios apartados de la ciudad y de las buenas costumbres, donde adolescentes “mayores de edad” daban rienda suelta a su libido juvenil. Es bastante llamativa una fuente inmensa que se ubica prácticamente al frente de unos escalones que dan a la puerta principal del sitio. La fuente contiene un sin número de mujeres, blancas, negras, asiáticas, latinas, como tú las buscaras... todas con ropas mínimas, que por efecto de estar mojadas parecieran que ni las tuvieran puestas... Lo más sorprendente es como son tomadas. Los emocionados jóvenes dejan sus autos en el parque y de allí se acercan a la fuente, escogen la mujer más a su gusto, y sencillamente la toman, o mejor dicho se la montan, como “a caballito” (los más cuidadosos), y suben los escalones para entrar en “El Matadero”. No niego que la escena me turbó, dejándome con la boca abierta... Creo que a Emerson le ocurrió lo mismo. Es notable resaltar que ninguno de los muchachos iban solos, todos se agrupaban como especie de pandillas o camaradas. Casi todos portaban franelas negras, tatuajes, y uno que otro algunas perforaciones... La verdad que no me provocó entrar al sitio, y menos pasar la vergüenza de entrar sin una chica sobre mis hombros, es por ello que con una pequeña seña, llamé a Emerson, que analizaba las chicas de la fuente, para seguir nuestro camino. Emerson aunque un poco receloso cedió en marcharnos, es así como tomamos nuestro auto, dejando “El Matadero” en lo alto de la colina, a merced de cientos de jóvenes con ganas de buscar lo que no conocen o ya han perdido.
Viernes 7:30 am
Tomamos la carretera interestatal teniendo suerte de escapar del tráfico de las 8:00 am. Emerson sentado en el lugar del copiloto va describiendo el inusual paisaje que distorsiona por completo la idea de la ciudad. Ambos dejamos de asistir a nuestras clases universitarias para cumplir con nuestra promesa a María Elena de acompañarla a las montañas... Ya entrando al extraño vecindario y dejando atrás el desvío que lleva a “El Matadero”, el barrio toma una imagen distinta a la última vez que pasamos... Aún así estas casas escondidas entre altos abetos, cicutas y cedros me resultaban tan alejadas de mi vida como podía estarlo China. Por encima de la montaña, que colinda con estas viviendas rurales, el cielo recién aclarecido por el sol se muestra nublado. El aire está cargado de humedad...
Apenas nos bajamos de mi auto frente a la casa de María, estaba empezando a llover. María Elena estaba ya esperándonos, entramos por un momento a su hogar, donde tomamos una taza de café... luego nos dirigimos a mi auto empapándonos un poco de lluvia. A pesar del mal tiempo reinaba un ambiente de expectativa y de emoción... Extrañamente los tres estábamos alegres, sin saber por que. La ruta a la montaña no se encontraba muy lejos de allí, por lo que no tardamos en llegar.
Estando frente a la montaña no bajamos del auto y empezamos a caminar a la dirección del pantano. Ya la lluvia había cesado Llegando al pantano lo rodeamos, pero María pareció decepcionada cuando vio el ancho lago que se extendía como un brazo de agua en el escarpado y oscuro valle de la montaña. Ella me dice:
-Hay una cerca de alambre de espino... ¿no podemos acercarnos a tocar el agua?
Le respondí que no... al menos desde donde estábamos. Emerson entonces intervino en la conversación y dijo: solo es posible acercarse al lago por una ruta que conozco, pero que supone una larga caminata por el bosque.
Como a Ella no le pareció importarle, nos dirigimos carretera arriba, tras dejar a nuestras espaldas un cartel que anunciaba: DIVISORIA DE AGUAS – PROHIBIDA LA ENTRADA, delante de un sitio donde solíamos celebrar fiestas al aire libre junto a compañeros universitarios.
María fumó un cigarrillo, Camels, con gesto malhumorado y se apretó el bolso contra la cadera mientras pasábamos por unas rocas y subimos el empantanado camino de acceso. La cima de la montaña estaba cubierta de neblina y al internarnos entre los árboles sólo oíamos el esporádico canto de un pájaro. María quedó completamente empapada cuando atravesamos el monte bajo de bayas rojizas, hierba y pinos jóvenes. Su voluminosa cabellera se lleno de telarañas, agujas de pino y hojas secas de arándano, que presurosamente Emerson se adelantó para quitárselos... María llevaba los vaqueros negros mojados a las pantorrillas. Le pregunté si quería regresar y dijo que no, que teníamos que seguir, y eso hicimos, hundiéndonos en el húmedo terreno sumergidos por el silencio del bosque oscuro, hasta que vimos el brillo del agua delante de nosotros, era el pantano. María Elena nos ordenó entonces:
-Alto... no se muevan
Y permanecimos inmóviles. Pensé que había visto un oso o que había sacado una pistola de su bolso. Volví la vista y María se quedó paralizada en pleno movimiento. Dijo: -Apuesto lo que sea a que si permaneciésemos aquí quietos y no nos moviéramos ni respirásemos, podríamos detener el tiempo- Así que nos quedamos allí, sumergidos en el bosque, quietos en plena caminata, tratando de detener el tiempo. Creo que, en cierto modo, María recordaba esos momentos importantes de su vida. Me tomó de sus manos y me agradeció todo lo que había hecho por ella... luego tomando la mano de Emerson le dijo lo mismo. Después me empezó a hablar un poco de sus mejores momentos en la infancia, cuando entraba a su mundo adolescente, de aquel que nadie escapa. Ella recordaba cuando disponía un equis número de años para enamorarse de los chicos que lamentablemente fueron equivocados – maltratos e insultos-; recuerdos que ahora trataba de sanar de sus tristezas, callejones sin salida y dolor. Pero María había ya dado un paso importante, relacionarse con lo que es profundo. A veces pienso que las personas que más pena me dan son aquellas incapaces de relacionarse con lo que es profundo... Me pregunto si algún día estas personas despertarán y la parte más profunda de su ser se percatará de que nunca se permitieron existir de verdad. Temo que llorarán de arrepentimiento, vergüenza y pesar.
En otras ocasiones pienso que las personas que más pena me dan son aquellas que en algún momento supieron qué es lo profundo, pero perdieron la capacidad de maravillarse o se volvieron insensibles; individuos que cerraron las puertas que nos conducen al mundo secreto; o a quienes las puertas se les han cerrado por culpa del tiempo, de los descuidos y de unas decisiones tomadas en momentos de debilidad.
Ya frente al pantano, María, Emerson y yo avanzamos hasta la orilla del pantano. Ella sacó de su bolso una bolsa de plástico que contenía dos pececillos de colores con colas transparentes y pinta más bien de estúpidos. Se los había comprado su antiguo amante una semana antes en uno de sus escasos gestos de amabilidad. Nos sentamos en las rocas planas, junto a las inmaculadas, puras, infinitamente oscuras y profundas aguas del lago. María me dice: -Sólo se tiene una oportunidad de enamorarse por primera vez ¿Verdad?- Le respondo: -Bueno, por lo menos tú tuviste la oportunidad. Hay mucha gente que todavía la espera-
Entonces Ella jugueteó con la cristalina agua remansada, hizo pequeñas ondas y tiró una o dos piedras. Luego Emerson empezó a hacer lo mismo. María toma la bolsa de plástico, la sumerge en el agua y le hace unos agujeritos con sus afiladas uñas negras.
-Adiós, pececitos- dijo, cuando se hundieron lánguidamente en las profundidades. –Y procuren no separarse. Son su única oportunidad.- Continuo diciendo.
Sábado 10:00 pm
La noche densa me ofrece su oscuridad, la brisa golpea mi rostro mientras mis pensamientos se dirigen a una multitud de estrellas regadas por el firmamento, de seguro, por alguna mano divina. Sentado en la mirador del edificio puedo ver gran cantidad de viviendas que con sus focos de luz parecen pequeñas luciérnagas. Es la primera vez que subo a la azotea del edificio y es sin duda un mundo interesante, colmado de cabillas sobresalientes, tanques de agua, contenedores y bombas, cajetillas de electricidad, un fuerte olor a betún, y algunos palomares. La soledad reina en este paraje desértico y extraño donde los recuerdos fluctúan con gran facilidad. Las estrellas brillan con todo su esplendor y parecieran bailar alrededor de la luna...
Mis ojos estáticos ante un banco de neblina buscan desesperadamente solo un nombre, pero este no es pronunciado... Me sorprende como el tiempo transforma todas las cosas, apenas ayer en la mañana estaba con María Elena frente a un pantano, y ya para este momento debe estar en otra ciudad, empezando una nueva vida al lado de su madre. Ya el día de hoy a agonizado y no queda rastro de los hechos que apenas unas horas atrás exigían todo de mí... atrás las horas de rehabilitación, en la escuela parroquial; atrás las horas de vagancia con mis amigos, las películas en la televisión, atrás una tarde tan parecida a otras, aunque esta estaba marcada por la nostalgia... nostalgia por volverla a ver. Necesito tanto que Gaby vuelva a estar conmigo.
Cada célula de mi cuerpo extraña sus huellas. Su nombre hace resquebrajar mis huesos, y su olor ausente dejan a mis neuronas increativas. Rezar calma mi ansiedad porque de alguna forma u otra se que me escucha, pero aún así mis manos tiemblan al no saber cuando regresará del Cielo.
Un pequeño búho se posa sobre una antena que sobresale del tejado... Sus grandes ojos me hacen sentir observado, pero no me preocupa su presencia, pues, no podrá preguntarme que hago a altas horas de la noche sentado en la azotea de un edificio, es más quizás ni le importe mi presencia... a lo mejor también él busca un momento para reflexionar.
El frío arrecia un poco, me acuesto sobre el rústico tejado dejando mi mirada perdida en la inmensa cúpula oscura. El sueño lucha por dominarme... pasado algunos minutos me levanto sobresaltado, el pequeño búho se espanta y toma vuelo ululando fuertemente, quizás insultándome. Me ajusto un poco mi ropa y bajo a mi apartamento para poder dormir o mejor dicho: despertar.
Domingo 9:15 pm
Aspirando la última gota de Coca Cola, tintineo los cubitos de hielo replegados al fondo del vaso de cartón, tan característicos de Mc-Donald’s. Lanzo el vaso por la ventanilla mientras sigo manejando enajenado por pensamientos... Me pregunto donde estará Aníbal, y si estará tan mal como Emerson esta mañana me dijo durante la Misa.
Mientras trituro un cubo de hielo con mis dientes hago memoria de este día ya exangüe:
Recuerdo la amabilidad que tuvo Emerson de acompañarme a la Iglesia Parroquial para encontrarnos con mis padres como de costumbre. Pero estando juntos sentados en la mesa del comedor de mis padres para el almuerzo me dijo dos cosas que hasta ahora me han creado incertidumbre. Primero, aunque solo me ocasiona curiosidad, es que me haya preguntado si podía facilitarle un número telefónico donde pudiera contactar a María Elena, casualmente antes de despedirme de ella, María Elena me dejó su teléfono y dirección... Lo segundo, que me es más preocupante, Emerson me refirió que Aníbal los últimos meses lo ha notado muy enviciado al juego, tanto que se nota enfermo y ensimismado. Emerson me pidió si podía hablar con él, pues no ha querido hablar con nadie. En un primer momento me sentí un poco culpable al no estar atento a mis amigos haciendo una burbuja con mis propios problemas, pero luego reflexionando caí en cuenta que todavía estoy a tiempo para hacer mucho... por ello apenas descansé un poco me dirigí a la casa de Aníbal, pero él no estaba allí... Aníbal vive en una residencia de estudiantes, ya que su familia está en el interior del país, le pregunté a sus compañeros de residencia y con tono preocupante me dicen que todo su tiempo lo invierte en una Casino relativamente cercano de nombre “Montecarlo”.
Ya frente a este refugio de crápulas, busco un sitio donde poder estacionarme, bajo de mi auto y decido entrar al lugar. Atravesando la puerta principal, de fina caoba, paso de largo dos mesas atestadas de jugadores para llegar a una tercera... no me fue necesario voltear a los lados, pues, efectivamente Aníbal se hallaba allí, en la mesa número tres. Me acerqué como un espectador más, aunque lo tenía casi de frente estaba tan absorto que era incapaz de reconocerme. Nunca lo había visto de esa forma... daba la impresión de estar abrumado, que contenía todo su sufrimiento con la punta de los dedos para no dejarse aniquilar por él. Y en aquel instante..., en el instante preciso en que la bolita fue a caer con un ruido seco en la casilla y el crupier cantaba el número..., en aquel segundo, las dos manos de Aníbal, que estaban apoyadas en la mesa, se separaron para abatirse realmente desfallecidas, inertes, con una plástica expresión de extenuación, de desengaño, como una existencia que se apaga. Luego con su mano derecha, que penosamente empezó a levantarse sobre la punta de los dedos; temblaba, retrocedía, vacilaba, se retorcía; por último, tomó una ficha que, indecisa, hizo rodar, como una ruedecita, entre el índice y el pulgar. Durante aquel segundo, el rostro apareció iluminado y rejuvenecido, los ojos empezaron a brillar; el cuerpo inclinado se enderezó, inspiraba una alegría de triunfo. Luego otra vez inquieto, volvió la cabeza y recorrió con la mirada todo el tapete verde para echar de súbito y con un movimiento brusco, todo el montón de monedas a uno de los cuadros. Inmediatamente empezó de nuevo aquel estado de sobreexcitación. De nuevo apareció en sus labios un temblor brusco; de nuevo se le encogieron las manos, y su rostro se trasmudó bajo aquella angustiosa espera; hasta que, de pronto, explosivamente, la tensión se deshizo... la faz excitada se torno marchita, lívida, los ojos se apagaron como consumidos por el fuego y todo eso en el espacio de un segundo, en cuanto la bolita fue a caer dentro de un número que no era el esperado. Había perdido; durante unos segundos permaneció inmóvil, con una mirada de estupidez, como si no hubiese comprendido. La voz del crupier anunció: “cero”, al tiempo que con su raqueta recogía ágilmente de todas partes las sonoras monedas y los arrugados billetes. Aníbal palpaba nerviosamente todos sus bolsillos en busca de alguna moneda olvidada. Mas siempre las manos salían de sus bolsillos sin resultados y siempre, cada vez más enardecidas, repetían la insensata y vana búsqueda, mientras, volviendo a funcionar la ruleta, proseguían los otros su juego, sonaban las monedas, se movían las sillas y se oían en el salón el zumbido de mil ruidos distintos. Yo temblaba con horror al compartir todo lo que veía. Buscaba el momento más oportuno para acercarme a él, pero de pronto, Aníbal se levantó con gesto rápido; se levantó como lo haría una persona que se está asfixiando; tras él la silla se vino al suelo con gran estrépito. Pero sin darse cuenta de ello, sin prestar atención a los vecinos que, atemorizados y estupefactos, le cedieron el paso, se alejó tambaleándose de la sala, cual si nada viera ante sí.
Quedé un momento aturdido, pues adiviné en seguida hacia dónde se dirigía... se dirigía hacia la muerte. Quien de tal modo sale, no va a su residencia, ni al bar, ni al lado de una mujer, ni a otro lugar cualquiera donde haya un poco de vida, sino que va a precipitarse directamente al abismo. Hasta el más indiferente hubiera podido adivinar que aquel hombre no tenía ya dinero ni en el banco ni en ningún otro sitio, y que habiéndose sentado en la mesa del Casino con un último dinero, perdiendo su vida como última apuesta de juego. Al ver alejarse a Aníbal eché andar tras de él. Ya estaba saliendo, el portero le entrega el abrigo. Pero sus brazos no le obedecían y el mismo portero tuvo que prestarle ayuda, como si se tratase de un paralítico. Grité su nombre, pero estaba sordo a lo que ocurría en su exterior. Metió sus manos en el bolsillo para dar una propina, pero los dedos reaparecieron sin haber hallado nada. Entonces pareció como si de pronto se acordara de todo, tartamudeo algunas palabras y, tal como hiciera al levantarse de la mesa de juego, hizo un brusco movimiento hacia delante, dando traspiés como un borracho, seguido por un momento de la sonrisa, primero despreciativa, luego comprensiva, del portero. Aquellos gestos me inspiraron tanta pena, que me dio vergüenza mirarle. Pero inmediatamente me hundí en la oscuridad en pos de mi amigo.
Aníbal apenas contaba con 25 años y parecía cansado como un viejo, tambaleándose como un borracho, con el cuerpo destrozado, se arrastraba pesadamente bajando las escaleras. Allí se dejo caer en un banco, cual un saco de papas. La cabeza, vuelta hacia un lado, descansaba en el respaldo del banco, los brazos le colgaban inertes; a la luz de los faroles, cualquiera lo hubiera tomado como un cadáver. No puedo explicar como de pronto siento que la intención de Aníbal es suicidarse. Estaba convencido de que llevaba un revólver en el bolsillo y de que la mañana siguiente se le encontraría tendido en aquel banco u otro sitio muerto. De pronto empezaron a caer gruesas gotas sonoras, a las que siguió una lluvia copiosa. Me cobijé instintivamente bajo el techo de un quiosco. Volví a gritar el nombre de Aníbal, pero el desgraciado permaneció absolutamente inmóvil en su banco. Velozmente crucé la cortina de lluvia y llegado al banco, sacudí el chorreante fardo humano. –Ven Aníbal- le dije, lo tomé por su brazo. Este miembro se mantenía inerte, penosamente levantado. Pareció como si un movimiento fuese iniciarse en él, pero él no salía de su abstracción. -¡Aníbal, ven!- le repetí, sacudiéndole el brazo. Entonces se levantó bruscamente, sin voluntad, bamboleándose. Levanta su rostro y cuando nota que soy yo, baja su cara de nuevo. Le digo que no se preocupe, que no lo iba a dejar. Le pedí que me acompañara al auto... caminamos bajo la lluvia, con mucha dificultad. Ya dentro de mi auto Aníbal me pregunta: -¿Qué haces aquí?- Le respondí que quería hablar con él y que me dijeron que podía encontrarlo en el Casino. Aníbal me dice tapando su rostro con sus manos: - Me da mucha pena que me hayas encontrado en tal situación, pero la verdad solo quiero desaparecer- -No digas eso Aníbal, estoy aquí para ayudarte, todo saldrá bien, ya verás que mañana estarás mejor- le respondo yo. Le coloqué mi mano sobre su hombro pero él rechazó mi mano con una energía que no hubiera sospechado. –Eres muy noble- dijo, -pero a mí ya no hay por qué ayudarme. Que duerma o no esta noche, es indiferente. Mañana todo habrá concluido. No hay por que ayudarme-. -¡No, Aníbal, ahora mismo vamos para mi apartamento y descansarás hasta mañana... verás que todo tiene solución, claro todo menos la muerte!- insistí. Pero volvió a decirme –prefiero acabar conmigo. Mañana volvería a la sala de juego y no me iría hasta perder lo que ya no tengo. ¿Por qué empezar de nuevo? Ya tengo bastante- Aún de su obstinación le vuelvo a decir: -Mañana, me darás la razón-
-¡Mañana¡- repitió él con acento irónico. -¡Mañana! ¡Si supieras dónde estaré mañana! ¡Si yo mismo lo supiese...! Incluso tengo curiosidad por saberlo. No; ve a tu apartamento solo, amigo mío; no te preocupes por mí, no gastes tu cariño y tu tiempo- Pero tornándome más fuerte aceleré mi auto y marchamos rumbo a mi apartamento, sin prestar atención a sus palabras.
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